Por el
también poeta Yamil Díaz
Del destacado
poeta y ensayista Roberto
Manzano publicó la Editorial Sed de belleza, de Villa Clara, el volumen El minotauro y la mariposa, con este
prólogo del también notable poeta y ensayista Yamil
Díaz Gómez
─Ey, amigo,
¿usted sabe dónde queda el horizonte?
La pregunta,
pueril en apariencia, salida de una boca anónima, retumba en el inicio del
poemario Canto a la sabana. He aquí
un aviso de que la poesía de la tierra
no quedaría a ras de suelo. Por el contrario, la sabana le llega a parecer un cielito combo al escritor, no por azar
nombrado Manzano. Él descubre a lo lejos esa línea tan sólida como etérea que
se diluye si se alcanza: ese chiste sutil con que la naturaleza nos regaló el
mejor emblema de la creación artística.
Por ese filo
puso Lezama a caminar su mulo prodigioso antes que Hernández Novás nombrara
aquel oficio en que se juntan todos los poetas: embajadores en el horizonte.
Roberto
Manzano devino embajador en tiempos de guerra: le tocó ser el mejor y más leal
portavoz de una tendencia estética que desafiaba a la norma dominante. Pagó
todos los precios que le correspondían por su tozudo cortejo a cierta dama
misteriosa que se destruye cuando se define. Pero en su madurez ha alcanzado la
hermosa recompensa de ser el autor vivo en quien mejor se encarna la
autoconciencia de la lírica cubana.
Todos suponen
que nadie ha llegado al horizonte. En cambio, cabe la posibilidad de que quien
lo haya logrado se guardara el milagro para sí.
Cuba,
dichosamente, nos regaló un caminante infatigable y capaz de alcanzar el punto
donde confluyen cielo y tierra para que la poesía devele todos los misterios.
El minotauro y la mariposa da testimonio de cómo un sabio nos
regala todo un caudal de conocimientos ─original, fresco, coherente─ que a él
le costó una vida descubrir. Por ello, entre los muchos frutos del pródigo
Manzano, pasa a ser esta su obra más generosa.
Si, como
muestran sus tomos de poemas, él ya fue a su manera Teócrito y Hesíodo, ahora
prefiere convertirse en Sócrates. Pone todos sus dones en esa oralidad que
tanto ama y encuentra el modo más tierno de recordarnos que a la sabiduría se
llega desde un develamiento de nuestra ignorancia. Pero esta vez no admite a
Platón entre sus interlocutores: no ofrece su palabra a quien no sea
incondicional amante de la poesía.
A nueve
intelectuales de aguda sensibilidad ─ocho de ellos conocidos como poetas─ les
ha tocado poner la segunda voz en este libro. Así, Manzano nos dice, en diálogo
con Alejandro Montesinos, lo que debemos hacer con la inocencia. Y a María
Antonia Borroto le imaginamos unos ojos enormes al oírle equiparar ciencia y
poesía, como dos métodos legítimos de llegar al saber, lo que valida la audacia
de rectificar la escala zoológica vigente. A Leyla Leyva la arroba con su voz y
sus gestos de guajiro, de los que no reniega cuando se ciñe túnica de filósofo
para proclamar que a la poesía no le gusta nada que escinda al ser humano. Por
esa conexión profunda que él establece entre Verbo y Salvación, se ve a sí
mismo como Noé cuando dialoga con Teresa Fornaris. Es su manera de ser fiel a
la verdad que le revela a Saulo Fernández: «Los hombres de acción no están
completos si no convocan a los hombres de imaginación». Noé y Homero, hombre de
acción y de imaginación, apolíneo y dionisíaco, apocalíptico e integrado, Manzano
no podrá preguntarse, a lo Machado: «¿Soy clásico o romántico?» (1). A él le
resulta inevitable, como le confiesa a Monica González, ser clásico y romántico
al mismo tiempo. El clásico se queja ante Amilkar Feria por el actual deterioro
de los oficios, y el romántico nos invita, al habla con Alpidio Alonso, al
complejo ejercicio de «aprender a desaprender».
No parece que
ellos lo hayan escogido como entrevistado sino que él los ha elegido como
depositarios de un nuevo santo grial.
Les habla con
su verba conceptuosa, la misma que resuena bajo el techo raído de su casa
mínima. Les asegura que la poesía no solo es la mejor forma de expresarse con
rápida elocuencia, o una avenida cognoscitiva, sino también el golpe cardíaco
del universo o una pequeña posibilidad de crear mundos ─como Dios─ o la
definitiva comunión entre realidad y sueño, individuo y cosmos. Un pugilato que
se ejerce en lo oscuro. La cúspide de la cultura humana. El estadio
antropológico más acendrado conseguido hasta hoy o una de las pocas fuerzas que
pueden aún salvaguardar al mundo. Será la última batalla antes de entrar en la
catástrofe.
Es el poder
definitivo.
Los
pragmáticos, los que condenan al género madre porque «no se vende», los que
descreen, sin saberlo, de sí mismos al desdeñar la creación poética,
preguntarán si vale la pena dedicar tantas páginas a intentar definirla. Es
como preguntar a un caballero: «¿Por qué recorres leguas y más leguas buscando
el cáliz que contuvo la sangre de Jesús?».
Pero, a la
larga, las verdades profundas se dan enteras al solidario, al puro, al de alma
limpia: en este libro Manzano es Perceval.
Tesoro en
mano, ¿quién va a impedirle que derrame sus verdades tremendas? Descubrirá un
error, siempre el mismo, en todas las vanguardias; denunciará que las escuelas
de arte cometen un genocidio vocacional y dibujará con mano valiente los
abismos que separan la vida literaria de la literatura. También dirá que
descendemos de las aves y resumirá toda la historia lírica en tres o cuatro
metáforas.
Como si fuera
poco mérito haber devuelto el diálogo a la categoría de género literario o
habernos vacunado contra sectarismos y maniqueísmos, Manzano nos confirma que
la historia de las letras habrá de rescribirse sin revanchismo estético y nos
ayuda a reubicar donde corresponde el neorromanticismo ─con su Buesa
invencible─, el coloquialismo, el origenismo y la ignorada y vilipendiada poesía de la tierra. De paso reivindica
cuanto reivindicable tuvo la lírica nacional de los últimos setenta, una década
que (atrocidades aparte) legó algo más que el pozo oscuro al que solemos
reducirla.
En Cuba los
poetas han sido los mejores lectores de la Patria; pero no siempre han mostrado
el mismo tino para entender la obra de sus iguales. En cambio, cuando se mira
con limpieza, se percibe ─más allá de las luchas por el poder simbólico─ las
leyes, los mecanismos evolutivos de una forma expresiva que nos sostiene como
país. Manzano la descubre comprometida y esteticista, lanzada a bamboleos entre
lo dramático y lo épico y proclive a mostrarse en grandes parejas de trabajo
como las de Zequeira y Rubalcava o Lezama y Guillén.
Y, cuando no
le bastan los tecnicismos al uso, se arma de su propio aparato categorial. Así,
nos habla de ergonomía, opsilogía, células imaginativas básicas, higiene de la introspección o sensación de
vísperas.
Toda esa
erudición ─he aquí lo más plausible─ puede activarse en función de defender la
décima ─y, con ella, el ingenio popular─ o de elogiar una provincia como Ciego
de Ávila, tan poco privilegiada en los mapas posibles de la nación.
El minotauro y la mariposa es algo más que un montón de verdades
que no escuchamos todos los días; algo más que un largo ensayo en que otros han
intercalado sus preguntas; algo más que la versión criolla de la «Epístola a
los pisones». Con su abundancia de pasajes antológicos, este libro nos despierta el gusto por lo
majestuoso, al tiempo que nos deja mudos ante una subjetividad muy objetiva y
una grandeza que se trasmuta en sencillez.
Roberto
Manzano ha leído al prójimo como a sí mismo, por eso ─he aquí su trampa─ en
realidad no nos regala un tratado sobre la literatura sino, más propiamente,
sobre la justicia, sobre el humanismo, sobre el amor a la Verdad.
Después de
tantos años viviendo consigo mismo, tiene derecho al autoescarnio, puede
contarle a Zurelys López sobre las «toneladas» de papel gastadas en tanto
concurso literario que perdió. Así hace menos solemne la invitación para
asomarnos a su espejo; menos apabullante la constatación de que no se articula
un texto extraordinario como este sin que una enorme persona le respire debajo.
Nadie,
llegado al punto de mostrar en público sus memorias, nos dice todo sobre sí. Se
lavan biografías: se cuenta o calla de acuerdo con un patrón ético. Lo insólito
en Manzano es que a la hora de editar sus remembranzas se deja conminar por un
impulso estético. Si recuerda su noche del Turquino, mientras el mar cantaba
desde la fosa de Bartlett; si retrata a los padres, libreta en mano, rumbo al aula
nocturna, o a la abuela que murió cantando décimas, no es porque nada de ello
lo consagre ante el mundillo sino por la belleza intrínseca de tales episodios.
Entonces,
inocentes, hallamos una puerta al camino donde
nos habla alguien que viene del Apóstol y de Goethe. Él nos recuerda lo que nos
hizo humanos; nos convida a lo hermoso. Transitamos, por fin, al pie de una
montaña, y ahora parece que todas las palabras del mundo responden a una única
pregunta:
─Ey, amigo,
¿usted sabe dónde queda el horizonte?
─Pues sí,
compadre, bájese del caballo y acérquese a las páginas de El minotauro y la mariposa. Venga usted a saber: el horizonte queda
aquí.
Yamil Díaz
Gómez
NOTAS:
1.— Antonio
Machado: «Retrato», Poesía, Editorial
Pueblo y Educación, La Habana, 1983, sin ISBN, p. 155.
Roberto
Manzano Díaz (Ciego de Ávila,
1949), Máster en Cultura Latinoamericana, además de reconocido poeta, es
investigador y profesor de Literatura. Premio Internacional de Poesía Nicolás
Guillén, en 2004; Premio La Rosa Blanca de Literatura Infantil 2005. Mereció el
Premio de Poesía
Nicolás Guillén 2005 por su libro Synergos,
el cual sobresale en el conjunto de su amplia bibliografía poética. Premio
Samuel Feijóo de Poesía y Medio Ambiente por la Obra de toda la Vida en 2007;
Medalla Felipe Poey de la Sociedad Económica Amigos del País en 2007. Ha
ofrecido recitales y conferencias en Estados Unidos, Venezuela, México, Panamá,
Colombia, China, Paraguay y Argentina. Imparte cursos de formación para poetas.
Al
arribar en septiembre del 2009 a los sesenta años, fue homenajeado
en su natal Ciego de
Ávila, en virtud no sólo de su amplia obra en versos premiada y publicada
(su libro inaugural, Canto
a la sabana, es emblemático), sino también por su quehacer ensayístico
y por su intensa y extensa trayectoria como docente de la Literatura. En 2010
publicó el primer tomo de una antología general de la poesía cubana titulada El bosque de los símbolos. Patria y poesía
en Cuba. En 2015 publicó El árbol en
la cumbre. Nuevos poetas cubanos en la puerta del milenio, muestra de la
más reciente poesía cubana, elaborada junto a la poetisa Teresa Fornaris. Desde
la sección Vertebraciones, en el sitio digital del Instituto Cubano del Libro, Cubaliteraria, examinó diversos tópicos
fascinantes acerca de la actividad creadora del ser humano, como La
multitudinaria soledad del poeta, La
poesía
o la forja del escudo de Aquiles, y Apostillas
sobre cultura popular (I, II
y III). Muy interesante la
entrevista que le concediera al también investigador y poeta Carlos
Chacón, y que aborda el tema La
décima escrita: Proliferación del hacer y escualidez de la promoción. Su
poema en décimas Anclas en el horizonte, fechado en 1989 y hasta
ahora inédito, puede verse mediante el anterior enlace. Manzano prestigia desde
el 2004 con su membresía
—por su propia solicitud como es costumbre— el Grupo
Ala Décima, cuyos integrantes lo consideramos uno de nuestros profesores.
De su poema Anclas en el horizonte es esta estrofa:
Yo camino de estudiante,
de estudiante encanecido:
en las aulas del olvido
me olvido por un instante.
Y como marcho adelante
y con entera atención
oigo esta oscura canción:
Para llegar,
el que parte:
todo regreso
es el arte
de esculpir
el corazón.
DE ESTE AUTOR:
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