Sobre el libro Nosotros los cobardes,
Premio Iberoamericano Cucalambé 2012
¿MIEDOS
PLURALES O COBARDÍA CONTAMINANTE?
¿Podrían
combatir los cobardes? No es una pregunta capciosa ni supone una respuesta
obvia. Yo, particularmente pienso que sí. La historia, por muy falseada que nos
la transfieran, (la historia siempre será falsa o medianamente verosímil para
una de las partes implicadas), está llena de ejemplos de cobardes que saltaron
del pavor a la heroicidad estimulados por un motivo supremo, sea cual fuere.
Como en la navegación en globos aerostáticos, los miedos son lastres que urgen
soltarse para conseguir la elevación. Todas las fobias son pesos inoportunos
ancorando el espíritu humano. Y en los espíritus propensos a la levitación solo
existe una urgencia: desatar lastres, so pena de condenarse para siempre a ser
una energía anclada en fatídicos suelos. Y es precisamente ésta -sacudirse los
miedos-, la circunstancia que genera seres valientes. Es el acto más bizarro
que conoce nuestro género, es, sencillamente, un molde de héroes.
Aquí,
en Guisa, hay dos cobardes que retaron sus desasosiegos con las armas más
temibles que los humanos poseen, y que los convierten en hombres respetables
cuando se deciden a usarlas con decoro: sus voces. Sí, no siempre las batallas
son literales, saturadas de obuses y metrallas. Ésta que han librado Alexander
Aguilar López y
Jorge
Betancourt Quintana, ha sido una batalla literaria, que para nada es una sinonimia de la
pasividad. Estos dos escritores guiseros -o guisantes, como se les llama
humorísticamente en nuestro gremio-, son dos tímidos acopiadores de méritos que
han escrito un libro beligerante titulado Nosotros
los cobardes; un polvorín de palabras explosivas y musicales al mismo tiempo, un
decimario que conquistó para sus autores el premio más codiciado de la décima
escrita en el planeta: el
Premio Cucalambé del año 2012, y que un año después se condensó en este hermoso cuerpo
de papel, consumado por la Editorial
Sanlope, de Las
Tunas, ciudad sede del concurso.
Este
libro contiene dos actos heroicos fundamentales. Uno es ser un cuaderno que
palpita con el pulso superviviente de la poesía silábica. En el prólogo a mi
libro El
arconte de todas las miserias, el poeta y erudito Roberto
Manzano afirma: Pueblo musical, que en el
terreno acentual y rítmico constituye un foco mundial, el cubano ama la
rotundidad acústica y el timbre coloreado, la fuerza sonora de las ideas.
Esto es
un axioma, negado solo por aquellos que son incapaces de poetizar desde los
resonantes tablados de la cadencia. Pero sucede que estos son tiempos
desmusicalizados y antirrítmicos donde una mayoritaria y decisora parte del establishment
literario respira inmersa en la construcción y desconstrucción de la poesía
prosaica, (aludiendo a la primera acepción de esta palabra, es decir, relativo
a la prosa); y otra buena parte de cultores de la décima hacen alardes de
transgresiones ideoestéticas que los convierten en, al decir del poeta Argel Fernández, un mar de autores que escriben sus composiciones con maestría de
arquitectos, apostando por el diccionario y un supuesto vanguardismo a ultranza
que, a fuerza de gestar una tropología sibilina y un coloquialismo insípido,
tratan de mantener su rumbo en la corriente del verso libre, creyendo
erróneamente que la única vía de perpetuar la décima es la del experimentalismo
puro.
Por
tanto, reitero, éste es el primer acto heroico de Nosotros
los cobardes: sostener un planteamiento aconsonantado y métrico en medio de los, cada
vez más, vastos territorios del verso blanco, y hacerlo sin las contaminaciones
artificiosas de la moda decimística cubana, ni con pavoneos epistemológicos,
(aun cuando las arcas neomodernas portan tendencias epistemológicamente
nihilistas, insurrectas e inconsecuentes con su pasado, su presente y su
futuro).
Pero
Jorge y Alexander no solo emplearon en su obra levadiza la aliteración, el
metro, la rima, el encabalgamiento, los quiebres de línea, la tradición, los
tanteos tropológicos, las expectativas, los giros, y las trabazones
intertextuales, que constituyen la osamenta estructural de sus poemas, sino que
además, -y éste es el segundo acto heroico del libro-, despliegan mapas de
rituales cotidianos, tonos dubitativos y dolientes que codifican una perniciosa
inconformidad, parábolas elipsoidales que comienzan en el cenit cósmico y
vertiginosamente descienden en un zoom
que nos acerca al nadir terrenal, hasta dejar expuesta alguna dolencia social
de nuestra isla y de nuestro tiempo. No hay intenciones lúdicas en esta última
temeridad. No puede haberlas en medio de tantas angustias. Definitivamente no
es un juego. Y si lo es, es un juego lapidario, un juego diabólico, o algo
onírico, como lo describe el tremendo Carlos
Esquivel al
prologar el libro: …su juego es el único
acto de enfrentamiento con la realidad, su juego no es piadoso, no divierte, es
una urgencia, una privación de inocencia, un agresivo (y hasta hermoso)
contraste de sombras y luces.
Es de
esta forma que los autores propagan sus miedos contaminantes que, por sus complexiones
ontológicas y la verdad que preconizan, se convierten subitáneamente en miedos
plurales, compartidos y adoptados por todos los que se asoman al libro. Un
libro en el que la poesía levita por encima del verso, como si cada renglón
tuviera un alma paralela y visible, pletórica de ecos del pasado, de discretas
rupturas e insubordinaciones insinuadas y sutiles. La sutileza es un arte. El
punto 37 de El arte de la prudencia,
de Baltasar Gracián, dice textualmente: Conocer las insinuaciones y saber usarlas. Es el punto más sutil del trato
humano. Se usan para probar los ánimos y, de la manera más disimulada y
penetrante, el corazón. Un corazón
cuarteado como el de Anaïs Nin, pero asistido y vendado por estos dos cobardes
que revelan su obra con un valor irresoluto, pero progresivo, y con el
determinante influjo del rigor estético, la argumentación ética, la frondosidad
lírica y el calado filosófico-existencialista que reclama nuestra era de
vientre estéril, la misma era que años atrás paría corazones. Yo, como no soy
inmune a la cobardía, me dejo contaminar gustosamente con estos pánicos, y
aplaudo enardecido a estos dos laliofóbicos que popularizan el valor de
quebrantar el silencio… y contar sus miedos.
Provincia
India de Macaca, Cuba.
8 de
agosto de 2013
SOBRE EL AUTOR
DE ESTA RESEÑA:
Alexander
Besú Guevara (Niquero, Granma, 1970). Escritor destacado, no
solo en su provincia, sino también en todo el país, a su Premio
Iberoamericano Cucalambé 2007 con el libro Bitácora de la tristeza (antes del cual
contaba ya con otros lauros), se sumaron otros galardones, nacionales e
internacionales. El Grupo
Ala Décima se prestigió, como en muchos otros casos, con su ingreso
como miembro, por solicitud propia como es constumbre, en el 2010, y con
tenerlo desde entonces como nuestro representante en su
provincia, hasta que en diciembre del 2012, al constituirse nuestra Filial
provincial de Granma, pasó a ser su presidente.
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