Baldomero
Fernández
Moreno:
un gran
poeta-decimista
argentino
Por Waldo González López
Él supo ver lo que lo rodeaba y entrevió la poesía que anida en todas las cosas. Descubrió lo esencial. Pensaba que si el hombre es poeta, al observar y ver, convierte el objeto mirado en poesía o en oro todo lo que toca con su pupila poética, como un Rey Midas especial. El que una cosa sea o no poética, no depende de la cosa, sino del ojo que mira, como bien apuntan Horacio Jorge Becco y María Delia Iturralde. (1)
En la poesía argentina del primer cuarto del siglo XX, momento definitorio de las letras de ese país, Baldomero Fernández Moreno (1886 - 1950) —como él quería: el padre y la madre enlazados en el apellido que se convierte en nombre—, según Martínez Estrada (2) creó un estilo nuevo, dio pautas y abrió caminos a fin de que otros pudieran transitar por ellos.
A sus temas más recurrentes (la soledad, la ciudad, el campo, el amor, el hogar y la familia), decisivos en su quehacer —hoy un tanto olvidado hasta en su propio país, obnubilado por el cegador influjo de Jorge Luis Borges—, hay que añadirles Retratos y caricaturas, así como los viajes, las efemérides y los textos de su obituario lírico (“Amado Nervo”, “Leopoldo Lugones”...).
En tal sentido confesaría mucho después: “Ahora veo que la poesía ha seguido con fidelidad mis pasos sobre la tierra: el pedazo de patria que me tocó vivir, ciudad, pueblo o campo, el amor, el hogar, los hijos, la raza, mis trabajos y mis vacaciones. Todo está más o menos representado en mi acervo.” (3)
Sus décimas comparten estos temas, sólo que le añado otros, como lo autobiográfico, (4) el humor, la ironía, la nostalgia... En Circunstancias literarias, dedica una de 1927 “A Ricardo Güiraldes por Don Segundo Sombra”, en la que, como en su obra en general, combina sus ardides literarios; de ahí el juego de palabras final, tan certero:
“Es, compañero, Ricardo,
tu novela campesina,
tan nuestra, tan argentina,
como el ombú, como el cardo.
Épico aliento de bardo
resopla en ella profundo...
Nos has descubierto un mundo,
ahí no más, que nos asombra.
¡Que para Segundo Sombra
no haya de sombra un segundo!”
Él nada inventa. Sus afectos están presentes en su obra, a diferencia de otros poetas que disfrazaban los suyos, ya que entonces se sentía cierto pudor en desnudar la intimidad, en tanto «era la reacción contra el romanticismo que no se servía de supuestos», tal afirman Horacio Jorge Becco y María Delia Iturralde. (5)
Tras haber publicado trece poemarios entre 1915 y 1927, aparece en 1928 su primer y único cuaderno de Décimas, que le merece el Segundo Premio Nacional de Poesía ese año. Entre 1933 y 1937 obtiene el Primer Premio Nacional por sus libros Dos poemas, Romances y Seguidillas.
Gracias a su notable conocimiento del verso en lengua española —ganado durante su estancia en la península por más de una década, etapa decisiva de su aprendizaje en su primera juventud—, puede Fernández Moreno conducir con mano experimentada y segura el oficio escriturario en estas excelentes estructuras líricas, cuyos méritos son obvios a una primera lectura.
La vuelta a la Argentina, a fines de 1899, le significó una ruptura sólo geográfica (ya que no sentimental) con la madre patria, donde residiera doce años en Bárcena, la aldea paterna, y en Madrid, donde inicia el bachillerato. A España nunca más retornará. Pero tal estadía, como praxis vitalicia y literaria, le bastaría luego para la creación de este importante decimario, fundamental en su producción y en la poesía de su país e, incluso, de Latinoamérica, por su aliento novedoso y su lenguaje tan actual aún hoy, a fines del siglo XX y en vísperas del 2000.
Fue tal la calidad y el espíritu de modernidad alcanzados por Fernández Moreno en su conjunto de estas estrofas, que quedaría como un momento singular y «raro» —para emplear un adjetivo caro a Rubén Darío—, en la poesía argentina de las primeras tres décadas del siglo XX.
Sus décimas gozan de virtudes que sólo mucho después adornarían a esta estructura en el subcontinente. El humor, el deslavazamiento, la sencillez, el confesionalismo, la comunicabilidad y el coloquialismo —del que constituiría, con el colombiano Luis Carlos López (1883-1950), el dúo emblemático— son los principales rasgos de sus versos en esta estrofa que dominara como quizás ninguno otro de sus coterráneos o no, pues superó incluso a no pocos de sus colegas de la Isla, donde la décima sentaría pauta mayor en la región ya desde el siglo XIX, cuando José Fornaris la definiera como la estrofa del pueblo cubano.
A su generación —llamada “intermedia” por su hijo, el también poeta César Fernández Moreno— pertenecen otras figuras del verso en su país, como Evaristo Carriego (1883-1912), Enrique Banchs (1888-1968), Oliverio Girondo (1891-1967) y Alfonsina Storni (la única y destacada poetisa del grupo; 1892-1938), así como los también novelistas: Ricardo Güiraldes (1886-1927), Benito Lynch (1885-1951), Manuel Gálvez (1882-1962) y —el “hermano” de Horacio Quiroga, tal se autodefiniría— Ezequiel Martínez Estrada (1895-1964).
Con sus tres etapas, Fernández Moreno adecuó su obra a su estilo; duran casi tres lustros cada una: de 1910 a 1923, la época sencillista; desde entonces hasta 1937, la formal, en la que adviene su libro de Décimas, y, de 1937 a 1950, la sustancial (si bien sustancial es toda su poesía, subrayo). De cualquier modo, cada una de estas etapas están guiadas por su rigor y afán de claridad y comunicación.
Cuando escribía sus estrofas, confesó a José Mora Guarnido: «Estoy haciendo un libro de décimas. Décimas clásicas, décimas difíciles, de ritmo disciplinado y rígido. Hay que resucitar las formas antiguas. Las formas no son cárcel nada más que para quien no sabe regirlas... Dentro de los ritmos retóricos de la poesía clásica, se han hecho poesías que hasta ahora nadie ha superado. Un soneto de Lorca, de Diego o de Alberti no se puede confundir con lo que viene inmediatamente antes que ellos en la poesía española. Dentro de la forma rígida hay personalidad y sentimiento. Esto es lo que hay que buscar.” (6)
Como en sus sonetos, romances y demás estrofas, Fernández Moreno demostraría en sus décimas —tal apuntara luego Borges— que el poeta «había mirado a su alrededor», en tanto sería el primero de su país en colocarse en el centro de su poesía, vivo y entero, según remarcara Martínez Estrada, quien igualmente señalaría que el poeta, seguro de sí hasta casi el desafío, trasiega al verso del más auténtico lirismo las formas privativas de la prosa y aun la prosaica intimidad del género epistolar.
Mas, qué anhelaba Fernández Moreno con su poesía, nos preguntamos y nos responde el propio poeta: «... una poesía vital, y no me refiero a una fortaleza o eternidad, sino por estar inspirada y arrancada de la existencia misma. Una poesía que yo quisiera como el pan, aunque se sutilizara hasta en la hostia. O como el vino, hasta la embriaguez. Una poesía que fuera como un martillo, como una rosa o como una lágrima. Humana. Una poesía, en fin, que se propague como un reguero de pólvora, que se adhiera a las almas como la miel a una rebanada de candela, y sobre todo, que se recuerde, como se recuerda un nacimiento.» (7)
Por otra parte, su hijo y quizás su más preciado crítico, César Fernández Moreno, sería preciso al compararlo con Borges, su contemporáneo como él de altura. Diría César: «Donde Fernández Moreno se definió por la vida, Borges lo hizo por el arte; donde Fernández Moreno por lo hispanoamericano, Borges por lo europeoamericano, como señala Gerardo Diego; donde Fernández Moreno por lo hispanofrancés, Borges por lo anglosajón; donde Fernández Moreno por el canto nacional, Borges por la literatura de tema abstracto a que por fin llega la narrativa después de la estación arrabalera de su poesía. Por eso, muerto Lugones, Fernández Moreno y Borges serían los polos de la literatura argentina; ambos necesarios, ambos preciosos, tanto como Unamuno y Ortega y Gasset lo fueron en España.»
El humor tuvo un amplio espacio en la décima de Fernández Moreno. En algunas de las no tantas que escribiera aparece a menudo este delicioso sentir que distancia saludablemente el objeto del sujeto poético, y nos hace meditar, sonrisa mediante, en la vida de las cosas, más que en las cosas de la vida. Así, en “Medio pan de cada día”, está el humor fino, de lo cotidiano, aliado a una poética vital sencilla, mas de plena valía, que no olvida la suave ironía:
Amigo: hay que convenir
que en materia de dinero
estás como el día primero
en que empezaste a escribir.
Mucho hablar, mucho aplaudir,
pero por más que combine,
me revuelva y me empecine,
sólo me da Poesía
medio pan de cada día
y un poquitico de cine.
Mas la ironía aumenta hasta cierto escarnio (¡ah, las envidiecillas literarias que tanto y tantos hemos padecido... y padecemos!), para al fin tornarse magistral en “A uno”, también de 1928:
“Que te copies de mis versos,
a fe, no me maravilla;
haces muy bien, poetilla,
los hay buenos y diversos.
Y para eso andan dispersos.
Conque no me enojo, no,
y que te hagan buena pro.
Cuando alguien te lee a ti
de quien se acuerda es de mí
y así siempre gano yo.”
En el propio tono y atmósfera está “Contra uno”, disparo, de 1935 y en pleno corazón, a otro “enemigo” de las letras:
«Me hablas tan convencido
de que un día llegará
en que alguien pateará
mi suave y lírico nido
que hoy de veras aturdido
por si tú patearlo tratas,
entre oros y entre platas,
lejos de humana fortuna,
lo he colgado de la luna,
adonde no llegan patas.»
Por cierto, un año antes, en 1934, había sido designado Miembro de Número de la Academia Argentina de las Letras, lo que de algún modo satisfará al poeta en su ínterin, hecho que fue muy bien acogido por la intelectualidad de su patria, habida cuenta del prestigio y la popularidad alcanzada por el poeta. Así, igualmente, en 1940, al celebrar un cuarto de siglo de su primer libro publicado (Las iniciales del alma, 1915), la Sociedad Argentina de Escritores realiza un gran homenaje en el Teatro del Pueblo, donde hablan el novelista Eduardo Mallea y Conrado Nalé Roxli, y en 1941 comienza a publicar su Obra ordenada y se edita una importante Antología de su poesía. Por lo demás, 1943 es la fecha de edición de su primer libro en prosa: La patria desconocida (Páginas de vida), autobiográfico.
En 1949 merecería el Gran Premio de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores por su libro Parva, y sólo meses más tarde fallecería: el 7de julio de 1950.
La nostalgia de la natural vida rousseauniana aparece con fuerza y recurrencia en sus décimas, como un llamado a esa existencia limpia, clara, lejos de la vida citadina. De 1926, es “Ciudad”, una excelente muestra:
¿Desde cuándo, desde cuándo,
hombre del hierro y la piedra,
no agito un gajo de hiedra
tras la lluvia goteando
¿Ni por el medio cruzando
voy de un robledal sombrío?
¿Ni hundo mi cuerpo en un río,
ni una mano en una fuente,
ni un dedo en una corriente,
ni me empapo de rocío?
En otro momento, y con no menor calidad, el poeta vuelve sobre el tema. En “Multitudes”, de 1928, precisa acerca de ese modus vivendi:
Ya estoy un poco cansado
de este vivir a empujones,
codazos y pisotones,
polvoriento y fatigado.
¿Dónde está el país soñado?
¿Dónde la ciudad encantada,
de albérchigo y de manzana,
de calles de porcelana,
bien pulida y bien regada?
Y aun otro ejemplo de 1928 que bien vale la pena, por el anhelo de libre albedrío expresado por el poeta en “A un caserón con una pajarería”:
Hay frente a la casa mía
un sombrío caserón,
que entre chillido y canción
tiene una pajarería.
Y casi no pasa día,
desde que el barullo empieza,
no le diga con tristeza:
-Nuestro destino igual es:
tú la tienes a los pies,
yo la tengo en la cabeza.
Es interesante saber por qué la no excesiva inclusión de décimas en la segunda Antología (1915-1940) de su obra poética, aparecida en 1941. En sus explicaciones a este volumen, Fernández Moreno apuntaría: «Los demás títulos, de ocasión, sin fisonomía propia, desaparecen por completo. Ahí quedan, sin embargo, para el que los quiera revolver, a la manera del explorador, del arqueólogo, que va excavando y estudiando ciudades superpuestas y enterradas.»
Por ello, quizás, el iconoclasta reparto que dio a sus décimas entre las varias secciones de esa Antología sería un malhadado gesto que continuarían sus futuros antólogos y compiladores, incluido su propio hijo, César, quien en la última, preparada por él y publicada por Casa de las Américas en 1984, no reuniría todas, sino sólo algunas.
Pero otro dato de interés es que Fernández Moreno prefería la décima para diversas ocasiones, estados anímicos y determinados instantes. Así, ya en Versos de Negrita, de 1920, incluye una de amor, “Tiranía”, fechada ese mismo año. Y el más largo conjunto es el de cuatro estrofas dedicadas “A la estancia en que el poeta vivió sus amores”, de 1928.
“A mi casa” y “Sin la tierra y sin el mar” resuelven su concepción vital y filosófica de la existencia, en tanto reflejan tal pensamiento, a partir del dueto vida/muerte y su anhelo de ver el mundo (“Sin la tierra...”) y su aprehensión de la vida como finalidad para morir (“Mi casa”).
Del propio modo, en otros momentos definiría su amor y preferencia por la poesía con la profundidad y la belleza inherentes al poeta, quien fue --a no dudarlo-- un genuino lírico, en el más estricto sentido del término. Así lo demuestra en la hermosa décima de 1928 “A la poesía”:
«Como se alza una linterna
hasta la posible altura
para iluminar la oscura
entrada de una caverna,
así yo la sempiterna,
dulcísima poesía,
alcé hasta la frente mía
al empezar a vivir,
y al instante de morir
me ha de alumbrar todavía.»
La repercusión de su poética sería enorme en su patria y más allá de las fronteras argentinas. Entre muchas otras figuras que se ocuparon elogiosamente de sus versos, hay que mencionar a Leopoldo Lugones (en La Nación, 1916), Alfonsina Storni (quien lo llamaría “un lírico nacido”, en Fray Mocho, 1919), Eduardo Mallea (Revista de América, 1930), Jorge Luis Borges (El Hogar, 1940), y Ezequiel Martínez Estrada (Nosotros, 1941).
Pero también otros grandes nombres de su tiempo comentarían, siempre exaltándolos, sus poemas: Ramón López Velarde (México Moderno, 1920), Enrique Díez-Canedo (Revista de Occidente, 1924), Eugenio D’Ors (ABC, 1929), Jaime Torres Bodet y Leopoldo Panero (Nueva España, 1943), por sólo citar algunos. El infaltable Federico de Onís incluiría varios de sus textos en la importante Antología de la poesía española e hispanoamericana (1882-1932).
En la décima, a pesar de no haber escrito tantas, Baldomero Fernández Moreno dejaría un significativo legado del que hoy disponemos los poetas de varias generaciones y países del ámbito hispanoamericano.
NOTAS:
(1) En “Introducción” a Obra poética (Antología), Buenos Aires, 1969, p. 5.
(2) Ídem., pp. 5 y 6.
(3) En Antología de antologías, selección y prólogo de César Fernández Moreno, Casa de las Américas, 1984, p. 16.
(4) En “Introducción” a Obra poética (Antología), ed. cit. p. 7.
(5) Citado por Horacio Jorge Becco y María Delia Iturralde en César Fernández Moreno: Antología, ed. cit. p. 34.
(6) Ídem., p. 40.
(7) En César Fernández Moreno: Introducción a Fernández Moreno, Buenos Aires, 956, pp. 209-210.
Tomado de Diversarima (Texto originalmente aparecido en Cubarte)