jueves, 27 de octubre de 2011


Con la paciencia
de un miniaturista



Por Ronel González Sánchez


Nunca he perdido la fe en la décima. Saben los poetas y lectores de Holguín que la estrofa me deslumbró temprano y que, desde entonces, me he aferrado a los trillos métricos como a una entidad irremplazable, porque tengo la convicción de que es posible decir más, develar otros ámbitos significacionales, aunque no hagamos otra cosa que repetir lo que todos los aedas han atrapado en sus duinos de esplendor absoluto, sus humanísimos poemas de prodigiosa hondura y sus palabras garabateadas en la arena con grafía indeleble.

Asirme a una vetusta moldura retórica, cuando muchos hacedores contemporáneos la excluyen de sus cartapacios programáticos, indistinguen su perfecta maleabilidad cantábile que le permite asimilar cualquier vibración, incorporarse con entusiasmo al espíritu desobediente de la poesía epocal o elucidar derroteros otros, pudiera parecer una actitud retardataria, extemporánea e, incluso, romántica, en el sentido que le daban al término los artistas del siglo XIX, sin embargo, lo que quizás se pueda intuir como incapacidad para enhebrar la aguja articulante del informe tejido, no es más que voluntad para seguir intentando extraer el abalorio iridiscente de un ábaco revisitado con insistencia.

Por eso celebro, en soledad sonora, cuando otros arúspices han deslumbrado con poemas en décimas como las del monólogo de Segismundo en La vida es sueño, o las de “Décima muerte”, han apresado esencias trascendentes de imaginarios expresivos distantes y, a la vez, cercanos como las inmensas llanuras de Venezuela en las secuencias emotivas de Alberto Arvelo Torrealba, han desvestido y desgranado intensidades demoledoras en textos como “Doña Martina” y “La fuga del ángel”, o han erigido un orbe resistente en versos enrarecidos y disfónicos, pero de ímpetu primigenio y transgresivo, como los de “Agua oscura”.

Aplaudo igualmente la dilatación del coro insular que da a luz artífices asistidos por el milagro de la Poesía, como Roberto Manzano, quien dedica El bosque de los símbolos. Patria y poesía en Cuba, ese portento lírico, a su madre “que (le) enseñó la fuerza de la bondad y el amor a la décima cubana”, después de haber sutilizado décimas asombrosas en Synergos, el algodón más alto de la gajeante ceiba que es el Premio Nicolás Guillén; de cifrar magistralmente el espíritu cósmico en la síntesis más resonante que he visto en una estanza, como ocurre en el cuaderno La hilacha, y de haber dotado a la décima de cuerpo pensante o, para decirlo con los hermeneutas, de “organicidad sistémica”, en un libro poco citado: El racimo y la estrella.

Y es que la décima, ya no espinela, malara, naharra ni cuanto apellido altisonante o entorpecedor le endilguen, es décima a secas, haba de nuestro proceder silábico esencial, estrofa del pueblo cubano o estrofa nacional, de acuerdo… pero necesita sacudidas permanentes de verdaderos poetas que vean más allá de su relieve rapsódico y aparentemente infranqueable.

Por ahí andan Renael González, Pedro Péglez, Jesús David Curbelo, Alexis Díaz Pimienta, Carlos Esquivel, Odalys Leyva, Alexander Besú, José Luis Serrano, Diusmel Machado, Frank Castell, Jorge Luis Peña… en un esfuerzo supremo por garantizarle nuevas sístoles a la octosilábica criatura, pero la inexistencia de crítica literaria, la dispersión editorial y el cuestionable apoyo institucional a veces subsumen el cántico en estuarios de silencio, demasiado próximos, tal vez, a los invisibles jardines lezamianos.

Las preguntas sobran y obseden: ¿Por qué los filones promocionales del Centro Iberoamericano de la Décima y el Verso Improvisado (CIDVI) de Ciudad de la Habana y la Casa Iberoamericana de la Décima de Las Tunas están orientados, fundamentalmente, hacia la décima improvisada, en detrimento de la décima escrita, que también dignifica y apertura? ¿Por qué desapareció el importantísimo Premio 26 de Julio de las FAR, que durante años respaldó al movimiento de la décima cubana? ¿Por qué el Premio Iberoamericano de la Décima Cucalambé hoy parece proferir estertores junto a las ruinas de la otrora morada indigenista de Juan Cristóbal Nápoles? ¿Por qué los funcionarios del Sectorial Municipal de Cultura de Holguín cerraron filas para no volver a convocar el Premio de la Ciudad en décima, con carácter nacional?

Al margen de la posibilidad permanente de publicación que ofrecen las editoriales y los centros encargados de difundir lo más significativo de cada territorio, las lluvias que deben acompañar a la germinación estrófica no son las más propicias, sin embargo, confío en los nuevos registros que se encargan de avivar los rescoldos, o para estar a tono con las últimas tecnologías, de internetizar la antífona: El canto, las inmanencias / del canto, lo que se junta / turbándose, la pregunta / generatriz, las cadencias / de la pregunta: insolvencias / orquestables. Todo en pos / de una juntura veloz, / que lo anarquizante tacha. / Todo anegamiento y racha. / Dolmen. Pez. Desierto. Voz.



Además de su obra en versos, a Ronel González Sánchez hay que agradecerle su labor de investigación, compilación y análisis. De su cosecha es por ejemplo Árbol de la esperanza, antología de décimas hispanoamericanas, publicada por
la Editorial Arte y Literatura —una importante selección cuyo prólogo Ronel escribió totalmente en espinelas, aunque dispuestas al modo de la prosa—, estudios de mucha utilidad como Alegoría y transfiguración; la décima en Orígenes, y otros que nos asoman al fértil antecedente en el territorio: Selva interior, estudio crítico de la poesía en Holguín (1862-1930) y La noche octosilábica; panorama de la décima escrita en Holguín, en cuya introducción argumenta Ronel sobre la necesidad del volumen: “Estudiar la décima como complejo cultural, entendido como la relación existente entre la décima y el conjunto de elementos culturales con los que interactúa en sus manifestaciones oral y escrita”.

Acercamientos a su obra poética desde el exterior pueden verse en los sitios Arco y espuela, de Guillermo Aldaya, y Laberinto del Torogoz y Arte poética, ambos de André Cruchaga.


Vea en nuestros archivos:
Ronel González y una solicitud a los escritores



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