de agradecimiento
de Alpidio Alonso,
al recibir el Premio
Samuel Feijóo
de poesía sobre
el medio ambiente
Sede de
Quiero, muy brevemente, expresar algunas ideas:
Primero, agradecer a
En segundo lugar, quisiera aprovechar la oportunidad que me brinda esta ocasión, para subrayar, una vez más, el vínculo profundo de nuestra poesía con la gran diversidad de elementos que conforman la naturaleza y el entorno en que ha vivido el cubano. Si hay un tema que atraviesa a la poesía de
En la poesía (y en la obra toda) de Samuel Feijóo asistimos siempre a un paisaje habitado, humanizado en las visiones desdibujadas e intensamente humanas de este gran poeta que, a la par, habría de ser durante su vida andariega un sensible y acucioso “pensador silvestre”.
En ese sentido, ningún otro poeta cubano me resulta tan cercano al José Martí desvelado en la intemperie misteriosa de su campamento en la manigua insurrecta por “la noche bella, (que) no deja dormir”, a ese mismo soldado mambí que en una línea de su diario (en cuyas contadas sílabas: 5-7-5, he querido ver la miniatura maravillada de un Haiku) anotó apresurado: “De un curujey/ prendido a un jobo, bebo/ el agua clara”. O aquella otra, más conocida, e igualmente repartida en 17 sorprendentes sonidos: “Lola, jolongo,/ llorando en el balcón./ Nos embarcamos”.
Identifico asimismo en ambos, un sentido de la piedad ante la fragilidad y el dolor, que los une en un mismo conmovedor humanismo: El del Martí que se pregunta perturbado en su diario de campaña “¿cómo es que no me inspira horror la mancha de sangre que vi en el camino?”, o el del que anota al vuelo, como para que no se le escape, en el margen de ese mismo cuaderno, ante “el grave momento” de la muerte del traidor Masabó, una observación que solo un poeta podía hacer: “Cuando leían la sentencia, al fondo, del gentío, un hombre pela una caña”.
Ese mismo enternecedor sentimiento es el que encuentro en los versos cortados de aquel Feijóo inconsolable ante la muerte de la guajira Nieves,” (...) en
Quisiera terminar, evocando una anécdota narrada por uno de los grandes compañeros y discípulos de Feijóo en sus interminables andaduras por los campos cubanos. Me refiero al recientemente fallecido poeta e investigador villaclareño René Batista Moreno, a cuya memoria quisiera dedicar este premio, quien en su libro “Los bueyes del tiempo ocre”, refiere lo siguiente:
“Una tarde salimos Feijóo y yo de Camajuaní por la línea de ferrocarril que va a Caibarién y vimos en ella dos palomas que, pese a que nos acercábamos, se mantenían muy quietas. Feijóo cogió piedras y se las lanzó. De inmediato emprendieron vuelo. Como me extrañó tanto aquella actitud, le pregunté cómo era posible que un hombre como él, que amaba tanto la vida, hubiera querido matar a aquellas palomas. No dijo nada, continuó caminando, muy silencioso. Luego se volvió hacia mí y me dijo:
-Para que sientan miedo del animal más depredador del mundo. El que mata a veces por el placer de matar. Lo hice para que desconfíen, para que no dejen acercarse a nadie. Quería asustarlas. Las salvé”.
Más que cualquier otra cosa, hoy me interesa decir, con Feijóo, que la poesía en estos tiempos bien puede ser esa alarma generosa que nos prevenga y resguarde de
VEA, MEDIANTE ESTOS ENLACES:
PALABRAS PARA LA ENTREGA DE ESTE PREMIO, A CARGO DEL DOCTOR EN CIENCIAS FILOLÓGICAS VIRGILIO LÓPEZ LEMUS, PRESIDENTE DE