miércoles, 30 de noviembre de 2011


La décima
infinita


Por Rogelio Riverón
Publicado en Granma,
14 enero 2002, página 6


Puesto que la décima es un género que nunca está demasiado lejos de nosotros, quiero llamar la atención sobre un libro trascendente a mi modo de ver. Y puesto que el libro lo merece, para redundar con elegancia. Me refiero a (In)vocación por el paria, cuaderno con el que Pedro Péglez González conquistara el Premio Iberoamericano Cucalambé de Décima, en el año 2000.

Publicado por la Editorial Sanlope, de Las Tunas, el pasado año (se refiere al 2001, N. de la R.), este decimario tiene la cualidad de tensar la tradición de una manera a primera vista desmedida, sin miramientos, pero al final, por obra y gracia de un misterio filial, por fuerza de la nostalgia, recurre a ella. Pedro Péglez ha de saber que no hay tradiciones simples, que aun a contracorriente, uno se deja acompañar por ciertas verdades, por ciertas evidencias. Y así atina con un libro que establece un juego de sentidos sugerente, inconforme, de molduras afiladas, reverente y revirado.

(In)vocación por el paria se teje en una palabra movediza que se adhiere a referentes culturales conocidos y no tanto, pero todo el tiempo nos presta una sensación de cercanía que yo adivino en el tono del rapsoda, del juglar que es Péglez en este libro. Como el molde octosilábico de la décima le queda en ocasiones corto, él no tiene a mal forzarlo, y así lo vemos sobre largas estrofas armado con una constante: el lirismo. Entonces ya podemos hablar tranquilamente de una sucesión, es decir, de una vuelta a los modos en que el cubano es decimista.

El amor y la muerte, lo temporal y lo inalcanzable se entretejen en (In)vocación por el paria para que no sepamos a veces cuál es cuál. Viajan sobre imágenes previstas que el poeta refresca con un giro personal, con una extraña parsimonia, convencido de que vida y cultura, arte y biografía son tangentes. Es preciso, eso sí, inventarles fronteras, difuminar sus límites, como ocurre en este libro que he leído de un tirón, pensando en cómo lo leerán los otros, esos lectores que reclama con la inteligencia de la buena poesía.




domingo, 13 de noviembre de 2011


Mariana
responde
a Ronel


Carta a Ronel González, a propósito de su trabajo crítico Con la paciencia de un miniaturista, enviada por
Mariana Enriqueta Pérez Pérez, poetisa, investigadora, fundadora y conductora de la tertulia La décima es un árbol, miembro del Grupo Ala Décima y su representante en Villa Clara.



Querido Ronel:

Al leer el título podrás pensar que voy a escribir algún desacuerdo con tu crítica, pero te anuncio que mi propósito está muy lejos de eso, por el contrario, quiero sumar a tu voz, que es erudita e inteligente, mi expresión directa y sencilla.

Yo tampoco he perdido la fe en la décima, ya que la considero una estrofa en la que puede poetizarse todo, desde lo más elemental hasta lo más elevado —tú mismo has puesto los ejemplos, así que los míos serían redundantes—. Y concuerdo también cuando opinas que debe decirse décima «a secas», sin más nombres.

El párrafo que comienza con la frase «Las preguntas sobran y obseden» me parece sustancioso e informa de una realidad, bastante triste, en torno a los concursos y espacios institucionales de la décima escrita.

No obstante, creo que sería injusto dejar de reconocer el aporte que están haciendo las peñas y tertulias que, en diferentes regiones del país, promueven esta variante de la estrofa, así como el Grupo Ala Décima a través de su blog, o el evento «Décima al filo» del grupo homónimo. Y todavía quedan dos concursos de nivel y exigencia, el Ala Décima y —no me acuses de chovinismo— el Premio Fundación de la Ciudad de Santa Clara, aunque con periodicidad bienal para la modalidad que nos ocupa.

Creo que los poetas que también nos expresamos en la estrofa de diez versos debemos —ya tú has dado el pie— crear un «bloque», compacto y firme, en su defensa. Hasta ahora hemos trabajado, pero hay que hacer más, siempre más, para que los decisores [perdona el neologismo] de políticas editoriales, y culturales en general, no se hagan de la vista gorda frente a una realidad notable: los lectores necesitamos que se publiquen más libros de décimas, porque en Cuba somos decimistas desde la cuna, porque existen muy pocos poetas-escritores que no hayan creado, al menos, una décima en su vida, y porque el pueblo cubano es amante de la poesía medida y rimada, principalmente de la sonoridad que aporta esa estrofa.

Con el fin de comenzar a hacer algo, ayer cité tu nombre y tu artículo —durante una reunión con Aida Bahr, en representación del ICL— para la argumentación de esa necesidad de los lectores; más tarde, ya personalmente, le ofrecí ideas de cómo el Instituto puede lograr, con un bajo costo, que la décima llegue a todos los lectores. Mi sugerencia fue sencilla: le recordé que antes de 1959 se publicaban hojas sueltas y se vendían a muy bajo precio; pues bien, se trataría de crear una colección de pequeños cuadernos, quizás en tres series: poetas relevantes de nuestra historia literaria (El Cucalambé, Poveda, Fornaris, El Indio Naborí, y otros), décima humorística, y décima escrita de autores contemporáneos. Esos cuadernos, con reducido número de páginas y formato, podrían salir en tiradas grandes, sin que ello representara un elevado gasto de insumos. Aida consideró que era una buena idea, y si ahora la comento es para que podamos defenderla, entre todos, ante la dirección del ICL.

Pienso, amigo Ronel, que esa realidad expuesta por ti puede revertirse si cada cerebro decimista piensa un poquito a favor de esta variante poética y logra que otros lo comprendan. ¡Hagámoslo entonces!

En Santa Clara, a los 3 días de noviembre de 2011


Mariana Enriqueta Pérez Pérez



Con este link, felicitación del Grupo Ala Décima a la tertulia La décima es un árbol, en su cuarto aniversario

Muestras de la obra poética de Mariana Enriqueta Pérez Pérez, pueden verse mediante los siguientes enlaces con el blog Álbum nocturno y la antología on line Arte poética. Rostros y versos, ambos del poeta salvadoreño André Cruchaga. Varios estudios realizados por ella aparecen en nuestra sección Decimacontexto: Polizón en la aljaba de Eros, sobre la décima de amor escrita en Villa Clara. Las albas rumorosas, acerca del libro Jiras guajiras, de Samuel Feijóo. La décima cubana durante las guerras de independencia: los poetas de la guerra, interesante aporte sobre ese período. La décima escrita en Villa Clara, sobre la poesía concebida en estrofas de diez versos en esa provincia.

Visite el sitio web de su tertulia La décima es un árbol, ya con actualizaciones (aunque no todas, nos aclara Mariana) y una nueva sección: Debate.


MÁS INFORMACIÓN SOBRE
LA DÉCIMA EN
ESTA PROVINCIA HACIENDO CLIC AQUÍ:
VILLA CLARA




viernes, 4 de noviembre de 2011

Memorias de la Bienal Identidad

Cuando el viajero recibe
un beso de Jarahueca

Tanta entrega recíproca entre pobladores y sus huéspedes, hace cada vez más insólitas las referencias enfiladas a privar a Jarahueca de su condición de sede natural del evento o dejarlo languidecer

El concierto de Liuba María Hevia fue una clausura de alta espiritualidad.


Por Pedro Péglez González

Con la colaboración de Olga Lidia Pérez
Fotos: Wildy y Olga Lidia


Dice Ernesto Mederos que el cariño del pueblo rebasó c
on creces lo que le habían contado.

En septiembre pasado, el joven creador —nacido en La Habana en 1990; trovador, repentista y escritor— asistió por vez primera a la Bienal Identidad de homenaje a la poetisa, compositora y artista de la plástica Ada Elba Pérez (1961-1992).

En esta, su octava edición, durante las actuaciones de Ernesto en la etapa habanera del evento, muchos de los participantes habituales le hablaron del pueblo espirituano de Jarahueca, tierra natal de la homenajeada, donde serían como de costumbre los días finales de la Bienal, regidos por la magia terrenal de la localidad, cuyos pobladores acogen en sus viviendas a los escritores y artistas visitantes como si en ellos regresara repartida aquella muchachita que salió un día de sus calles aromadas a tierra húmeda para poblar con su arte otros confines de su patria y de América.

Lo primero que conmovió a Ernesto, a la llegada del ómnibus de los huéspedes, fue la aglomeración de anfitriones, en cuyos rostros apreció el desborde de alegría que solo es posible en quienes aguardan a seres muy queridos, aunque varios de los arribantes les eran físicamente desconocidos.

Allí empezó para el estudiante de la Licenciatura en Letras —otrora alumno fundador de la Cátedra Experimental de Poesía Improvisada de Alexis Díaz Pimienta— la consagración de lo imaginado, que día a día creció con estampa tras estampa de la intensa acogida jarahuequense. Y tanto pálpito ordenó a la frente, el pecho y la mano del poeta:


El polvo agrieta el semblante

del viajero. La sequía,
tanta fantasmagoría,

sueño de viajero andante.
Inocente el caminante
deja su suerte a la rueca.
La suerte es precaria y hueca
pero resucita y vive

cuando el viajero recibe
un beso de Jarahueca.


Otro tanto, con expresiones diferentes, testimoniaba el t
ambién joven creador Fernando Rodríguez Falcón, iniciado por igual este año en la Bienal, a la cual llevó sus fascinantes desempeños en cocina artística, que imbrican su vasta experiencia como chef internacional con su afán de crear obras de valor estético confeccionadas con alimentos.

Tanta entrega, tanta interacción espiritual entre una población que aguarda con devoción el encuentro para darse a él y a sus huéspedes —quienes acceden sin esperar otra retribución que no sea la de ofrecerse por entero y recibir el abrazo de su público—, hacen para quien escribe estas líneas cada vez más insólita la referencia de acciones perceptibles, que parecen estar motivadas por el deseo de que languidezca el evento o por la inconcebible pretensión de privar a Jarahueca de su condición de sede natural de la Bienal Identidad, lo cual trae a la memoria similares dislates, como el de pretender escamotear a Las Tunas la paternidad de la Jornada Cucalambeana.

Más allá —o tal vez más acá— de esos desatinos y desatenciones, mortificantes e incómodos, por no decir insultantes, la VIII Bienal Identidad transcurrió a contrapelo de muchas dificultades, para nada atribuibles a la voluntad y desempeños de visitantes y locales.

Estos últimos brindaron como siempre, a más de la hospitalidad, las actuaciones vibrantes de su compañía de teatro infantil La Colmenita —entidad artística conducida con ejemplar pasión por Martha Julia Hernández y que fuera creada allí desde la primera Bienal por la originaria agrupación de ese nombre, fundada y dirigida en La Habana por Carlos Alberto Cremata—; las lecturas de textos poéticos por los bardos del patio, a los que se sumaron escritores de Yaguajay y de la capital provincial —entre ellos varios de veteranía literaria como Esbértido Rosendi y Manuel González Busto—; las actuaciones de trovadores del propio pueblo —de muy atendible talento—; y la premiación de su ya tradicional concurso de poesía Ada Elba Pérez, ganado en esta ocasión por la poetisa jarahuequense María Delia Cepeda, que mereció también en el certamen el Premio Especial otorgado por la Casa de la Poesía de la Oficina del Historiador de La Habana.

El aporte de los huéspedes, además del intercambio con todo lo anterior y sus actuaciones en citas diurnas y espectáculos nocturnos, configuró toda una agenda de talleres brindados a los pobladores. Amén de los mencionados Ernesto Mederos, quien atendió un aula de repentismo, y Fernando Rodríguez Falcón, con su espacio que fue delicia para las amas de casa, sesionaron los talleres siguientes:

El de Origami, para niños y jóvenes, impartido por Mirna Figueredo, de Santiago de Cuba, complementado por una exposición que ella trajo y mostró en la Casa de Cultura del poblado. Mirna vino desde Santiago pagándose su pasaje, dinero que le prometieron retribuirle y nunca recibió.

Dos talleres, de Alambrería y Collage (ambos para niños y adultos), fueron ofrecidos por Feliberto Artesano, curador y profesor de la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana. Otro de Artesanía, de trabajos con tarros y talla en madera, fue impartido por Francisco García, quien además aportó piezas para premiar el concurso literario).

Un aula de Artes Plásticas (para niños), fue atendida por Crispín Sarrá. Otra de Promoción y Comunicación (para bibliotecarios y promotores culturales), estuvo a cargo de Lorena Martínez, profesora instructora de Literatura en la Casa de Cultura Gonzalo Roig, de Cárdenas, Matanzas. Concepción Moré, "Conchitica", Premio Nacional de Cultura Comunitaria, brindó un taller de música (dirigido a Instructores de Arte) sobre la obra musical para niños de Ada Elba Pérez (foto de abajo).

Otros espacios, ya habituales en las Bienales, fueron los de Parche y de Aguja e hilo, impartidos respectivamente por las especialistas Adela e Idania, amigas bien conocidas por el pueblo de Jarahueca, en virtud de sus sistemáticas y activas presencias en las ediciones de este evento.

El pintor y diseñador Alejandro Greenidge (Dickxon), quien estudió con Ada en la Escuela Nacional de Arte y fue para ella un verdadero hermano, no pudo asistir a esta VIII Bienal, pero preparó especialmente para ella su exposición "Homenaje a Ada Elba Pérez", y la envió desde La Habana para ser expuesta en Jarahueca durante estos días de actividades.

Como en años anteriores, Miguel Morgado, de la Congregación de Plateros San Eloy, trajo un donativo de esa entidad, consistente en enseres para la Escuela Especial del municipio, que hasta este año radicó en la propia Jarahueca, y como de costumbre, entregó una pieza artística de alto valor para el Premio Especial que otorga la Casa de la Poesía en el concurso de literatura Ada Elba Pérez.

El destacado fotógrafo Israel Díaz (Wildy), a más de su contribución a la memoria gráfica del evento, una vez más se hizo acompañar de un modelo de embarcación, a pequeña escala, que puso a navegar en el arroyo del pueblo, con mando digital a distancia, para regocijo sobre todo del público infantil.

Todo ello resumido con un enternecedor concierto de clausura por Liuba María Hevia, quien fuera amiga de Ada, y no obstante su apretada agenda de trabajo artístico viajó al poblado especialmente para este broche de cierre pleno de espiritualidad, para concluir que Adita, por encima de incongruencias y desatinos, vuelve siempre a su origen, a aquellas calles con aroma perenne a tierra húmeda, por que el viajero reciba un beso de Jarahueca.

OTRAS IMÁGENES DEL CONCIERTO

A pesar de que fue necesario dar el concierto bajo el sol todavía algo fuerte de la tarde, se congregó allí, ante la entrada de la biblioteca que lleva el nombre de Ada Elba Pérez, un verdadero mar de pueblo. Entre los asistentes, estaban los ancianos padres de Ada, que a pesar de estar enfermos sintieron la responsabilidad de estar en el homenaje que todos rendimos a su hija.


INFORMACIONES RELACIONADAS CON ADA,
SU OBRA Y LAS BIENALES IDENTIDAD:

Ada, una poetisa que retorna
Para acercar(se) a Ada Elba

Ada tú, mariposa

Jarahueca, alegre Fuenteovejuna
Ada canta y lee por sus 50




miércoles, 2 de noviembre de 2011


Había una vez
un escritor…



Sobre el libro
Palabras en la arena,
de
José Manuel Espino,
obra ganadora en décima
en el Premio Fundación
de Santa Clara 2010



Por Pedro Péglez González


Había una vez un escritor, que aunque había estudiado Economía, supo que lo suyo no eran los números sino las letras. Y aunque nació en el pueblo matancero de Colón y nunca se movió de allí, no necesitó irse a La Habana para que lo conocieran, y con 21 años ya tenía publicado su primer libro. Y aunque escribió para niños mucho, pero mucho, porque eso lo devolvía a la infancia y lo hacía un hombre más alegre (si es que se puede ser más alegre que José Manuel Espino), pensó que las personas mayores también tenían derecho y escribió para ellas, no sin antes pedirles permiso a los niños.

Y en esos ires y venires de escribir para los que lamentablemente han dejado de ser “locos bajitos”, este escritor hizo versos de todas las maneras habidas y por haber, pero siempre se sintió inclinado por la humilde estrofa mágica de los diez versos que, por cierto, personas mayores se han empeñado en ponerle apellido tras apellido para complicarle la vida a la sencilla y acogedora décima.

Y el cariño entre ella y el escritor fue mutuo, es decir que no le fue con ella nada mal al escritor. Tanto fue así, que hubo un año en que un poemario suyo en décimas, titulado Palabras en la arena, ganó una mención en el importante concurso iberoamericano Cucalambé. Un año en que, por cierto, junto a este escritor recibieron menciones también tantos buenos autores, que mientras se leía el acta del jurado la gente pensó que el premio se lo iban a dar a Calderón de la Barca.

El caso es que el amigo de esta historia nunca abandonó las páginas de sus Palabras en la arena, las acarició una y otra vez con sus lápices de sueños, avivando o atenuando los colores por aquí y por allá, combinando mejor sonidos y silencios acá y acullá, hasta detenerse cuando le pareció que el libro le gustaba más (porque él sabía que en verdad uno nunca termina de escribir un libro) y además le pareció que el libro podía gustarles a las personas mayores, sobre todo a aquellas que, aunque sea un poquito, no han dejado de ser duendes.

Pues nada, que lo envió al también importante concurso Fundación de la Ciudad de Santa Clara, y parece que le fue acertado enviarlo, porque allí le dieron el premio de décima a estas Palabras en la arena que, aunque dichas a los adultos, se inician, eso sí, con la advertencia del autor: Soy el niño frente al mar / escribiendo sus palabras.

Y he aquí el milagro. El milagro de que esta persona mayor que dice sus inquietudes, sus remembranzas, ensueños y angustias a las otras personas mayores, al hacerlo sin perder la capacidad de juego y de asombro de la infancia, sentado a la orilla de una playa donde todo está como empezando siempre, obra la magia de que las olas vengan una y otra vez para cubrir y descubrir sus letras, sin borrarlas, sino acentuando y acariciando a un tiempo sus contornos en un raro sortilegio.

Así, lo que duele (y ya sabemos que la más honda poesía viene del dolor), duele y no derrumba, sino duele y levanta, porque no renuncia a la capacidad restauradora de la inocencia o, cuando menos, a la aptitud restañadora de la indulgencia consigo mismo y con el prójimo.

Referencias, apropiaciones y recontextualizaciones de valores de la cultura universal de todos los tiempos y también contemporánea, proceder tan al uso (y a veces al abuso) de la actual literatura, al influjo de la llamada dominante cultural de la posmodernidad, tienen en el libro un balanceado y justificado protagonismo que consigue vertebrar la obra y hacerlo sin estridencias.

Hay también cordiales atrevimientos como la ruptura del esquema gráfico-sintáctico-sonoro de la décima —si bien no iniciáticas, sin duda empleadas con acierto—, uno de los recursos caracterizadores del proceso de revitalización de la escritura de la estrofa, no desplegados aquí sino en zonas puntuales que les son propicias, mientras que lo predominante es más bien la cercanía agradecible al formato más convencional, que por momentos pareciera va dejando de serlo.

De todo esto, y más, se pudiera escudriñar en Palabras en la arena. Pero yo prefiero quedarme con ese ademán como de insólita placidez con que el escriba ha asumido los ríspidos escollos, perdurables en el ruedo de la contemporaneidad, para desbastarlos a golpe de letras en el polvo de la roca.

Porque ese ademán es acaso el que nos permita decir, alguna otra vez, andando el tiempo: Había una vez un poeta que escribió mucho para los pequeños, aprendió de sus sueños, mas comprendió que las personas mayores también tenían derecho y escribió para ellas, pero siempre desde el aire suspendido ante esa gracia / del niño que recobra en cada audacia / los ojos descendiendo en la pleamar.