martes, 9 de febrero de 2021

Alpidio Alonso visto por Yamil Díaz

De un poeta a otro poeta

El hermano Ricardo Riverón Rojas, uno de los adelantados del proceso de revitalización de la décima escrita, publicó en su página de Facebook este texto que el Grupo Ala Décima comparte íntegramente


El poeta Alpidio Alonso Grau.
Foto: Agustín Borrego.


En estos días en que tanto han atacado algunos al poeta Alpidio Alonso, y hasta han pedido su destitución por defender el derecho de una institución a no ser acosada y expuesta como lo que no es, quise escribir un texto para defender su entereza y resaltar sus virtudes. Nada de lo que escribí me pareció superior a la semblanza que ahora comparto y suscribo palabra por palabra. Su autor, Yamil Díaz Gómez, autorizó su socialización en esta red. Gracias, Yamil; gracias, Alpidio, por la poesía y por la confianza en la grandeza de la vida.


A UN POETA MAYOR DE MIS ANTOLOGÍAS

Leído en el homenaje al poeta Alpidio Alonso en el Museo de Artes Decorativas de Santa Clara, el 23 de febrero de 2010, auspiciado por la Asociación Hermanos Saíz.


Yo he visto a Alpidio Alonso batirse él solo contra veinte —y no veinte cualesquiera— por defender los derechos de sus colegas escritores. Lo he visto equivocarse honradamente y acertar con idéntica honradez. Lo he visto disfrutar con pureza de guajiro cualquier victoria ajena. Lo he visto —y me ha dolido— sacrificar el tiempo y las neuronas que su obra espléndida merece, en batallar por la obra, no siempre espléndida, de los demás. También lo he visto desechar poemas que ya quisiera para mí; tachar injustamente líneas primorosas, como aquel verso de ineditez perenne: «Muchachita mía, son las seis de la tarde, y estoy cruzando sobre un río».

Yo he escuchado a Alpidio Alonso, del otro lado de la línea telefónica, confiar pecados, rumiar dolores, esbozar esperanzas, entregarse sin límite al don de la amistad.

También le he oído su risa socarrona, sus gratas ironías.

—Alpi —le dije un día—, ¿a qué no me adivinas por qué me enamoré de la jebita que ahora tengo?

—Ante todo, seguro —me respondió al instante— porque es muy revolucionaria.

¡Óiganlo, qué villano, cómo me desarmó!

Pero, mirado más en serio, creo que, de algún modo, el amor siempre es revolucionario, como él.

Un día esas palabras antimágicas que suenan así como «política de cuadros», amenazaron con arrancarlo de esta ciudad. Recuerdo nuestro pavor de aquellos días, resumido en la frase del trovador Diego Gutiérrez:

—Alpidio, le tengo miedo a ese momento en que te metan en el cuartico y te hablen de la Patria.

Siempre lo hemos sabido: cuando a Alpidio le hablan de la Patria, él sin falta responde: «¡Al combate, valientes, corred!».

Así que se nos fue, pero ahora regresa por unos días o por unos minutos irradiantes.

Y por fin alguien se ha percatado de que merece algún elogio público. No de esos que funcionan como anticipo de la muerte, sino más bien una sincera bienvenida a esta provincia donde se le debe tanto, un te queremos lo mismo que veinte años atrás.

Pero no voy a repetir lo que ya he escrito sobre su alta obra poética. No voy a recordar lo mucho que significó para los jóvenes artistas villaclareños de 1995 verlo asumir la presidencia de la Asociación: la permanente lección de rigor, de profesionalismo y de pasión que recibimos de él. Prefiero dar testimonio de una amistad profunda y nada complaciente. Es que, desde una tarde de 1988 en que me presentaron a «un decimista de Yaguajay», no recuerdo ningún amigo con quien haya discutido tanto, y al mismo tiempo haya querido más. Fuera de nuestro amor a Cuba, no ha habido tema en el que estemos plenamente de acuerdo. Y ya se sabe lo que le espera a quien disienta de alguien que puede pasar horas en debatir un adjetivo, un adverbio, una sílaba, una coma que le parezcan fuera de lugar. Alpidio es todo intransigencia: jamás puede permanecer callado, jamás discrepa en monólogo interior. Él no sabe las veces que me le aparecí con una idea contraria a lo que pensaba yo realmente, tan solo para que se explayara en aportar y ordenar los argumentos que me servirían después.

Desde que esas palabras antimágicas que suenan así como «política de cuadros» se lo robaron a Villa Clara, casi no tengo con quien discutir.

Pero lo siento mucho: no me interesa pronunciar el ditirambo sobre sus méritos como artista, como promotor, como salvador de Sed de Belleza Editores y tantos otros proyectos que necesitaban ser mirados desde la valentía y la sensibilidad.

Solo diré que he visto a Alpidio Alonso cabecear frente a la pantalla, ante una película que finge ver por cuarta vez, solo porque el vecino visitante no tenía televisor. Que he visto a Alpidio Alonso dar de comer con la mano que luego morderán; rabiar de dignidad ante una canallada de las tantas que ruedan por Internet; lanzarse de cuerpo entero a la candela frente a bestiales actos de censura; sonreír como un niño cuando le sale un buen poema de amor. También lo he visto, en Panamá, gastar los últimos billetes de una magra dieta en la pelota y el guante para el niño.

Cuentan que Alpidio Alonso fue el único vecino del reparto que apareció, machete en mano, en una horrible noche de Santa Clara, ante los gritos de una muchacha a quien intentaban violar.

Desde entonces lo supe para siempre: nuestra Patria contempla orgullosa a hombres como Alpidio Alonso Grau. Hombres que gritan: «¡Al combate, valientes, corred!» con la misma pasión, entereza y pureza guajira con que un día escribieron: «Muchachita mía, son las seis de la tarde, y estoy cruzando sobre un río».


Texto de Yamil Díaz Gómez. Pertenece a su libro «Compañeros poetas», de Ediciones Matanzas, colección Los Molinos.

 

La poetisa e investigadora Mariana Pérez Pérez, fundadora y conductora de la tertulia La décima es un árbol y representante del Grupo Ala Décima en la provincia de Villa Clara, en uno de sus ensayos comentó sobre Alpidio Alonso Grau (Venegas, Sancti Spíritus, 1963): “fue el poeta premiado en la II Bienal de la Décima, Villa Clara, 1994, con Alucinaciones en el jardín de Ana, libro complejo, no solamente por su amplitud y número de secciones, sino por la manera hondamente humanista con que enfrenta dos temas cruciales, el amor y la muerte, grandes preocupaciones dentro de las que palpitan otras: la soledad, la solidaridad, la sinceridad y la naturaleza. Muchas son las excelentes décimas donde percibo el roce de Eros, pero selecciono Apuntes asonantados de un diario, por su juego simpático y desenfadado –obsérvese en el puente la intertextualidad con Los zapaticos de rosa, de Martí”:


APUNTES ASONANTADOS DE UN DIARIO

Hace como treinta besos
que no sé nada de ti,
veinte trenes que me fui
y como quince embelesos.

Hace dos pájaros presos
que nos estamos carteando.

Hace que te estoy llamando
cien teléfonos dispersos.
Y como quinientos versos
de que te estoy extrañando.


EN NUESTROS ARCHIVOS:
Alpidio Alonso Grau, Premio Samuel Feijóo + amplia información sobre su trayectoria literaria.
Yamil Díaz Gómez (Santa Clara, 1971) y sus poemas Álbum de familia del soldado desconocido, Última carta de Cyrano de Bergerac y Postales de antaño. Además, su participación como invitado principal en la tertulia La décima es un árbol.

 

 

 

 

 

No hay comentarios: