Palabras, silencios y aguas que tributan
Caridad González Sánchez, Premio
Cucalambé.
La sostenida revitalización que acusa, en las
últimas décadas, la poesía cubana escrita en estrofas de diez versos, es
fenómeno artístico de una plurivocidad significativa, reveladora de un abanico autoral
no menos plural, tanto en sus procedencias generacionales como en sus ubicaciones
geográficas.
De ello parece dar fe, entre otros muchos
termómetros posibles, el Premio
Cucalambé, que en su etapa llamada iberoamericana, desde el
año 2000 hasta la actualidad, suma 16 ediciones del certamen —no se convocó en
el 2011— y ha reconocido con el máximo galardón a 17 escritores —cinco de ellos
mujeres—, representativos de la mitad de las provincias del país.
Caridad
González Sánchez (Santa Clara, Villa Clara) lo acaba de ganar en la versión premiada en la pasada
49 Jornada Cucalambeana. Es la quinta fémina que lo merece —antes lo
alcanzaron María
de las Nieves Morales (2002), de La Habana; Odalys
Leyva (2008), de Las Tunas; Irelia
Pérez Morales (2009), de Cienfuegos; y Liliana
Rodríguez Peña (2013), de Las Tunas— y la primera persona de su provincia
que lo conquista —en el 2010 el villaclareño Edelmis
Anoceto había ocupado el tercer lugar de este Premio—, a pesar de ser esa región del país una plaza fuerte de la décima
escrita cubana, de lo cual dan testimonio, por solo citar un ejemplo, los
resultados en el también importante Premio
Fundación de la ciudad de Santa Clara, que cada dos años convoca la modalidad de poesía en
estrofas de diez versos.
Desde luego, que por mucho valor que concedamos a
las competiciones literarias como referentes de la actualidad en determinada
disciplina artística de las letras, es imposible olvidar que esas citas
evaluativas pasan inevitablemente por una buena dosis de azar, por razones
conocidas y que no viene al caso abordar aquí y ahora.
Súmese a eso un elemento que interactúa con esa
dosis apuntada, de ineluctable subjetividad: los alcances estéticos de la
actual décima escrita en el país obran la dicha de que en cada certamen, por lo
general, los jurados tienen que decidir al final entre varias obras —casi
siempre de diferentes modos de asumir el discurso poético, variopintas en
cuanto a los rumbos tropológicos y diversas en el campo de lo ideotemático— que
a tenor de sus valores pudieran merecer el lauro principal.
Otras veces he comentado, y reafirmo ahora, que cada
libro que sale a la luz a resultas de un premio en esta preferencia de la
escritura en versos es apenas la punta de un iceberg que deja sin remedio
sumergidas otras muestras del quehacer decimístico, las cuales no solamente
pudieran ser publicadas, sino que incluso es una pena que no puedan ser
publicadas, en virtud de la selección que obligatoriamente hay que hacer a la
hora de conformar los planes editoriales, con las actuales limitaciones
materiales.
Volviendo a lo afirmado en los párrafos iniciales en
cuanto a los modos de representatividad, un recuento de los 17 ganadores del Premio
Cucalambé a partir de sus ubicaciones geográficas, arroja el
siguiente saldo: Cinco de esos autores son de Las Tunas, 3 son de Granma, 3 de
La Habana, 2 de Holguín, y uno per cápita corresponden a las provincias de
Cienfuegos, Camagüey, Ciego de Ávila y Villa Clara. Son números, claro, que no
dicen nada si no se los asocia con las consideraciones antes enunciadas, para terminar
comprendiendo que esas cifras tienen valor de reflejo de un complejo universo
en el que hay que sumergirse en busca de aspectos de mayor interés que los de
las representaciones.
En cuanto a las procedencias generacionales, vale la
pena repasar los resultados de la más reciente edición del propio certamen,
porque casualmente son también reflejo —otro tipo de reflejo— de la confluencia
de arroyos de diversas edades en el caudaloso río de la décima escrita de hoy
mismo en Cuba: Al libro que obtuvo el galardón, Palabras del emigrante, de Caridad
González Sánchez (nacida en 1945), siguieron —con categoría de
mención— las obras Muertos, parábolas,
silencios, de Alexander
Besú Guevara (de Niquero, Granma, venido al mundo en 1970) y Aguas territoriales, de Alexander
Jiménez del Toro y Raúl Leyva (de Las Tunas, nacidos en la década de los años
80). Todos son autores con destacada trayectoria y reconocimientos (sobre todo Besú, que ya
atesora un Premio Cucalambé, el del 2007), y la coincidencia —recordar que
los jurados trabajan con libros firmados por seudónimos— solamente subraya la
diversidad señalada.
Por supuesto que todo el que participa lo hace con
la aspiración de ganar, y el premio es uno y no más de uno, pero pienso que
para el escritor decimista, mílite de la causa común identitaria que nos une,
más allá de los resultados específicos, más allá de si se estuvo entre los
agraciados o no —incluso más allá de si se participó o no—, hay razones para
seguirnos congratulando por la marcha de esta sostenida revitalización de la
poesía en la estrofa de diez versos y de su expresión en certámenes como el Premio
Cucalambé, adonde han confluido estas palabras, silencios y aguas que tributan al mismo caudal de la
que consideramos identidad ella misma, porque
ella nació primero / y nuestro pueblo después, para decirlo una vez más con
Mirta
Aguirre.
Por su parte la ganadora, Caridad
González Sánchez, veterana en estas lides, tiene entre sus
antecedentes el Gran
Premio Décima al filo, el Premio
del concurso nacional de glosas Canto alrededor del punto y el Premio
Ala Décima 2011 con su cuaderno Diatriba,
después de haber merecido dos lauros accesorios en ese certamen, así como Mención
en el Premio Iberoamericano Cucalambé del 2010 con su decimario Adagio para cuerdas. Su primer poemario, Décimas en D Mayor para violín y piano (Santa Clara, Editorial Capiro, 2002), “se presenta como una suite donde
se mezclan los sonidos musicales con la duda existencial”, al decir de la
investigadora y poetisa Mariana
Pérez Pérez. Otro acercamiento a su
quehacer decimístico puede verse en la antología on line Arte poética.
Rostros y versos, del poeta salvadoreño André Cruchaga.
De
su volumen Palabras del emigrante,
ahora laureado, y gracias a su gentileza, adelantamos este poema en décimas
endecasílabas, dispuestas en formato de prosa poética, en el cual pareciera
asentir a alguno de los presupuestos apuntados en el presente comentario:
HAY BARCOS QUE SE HACEN DE PAPEL
los mares se disgustan, los reprenden, los poetas los roban y los venden
para poder soñar.
¿Bajo qué piel dormitan sus mañanas? ¿Qué vergel destrozado los llevará al
camino que detestan andar?
¿Será que un trino los hacía tenderse en otras ansias?
Orillas espumosas sin fragancias, postales que definen el destino.
¿Si esos barcos son punto de partida para seguir bogando en otra nube,
entonces por qué lloran? Nunca tuve los vientos a la espalda.
Consentida, la noche nos silencia su mordida y es como un tibio escorzo
entre la miel.
Hay barcos que se hacen de papel.
Los poetas escapan, se desprenden de sus sueños y sin pudor los venden.
Hay barcos que se hacen de papel.
VEA
MEDIANTE ESTE ENLACE:
La tertulia La décima es un árbol, de Mariana Pérez, en Santa Clara, en su encuentro de febrero del 2011, homenajeó a Caridad González Sánchez y a otros laureados en la XI edición del concurso nacional Ala Décima.
La tertulia La décima es un árbol, de Mariana Pérez, en Santa Clara, en su encuentro de febrero del 2011, homenajeó a Caridad González Sánchez y a otros laureados en la XI edición del concurso nacional Ala Décima.
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