Lleva sus versos con la
naturalidad de quien los vive
Una semblanza sobre el poeta Gilberto Cruz Rodríguez, Pucho, publicada en la revista Bohemia en septiembre del 2018, con texto y fotos del reconocido poeta, periodista e investigador Luis Toledo Sande
En el poeta al que se dedica este artículo pensaba también el autor cuando en un texto reciente se refirió a distintos modos como podría recordarse el pueblo de Velasco, situado en la provincia de Holguín. De no haber sido por requerimientos del tema (la urgencia de restaurar el maravilloso Centro Cultural de la localidad), habría podido, o debido, insistir en la asociación que cabe establecer entre el territorio y pobladores suyos, o pobladoras, que no mencionó entonces, incluyendo combatientes revolucionarios de las sucesivas etapas de la historia de Cuba y su internacionalismo.
Cabría tener en cuenta igualmente a quienes se han hecho apreciar por la manera esforzada y fructífera con que llevaron o aún llevan sus oficios o profesiones, o que se hicieron célebres a su modo, aunque fuera por el toque pintoresco que los caracterizó. Una de las personas relevantes por su trabajo es Gilberto Cruz, nombre que a sus coterráneos les pudiera decir menos que Pucho Cruz, o simplemente Pucho. ¿Estará ese hecho entre las motivaciones que lo animaron a escribir su disfrutable “Guía de apodos de Velasco”?
Nacido el 6 de agosto de 1937 en Las Bocas, caserío rural de la periferia y cuyo nombre se ha reducido a Bocas, la mayor parte de su vida ha transcurrido en Velasco, donde se le profesa cariño de familia. También se le admira, pero quizás no exista un conocimiento generalizado de hasta dónde llega el quehacer de ese hombre, entusiasta y delgado, que tiene 81 años cumplidos y desanda las calles con agilidad y talante que personas mucho más jóvenes quisieran tener.
Empezó a escribir, recuerda, cuando contaba 15 años. Pero no faltarán quienes lo conozcan, a secas, como un carpintero quijotesco que no parece interesado en vender muebles, aunque pudiera hacerlo como el artista que es en el trabajo de la madera. Lo certificarían holgadamente sus realizaciones escenográficas para el teatro de la localidad, sobre todo cuando allí el movimiento de aficionados que se generó al influjo de la Revolución alcanzaba su mayor esplendor, junto con la construcción del prodigioso Centro Cultural que bastaría para legitimar la fundación en torno a él de una ciudad con todas las de la ley.
No es artista solamente por lo que sus manos hacen con la madera –desde la miniatura de un velero antiguo hasta otras maravillas–, sino por su actitud ante la existencia. También ha sido obrero agrícola, panadero, electricista y director de casas de cultura en Velasco, Gibara, San Germán, Rafael Freyre y Mayarí.
Todo eso ha hecho, y quizás más, sin descuidar su afición literaria: “Nunca me ha sido difícil ejercer mis distintas actividades, porque las realizo con amor”. Y, aunque lleva ya un tiempo jubilado, lo regocija decir: “Me mantengo activo, y así me mantendré mientras tenga el ánimo dispuesto para continuar mis actividades literarias”.
Libros personales suyos y volúmenes colectivos en que está representada su poesía.
Tal vez algo haya puesto en su vocación la manera como tempranamente se
relacionó con la imaginación y la fantasía: su padre era el dueño del único
cine de Velasco. “Eso significó mucho para mí. Le debo parte de lo que soy, y
quisiera que nuestro cine volviera a funcionar como antes”. Pero ello no basta
para explicar su entrega a la poesía.
De formación básicamente autodidacta –no terminó el bachillerato–, sus lecturas y el contexto de su juventud lo pusieron en contacto con derivaciones del posmodernismo y herencias neoclásicas y románticas, unas y otras asumidas por él, a menudo, en el soneto, y hasta en cómo inicia sus versos: con mayúsculas. Su afición por la décima podrían explicarla el contexto y el aliento rurales de Velasco.
“Me impulsó a escribir el entorno campesino donde he vivido y el amor por lo hermoso”, expresa. Añádase la importancia que tuvo –y no ha dejado de tener– la cultura radial, desde lo más considerado serio hasta dimensiones humorísticas que a menudo han tenido cauce en los dominios de la picaresca, apreciable en toques de su obra.
Más allá de su gusto por una estrofa u otra, su avidez por aprender lo puso en camino de recibir influencias. Considera básicas las de Fray Luis de León, Miguel de Cervantes, Luis de Góngora, Federico García Lorca, Julián del Casal, Gertrudis Gómez de Avellaneda y dos emblemas de la décima en Cuba: Juan Cristóbal Nápoles Fajardo, El Cucalambé, y Jesús Orta Ruiz, Indio Naborí.
Pero tiene su manera propia de asumir la literatura, animado por su personal sentimentalidad y el afán cualitativo con que acomete su brega. Y no hay cómo soslayar la mezcla de modestia sincera y seguridad inocultable con que se ha mantenido escribiendo durante décadas, sin esperar el reconocimiento que no le ha faltado, pero está lejos de ser todo el que merece.
Agradecido, y de espíritu sano, hasta ingenuo si se quiere, pero lúcido, considera: “Siempre he tenido el apoyo de Cultura para desarrollar mis actividades literarias”, y no habrá de tenérsele a mal que albergue esta esperanza: “Cualquier otro tipo de ayuda no la descarto en cuanto a publicaciones”.
Esa ilusión pudiera atenderse no solo en su pueblo, del cual dice: “Ha significado para mí el todo. En esta localidad he sembrado un árbol, he tenido dos hijos y he escrito 17 libros, de los que solamente se han publicado cinco. Amo su entorno, sus paisajes, su gente única, laboriosa y útil dondequiera que esté, y preocupada por mantener sus costumbres y su cultura, a pesar de las dificultades que hoy afronta Velasco”.
Encuentros de escritores y poetas, y de cultores de otras
manifestaciones artísticas, tienen por extraordinaria sede al Centro Cultural
de Velasco, que mucho más aportaría a la cultura nacional si lo salvaran del
deterioro que sufre.
Derecho tiene a pensar en los más de 10 libros suyos que no se han
editado. Pero tiene en mente, ante todo, a la comunidad. Refiriéndose a su
Centro Cultural, añade: “Los talleres literarios y en general el movimiento de
artistas aficionados posibilitan que esta obra, que ha de seguir siendo orgullo
de todos en el país, mantenga vivas las esperanzas de nuestros niños y
jóvenes”.
La atención merecida por el quehacer literario de Gilberto Cruz no debe ceñirse a Velasco, ni siquiera a la provincia de Holguín –a cuya filial de la Uneac pertenece–, aunque los modos naturales del poeta puedan generar confusiones para ciertas maneras de valorar, y él no ande reclamando mucho.
El soneto con que cierra el volumen –en espera de una editorial que lo publique, algo que él añora– donde ha compilado su poesía, desde el título habla de su “Conformidad”, tal vez coraza contra indiferencias. Pero de principio a fin corrobora que se está ante una obra que no debe quedar en el olvido, aunque el soneto no hubiera suscitado la admiración, con la que justificadamente el autor se siente honrado, de Cintio Vitier y Fina García Marruz:
Conforme estoy con lo que Dios me ha dado,/ No ambiciono más lauros del destino/ Que saber que recojo en mi camino/ La cosecha de bienes que he sembrado.// Que llevo lo que tengo a bien ganado/ Sin más tesoro que escuchar el trino/ Del pájaro que canta sobre el pino/ O cuando cae la primavera al prado// Saberme útil sin sentir los daños/ Que van labrando al corazón los años/ Por los ásperos trillos recorridos.// Nunca podré estar solo en este viaje,/ Mientras tenga en mis ojos el paisaje/ Y el júbilo del río en mis oídos.
EN NUESTROS ARCHIVOS:
— Gilberto
Cruz visto por Agustín Serrano. Con Pucho por los sagrados territorios de la
poesía.