martes, 31 de marzo de 2009


Dos análisis

Concepto de la poesía.
La imagen de la palabra

Por Roberto Manzano
Tomado de su sección Vertebraciones,
en Cubaliteraria, sitio web
del Instituto Cubano del Libro



Concepto de la poesía

Si algo resulta verdaderamente indefinible sobre la faz de la tierra es la poesía. ¿Qué es la poesía? ¿Alguien sabe exactamente qué es poesía, y puede verbalizar su definición sin equívocos ni tanteos? Y la poesía, fuere lo que fuere, ¿es útil a la especie humana? ¿Resulta realmente necesaria?

Lo primero es deslindar. Diferenciar es conocer. Lo que permanece compacto es demasiado sólido como para penetrarlo con eficacia. Hay que distinguir entre las poesías. Está la poesía como manifestación artística, propiamente literaria, que se materializa en el poema. Y está la poesía que no necesita al poema, y que es de carácter antropológico, y constituye el grado más alto de la cultura humana.

Llamamos propiamente poetas a los que logran que la poesía, como el más alto grado de la cultura humana, se encuentre inscripta con naturalidad y eficacia en el poema como materialización de una manifestación artística. Si el poema no revela la presencia de la primera acepción, la amplia, cae por falta de esencia; y si no resuelve con espontaneidad y maestría la segunda, la estrecha, también cae, por ausencia de forma.

Vemos con frecuencia textos, de los más disímiles idiomas, que luchan por encarnar esta dialéctica entre lo humano y lo divino, pero realmente pocos lo logran con total acierto. Esos son los grandes poetas, y son escasos, pues lo que parece imposible no se alcanza todos los días. El primer poeta de Cuba, y uno de los más grandes del mundo, José Martí, decía que el genio es conocimiento acumulado. Toda persona excepcional es una criatura voraz para aprender. Este aprendizaje no pasa necesariamente por las academias, pero sí por la capacidad de vivir permanentemente en una atmósfera de sensibilidad reflexiva.

Hay poetas sin poemas, porque lo son en actos, en conductas, en prédicas, en solidaridad, en amor a lo trascendente, en comunicación espiritual. Pero a quienes adjudicamos el nombre de poetas en nuestra vida cotidiana es a los que por medios escritos u orales nos ofrecen unas hermosas piezas de cultura que llamamos poemas. Esos objetos sígnicos son patrimonio humano, no importa el idioma o la época a que pertenezcan. Y de ellos extraemos nuestros pensamientos corrientes de qué es la poesía, educados en su apropiación y disfrute. A veces olvidamos que la imaginación también posee su propia historia.

Como puede verse, no es conveniente definir qué es la poesía. No es práctico. Y siempre quedarán residuos; nunca se ofrecerá un enunciado con toda la exhaunción necesaria. Esto se debe a que la poesía es síntesis. Acumula tantos aspectos, los desenvuelve con tanta fractalidad, provoca tales sinergias que los sistemas de análisis conocidos no pueden manejar su abrumadora cantidad de variables. Por ello, los poetas saben que lo que hay que poseer es una buena hipótesis de trabajo acerca de qué es la poesía. Con esto basta para penetrar en ese reino espléndido de la espiritualidad de nuestra especie.

Mediante este enlace, publicación original en Cubaliteraria.


La imagen de la palabra

Toda palabra es una cápsula representativa. Esa cápsula tiene una primera envoltura, que es de carácter comunicativo. Y tiene capas sucesivas, envolturas secundarias, que la convierten en una cebolla mística, en un juguete misterioso e interminable, en una aérea caja china.

Una de sus principales envolturas interiores brinca sobre las posibilidades cotidianas de comunicación, las más inmediatas, y arriba al reino proteico de la visualidad infinita, al sitio donde se funde lo objetivo y lo subjetivo, lo emocional y lo racional, lo individual y lo colectivo.

Esa envoltura tiene una ingeniería que se considera hasta hoy —vendrán días de mayor dominio sobre ella, si la humanidad se salva— de carácter absolutamente inefable, pues está sujeta a las leyes imponderables de la belleza. El origen de la idea de que esa envoltura es inefable viene de nuestra arrasadora ignorancia.

Así que hay una manera de abordar la palabra, su insondable relojería, en que la imagen que cada una de ellas contiene se potencia supremamente, y al combinarse en sorprendentes sintagmas, esa manera establece relaciones fosfóricas con el mundo que conocemos, incorporándolo al mundo que desconocemos.

La realidad es el lexicón de Dios, y en su magnífico diccionario las entradas son imaginales, y poseen como atributo esencial la sensorialidad estupenda de lo unitivo. Y el poeta, a quien Dios ha comisionado para entenderse con ese diccionario, trabaja con imágenes que se inscriben de continuo en una línea de música y de sentido.

Las palabras pueden representar todas las actividades que despliegan nuestros analizadores. Incluso trasmitir, a partir de las posibilidades combinatorias de lo que existe, paisajes de una índole fabulosa, que el sujeto puede convertir en enunciados nocturnos o solares, según su temperamento y estimativa del mundo.

Es ahí en ese punto, precisamente, en el que la palabra se afilia y supera las restantes artes. Se afilia, porque se descubre que trabajan lo mismo, sólo que lo condicionan a sus vehículos cardinales y distintivos de expresión. Las supera, porque cada una de ellas, por separado, posee limitaciones de informatividad que la palabra cumple sin esfuerzo.

Todos los poetas son concuñados, porque están casados en lo invisible con ciertas musas, hijas todas de la misma madre totémica, la loba de los signos, la cierva panóptica de los lenguajes: la palabra. Y a pesar de los fundamentalismos estéticos que algunos preconizan, nuestra madre totémica ama por igual a todas sus hijas y yernos.

Pero el anillo se abre, y el explorador entra en reino más ancho: la imagen, territorio del arte, comunidad poliédrica, intersección y fondo de oro donde se sueltan todos los sujetos del mundo, para alcanzar la emancipación de lo subjetivo permanente. En esta comunidad el que entra sin soberbia aprende una lección que hoy interesa mucho aprender: la convivencia estética.

Esa lección la tienen aprendida los poetas y pintores que se asocian para rendir culto a lo análogo, que es casi siempre lo esencial, pues no hay diccionario del mundo sin relaciones exhaustivas entre las partes. Hay seres que prestigian las fracciones, como los ciegos que tocaban al elefante por distintos puntos.

Pero hay seres que saben que no se puede partir sino de la parte, en una actitud partidaria inicial, pero que sólo se imparte como legítimo un mensaje cuando se comparte desde la raíz misma: la imagen inscripta en la palabra, las líneas y manchas…

La imagen es el verdadero reino, la patria sacra de todo artista. Hacia la imagen conduce todos sus rebaños oscuros, sus caballos tutelares, sus cabras díscolas, sus unicornios de mayor transparencia o espesor. Incluso, el verdadero artista conduce hacia la imagen hasta su propia vida, hasta su débil rastro de persona que atraviesa la existencia.

Lo mejor es disfrutar del gesto superior de la convivencia artística, la enseñanza de la democracia estética, que es la única consonancia digna de mérito, pues se establece entre artistas diversos para el triunfo absoluto de la unidad básica de la cultura: la imagen del espíritu.

Mediante este enlace, publicación original en Cubaliteraria



NOTA A LOS LECTORES:

El poeta y profesor Roberto Manzano, columnista de Cubaliteraria, invita a sus lectores a participar más activamente en Vertebraciones enviando sus preguntas sobre aspectos específicos de la poesía como manifestación artística. Escriba a: manzano@cubarte.cult.cu para plantear sus interrogantes sobre la práctica y la teoría de dicha expresión.


sábado, 21 de marzo de 2009


¿No será
que la tristeza…?


Palabras de presentación del libro
Bitácora de la tristeza
, Premio
Iberoamericano Cucalambé 2007,
de Alexander Besú Guevara
,
durante la XVIII Feria del Libro
en Bayamo, Granma



Por Pedr
o Péglez González

Que me perdonen el autor de este libro y sus lectores por este impúdico pensamiento: Termino de leer Bitácora de la tristeza y lo primero que me viene a mente son dos versos míos. No se trata de que haya marcada identidad entre su poética y la de este hereje escriba. Y sin embargo, sucede.

Me avergüenza pensarlo y me avergüenza decirlo, que no es generoso estar recordando un átomo del universo propio cuando el reclamo del prójimo nos ha puesto delante su pecho descarnado.

Porque eso es ante todo este poemario: un tórax tan desnudo que se le puede ver, palpitando, la víscera esencial. Pero sin estridencias, que para eso hay, a lo largo del tomo, un extraño equilibrio entre la exposición del dolor —de verosimilitud a toda prueba— y una inevitable y deliciosa propensión del autor a la burla —¿de sí mismo? ¿de nosotros? ¿de la Muerte? ¿de todo y lo demás, con permiso de Ada Elba?—. Ineludible inclinación no sólo agradecible, por lo que exorciza, sino además confesa —signo también de su honradez— desde el título de su primer poema, Juramento del perjuro, acaso referencia a la dubitable comunión del doliente con el padecimiento, forzosa sin embargo para su encaramiento:

Odio la soledad como ella me odia / Siempre seré ese arqueólogo que escarba / para exhumar su cita con la larva / de la tristeza y su brutal custodia.

Esa necesidad existencial de liberación desontologizadora, de marcados ribetes transgresores, aparece con vigor literario inusitado desde las primeras páginas, también en el contrapunto con lo ineluctable: Vamos muerte Los cosméticos / no te servirán de nada (…) Ahora soy yo el que revierte / la eternidad sus alcoholes / Bendito cambio de roles / Vine por ti vamos muerte.

El desplante es aquí no sólo parte del desquite contra lo irrecuperable o lo inalcanzable o lo inevitable, sino más aún asunción de pertrechos para la contienda contra sus efectos devastadores en el espíritu. El sujeto lírico clama, pero no se permite el avasallamiento por su clamor propio, sino se proclama en pie de guerra incluso contra el más definitivo designio del ser:

Yo fundiré la plata y el vanadio / para que no sospeches de mi alquimia / pero cuando comience la vendimia / yo te desafiaré en tu propio estadio / Yo me rebelaré Dirá la radio / resumiendo el final de la reyerta: / “Murió la emperatriz Se ha vuelto incierta / Su matador declarará su euforia / La muerta rígida en la desmemoria / ajusticiada por su paje Muerta”

De modo que por aquí anda, más allá del experimentado manejo de procederes escriturales al uso —y a veces “al abuso”— en el actual momento revalidador de la poesía cubana en décimas; más allá de la intensidad lírica comprometedora con que asume carencias, pérdidas y desencuentros; más allá del encantamiento de que es capaz su contagiante desenfado, por aquí anda —digo yo— la aportación mayor de Bitácora de la tristeza : su apuesta por la aptitud de trascendencia —con el más fiel apego al pensamiento kantiano— de la estatura del alma por sobre los infalibles e hirientes riscos de la existencia. Aportación —digo yo— no sólo para la estrofa poética de los diez versos, sino para la poesía cubana en general.

Si un ápice de esto al menos queda en el lector, incluso si en el subconsciente del lector —y yo apuesto por esa asimilación—, ya es ganancia para el mejoramiento humano que hay que agradecer a Alexander Besú y su Bitácora…, que ese debiera ser, a no olvidarlo, uno de los principales destinos de la poesía.

De tal suerte que tal vez lo que dije al principio, aquel pensamiento mío que juzgué vergonzoso, ya no debiera sonrojarme tanto. Si la Bitácora de Besú me removió la estancia vivencial propia, ello obra a favor de lo antes dicho, y no tengo por qué excusarme de que me hayan venido a mente aquellos dos antiguos versos míos: ¿No será que la tristeza / es una fiesta también?

jueves, 19 de marzo de 2009


La décima en Ciego
desde 1959

Por Francis Sánchez Rodríguez
Tomado de la revista digital Ornofay,
portal de la cultura avileña


A la Revolución siguió la profesionalización de los improvisadores dentro de las emisoras de radio, una mengua significativa del número de programas, y la extinción de un estilo de vida expuesto a los percances de trillos y caminos. En emisoras de radio, periódicos y revistas desapareció el vedettismo de nuestra estrofa nacional. Marca esta nueva etapa el colectivo de decimistas de la zona norte de la provincia, que crearon el grupo literario “El valle de las garzas” en 1964, y luego conformaron el Taller de Decimistas Juan Crist
óbal Nápoles Fajardo en el poblado de Tamarindo (1968), al parecer el primero de su tipo en el país. Integrado en su totalidad por isleños y descendientes de isleños, este movimiento convocó a los decimistas más notables de la zona. Hombres que trabajaban la tierra, pero que en sus horas libres se aplicaban a estudiar la literatura universal, decidieron unirse para organizar mejor el proceso de autosuperación, limar sus deficiencias técnicas y coadyuvar a la divulgación de su obra.

La mayoría eran improvisadores, incluso tuvieron a su cargo programas de lunes a viernes en la emisora radial de la ciudad de Morón. Nuevos vientos soplaban, anunciaban una era de progreso donde quedaría abolido cualquier signo de precariedad, entonces un común sentimiento de vergüenza vino a imponerse, referente a quienes en la sociedad anterior habían visto su genialidad emparentada con los estigmas de la mendicidad. Ya en la obra de estos nuevos talleristas de la décima escrita, tiende a destacarse con sentido crítico el canon de la literatura clásica. Se lucen tras la utilización de su modesto arsenal tropológico, y en sus historias fluye la psicología de autor por encima de la perspectiva de un narrador circunstancial. Expresan sus ambientes, tamizan la riqueza tradicional en que se mueven, poniendo el mismo cuidado que los buenos repentistas en la estructura sonora. Ya componían sus décimas antes de 1959, y van a seguir haciéndolo por mucho tiempo antes de que cinco de sus más preclaros exponentes -Lucas Buchillón, Pablo Díaz, Volpino Rodríguez, Luis Fausto Rodríguez y Gilfredo Boán- concreten su identidad en un libro, la antología Tamarindo dulce (1997), selección parcial de su variopinta producción literaria.

Cuando surge el tema del “período gris” de la literatura cubana -decenio, quinquenio o más-, con frecuencia caen en una seria omisión tanto quienes subrayan miserias evidentes del proceso editorial de esos años (¿…1970-85-90…?) como quienes aducen el flujo de una obra subterránea, que los escritores guardaban con precaución en las gavetas y bajo los colchones, o que nunca fue suficientemente reconocida por los dispensadores de la vida pública.

Quizás ganaríamos mayor claridad sobre lo complejo de nuestro devenir literario nacional, si pusiésemos empeño en satisfacer a fondo una interrogante: Dentro de esos años críticos, ¿dónde situar la labor de los decimistas? Es cierto que los medios de comunicación masiva hicieron -y hacen- poco favor a estos vates, utilizándolos en sustitución de amplificadores de consignas, que hacen brillar por su ausencia las contradicciones y problemáticas de actualidad. Su papel habitualmente fue -y es- reducido al de intérpretes pasivos, aditamentos para un diseño retórico. Tema favorito de las loas literarias entonces puestas de moda, fue la miseria del régimen derrocado y el progreso traído a la vida en los campos: por considerársele expresión directa de los más afectados, a la décima se le exigió dar testimonio. Pero aún en estas circunstancias, por tradición, los decimistas -tanto los improvisadores como aquellos que se consagraban a la escritura-, mantuvieron una extraña resistencia lírica, incapaz de levantar sospechas: su relación privilegiada con el paisaje -perspectiva entre las más auténticas y eficientes que ha habido siempre en lo tocante a sensibilidad- cavaba en la vida literaria nacional y hacia el interior del verso una trinchera tan amplia como el propio horizonte sobre las llanuras de Cuba, que redefinía, segundo a segundo, la posición del hombre en el cosmos, y en la poesía.

Sobre ese diálogo profundo con la naturaleza empezó a levantarse el reino de la imagen en los albores de la humanidad, y de ahí han venido siempre sus grandes renacimientos. Así sucedió en Cuba, en las zonas de nuestra historia más tangibles, pero también en las menos. Entre estas últimas, tuvieron destaque algunos nombres del grupo de poetas que fundó en la ciudad de Morón el Taller Literario Javier Heraud (1968) y en la ciudad de Ciego de Ávila el Taller Literario César Vallejo (1969). Con cierto desdén hacia la parafernalia de una poesía “comprometida socialmente”, rescataban los temas de la tierra, la sensibilidad del campesino, por lo que algunos causaron asombro y lograron reverencias como premios nacionales.

Un título sintomático, Canto a la sabana (Ed. Unión, La Habana, 1996), de Roberto Manzano, escrito y ampliamente conocido en la década de 1970, vino a publicarse casi treinta años después. Estos literatos del Vallejo y el Heraud, no son los mismos idólatras exclusivos de la espinela que encontramos en el Taller de Decimistas Juan Cristóbal Nápoles Fajardo; por el contrario, la preferencia de la estrofa entre ellos es parte de una relación más abierta con la tradición, y aún quienes la cultivan lo hacen eventualmente, tomándola por ejercicio que se rinde ante el lustre de una tradición clásica española. Con su acto de fe, sin embargo, apenas desarrollan por otros caminos el aporte de sus coterráneos escritores de ascendencia repentista.

La nota de contracubierta del libro Del pecho como una gota (Ed. Unión, La Habana, 1990), de Manuel Vázquez Portal, explica: “El poeta en sus años de aprendizaje, escogió la décima para volcar en esa estrofa sus andanzas de joven enamorado de la vida y de su tiempo. Y quien dice décima -en Cuba- dice poesía de la tierra, fruto o flor, que rezuma jugos elementales…” Quienes ejecutaron esta escaramuza literaria desde la zona central del país, que no ha pasado de ser más que una curiosidad museológica para editoriales y críticos, usualmente son definidos como los “tojosistas”. El término, peyorativo, al parecer vino sobre sus cabezas por error, como signo de su mal hado, cuando la persona que dirigía por entonces el Instituto Cubano del Libro quiso referirse en realidad a quienes desde las urbes imitaban su retórica por mimetismo, es decir, hacían “vuelos” esporádicos para posarse en una realidad agreste que no era la suya.

Ocurrido el descalabro del período gris de la literatura cubana, el colapso histórico -biológicamente su muerte y desaparición sería un proceso menos aprehensible-, entre la mitad de los años 80 y principios de los 90, Ciego de Ávila no tuvo a la décima como especial signo de experimentación. Fueron años de ruptura en la poesía nacional, abierta vocación contestataria, y, mientras viejos decimistas siguieron haciendo lo suyo, el versolibrismo impuso su tono. Nombres a destacar de esta etapa: Antonio González (jamás publicó una décima), Ángel Lázaro Sánchez, Barquito (autor poco frecuente de décimas), Carmen Hernández Peña (ha incluido en sus diversos libros un buen número de décimas de temas contemporáneos), Rigoberto Fernández (autor de más de un decimario), Carlos Prado y Carmen Donaire (frecuentaron la décima para niños). Se tendía a recuperar influencias extranjeras, en busca de romper aquellas clausuras impuestas a la poesía, y abrir intercambio con literaturas contemporáneas para decantar las últimas subversiones habidas en el lenguaje. Gozar estas y otras conquistas, trajo por último una promoción de los años 90 desasida casi en lo absoluto de la discusión sobre el compromiso social del escritor.

Ahora concurren escritores que retoman la décima con un interés revitalizador, como Pedro Alberto Assef, Ileana Álvarez, Elsa Burgos, Marisol García de Corte y Otilio Carvajal. Luego, ya sobre el siglo XXI, se afirmarían jóvenes como Elías Enoc y Herbert Toranzo. Volcados hacia su intimidad, los más jóvenes literatos asumen por línea general un sentido de oficio y autonomía que no habían conocido ningunas de las generaciones anteriores. De una forma u otra, casi todos estos poetas trabajan en instituciones culturales y se mantienen ligados a proyectos literarios. El Centro Provincial del Libro, que desde hacía años venía editando humildes plaquettes, en 1996 saca a la luz sus primeros libros bajo el sello de Ediciones Ávila, lo que da inicio a un serio proceso de publicaciones en la provincia, que ya en el 2000 se concreta con la aparición del Centro de Promoción Literaria Raúl Doblado, y a partir de entonces la edición anual de varias decenas de títulos, entre los que sobresalen no pocos decimarios. La revista Imago de la Diócesis Católica, fundada en 1997 con el concurso también de los poetas Ileana Álvarez y quien suscribe estas líneas, publica una selección de décimas que reúne tanto a improvisadores como a escritores, y convoca el concurso “Décimas a la Virgen”. La revista Videncia de la Dirección Provincial de Cultura, fundada en 1998, dedica su tercer número a la cultura popular y muestra una amplia selección de las décimas tradicionales recogidas en la provincia.

En el panorama de un sereno eclecticismo, cuadernos aparecidos a finales de esta década y principios del nuevo milenio -en la provincia, en otras editoriales del país y en el extranjero- reservan siempre para la décima espacios de preferencia, a veces secciones enteras. Pero el amor por la estrofa se expresa ahora, entre la promoción de los 90, con una pérdida del espíritu de sumisión a asuntos y diseños formales, mediante la asimilación muy íntima de sus posibilidades retóricas, poniendo énfasis en que la cosmovisión personal no sufra quebraduras entre un poema de verso libre, un soneto o una décima. El universo referencial en este orden de ganancias, se dilata y complejiza.

Hoy coinciden autores de diversas promociones en plena capacidad creadora. Literatura oral y escrita, aunque aglutinen posturas radicalmente distanciadas de la realidad de otros tiempos -para bien o para mal, según diferentes tópicos- comparten sus signos de madurez. Al movimiento de poetas improvisadores, y a las filas heterogéneas e indetenibles de poetas populares, siempre los escritores deberán agradecerles este estado de sugestión y permanencia que destaca a la décima en el ámbito nacional: líquido amniótico que lo penetra todo y sirve para purificar al máximo la relación del público con la producción artística. Por otro lado, a partir de experimentaciones que impulsan escritores centrados en la articulación de su identidad, van explorándose los límites de la expresión verbal, y el gusto por la décima suma nuevas e impredecibles levaduras.

Trabaja la poesía cubana en su condición de país y pueblo, por la búsqueda de su unicidad ante brisas marinas, cargadas potencialmente de herrumbre, que se cruzan sobre portales, baten llanos y lomeríos. La décima late desde el fondo brumoso de nuestra eternidad insular, sin dejar un instante de ser el sedimento vivo. Espiga madura, viene a comprobar que, si todos nuestros huesos caben en la tierra, toda la tierra cabe en el canto que levantan las semillas. Ciego de Ávila aporta su frase al gran horizonte de ecos.



Tomado de la revista digital Ornofay

martes, 17 de marzo de 2009



Donde dice
primavera
y es poesía

Palabras de presentación del poemario
Donde dice primavera y es otoño,
en la XVIII Feria Internacional del Libro.
Bayamo, Granma, 8 de marzo 2009



Por Ale
xander Besú

“Prueba de que la poesía no cree en la teoría de las generaciones, Péglez instauró su quehacer en los noventa y es hoy, uno de los decimistas más importantes del país. Sus décimas emancipan al discurso de los estereotipos octosilábicos, y crean una fricción léxica dentro de los márgenes mismos del verso. Se disfrutará cómo vence las dificultades a que se somete, sin menoscabar jamás la profundidad y veracidad psicológica de su mensaje. Su aventura estética es una de las más singulares, pues en un escenario dominado por un desarticulado versolibrismo o la escritura de textos sin razón sonora, Péglez abre la décima por dentro para henchirla de una música y un sentido nuevos”. Con estas palabras, que aparecen en la contraportada de este libro, comenzaré mi breve presentación de este título que remeda una errata editorial: Donde dice primavera y es otoño, del poeta, periodista, crítico literario e historietista habanero Pedro Péglez González. Libro que vio la luz por vez primera en el año 2007, y que ahora es reeditado por Letras Cubanas en su nueva colección La Puerta de Papel.

Donde dice primavera y es otoño es un libro rítmico y encantador. Rítmico por la insondable musicalidad que de él emana al seleccionar la décima como forma estrófica, lo que ahonda las posibilidades expresivas del cuaderno. Encanta por el tono coloquial y ontológico de su discurso, la amplitud polisémica de la palabra, el trasiego de tropos y alegorías, y la mixtura temática lograda con la fusión del mito y las inquietudes filosófico-existenciales del autor. He aquí otro decimario de Péglez, iluminado por sus innatas esencias comunicativas y la intermitente manifestación de la poesía.

Como de un hontanar sonoro brotan inagotables y sucesivas imágenes saturadas de recursos lingüísticos y giros tropológicos que apresan, que sujetan las miradas de los lectores más exigentes. El autor metaforiza a diestra y a siniestra, revitaliza discursos precedentes insuflándole sus propios códigos, y establece numerosos vínculos entre su mensaje y la cultura universal. Posturas admirativas del sujeto lírico ante obras célebres de las artes y la literatura del orbe devenidas patrimonio de la humanidad; como, por ejemplo, las alusiones a la cultura egipcia o a la otomana, a través de las cuales podemos sentir en nuestro espíritu el calor milenario de la arena desértica del Valle de los Reyes o el cadencioso rezo del Corán desde los altos minaretes de Constantinopla, respectivamente. Todo esto desde una arenga lírica original reforzada con los necesarios ornamentos de las relaciones transtextuales.

En Donde dice primavera… encontraremos un amplio y oscilante espectro temático-afectivo que descubre un borbotón de meditaciones seculares, que han sido estímulos motivacionales en el ser humano desde su presencia primigenia en esta galaxia nuestra.

A todo cuanto hemos dicho de este libro, súmesele además las osadas sonoridades, las transgresiones ideoestéticas con respecto a obras y autores precedentes; la superación de la saga del siboneísmo y el neopopularismo, (al decir de Ronel), en el sagrado santoral de nuestra literatura, y la asunción de las runas contemporáneas de la poesía cubana insertadas de manera magistral en la estrofa patria. Ah, y por supuesto, la demoledora maestría de Péglez de los elementos técnicos de la décima que lo colocan a la vanguardia de los cultores de este género en el mundo hispanohablante.

Gracias a este incansable creador, por conducirnos una vez más directamente al renglón Donde dice primavera… y es poesía.



Feria Internacional del Libro
Bayamo, 8 de marzo de 2009.

lunes, 16 de marzo de 2009



Donde dice
primavera
y es otoño

Por Odalys Leyva

Caen las hojas desde la poesía y las estaciones ofrecen una emulsión, leves manantiales surgen de una expresión diferente, singular en el espectro decimístico cubano: Pedro Péglez atesora su propia música, su entramado de poemas, que son un sí al verso libre y una razón de ser de la décima. Indagar dentro de su amplia producción poética es descubrir que sin dudas Péglez tiene un modo de señalar hacia lo novedoso, un recorrer cosmopolita que llena sus textos de referencias hacia sitios de afable visita, o un cabalgar sobre el universo latente, allí donde las artes encuentran su contraparte, digamos que bebe en los manantiales más suculentos de las artes plásticas, de la literatura, la música, el teatro y el cine. No son textos construidos, son flechazos que surgen del arco de un poeta, que no pretende organizar su elocuencia, sino que ella por sí sola brota y se ubica. La décima escrita por Péglez no es más que su constante de vivir, de caminar y de expresarse. Convengamos que un poeta trae la décima a su vivir diario, las mismas expresiones de sus textos, ondean en la palabra habitual.

Regodearse con su literatura, es placerse con su mundo hablado, donde la décima flota en el aire, hasta que la mano hábil la lleva al papel y luego a la forma de un libro. Continúa este poeta desafiando las generaciones, siendo joven porque desde los años noventa canta y llora en décimas; pero en unas que ofrecen la ruptura y que se ponen de pie ante el aletargamiento.

Péglez somete los conflictos a los que se adentra, sin quebrantar la hondura y autenticidad de su tema. Juega con las rimas más disímiles, mezclando el español, el inglés y el francés desde un modo a veces conceptual y otras cargadas de un amor real, que alude a un amor de ficción para unir los dos y demostrar la fuerza amatoria de un hombre que reúne sus versos y desde lo mitológico hasta la veracidad de existir, sabe galantear y obtener en su poesía todo el erotismo que encuentra en las musas a las que les dedica sus textos.

Este escritor ha fraguado un talante; su enunciado artístico se pliega y ajusta de un modo específico, con una finalidad conciente y objetiva en la elección de las técnicas léxicas y de las formas sintácticas. En su lenguaje escrito, las palabras, al concernirse unas con otras, ayudan al linaje de la corriente artística y acrecientan lo implícito de un todo. Las frases que él usa en sentido alegórico libran un trascendente papel, así como el manejo de fijados arbitrios léxicos y conmovedores, los cuales consiguen dar existencia y definir su obra. Ese canto a lo suyo, el rumor habanero que ondea por el emporio, él siente que la ciudad lo está mirando y trata de salvarla del naufragio o de un posible olvido. Pero desde allí le canta a Egipto y a sus pirámides, mirando el mundo desde lo alto, legándonos el espacio porque el tiempo aún es un sueño por recorrer.


Las Tunas, 24 de febrero de 2009.


lunes, 2 de marzo de 2009


La respuesta
resistente
de la piedra

Prólogo al libro
Árbol de la esperanza, antología
de décimas hispanoamericanas,

Editorial Arte y Literatura, 2008.

Por Ronel González Sánchez



Éntrase al mar por un arroyo breve.

Góngora

La realidad debe ser tornada espíritu. El dolmen
ha de sentir que lo colmen nuestros responsos. Volver a lo cerrado,
acceder enardecidos, no obstante.
Enfrentar el verso errante
a la incertidumbre tétrica,
y devolver a la métrica su plenitud irradiante.

A los ilustres detractores de la estrofa.



He aquí la décima.

Fruto de la Península Ibérica hipostasiado en América. Calificado instituto intelectivo. Atributo métrico de los juglares, transferido en los cantares de emigrantes y altruistas. He aquí múltiples aristas de prácticas similares.

Saben los autores métricos, que en tema de consonancias dicta el soneto distancias con rigores milimétricos. Pero los cauces simétricos de la décima, desvisten plurales tramas que insisten en su armónico redoble, que la hace la más noble de las estrofas que existen.

Ordenar un florilegio estrófico es un dislate (1), porque la idea del “rescate” linda con el sacrilegio. (2) Pero entraña un privilegio la antítesis aparente. Discriminar lo excedente, en aras de asir lo básico de un artesonado clásico, es una empresa inmanente al acto de la escritura.

Ser el atalayador que señala. El cribador severo. La tachadura que exige Literatura al tumulto octosilábico. Poner un dedo en lo atávico que reverencia la fronda. Dar con la estructura monda. Juzgar el erial silábico.

Redescubrir a Espinel y prescindir de sus rimas diversas. (3) Nombrar las cimas. Desestimar el “vergel”, lo “sinsontesco”, el tropel nacionalista. Al sofoco académico dar poco crédito y ardua batalla. Distinguir que el verso estalla en el umbral del barroco.

La dictadura fastuosa del soneto, el individuo pedestaliado y asiduo de la burla. La sinuosa geografía verbosa como sostén del poema restringieron el “problema” de la estrofa a la ocasión, al álbum, la exaltación o la diatriba blasfema.

Cervantes se desveló, creyendo no ser artífice poético, y fue pontífice en cuanto decomisó al idio- . (4) Barroquizó, Góngora, culto y violento, la anchura de su instrumento, y Quevedo, conceptista acérrimo y aticista, avivó el rebuscamiento.

Aunque no fue Calderón de la Barca, un decimero como Lope (5), su asidero a la escena, en comunión magistral con la emoción y un fervor filosofante, logró apresar un instante del esplendor más rotundo, cuando cifró en Segismundo la incertidumbre incesante. (6)

En la alquería San Miguel de Nepantla, la profusa Sor Juana, Décima Musa, entró al reino de Espinel. Inclasificable en el universo escriturario, su barroquismo estatuario de culterano decoro condujo al Siglo de Oro a un tempo monumentario.

En Cuba, José Jacinto Milanés, vate romántico en el devaneo y el cántico al paisaje, fue distinto. La pureza de su instinto, el numen de su floresta, la prelación manifiesta del tema indígena. El gusto costumbrista por lo adusto, el despego de la apuesta neoclásica, y anterior al romanticismo, fueron rasgos que lo convirtieron, no en un versificador, sino en ilustre hacedor, aunque reo de extrañas voces…

Más adelante, las coces de los potros y las flechas rústicas, hendieron brechas, pero entre “nativas” poses.

Los Cantos del Siboney y los quejosos Rumores del Hórmigo, pese a errores, son libros en que la grey reconoció el agnusdéi de la adhesión popular. Virtud de cubanizar una estructura foránea, en la región subcutánea del relato secular.

Criollismo, siboneyismo: del romántico fermento, variantes. Impulso exento de eficacia. Exteriorismo. Fornaris ante el abismo, trampeado en la burda copia de un alma edénica impropia. El Cucalambé, silvestre, fijando en arte rupestre su devoción, y su inopia.

La sublimación del estro emancipatorio, el sacro devenir del simulacro fundacional, un siniestro replanteo de lo nuestro como discurso hegemónico. Un plañir decimonónico entronizó el indianismo, y el seudonacionalismo derivó hacia un ismo crónico. (7)

Dios y la naturaleza, lo efímero y lo inmortal, en el Salmo Carvajal (8) transparentan la grandeza de un poeta que regresa, desesperado y ausente, de su angustia al reticente ámbito en que Pombo escribe, como un augur que recibe el hálito trascendente.

Lola Rodríguez de Tió, borinqueña transterrada, en Cuba vivió apegada a la tierra en que nació. En las décimas que urdió a veces salta un desliz, pero a través del tamiz del ímpetu de su obra, su poética recobra un original matiz.

A orillas del Paraná vio, Rafael Obligado, al héroe desheredado que en su obra exaltará: el payador, ser que hará que el espíritu gauchesco abandone el arabesco exótico de la pampa, y exprese la audaz estampa del nervio martin-fierresco. (9)

Princesas y pedrerías, elfos, musas, silfos, parcas, grecolatinos patriarcas, religiones, cofradías. Las camorras, las orgías de los medos y los tracios, las ágatas, los topacios, la evasión, el preciosismo, la bohemia, el ostracismo de monótonos palacios…

Entrar al «bosque ideal que lo real complica». Guste o no, hacer un reajuste temático y lexical. Darío fue artificial, pero edificó regímenes expresivos. Dio a “especímenes neoclásicos” la visión para enfilar la razón contra poéticos crímenes.

Las décimas inmaduras que escribió en su adolescencia, no avalan su permanencia entre autores de molduras espinelianas. (10) Futuras pesquisas dirán que el reto mayor que asumió fue el veto de la forma anquilosada, y subvertir la mirada al envite del soneto.

Amado Nervo, devoto de un modernismo agonístico, descubrió un ámbito místico, inabordable e ignoto.

Herrera y Reissig: remoto, salomónico, inconexo, se escabulló de un anexo rubendariano, en un rapto, para declararse apto en el hallazgo de un nexo, con la futura gramática decimística.

Agustín Acosta, fue paladín de una maniobra dramática en Cuba: la sintomática derogación posmoderna. Mudar la impostura externa de la tradición, zanjar un tiempo, y recuperar la isla interior y la alterna.

Fue Baldomero Fernández en su vital argentina, Darío de la neblina, Garcilaso de los Andes. Sonetista entre los grandes, pocas décimas rumió, pero en sus versos captó lo abierto de lo cerrado, como se asiste a un callado templo que se derrumbó.

Reyes, el gran erudito mexicano, llevó el metro a su obra, pero el cetro lo recibió su infinito ensayo.

Poeta inaudito, Jorge Guillén puso a prueba la distribución longeva de rimas.

Navarro Luna cantó a la aflicción con una voz íntegramente nueva.

Andrés Eloy, vanguardista, neorromántico, moderno, palabreó en cada cuaderno su genealogía intimista. Y Nicolás, esa arista favoreció en una glosa —sin dudas su más dichosa obra en décimas— también fue circunstancial Guillén en su poesía sonorosa, cosmopolita y candeal.

Luis Cernuda, espineliano, no difiere del cercano autor de un Ocnos raigal. Su poética inusual, en el hispánico estilo, le dio al simbolismo asilo —Rimbaud y Verlaine mediadores— entre fruitivos dolores y quimeras. Siempre en vilo.

Villaurrutia: archicitado, mutilado en un compendio (11), no le ofrendó al vilipendio poético su tramado (12). “Décima muerte” ha turbado la comprensión de la estanza. Su arquitectura descansa sobre una industria seglar, que tiende a resquebrajar lo antediluviano, a ultranza.

En el cubano folclor realzar la naturaleza, ha sido siempre una empresa innata, un regulador. El afán refundador, es un tanteo radioscópico del mustio paisaje utópico, que Zequeira y Rubalcava intuyeron que empezaba a ser la agonía del trópico.

Eugenio Florit (13), al borde del barroco, parteaguas, en las celtíberas fraguas líricas nació, discorde. En Cuba entrañó el desborde de todos los ríos lingüísticos, y a los vahos paisajísticos libró eleáticas flechas, contra autóctonas sospechas y aspavientos estilísticos.

Conciliador e inconforme, popular y vanguardista, desde la poesía negrista hasta el purismo ensiforme. Como sonetista: enorme, como decimista: eufórico, metafísico, alegórico, voluptuoso y cernudiano. Emilio Ballagas: Jano del tejido metafórico.

Miguel Hernández, Machado, Cernuda y Lorca: entidades poemáticas, oquedades que otras voces no han llenado. Del tetraedro ilustrado, Miguel, hondo, y sustancial en el despliegue formal, aprehendió el hispano aliento y testimonió el violento desasosiego epocal.

Descriptivista, folclórica, «buena para quejas», lírica, filosófica, satírica, circunstancial y retórica. Poco de columna dórica y mucho de endeble rama pampesca. Piel de anagrama telúrico. Sobria y pésima andaba en jaca la décima antes de José Lezama. (14)

Las estrofas lezamianas no se valoran aún con justicia, pues, según los decimistas, son vanas rusticidades profanas, incorrecciones de asceta, escribanías de gaveta, pero le añaden al templo eternidad. Ver ejemplo a imitación del poeta:

Hondo alfiler en la nieve
invoca el tokonoma de la Gran Armada
octosilábica. Cestillo de la Nada
pitagoriza el nocturno y breve
túnel dialogado. Ya no mueve
su carbunclo el linternero
y en el mascarón voluptuoso del palafrenero,
exorcizado por la cochinilla,
se ensancha y penetra en su esterilla
el gordo de Trocadero.

Para no desentonar con el orden exegético y, para hacer más cinético el proemio, sin nombrar las cosas, voy a citar lo que sugiere la hechura de Eliseo, en la arboladura autotélica y orgánica origenista, a la hispánica estirpe de la cultura:

Intuir una sustancia absoluta en lo fugaz. Ver, en la parte, un disfraz del Todo, nombrar la errancia de las cosas, co-mo instancia intima de lo diverso, y fijar en el reverso lúdico de la pobreza la travestida belleza díscola del universo. (15)

La décima en su variante folclórica, de ascendencia oral, tiene una apariencia agreste, ingenua, distante del pulimento incesante, y fiel al corpus que narra. Elemental y bizarra, en el relato palmario del estrófico inventario, emerge Violeta Parra.

Ana Enriqueta Terán y Luis Pastori, artesanos juglarescos, cismontanos frente al óleo de un Adán ecuménico, guardián del primer paisaje andino, recobran el sibilino aliento de los primeros orfebres, y entre senderos trillados, ven el Camino.

Desde la osadía de Bello, Gallegos y Andrés Eloy hasta lo que ostenta hoy el venezolano sello, nadie equipara el destello de Aquiles Nazoa, el icástico sonetista, el noble y drástico transeúnte sonreído, que en su tiempo fue investido como exquisito y sarcástico, humorista prominente de América.

En otro plano Jesús Orta Ruiz resana la impronta cucalambeana del XIX cubano. Elegíaco, temprano adicto a la batahola neopopularista, inmola su expresión culta, y combina la seducción campesina con la lírica española.

El coloquialismo en boga a fines de los sesenta en Cuba, fue la placenta para una reacción que abroga sus códigos. Se homologa esta actitud en el acto de decimar, y el impacto estrófico fue plausible, pese a la duda irascible que provocó, en el compacto grupo espineliano adjunto al fenómeno poético, fiel a un confuso y patético epigonismo difunto. Pero, Alrededor del punto, libro de Adolfo Martí, desestimó el baladí lapso, sin que una milésima fracción, dañara a la décima que lustraba Naborí.

Nicomedes Santa Cruz, en sus discos decimados fijó los cauces rimados de los incas, y entre sus décimas plantó, al trasluz, una mixtura africana-aborigen, culterana y habitual en el hermético ambiente estricto y sincrético de la sociedad peruana.

La expresión sobreabundante y traviesa de Severo Sarduy, eminente heredero del Lezama exuberante y del Carpentier flagrante en el boom, y en la novísima narrativa, dan su altísima y neobarroca estatura que en la décima fulgura como una llama antiquísima.

Doblemente distinguido en el certamen mayor de la décima, hacedor tenaz de un orden bruñido en un lapso trascendido por su voz originaria de ámbitos, como un paria que interroga el universo, Péglez transforma un inverso odre, en mónada unitaria.

Raúl Luis, en su elegía a Pastor Urrutia, alcanza un tono que se remansa, una admirable armonía. Se advierte la primacía de los encabalgamientos, y en la fusión de elementos “nuevos” y tradicionales, brotan décimas marciales de los moldes opulentos.

Hay poetas que perciben el mundo desde una errancia demoníaca (o sin ansia, según el fluido reciben). Otros, lo frugal describen, pero no entran en contacto con la materia del pacto, que tensa garra y sonido. Otros alientan el ruido, y hasta el ruido es inexacto.

Sin embargo, hay silenciosos amanuenses que equilibran yunques, y las cosas vibran sin tocarlas. Venturosos elegidos hay, dichosos sólo porque han descubierto, que no basta el ojo abierto para esa añeja impostura, que es concebir la escritura como el humo en el desierto.

Cuba ha destilado escribas que en verso libre o rimado la Sustancia han apresado en páginas emotivas. Criaturas unitivas como Lezama, el tenaz Ángel Escobar, quizás. Luisa Pérez o Gastón Baquero, y la seducción de Raúl Hernández Novás.

Raúl, vallejiano, intenso, huérfano de plenitud vital, como en un alud expresivo, rozó el denso instante, y volvió al comienzo óntico y refundador. Frente al mar anulador fue estatua, pero Caronte lo nombró, en el horizonte, su único embajador. (16)

La «poesía de la tierra» y una espiritual fusión del hombre y la dimensión astral. Manzano se aferra con intensidad y cierra un ciclo en su derivar febril y, al desconyuntar la estrofa, o tornarla informe, le toma el pulso, inconforme, a la sinergia insular.

Un decimista de clase: Alexis Díaz Pimienta, de espontánea vestimenta popular, logra un enlace con el turbador trasvase al ambiente clasicista, y vierte en su «repentista performance» (17) un gongorino- quevedesco y bizantino afán deconstrucccionista.

Jesús David retoriza, se retuerce, filosofa y descoloca la estrofa en la nación perdidiza del purismo. Poematiza y migra hacia el Uno indual, como quien hace un moral inventario, y del chinesco simulacro, unamunesco se difumina en lo real.

La isla. La historia. El relumbre obsesivo de la guerra. El sitio que nos destierra. La circunstancia. La herrumbre de lo inmóvil. La costumbre cainita de suprimir al prójimo. Reescribir el azoro de Babel, son, en Carlos Esquivel, pretextos para agredir la escritura, contrapuesta al escenario asfixiante de su superabundante itinerario. Su apuesta creacional presupuesta un impetuoso linaje. Poética-reportaje, in situ, de una batalla superior: la que se explaya en el tracto del lenguaje.

Ronel González propone una inmersión ensayística en la obra decimística, sin que en esencia traicione a la estrofa, o abandone sus resortes expresivos primigenios. Obsesivos temas, como la noción de ente y su anulación, en él son reiterativos; y José Luis, el poeta que cierra esta antología insiste, con maestría, en que el hombre no es la meta (18), nietzscheano axioma que inquieta, si la ironía y el humor (parafraseo a Nicanor Parra; ausente complemento en otros) son el fermento de su élan transgresor y hondo.

Para ultimar este herético proemio respecto a axiomas del gremio crítico, voy a nombrar a los que osaron prestar oídos a mi demanda: Michael Hernández Miranda, Fredo Arias, José Rojas, Reynaldo García… las hojas no admiten más propaganda. Falta Roberto Manzano, no está Víctor Malagón y ya, al final del renglón, llega José Luis Serrano. Por supuesto que mi hermano Alberto Figueiras falta y Dayamí Pupo exalta la vibración de este libro. Cuando los recuerdo, vibro (y el verso final resalta, por su innegable pobreza).

Sé que el árbol no es perfecto, que hay lianas en el trayecto hacia la rama más gruesa. Pero la aventura empieza en esta piedra de sol. Cubierto «de ígneo arrebol» cucalambeano, y de fáustico vigor, incesante y cáustico, «¡vuela, Ícaro español!»



La Aduana
, Holguín, septiembre, 2007.


NOTAS

1.- Utilizo este razonamiento para no desentonar con los prologuistas de antologías como las que cita Nidia Fajardo Ledea en De transparencia en transparencia (La Habana, Ed. Letras Cubanas, 1993): Usted es la culpable (La Habana, Ed. Abril, 1985), Cincuenta años de poesía cubana (La Habana, Ediciones del Cicuentenario, Dirección de Cultura del Ministerio de Educación, 1952), Retrato de grupo (La Habana, Ed. Letras Cubanas, 1989), Poesía joven de Cuba (La Habana, Editora Popular de Cuba y del Caribe, [s.f.]

2.- Idea parecida maneja el polémico filósofo español José Ortega y Gasset en Meditaciones del Quijote (1914).

3.- Pese a la importancia que le concede la tradición a Diversas rimas (1591) y a Vicente Espinel, a la luz de la centuria XXI aparecen como un libro y un poeta menores, salvados para la historia de la décima por estudiosos de la literatura y los polémicos criterios de Lope de Vega quien, por cierto, sólo vio en la décima una eficaz estanza para quejas.

4.- Cervantes escribió: Yo, que siempre me afano y me desvelo/ por parecer que tengo de poeta/ la gracia que no quiso darme el cielo… sin embargo muchos de los sonetos, décimas y coplas del autor del Quijote son atendibles y merecen figurar en cualquier antología de la poesía en lengua española.

5.- La valoración se realiza desde el punto de vista cuantitativo.

6.- ¿Qué es la vida? Un frenesí. / ¿Qué es la vida? Una ilusión…

7.- González, Ronel: “Diatriba contra la décima; ensayo de reinterpretación”, en Atormentado de sentido; para una hermenéutica de la metadécima. Las Tunas, Ed. Sanlope, 2007, p. 78.

8.- “Carvajal-Salmo” del colombiano Rafael Pombo es sin dudas uno de los poemas más importantes entre los escritos en décimas en el siglo XIX.

9.- Si excluimos la imagen viril de los gauchos que aparece en una de las estrofas del poema “Santos Vega”, que aparece en esta selección, en su poema “La pampa”, Obligado espiritualiza el paisaje rural argentino: «La tarde de la Pampa misteriosa/ no es la tarde del bosque ni del prado/ es más triste, más bella, más grandiosa, / más dulce muere bajo el sol dorado.»

10.- Otros textos muy conocidos escritos por Darío en décimas son las 15 de “La cabeza del Rawí” (1884) y las 62 que aparecen, junto a otras estrofas, bajo el título “Alí” (1885) de Epístolas y poemas (1885) en su Poesía completa.

11.- En una añeja antología de la poesía hispanoamericana que consulté hace algún tiempo, sólo se incluyen cinco de las diez estrofas del poema “Décima muerte” de Xavier Villaurrutia, y el estudioso cubano Adolfo Menéndez Alberdi, en su importante volumen: La décima escrita (La Habana, Eds. Unión, 1986) en el capítulo “Hispanoamérica (no incluida Cuba)” (pp.352-382), también desconoce la cantidad de estancias del poema.

12.- Uno de los mejores homenajes que se le ha hecho a este texto y a su autor es “Décima vida”, poema de Yamil Díaz (Santa Clara, 1971) premiado en la edición de 1998 del concurso Regino Pedroso e incluido en el poemario Soldado desconocido (Santa Clara, Ed. Capiro, 2001), (pp. 41-52) por el que su autor recibió el Premio Nacional Fundación de la Ciudad de Santa Clara en el 2000.

13.- Incluí una breve valoración del autor de Trópico (1930) en el texto “Diatriba contra la décima; ensayo de reinterpretación”, op. cit., p. 78: «Salvo trópicos ubérrimos y hechizadas cantidades, argucias y veleidades pueblan los cauces misérrimos de la estrofa. Los acérrimos juglares y los escribas, de ascendencias emotivas y de linaje sonoro, multiplicaron el coro ahogado de preceptivas».

14.- Como apunté en el texto “Diatriba contra la décima; ensayo de reinterpretación”, op. cit., p. 78, las obras en décimas de José Lezama Lima (y en general de los poetas del grupo Orígenes (1944-1956): Eliseo Diego, Ángel Gaztelu, Fina García Marruz y Cintio Vitier –sin contar las de Justo Rodríguez Santos y Lorenzo García Vega por no poseer acceso a las mismas, ni las del gran poeta, narrador y dramaturgo Virgilio Piñera, por el hecho de que las diez estrofas que he localizado del autor de La isla en peso, no fueron escritas con intenciones literarias, pues pertenecen a su obra teatral Electra Garrigó (1941): constituyen un cuerpo sin precedentes en la historia de la décima cubana, por su ruptura ideoestética y formal respecto a autores y obras anteriores y su regreso al origen culto de la estrofa. Sus décimas se apartan de la saga del siboneyismo en nuestras letras y del neopopularismo que tendría en Jesús Orta Ruiz (El Indio Naborí) a su máximo exponente.

Al diseminar la décima por todos sus libros la dignificaron, debido a que la ubicaron a la altura del resto de sus creaciones, por lo que la estrofa, que ha sido vista como “la hija menor de la poesía”, con ellos alcanzó los “cotos de mayor realeza” a los que aspiraba. Hay que significar, no obstante, que el hecho de que la décima aparezca integrada a la totalidad de sus volúmenes y no formando un cuerpo único, influyó en la incompletez de la imagen de los origenistas como autores de décimas que quedó para la historia de la estrofa.

Con ellos el poema en décimas dejó de “contar” una historia o de desarrollar un tema a la manera tradicional, y se convirtió en una secuencia intelectiva donde no hay cabida para el sentimentalismo, consustancial a una buena parte de la creación en décimas de poetas y tendencias precedentes. Sus estrofas, son parte de poéticas que pretenden trascender la realidad objetiva y crear su propia realidad poemática.

Más atentos a la penetración en los problemas del ser para conformar una ontología, a la sustancia universal que trataron de apresar en sus obras que a la forma, los poetas de Orígenes no respetaron la estructura tradicional de la espinela y se acogieron, en la mayoría de los casos, a variantes parecidas a las que se empleaban antes del autor de Diversas rimas, a pesar de haber sido fieles, en numerosas oportunidades, al esquema de la espinela.

Antes de ellos jamás se había empleado el símbolo con tanta profusión ni tanta fuerza. Esta escritura en décimas creó nuevos ámbitos de significación a través de elementos simbólicos transfigurados, porque la mayoría no hizo un empleo del símbolo de un modo tradicional sino que inauguró otros códigos de expresión.

La cubanía de los poetas de Orígenes, no está dada sólo por el abundante empleo de elementos típicos del habla del criollo, sino por una actitud raigal de desnudar esencias, de penetrar en un mundo desconocido, a través de la intuición típica del ente insular, del empleo de la alegoría como cimiento de sus evocaciones como ocurre, por ejemplo, en las décimas de “Amanecer en Viñales” de Lezama , uno de los poemas donde mejor ocurre en la lírica insular la fusión de elementos europeos, africanos y criollos hipostasiados definitivamente en el discurso poético.

Las décimas de los origenistas abren y cierran con ellos un significativo instante en la historia de la cubanísima estrofa.

A propósito de este tema he escrito el libro Alegoría y transfiguración; la décima en Orígenes, Premio de la Ciudad de Holguín 2006 en ensayo. Un fragmento titulado La sucesión sumergida, antes había recibido el Premio Calendario 2004 en ensayo y se había publicado por la Editorial Abril en el 2006. Otro texto recibió el Premio Eliseo Diego 2006.

15.- Estrofa incluida en antes del texto dedicado a Eliseo Diego en La sucesión sumergida. Estudio de la creación en décimas de los poetas del Grupo Orígenes. Estados Unidos, Bluebird Editions, 2006.

16.- Embajador en el horizonte (1984) fue uno de los libros publicados por Raúl Hernández Novás.

17.- Alexis Díaz Pimienta desarrolla este tema en Teoría de la improvisación; primeras páginas para el estudio del repentismo. Gipuzkoa, Sendoa Editorial, 1998.

18.- En Examen de fe, el poeta José Luis Serrano utiliza como pórtico la cita de Nietzsche: «Lo grande del hombre es que es un puente, y no una meta; lo que se puede amar en el hombre es que es que es un tránsito y un acabamiento.»