Dos poemarios suyos por
Sanlope
EL
APOCALIPSIS
NO NIEGA LAS PALOMAS
Con la poesía delante para convencer de antemano, por el inefable
prestigio y efecto poderoso que su substancia tiene como humano patrimonio, una
mujer intenta desvelarnos, apelando a la sensibilidad común de la especie,
desde un grito de apremio que, cuando no apura, estremece. Los poemas son aquí
las esquirlas reunidas de un espejo atravesado por continua crisis, en un
estado permanente de violencias que amenazan la vida toda, más allá de la
especie. La tensión que acumulan sus páginas, obliga a una sensibilidad
superior, capaz de afinar el oído presto a los estallidos de estas horas de
desafuero continuo. Una sola urgencia: la invocación a la ternura. Una voz
sola: la de cada verso. Pactar a tiempo con el amor, es el ofrecimiento de este
libro.
Del poemario
El
Apocalipsis no niega
las palomas:
UNA ILUSIÓN ES MÁS QUE UN SALTO
Viajé por un día al abismo. La sangre en los ojos era tan fugaz como
el salto de un verdugo y las palabras ante mi navaja. Después del génesis los
jinetes tienen otra razón, andan con una concha a la cintura para anunciar que
el pasto es ilusión que enfrenta los puñales. El Apocalipsis no niega las
palomas, gorriones sin paraíso en un pueblo de brujos y guillotinas. La cuerda
trae consigo un Rocinante, quiere limpiar el alma: perderán el lebrel más hondo
y libertad será el secreto, apoyo de su burla. Temen mi rencor, mordidas donde
Cristo guarda la tierra. En el templo mi blusa de palomas, raída con los
dientes. No eran cirios nupciales, hombres adictos a la costumbre de las
piernas abiertas, sin saber que nostalgia es un plagio o la lengua huye para
dejarse amar por todos los culpables de la lluvia.
UNA
COPA NO MÁS
No estoy de acuerdo con las
maravillas
que en el mundo ennoblecen
su recodo
porque existe detrás de
algún beodo
una mujer, sin luz. (Las
manecillas
de un reloj que no marca las
sencillas
formas de andar si el
Universo peca.)
Es que detrás del vaso algún
enteca
decepciona sus dioses; pero
elige
-sin que la desnudez de un
rostro fije-
un camino de horror que el
tiempo seca.
Duele tanta viudez, llanto
enfermizo,
el arca maldecida que
endiablada,
esconde la traición y en la
mirada
devuelve el subterfugio más
castizo.
El Diablo es la perfidia del
hechizo;
el hombre busca en Dios el aposento
¿Quién marca con las uñas lo
violento?
¿En qué cruz a Jesús lo han
marginado?
Regresa con la herida en el
costado
para salvar los siglos del
tormento.
FANTASMAS INSULARES
E INTEMPORALES
¡Brindemos por el reloj de los que lloran!, dice Odalys Leyva
en uno de sus versos de este libro, en una flagrante alusión al más terco de
los problemas incorregibles que martirizan al ser humano: el tiempo. El tiempo es un problema para nosotros, un tembloroso
y exigente problema, acaso el más vital de la metafísica; la eternidad un juego
o una fatigada esperanza. Esto lo
afirmó Jorge Luís Borges en su ensayo Historia de la eternidad,
contenedor de sorprendentes especulaciones personales sobre esa categoría
filosófica que forma parte de las utopías que el hombre sueña modificar.
Sin embargo, esta mujer
angelada y promisoria, que se ocupa de asuntos supuestamente más terrenales que
la posteridad, acaba de poner en entredicho, sin proponérselo (o quizás sí,
¿quién puede saberlo?), la auténtica edad de Cronos en este libro titulado
FANTASMAS INSULARES, la última entrega de esta destacada autora cubana, sellada
por la editorial Sanlope. ¿Con qué piedras, con qué metales desmiente esta
mujer su condenación de finitud? ¿A qué armas acudió para someter al olvido? Tan
solo a la terneza de su voz, a la urgente brotación de su lirismo y a la
enumeración de sus vivencias, de sus amores nervudos y recientes que involucran
y suman, de sus dolores tautológicos y deshumanizantes. Odalys desafía y
degrada la supremacía del tiempo, y establece, como la hemos visto hacer en
otros títulos, vertiginosos canalizos comunicativos con puertos clásicos de la
cultura latina y universal. Y no solo lo hace con una seguridad matriarcal,
sino que se deleita diseminando su poder de dómina domesticando con la
palabra las gárgolas del tiempo, como ella misma exclama en este libro que se me antoja, precisamente, un anticipo, un
préstamo del tiempo. Su reverberación perdurará porque es un poemario de
sucesivas virtudes y una sola carencia: solo adolece de la “capacidad de
cesar”. Su permanencia en el ámbito lírico cubano es una intuición, casi una
profecía. Apartada de toda actitud centrista, la autora revela su visión de la
existencia a través de axiomas o insinuaciones que no son otra cosa que la cotidianidad
humana con sus ilusiones y sus intrascendencias proyectadas hacia un plano
universal. Es la gravitación vital del hombre y su entorno. Es la manifestación
de la vida con sus regodeos y sus imperfecciones. La medición lineal del tiempo
pasa a un segundo plano, o un plano indefinido y displicente, ante la
impostergable necesidad de la plenitud, por eso afirma: Feroz es el amparo que no busco, no crean mi eternidad.
Según Jorge Santayana, Vivir
es perder tiempo: nada podemos recobrar o guardar sino bajo forma de eternidad. Pero Odalys, que sabe
desarticular los arquetipos, que poliniza el horror con su palabra, sabe que el
tiempo empleado en vivir amantemente no es una pérdida, sino una inversión. Más
temprano que tarde, las ganancias engrosarán las arcas del alma, pero antes hay
que manifestarlo, hay que desenvolver, como una alfombra roja, un lenguaje
expedito, sin barroquismos, sin excesivos arabescos, que ilustre y resuma, que
inaugure sentimientos, que traduzca la belleza sin pretensiones de atrapar lo
eterno, como lo ha hecho ella en este poemario.
No es un libro fundador de
neocorrientes literarias, pero funda latidos novedosos. No es tampoco revelador
de secretos semánticos, pero devela las recónditas galerías interiores de esta
mujer que se gasta al servicio de la poesía mientras le resta al tiempo toda su
importancia y le anula toda su jerarquía y voluptuosidad.
Entre las credenciales temático-ontológicas de este cuaderno aparece
un motivo muy recurrente en la poesía cubana de antaño y hogaño: la
insularidad. Es nuestro ámbito, nuestra maldita circunstancia y Odalys,
por supuesto, es parte de ella. Así lo afirma: Mientras yo sigo en mi caracol, el mismo país, los muros y el mar que
rodea los sueños. Y más adelante lo reitera con todo el ritmo
de sus yacimientos endecas:
Los frutos son lo verde, la existencia,
el mito, lo insular, cada congoja,
una lágrima azul en cada hoja,
y Dios que nos prodiga la sentencia.
En las palabras de contraportada, el poeta Diusmel Machado barrunta: ¿Qué
habrían dicho, oscuridad o luz mediante, los muy grandes poetas José Lezama y
Virgilio Piñera, de sumergirse en estas páginas? ¿Con qué palabras definirían a
quien, desde su femineidad consustancial y condición de ser insular en su más
profunda esencia, arriesga lo mejor de sí: la voz y su palabra, para nombrar,
conjurar y desafiarse? Una tradición palpable, y una firme vocación por la
libertad que obliga al reconocimiento de lo auténtico y propio, acendran estos
versos, sobre los que irradian sus polvos más dispares —persiguiendo, con ello,
la armonía— épocas y culturas, ecos y discursos, corrientes de pensamiento y
filosofías contrastadas, cernidos con esfuerzo extraordinario en el tamiz de
una voz omnívora, cuya apetencia mira desde ángulos y perspectivas múltiples y
sin la exigencia del acabamiento. La noción de isla, choca sus márgenes aquí
solo para una mejor expansión del ser humano.
Odalys Leyva ha escrito un libro musicalino
y cadencioso, que tiene vetas de sinfonía y de tonada, con un lenguaje intemporal
y muy contextualizado a la vez. Vuelvo a citar al porteño bilingüe y brillante
Borges, quien en su polémico artículo titulado Nueva refutación del tiempo,
afirmó: Todo lenguaje es de índole sucesiva; no es hábil para razonar lo
eterno, lo intemporal. De
acuerdo, pero, ¿qué tal si la intención nunca fue “razonar lo eterno, lo
intemporal”, y sí documentar lo bello, lo afectuoso, lo aparentemente trivial y
cotidiano? Detrás de esas fruslerías, de esas miméticas habilidades se oculta a
veces también la eternidad. Sí, sabemos que hay que esperar. Toda obra debe y
tiene que arrostrar el desafío del tiempo, pero yo no arriesgo nada al
vaticinarle a este libro un largo y estupendo itinerario. Al menos en el
presente, ya lanza sus primeras señales intermitentes con esa libertad lírica
que se extiende como un Dios imperecedero. Odalys es, sin lugar a dudas, un ser
consustancial con su propia poesía, comparten la misma materia. Una poesía
híbrida, una aleación de dos vocaciones: de arpa una, y de ánfora la otra. Por
eso vibra y suena a la vez que guarda viejos aromas. Olores y música sublimes y
dolorosos, llenos de naufragios interiores y exteriores, de urgencias, de
soledades y de apasionadas lástimas.
Gracias a Odalys Leyva una
vez más, por este regalo para los sentidos, por este libro lleno de bondades
comunicativas. Bienvenido FANTASMAS INSULARES, no sólo porque enriquece el
acervo literario cubano, sino también porque ilustra la cosmogonía personal de
una mujer de eternos desasosiegos, pero ungida con los profundos y misteriosos
aceites de la poesía. Mis últimas palabras para Odalys a través de una estrofa:
Odalys Leyva: no hay nada
perdido.
Si ha de arrostrarse el
tiempo, que se arrostre.
No temas al olvido, que a la
postre
nada es más olvidable que el
olvido.
El tiempo de versar no ha
concluido,
no existen fechas de
caducidad.
Si quieres seducir la
eternidad
insta a tu espíritu a su
epifanía,
y apréstate a esperar que tu
poesía
mitigue un poco tu
insularidad.
Del poemario
Fantasmas insulares:
YEMA DE LA ISLA
Una isla es el sol que nos bebe y nos ama,
el líquido en desnudez del astro,
vivir en las costas como novia de sus piedras,
las ciudades, las callejuelas, y al viejo pregonero
que ve los gorriones en las palmas
y no siente dudas de que una isla
es fiduciario de recuerdos,
de pianistas que hicieron temblar a los vitrales,
adoquines y tejas,
faroles y guitarra.
Una isla es el teatro donde Bola de Nieve
marcó sus escaladas
y Ernesto Lecuona rozó todas las mulatas.
Alicia Alonso quiso besar los cisnes.
Los caballeros, hidalgos que no son de La Mancha,
se trasladan sin la última marca de jeans
para atravesar el malecón
donde los jóvenes miran al mar
y tiran jazmines,
se besan y el pecado no está en los manjares
o en el mantel con frutos
que a la vista sigue siendo la isla,
y las naranjas y mangos
son un arco de luz,
la mesa, sitio sagrado,
unión donde la familia recrea la verdad,
unión de santos,
muros de pensamientos,
deslealtades,
interrogación sobre qué es Internet?
y qué los suicidios en grupo?
El padre no entiende de satélites,
la madre no piensa en los videos,
ni en la TV por cable,
para ella existe el ajo y la cebolla,
asuntos de primera instancia,
el bolero y el son.
Los hijos son seres musicales,
hombres que en la escalinata de la Universidad
aplauden un concierto de Pablo o de Silvio.
Unidos donde las banderas son una sola,
y la estrella es como la Isla que sigue al centro.
LA
ÍNSULA PACTADA
He podido emigrar de mis
antojos,
darle a la libertad su rosa
blanca
y ser esa gaviota que se
arranca
la venda traicionera de los
ojos.
No he de pactar ocultos
desalojos,
la mente se aprisiona
turbulenta
y detrás de la fe el dolor
se inventa
un camino de avispas y
escorpiones.
(No me queda lugar para
ilusiones
y me encuentro al final de
la tormenta).
El vuelo es un destino sin
derrota,
las plumas no disgustan su
letargo
más punza su licor fogoso,
amargo,
en el ferviente sueño de ala
rota.
Con sus nubes el aire es
agua ignota,
nos sirve como elixir de los
dioses
que saltan las fronteras,
más no oses
en descubrir su copa de
tormento,
disgustan su altivez en el
lamento
y no quieren vivir humanos
roces.
Si libre me obsesiona la
abstinencia
de conocer los potros y los
ríos
es que oculto dañados
desafíos
que sobran de la duda y la
demencia.
Trotar tiene su clase, leve
urgencia
que desboca a través de los
caudales;
disfruto de mi casa los
vitrales,
el techo de sorpresa y de
conjuro.
(La libertad es campo del
futuro
donde deben purgar todos los
males).
El odio, la mentira,
violaciones,
el robo, el desacato y el
engaño,
la doblez, el mutismo, hasta
el regaño…
todos deben sufrir las
maldiciones.
De Dios han de llegar
sobrias unciones
para los seguidores de
perfidia,
el hombre hace mutismo en
cada lidia;
son tantos los pecados en lo
inerte
donde Judas prefiere cada
muerte
antes de echar sus ojos a la
envidia.
Ser libre es no chocar con
las fronteras,
saltar humildemente de los
muros,
no esconder nuestras ansias,
los apuros
de hacer del Universo mil
maneras
donde vivir sin más
enredaderas,
ni bejucos secándonos el
alma.
El árbol tendrá flores en la
calma,
el aire vibrará su grato
aviso
y Dios debe brindar el
Paraíso
donde la libertad su luz ensalma.
Libre de todo grito, sin
querella,
con el mar seduciendo cada
ola
en la voz de adulzada
caracola
que tiene libres pactos con
la estrella.
Mar abierto, sin cruces ni
centella,
negando la acechanza y
falsedades
donde brotan humildes
voluntades.
(Es la insularidad que fuego
estalla,
nademos libremente por la
playa
hasta juntar en Dios
nuestras mitades).