domingo, 31 de julio de 2016

Caridad González, Premio Cucalambé 2016


Palabras, silencios y aguas que tributan 
 

 Caridad González Sánchez, Premio Cucalambé.

La sostenida revitalización que acusa, en las últimas décadas, la poesía cubana escrita en estrofas de diez versos, es fenómeno artístico de una plurivocidad significativa, reveladora de un abanico autoral no menos plural, tanto en sus procedencias generacionales como en sus ubicaciones geográficas.

De ello parece dar fe, entre otros muchos termómetros posibles, el Premio Cucalambé, que en su etapa llamada iberoamericana, desde el año 2000 hasta la actualidad, suma 16 ediciones del certamen —no se convocó en el 2011— y ha reconocido con el máximo galardón a 17 escritores —cinco de ellos mujeres—, representativos de la mitad de las provincias del país.

Caridad González Sánchez (Santa Clara, Villa Clara) lo acaba de ganar en la versión premiada en la pasada 49 Jornada Cucalambeana. Es la quinta fémina que lo merece —antes lo alcanzaron María de las Nieves Morales (2002), de La Habana; Odalys Leyva (2008), de Las Tunas; Irelia Pérez Morales (2009), de Cienfuegos; y Liliana Rodríguez Peña (2013), de Las Tunas— y la primera persona de su provincia que lo conquista —en el 2010 el villaclareño Edelmis Anoceto había ocupado el tercer lugar de este Premio, a pesar de ser esa región del país una plaza fuerte de la décima escrita cubana, de lo cual dan testimonio, por solo citar un ejemplo, los resultados en el también importante Premio Fundación de la ciudad de Santa Clara, que cada dos años convoca la modalidad de poesía en estrofas de diez versos.

Desde luego, que por mucho valor que concedamos a las competiciones literarias como referentes de la actualidad en determinada disciplina artística de las letras, es imposible olvidar que esas citas evaluativas pasan inevitablemente por una buena dosis de azar, por razones conocidas y que no viene al caso abordar aquí y ahora.

Súmese a eso un elemento que interactúa con esa dosis apuntada, de ineluctable subjetividad: los alcances estéticos de la actual décima escrita en el país obran la dicha de que en cada certamen, por lo general, los jurados tienen que decidir al final entre varias obras —casi siempre de diferentes modos de asumir el discurso poético, variopintas en cuanto a los rumbos tropológicos y diversas en el campo de lo ideotemático— que a tenor de sus valores pudieran merecer el lauro principal.

Otras veces he comentado, y reafirmo ahora, que cada libro que sale a la luz a resultas de un premio en esta preferencia de la escritura en versos es apenas la punta de un iceberg que deja sin remedio sumergidas otras muestras del quehacer decimístico, las cuales no solamente pudieran ser publicadas, sino que incluso es una pena que no puedan ser publicadas, en virtud de la selección que obligatoriamente hay que hacer a la hora de conformar los planes editoriales, con las actuales limitaciones materiales.

Volviendo a lo afirmado en los párrafos iniciales en cuanto a los modos de representatividad, un recuento de los 17 ganadores del Premio Cucalambé a partir de sus ubicaciones geográficas, arroja el siguiente saldo: Cinco de esos autores son de Las Tunas, 3 son de Granma, 3 de La Habana, 2 de Holguín, y uno per cápita corresponden a las provincias de Cienfuegos, Camagüey, Ciego de Ávila y Villa Clara. Son números, claro, que no dicen nada si no se los asocia con las consideraciones antes enunciadas, para terminar comprendiendo que esas cifras tienen valor de reflejo de un complejo universo en el que hay que sumergirse en busca de aspectos de mayor interés que los de las representaciones.

En cuanto a las procedencias generacionales, vale la pena repasar los resultados de la más reciente edición del propio certamen, porque casualmente son también reflejo —otro tipo de reflejo— de la confluencia de arroyos de diversas edades en el caudaloso río de la décima escrita de hoy mismo en Cuba: Al libro que obtuvo el galardón, Palabras del emigrante, de Caridad González Sánchez (nacida en 1945), siguieron —con categoría de mención— las obras Muertos, parábolas, silencios, de Alexander Besú Guevara (de Niquero, Granma, venido al mundo en 1970) y Aguas territoriales, de Alexander Jiménez del Toro y Raúl Leyva (de Las Tunas, nacidos en la década de los años 80). Todos son autores con destacada trayectoria y reconocimientos (sobre todo Besú, que ya atesora un Premio Cucalambé, el del 2007), y la coincidencia —recordar que los jurados trabajan con libros firmados por seudónimos— solamente subraya la diversidad señalada.

Por supuesto que todo el que participa lo hace con la aspiración de ganar, y el premio es uno y no más de uno, pero pienso que para el escritor decimista, mílite de la causa común identitaria que nos une, más allá de los resultados específicos, más allá de si se estuvo entre los agraciados o no —incluso más allá de si se participó o no—, hay razones para seguirnos congratulando por la marcha de esta sostenida revitalización de la poesía en la estrofa de diez versos y de su expresión en certámenes como el Premio Cucalambé, adonde han confluido estas palabras, silencios y aguas que tributan al mismo caudal de la que consideramos identidad ella misma, porque ella nació primero / y nuestro pueblo después, para decirlo una vez más con Mirta Aguirre.

Por su parte la ganadora, Caridad González Sánchez, veterana en estas lides, tiene entre sus antecedentes el Gran Premio Décima al filo, el Premio del concurso nacional de glosas Canto alrededor del punto y el Premio Ala Décima 2011 con su cuaderno Diatriba, después de haber merecido dos lauros accesorios en ese certamen, así como Mención en el Premio Iberoamericano Cucalambé del 2010 con su decimario Adagio para cuerdas. Su primer poemario, Décimas en D Mayor para violín y piano (Santa Clara, Editorial Capiro, 2002), “se presenta como una suite donde se mezclan los sonidos musicales con la duda existencial”, al decir de la investigadora y poetisa Mariana Pérez Pérez. Otro acercamiento a su quehacer decimístico puede verse en la antología on line Arte poética. Rostros y versos, del poeta salvadoreño André Cruchaga.

De su volumen Palabras del emigrante, ahora laureado, y gracias a su gentileza, adelantamos este poema en décimas endecasílabas, dispuestas en formato de prosa poética, en el cual pareciera asentir a alguno de los presupuestos apuntados en el presente comentario:

HAY BARCOS QUE SE HACEN DE PAPEL

los mares se disgustan, los reprenden, los poetas los roban y los venden para poder soñar.
¿Bajo qué piel dormitan sus mañanas? ¿Qué vergel destrozado los llevará al camino que detestan andar?
¿Será que un trino los hacía tenderse en otras ansias?
Orillas espumosas sin fragancias, postales que definen el destino.

¿Si esos barcos son punto de partida para seguir bogando en otra nube, entonces por qué lloran? Nunca tuve los vientos a la espalda.
Consentida, la noche nos silencia su mordida y es como un tibio escorzo entre la miel.

Hay barcos que se hacen de papel.
Los poetas escapan, se desprenden de sus sueños y sin pudor los venden.
Hay barcos que se hacen de papel.




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jueves, 28 de julio de 2016

Virgilio López Lemus dialoga con Madeleine



El autor cumplirá 70 años en octubre

El día 22 de ese mes alcanzará sus siete décadas de fructífera vida, y desde ya el Grupo Ala Décima, cuyos miembros nos sentimos sus alumnos, lo felicita y le envía un abrazo cargado de nuestros mejores deseos
Foto: Jorge Luis González

“La poesía está presente en todos mis actos y sueños”

Por Madeleine Sautié
Tomado de Granma

De una vastísima obra que alcanza en cifras 12 cuadernos de poesía y más de 20 de ensayo es autor Virgilio López Lemus (Fomento, 1946), un hombre de obligatorias referencias en las letras cubanas contemporáneas a juzgar por sus desempeños como poeta, crítico, traductor, profesor titular de la Facultad de Artes y Letras y acucioso investigador literario, cuyos saberes tocan figuras esenciales de la literatura insular.

Sonriente y sociable, creyéndose realmente importante solo para su familia y sus amigos, y desde luego “para mí mismo, pues no puedo vivir sin mí”, su nombre ha estado en los jurados de los más importantes concursos literarios cubanos, algunos españoles y del Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda del 2012. Miembro de tribunales académicos y docentes nacionales e internacionales, su madera de conferencista lo ha llevado a universidades de más de 15 países, su obra ha sido traducida a varios idiomas y desde el año 2000 al 2013 ha sido nominado para el Premio Nacional de Literatura.

Virgilio no tiene “mecanismos afinados para cierta convivencia social llamada diplomacia”. A veces llega a ser amigo de sus jefes y prefiere tratar a sus jefes antes y después de sus cargos. No es dado a buscar premios “porque la vida me premió con un oficio que adoro y en todo caso me gustaría que me conozcan por mí mismo y mi labor”. Tiene un alto sentido de la lealtad y “lo he sido profundamente con las gentes que más he amado y con mi país”.

De no haber sido poeta, le hubiese gustado ser astrónomo, profesión extraordinaria que admira y materia sobre la que lee incansablemente. “Me propongo ser en toda la extensión de la palabra, bueno, ojalá lo lograse siempre, siempre”.

—Un poeta probado se ha dedicado a escribir sobre la obra de otros. ¿Por qué?

—Creo que soy al menos para mí mismo un “poeta probado”, es la vocación fundamental de mi vida y a la que he entregado lo que he podido. Como nada poético me es ajeno y creo que la poesía es ara y no pedestal, deseo ser un servidor del hecho poético sea quien sea el autor o autora cuyos textos me conmuevan. Como “servidor”, que es mejor que llamarme “crítico”, he deseado ser de utilidad en el rescate y homenaje de grandes o menos elevados poetas del panorama nacional cubano y he deseado también concentrarme en el estudio de las poesías de lenguas española y portuguesa.

“A la larga me he dado cuenta de que más allá de ser un crítico, me he ido convirtiendo en un ‘catador’ de poesía escrita, incluso oral, y disfruto enormemente cuando descubro entre los más jóvenes el nacimiento de un poeta de verdad, pues en este oficio muchos son los llamados y pocos los elegidos.”

—¿Qué fascinación produjo la poesía en Usted, y desde cuándo, para que la vida no le alcance trabajando para ella?

—Sí, esa es la palabra justa: fascinación. Cuando era niño, claro que leí a Martí, pero también mi abuelo me obsequió El Arquero Divino, de Amado Nervo, y un no sé qué poderoso nació en mí o quizá si lo traía en mis genes. En la adolescencia sentí el embrujo de Bécquer y de Tagore. Luego, Rimbaud, Rilke y Pessoa colmaron mi deslumbramiento, Hölderlin, Whitman, Darío, Antonio Machado, Borges, Neruda, ¡qué poetas esos poetas! Cuando leí a Lezama Lima entré en pánico: “Esto es ser poeta”, me dije, “no puedo volar tan alto”.

—¿Cuáles son, a su juicio, las obras más importantes que ha aportado a la crítica literaria cubana?

—Es una pregunta difícil, pues lucho por no ser vanidoso y pensar que hago cosas “eternas”, nadie las hace. Pero creo que mi mejor libro de ensayo es Narciso, las aguas y el espejo (2004 y 2007), y el de crítica literaria más hondo es El siglo entero. El discurso poético de la nación cubana en el siglo XX (2008). También he hecho un libro docente quizá valioso: Métrica, verso libre y poesía experimental de la lengua española (2009), que es obra de síntesis versológica y de algunos aportes míos, premiado por la Academia de Ciencias.

“Tengo inédito un Diccionario breve de versología hispánica y creo que he hecho algunas contribuciones al estudio de la estrofa llamada décima en el ámbito del idioma, así como una mirada que deseo creer que es honda sobre Samuel Feijóo.”

—¿Qué se experimenta cuando uno se sumerge en el mundo interior de otros poetas para descifrar sus valores?

—Experimento gozo. Sentido de la belleza emotiva o intelectiva. Deseo luego comunicar aquello que descubro desde varias lecturas atentas. Quizá pueda cumplir con la idea de Juan Marinello, quien proponía que la crítica debe orientar, develar y ser creativa. El ensayo literario es labor de bellas letras, la crítica es oficio de servicio social más directo. Pero primero hay que sentir, vibrar al unísono, y he tratado de hacerlo con muchos, muchos poetas, más de cien. A no pocos les he dedicado estudios o libros enteros, sobre todo a Dulce María Loynaz, al español Justo Jorge Padrón y al ya aludido Feijóo.

—¿Cuánto de regocijo y de insatisfacciones tiene la misión de un crítico de literatura?

—Yo diría cuánto de incomprensión tiene el oficio crítico. No nos hace monedita de oro, el crítico de voluntad honesta no puede decir elogios vanos, no puede ser el socio que glorifica. Es un oficio que no nos hace simpáticos para diversos creadores que a veces se la cobran de variadas formas: ninguneo, silenciamiento, habladurías incluso sobre nuestro carácter o vida privada, cerrar puertas, puñaladitas. Yo, por ejemplo, no soy ni deseo ser un polemista, yo trabajo, y si mi labor vale la pena, creo tener suficiente valentía para exponerla. Es un oficio al que debían pagar por peligrosidad.

—¿En qué momentos vuelve a la poesía, a ser poeta?

—No, no, yo no tengo momentos para la poesía, la amo entrañablemente y por eso está presente en todos mis actos y sueños, hasta en los menos poéticos. Pero sí que su escritura debe venir cuando llega el instante raro de la emoción, que diría Martí. Mis alegrías, mi dolor y mis lucubraciones son lo que entiendo por poesía. Pero también creo que ella está integrada a las fuerzas creativas del cosmos, supera con creces al género literario de igual nombre, y se asienta en la inteligencia y la sensibilidad creativa humanas.

—Una nueva entrega, Elogio de los poetas, acaba de ver la luz. De sus páginas emergen gratitud y nostalgia. ¿Son estos sentimientos los que lo invadieron mientras lo escribía o es impresión de esta lectora?

—Siento gratitud ante la belleza que otros, mediante las palabras, ponen ante mi vista y oído. Pienso que toda poesía es “mi” poesía porque la que yo escribo quiere ser de todos. Nostalgia sí siento, pues hubiera deseado tener dones más amplios para que mi laboriosidad fuese más fecunda. Elogio de los poetas (2016) es una suerte de remembranza de personalidades cubanas que tuve la suerte de conocer, y es un complemento por medio de mi memoria, de mi labor diferente como crítico y estudioso de sus obras.

—¿En qué nuevos proyectos trabaja? ¿Cuáles considera debe emprender la crítica literaria cubana en estos tiempos?

—Tengo un libro inédito sobre un gran poeta europeo del que no hablo por ahora; estoy armando otro con estudios sobre poetas de España; he concluido un nuevo volumen, el quinto, sobre la décima; tengo tres libros de poemas inéditos. He publicado una decena de libros traducidos del portugués y otra docena de antologías de poesía y tengo inédita y sin editor una que considero muy valiosa sobre la poesía neorromántica cubana, la corriente lírica menos estudiada de Cuba. Creo poco inteligente no publicarla. No sé otra cosa que deba hacer la crítica literaria de ahora sino lo que ha hecho siempre: otear, admirar, desechar o exaltar, opinar. Un crítico opina, no es un magister dixit. Allá el soberbio que crea serlo. Un crítico debe estar al tanto de la evolución de su género y de las llamadas “ciencias de la literatura”, pero ser él, no vomitar sabiduría, que lo haría un pedante.

—Llamarse Virgilio es casi un compromiso. ¿Alguna anécdota breve sobre la coincidencia?

—Sí, como no: una vez fui a lanzar un libro en presencia de José Antonio Portuondo, y el presentador me llamó Virgilio Piñera, quien había muerto cinco años antes. Portuondo preguntó si aquello era un lanzamiento o una sesión espiritista. Cintio Vitier, quien me llamaba “Virgilio, el bueno”, me hacía sonreír preguntándome si ya tenía terminada La Eneida.

“En una ocasión, cuando salía de mi casa en Marianao, un vecino me llamó y me dijo que no sabía que yo era un escritor tan importante, porque oyó por la radio una exaltación, supuestamente sobre mí. A la sazón ponían en escena Electra Garrigó. Y mi barbero solía decirme: ‘Si vas a comer, espera por Virgilio’. Mi nombre es un desafío para cualquier escritor”.





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