miércoles, 24 de junio de 2009

Ondina Gamboa:
“Mientras la muerte
pisa
mis talones, amo la vida”

Sobre su decimario
Mujer descalza,
y en tributo a la autora,
fallecida esta semana

Por Anybis Labarta García


“Mientras la muerte pisa mis talones, amo la vida”. Con esta frase inicia Ondina Gamboa su decimario Mujer descalza, reciente suceso productivo de la Editorial Sanlope, de la oriental provincia de Las Tunas, y primer libro publicado de la autora.

El momento feliz de la presentación de la obra lo vivió la escritora desde su cama, donde permanece siempre debido al resquebrajamiento de su salud. Hasta allí llegaron los especialistas del Centro del Libro en el territorio, y sobre todo, muchos amigos personales que quisieron compartir la alegría con la poetisa.

Antologada en varias ocasiones y ganadora de varios premios, Ondina llegó a la poesía desde una profesión distante al mundo de las letras. Es Licenciada en Química y laboró en la Empresa de Aceros Inoxidables de Las Tunas. Como parte del colectivo de esa fábrica, cuya labor presupone riesgos, esta mujer se sintió motivada a escribir por primera vez, pues pretendía cambiar el color del entorno con sus versos.

Fue entonces que plasmó en el papel imágenes como estas:


Mi verso tiene un pincel

blanco que pinta la calma,
el sonido de la palma,
los bríos de algún corcel,
vuelve flor sobre el papel
mis lluviosas amarguras,
abre las puertas a oscuras
del tiempo: duende atrevido,
del vertiginoso olvido

inventa nuevas llanuras.


Precisamente con su obra Ondina se propone trasmitir un canto a la esperanza, a la fe, y sostiene que mientras las personas no sean capaces de ver un rayo de luz en un día gris no serán felices. Ella prefiere la décima entre todas las formas poéticas y alega que por ser Las Tunas la cuna de Juan Cristóbal Nápoles Fajardo, El Cucalambé, considerado el decimista mayor del siglo XIX, los escritores no deben renunciar al cultivo de esa estrofa tan tradicional.

Versos en los que la mujer suele ser protagonista salen de sus manos y en ellos nunca anida la tristeza, como tampoco habita en su alma. En Ondina Gamboa no existe la enfermedad porque sencillamente esta no logra dominarla. Cuando se inquiere por la convicción que obra el milagro de esta fortaleza, sostiene que vivir lo hace todo el mundo, pero morir es un arte que se aprende.



Tomado del sitio de la Casa Iberoamericana de la Décima El Cucalambé.

lunes, 22 de junio de 2009


De yuca y papaya

(Erotismo ingenuo
en la décima
popular cubana)

Por Ricardo Riverón Rojas


La décima popular cubana, repleta de alusiones, insinuaciones, doble sentido, lecturas tendenciosas y un sinfín de connotaciones lúdicas constituye uno de los más ricos exponentes de la picardía criolla, quizás como pocas expresiones culturales vernáculas.

La larga historia burlesca de estas expresiones, presentes más en la tradición oral que en la literatura, registra una inusitada crónica donde las marcas de identidad se aprecian, entre otras, en modos dialectales cuya lógica consiste en sustituir los significados, por virtud metonímica, con otros que tras un código maliciosamente compartido cobran categoría de símbolos.

De tal suerte, y siempre situados en la complicidad de las asociaciones eróticas, la «yuca» y la «papaya» se legitiman como sustitutas de los órganos sexuales masculino y femenino respectivamente. Destaco como detalle curioso que las variantes vegetales en estas asociaciones fálico-vaginales se registran más en el ámbito rural que en el urbano. En las ciudades y pueblos, dado el mayor desarrollo económico-social y seguramente como efecto psicológico subconsciente, lo vegetal cede espacio a lo elaborado por la industria, y entonces podemos encontrarnos que la «cabilla» y la «panocha» —para citar solo dos ejemplos— afloran con mayor frecuencia.

Pero la riqueza de ese lenguaje traslaticio se multiplica hasta alcanzar dimensiones delirantes, y a tenor con ello sustantivos como: machete, tranca, morcilla, chorizo, majagua, caoba, caballo, barreta, barra, panetela, tocino, mascota, chayote, pan de gloria, pez rubia, chancleta, estropajo, reverbero… pueden ocupar elocuentes espacios pélvicos sin que ningún lector nacional medianamente atento quede sin captar a qué significados remiten.

De la misma manera, verbos como: meter, mandar, arremangar, soplar, pisar, enganchar, trastear, tirar, templar y muchos otros se instituyen sinónimos de fornicar, aunque resulta asimismo curioso cómo en estas sustituciones deja ver su oreja peluda la raíz machista de nuestra identidad, pues siempre quien mete, manda, arremanga, sopla, pisa, engancha, trastea, tira o «tiempla» somos los del género masculino mientras que para la mujer queda el papel pasivo, tal vez el de víctima, aunque en ocasiones, a esta especie de discriminación se le oponga el paliativo de la astucia que se le asigna a las damas en el escamoteo del acto, como vemos en la composición «Nadie escarmienta por cabeza ajena», del genial poeta humorístico Chanito Isidrón, quien fuera conocido como El Elegante Poeta de Las Villas:


Todo el que a casarse va
porque necesita abrigo
siempre encuentra a un buen amigo
que un mal consejo le da.
Yo no sé por qué será
que el hombre que se ha casado,
cuando mira a otro embullado
que busca su misma base,
le dice que no se case,
que ese es un paso mal dado.

Sabe el hombre la misión
amarga del que se casa,
pero cuando ve la masa
se le alegra el corazón.
Eso es igual que el ratón:
ve que otro ratón cualquiera
cae en la trampa y quisiera
huir del triste destino
pero el olor del tocino
lo lleva a la ratonera.

Yo también había jurado
cuando joven, no casarme,
para luego no encontrarme
pobre, hambriento y remendado.
Luego aquí por el Vedado
me enamoré de Pilar,
y esa sí me ha hecho rabiar
y maldecir mi destino,
porque me enseña el tocino
y no me deja llegar.

Miren, Manuel el Gallego
se casó con Rosalía,
que allí si es verdad que había
tocino hasta para luego.
Manuel quiso entrarle, ciego,
pero ella, que es algo cruel,
anda con Juan y Miguel
y con todo el que se asome,
y ahora todo el mundo come
tocino, menos Manuel.


Muchos más pudieran ser los ejemplos que dan fe de este procedimiento consistente en sustituir los objetos por otros que dada su contigüidad aluden al hecho erótico. Ya antes decía que es la tradición oral la que de manera más asidua ha recogido esas expresiones. Casos notables se localizan en los programas radiales de las décadas de los cuarentas y cincuentas, donde tanto brillara el ya citado Chanito Isidrón. Con igual calidad en los últimos tiempos, y en los dominios de la televisión, las comparecencias que Ramón Espinosa (El Profesor Espinosa) hiciera en el programa Palmas y Cañas continuaron esa tradición pícara.

Sin ser siquiera un mediano conocedor del lenguaje de los medios audiovisuales, mi condición de espectador atento me permite apreciar que aquellos «consejos» del Profesor Espinosa le aportaron frescura y autenticidad a ese «guateque» que a tantos —tantas veces— nos ha parecido desnaturalizado por una contaminación (que no hibridez) con el engolamiento urbano de una locución y unos performance donde el sujeto campesino se torna casi irreconocible.

La composición que el Profesor Espinosa tituló «El Panqué» podría clasificar, sin dudas, entre las clásicas en el uso del procedimiento descrito:


La noche que me casé
con mi novia, Juana Roche,
contenta, para la noche
de bodas, compró un panqué.
En cuanto al cuarto llegué
vi el dulce tan codiciado
y yo que no había probado
en todo el día comida
miré al panqué y enseguida
me puse desesperado.

Pero Juana, mi mujer,
me decía: «Espera un rato
porque con tanto arrebato
me vas el panqué a romper».
Yo decía: «Mi querer,
es que es mucho mi apetito».
Y ella decía: «Papito,
no te pongas exigente,
por el momento entretente
cogiéndole el olorcito».
Yo le dije, sin perder
de vista el dulce casero:
«Déjame comer primero,
que ya habrá tiempo de oler;
no me hagas padecer
de esa forma, vida mía»,
pero Juana se reía
de lo hambriento que yo estaba:
si pronto me lo enseñaba,
más pronto me lo escondía.

Y así empezó el pugilato
entre mi mujer y yo
y el incidente que dio
origen a este relato.
Yo corriendo tras el plato
varios minutos pasé;
Juana, con su je-je-je
paseaba la alcoba entera,
y yo sin hallar manera
de echarle mano al panqué.

Y en medio de esa odisea,
como estoy grueso y me canso,
le dije: «Está bien, me transo,
déjame olerlo aunque sea».
Como el can cuando olfatea
me aproximé a mi mujer,
pero en cuanto empecé a oler
todo se me puso gris
—tenerlo aquí en la nariz
y no poderlo coger.

Pero ocurrió un incidente:
yo traté de oler profundo
y en eso se me fue el mundo
y ahí mismo le metí el diente.
Comí atropelladamente
hasta que me repleté.
Miren cómo me llené
por lo tanto que comí
que al poco tiempo me fui
aburriendo del panqué.

Y ahora tenemos jaleo
a menudo yo y mi dueña,
porque el panqué me lo enseña
y me hago el que no lo veo.
Perdí todo aquel deseo
que siempre experimenté
por el dulce, y yo no sé
qué diablos ahora me pasa,
que por lo menos en casa
no puedo ver el panqué.


Entre los ejemplos donde el doble sentido se logra, más que con los sustantivos, con un verbo, sobresale uno del propio profesor Espinosa, titulado «La carta», donde el uso de «mandar» genera igualmente graciosas suspicacias:


La novia mía nació
en la finca Los Mameyes,
y allí, entre vacas y bueyes
y palmas reales creció.
Hasta Los Mameyes yo
me fui a visitarla un día,
pero el padre de Sofía
me recibió como a un cerdo;
de Los Mameyes me acuerdo
y me erizo todavía.

Juró no dejarme entrar
jamás a la finca aquella,
y así yo, loco por ella,
me fui sin poderle hablar.
Ya no hallaba qué inventar
para vulnerar sus leyes;
gracias al lechero Reyes,
que de intermediario fue,
le escribí una carta y se
la mandé hasta Los Mameyes.

Y cuando la carta había
llegado hasta Los Mameyes,
el viejo presionó a Reyes;
Reyes se volvió un jutía:
le dijo la hora y el día
en que yo escribí la carta;
él juró por Santa Marta
que iba a hacerme picadillo
y salió con un cuchillo
que si me agarra, me ensarta.

Pero yo me le escurrí
por aquella sitiería,
y, aunque temblando, a Sofía
otra carta le escribí.
No sé cuántas vueltas di
para hacérsela llegar:
diez veces quise enviar
la carta y fallé las diez
y aquella segunda vez
no se la pude mandar.

No había con quien no hablara
de la nueva carta escrita,
y Sofía igual, loquita
porque yo se la mandara;
hasta que me dije: «Para,
que el viejo te va a pelar».
Él no hacía más que gritar:
«¡Tendrá que acatar mis leyes,
porque aquí, por mis Mameyes,
no quiero verlo pasar!»

Miren si me arratoné
tanto, que me arrepentí
del día que le escribí
la carta y se la mandé.
El susto que yo pasé
con ese viejo fue grande,
y como no hay quien lo ablande
y el miedo afloja y aflige,
rompí la carta y me dije:
«Un burro que se la mande».


En este breve espacio solo he usado ejemplos de dos poetas, pero no sería justo consignar que en tanto método creativo, el uso multidireccional de los vocablos constituye patrimonio de la mayoría de estos cultores de la décima, y que en ocasiones dos poetas o más concurren en asignarle determinada intención a un término o una frase, como es el caso de esta excelente composición del propio Ramón Espinosa:


A mí la naturaleza
me puso un hueso en el brazo,
un hueso en el espinazo
y otro hueso en la cabeza.
El hueso de la tristeza,
el hueso de la alegría;
me puso un hueso en la encía
y otro hueso en el pescuezo,
pero no me puso un hueso
donde más falta me hacía.


En la antología de décimas humorísticas titulada Yo he visto un cangrejo arando, compilada por René Batista Moreno para la Editorial Capiro en 2004, aparece un trabajo titulado «No me lo pusieron» con la firma de Alberto Felipe Eirín (pp 167-168), que deja perfecta constancia de cómo dos creadores coinciden y explotan una misma idea:


Puso la naturaleza
o Dios, me dicen algunos,
en lugares oportunos
en el cuerpo cada pieza.
El cerebro en la cabeza
para guiar cada acción,
en el pecho el corazón
que marca el ritmo cardiaco
y de órganos un ajiaco,
todos en su posición.

Para las transportaciones
me puso también los pies,
más importantes tal vez
que el hígado y los riñones.
Cumpliendo varias funciones
boca, dientes, lengua, encía,
y yo pensaba y decía:
«No estoy contento por eso,
¿por qué no me puso un hueso
donde más falta me hacía?»


Lo que sí caracteriza, sin excepción, a las mejores composiciones de este corte es la elegancia con que los poetas lo aluden todo sin acudir a la grosería o lo chocarrero, de manera que se imponen el reto de remitir al lector a la doble lectura convocando a la multiplicidad de las llamadas «expresiones correctas».

Finalmente dejo constancia de otro trabajo magistral en el manejo de los recursos aquí reseñados, donde aparentemente Chanito coincide también con otro poeta. En la mencionada antología de décimas humorísticas, en la página 173, se da como anónima una décima titulada «El olvidadizo»:


Voy a tener que tomar
un caldo de zanahoria,
si he visto que la memoria
me está empezando a fallar.
Si almuerzo, vuelvo a almorzar;
si como, vuelvo a comer;
si bebo, vuelvo a beber;
y ya me dijo mi esposa:
«Es que tú haces las cosas
y quieres volverla a hacer». (1)


Pero en 2003, un año antes de que se publicara Yo he visto un cangrejo arando, las instituciones literarias de Villa Clara organizaron en Calabazar de Sagua, pueblo natal del poeta, un homenaje a Chanito Isidrón en su centenario. En aquel evento el periodista Alberto González Rivero, de la emisora local, llevó grabadas, y les ofreció al público, varias entrevistas hechas a calabaceños que conocieron a Chanito. En uno de aquellos testimonios una señora refiere que, al solicitarle al poeta que repitiera de memoria una décima que en su juventud —decía— le había dedicado, este le respondió que no la recordaba, razón por la cual ella lo recriminó: «Ya tú lo que estás es viejo, Chanito: ni memoria tienes». Y concluía la mujer su relato narrando la reacción del bardo que, ni corto ni perezoso, le improvisó la siguiente estrofa:


Voy a tener que tomar
el jugo de zanahoria,
pues la maldita memoria
ya me ha empezado a fallar.
Si almuerzo, vuelvo a almorzar;
si como, vuelvo a comer,
y por eso la mujer
se me ha puesto resabiosa
porque yo hago una cosa
y quiero volverla a hacer.


¿Es de la autoría de Chanito la décima dada como anónima en la antología de Batista Moreno? Es posible, y de serlo, tendríamos que asumirla con las transformaciones que la transmisión oral le incorpora a todo, a veces para bien, aunque no sea este el caso. Es posible que en lo tocante a esta estrofa, como en tantos otros, se cumpla una vez más la teoría del rumor. Y en este caso tal confirmación, lejos de devaluar el hecho en sí, no haría más que reafirmar el vigor de un fenómeno comunicativo, no por rudimentario menos eficaz que la Internet o cualquier otro de los sofisticados medios actuales: la transmisión oral, persona a persona, cuyo único soporte lo constituye la falible, pero tenaz memoria de los cultores populares.


Santa Clara, 6 de mayo de 2009



Notas:

1.- Dos errores son evidentes en esta estrofa: la rima imperfecta de plural con singular ("esposa" y "cosas") y la falta de concordancia ("haces las cosas" y "quieres volverla a hacer").


Tomado de Cubaliteraria


lunes, 15 de junio de 2009


Sobre Estaciones,
de Lorena Herrera

«…desnuda
mi cuerpo ahora»

Por Waldo González López



Recién publicado, en su Colección Verja, por la espirituana Ediciones Luminaria, ya está en librerías Estaciones, el primer poemario de la muy joven Lorena Herrera Armas, quien nacida en el Cabaiguán de 1991, evidencia con su opera prima hondas lecturas, sensibilidad y talento.

Sus versos, distribuidos a lo largo de 30 textos, divididos en dos secciones: «Retazos de alisios» y «De luna fría», configuran un fino trazado de valía con el que la autora, de apenas 18 años, sorprende constantemente al lector.

En su profundo discurso, además, se corrobora su amplio conocimiento de la mejor poesía en nuestra lengua, en el que se observa el saludable abordaje de formas clásicas, como el romance, la cuarteta y la décima.

En tal sentido, debo señalar que una de las poetisas cubanas que le fascinan a Lorena es la Premio Cervantes y Nacional de Literatura, Dulce María Loynaz, de la que hallamos dos citas en ambas secciones de su título.

Este rasgo de acceder y preferir la gran poesía escrita en nuestro idioma es harto tan plausible por acontecer en una muy joven poetisa, en tanto denota, asimismo, su inteligente desprejuicio hacia la mejor tradición y su consiguiente acceso con pleno disfrute, a estas estrofas y, por supuesto, al verso libre. En este último, se aprecia también el gusto por el ritmo, la eufonía y otros recursos que le vienen de esas virtudes que ya antes enuncié.

He aquí uno de los ejemplos que ostenta su breve pero intenso volumen:


«Espera»

Si ves en tu luz
mi sombra
que busca la mirada
de un ciego,
no desprecies a la sombra ilusa,
tan solo espera.
Si ves a la nube húmeda
que se mueve
en la triste historia
de mi cuerpo,
acaricia el rostro de la noche
y espera.


Otra cualidad que hallo en sus logrados versos es el límpido tono que le viene de sus primeros versos escritos en los años de su no tan lejana infancia. Tales resonancias ─que le otorgan aún más lirismo ante el azoro y el deslumbramiento producidos por la insólita realidad y, en ella, al parecer el amor recién descubierto por la joven Lorena─ le confieren plenas ganancias a sus poemas.

Así, leamos otro de sus textos, donde vemos claramente lo que señalo:


«Enamorada»

Flor abierta,
calor de rocío,
sinrazón que desnuda
la mariposa andante,
si visita la nube
del alba amenazada.


En uno de sus mejores romances, incluidos en Estaciones, Lorena evidencia el hábil manejo de esta estrofa que, como el soneto, posee una extensa tradición en Cuba, y que durante los más recientes años ha sido ‘descubierta’ por los más jóvenes autores que no se empeñan, como otros de poca visión, en despreciar ni menoscabar las formas clásicas, sino, muy al contrario, retomarlas con vigor y lozanía, con sus propia improntas contemporáneas. Leamos, pues, «Ahora»


Hoy es el día preciso:
limpia mi cuerpo de sus perfectas ropas,
déjalo viudo en la calma
de sus marchitas rosas,
rebeldes ya con la muerte,
capaces de delatarte con su aroma.
Mas, por eso apresúrate,
desnuda mi cuerpo ahora
que la noche duerme bajo tinieblas,
náufragas en el mar de mis sombras
ahora que ningún camino sangra
de besos salidos de tu boca.
Saca de mi piel el triste espíritu
que ya no duerme en tu ola
y la mordida que late encarnada,
porque todavía en mi olvido se ahoga.
Quita de mi cuerpo las raíces negras,
ahora que mi árbol está lleno de hojas,
ahora que ya tengo mi viento, mi cruz
y hasta mis zapatos viejos en la gloria.
Despójame hasta que el silencio de tu sol,
poco a poco, en cenizas, me envuelve toda.


En otro alto momento de su poemario, Lorena vuelve sobre el romance en «Rutina», otro instante de valía en su título:


Los ojos se adormecían
sobre el viejo candelabro.
La noche era larga y fría,
el sueño llegó temblando.
Los suspiros aclamaban
por un sol desesperado.
La sombra, con poca luz,
parecía decir algo.
Los hombros casi alcanzaban
las velas, en su letargo.
Caía la noche abrupta,
latía un desierto año.
Casi el desvelo vencía
la lucha contra el cansancio.
Era música infinita
de sirenas y centauros.


He dejado para el final de este comentario sus décimas: Lorena incluye dos, de igual número de estrofas cada una. En una de ellas, «Murmullo», la poetisa emplea la asonancia y no la consonancia, como de antiguo es habitual entre los poetas-decimistas el empleo de la que ya en el siglo XIX definiera José Fornaris como «la estrofa del pueblo cubano».

Leamos, entonces, estas logradas espinelas, que, con su tono coloquial, igualmente dicen mucho del talento de Lorena Herrera Armas, a quien auguro, desde su lúcido presente como autora, un luminoso futuro en el panorama de la poesía cubana.


I

Y quizás, el aire ayude
a que llueva tanta calma,
para si alguna palabra
haga que tu amor perdure
y mi corazón no oculte
más esta pena de flor
sin que el murmullo del sol
vuelva a mi cuerpo dormido.
Seguirás siendo mi amigo
o algún imposible amor

II

El beso que guardo oculto
corre por toda mi sangre.
La espuma vaga en el hambre
leve que siente el murmullo;
por todo mi cuerpo anduvo
y ahora tiembla de frío.
Corcel de venas, divino,
porque guarda tu razón.
Amor, imposible amor,
resguardo que no te digo.



Vea versión original publicada en Cubaliteraria.

martes, 9 de junio de 2009

Polo Montañez, expresión genuina
de amor a la tierra pinareña


Por Lorenzo Suárez Crespo


La Casa
de la Décima Celestino García de Pinar del Río tuvo, la noche del sábado 6 de junio, al siguiente día del aniversario que marca el natalicio del cantautor pinareño Polo Montañez, una gala artística en su recordación.

Hijo legítimo de un ambiente bucólico en la Sierra del Rosario, la zona del Brujito, cerca de Soroa, lo vio nacer en una humilde choza de techo de guano, paredes de yagua y piso de tierra en momentos en que su padre vigilaba los hornos de carbón que servían de laboreo a la familia.

Desde allí a la cumbre cubrió su trayecto atravesando los más difíciles obstáculos para brillar finalmente con luz de eternidad, ovacionado primero y venerado después por los cubanos que no solo lo recuerdan, sino que aún tararean sus canciones.

Dos escritores pinareños, Marisol Ramírez y José Nelson Castillo, han dejado escritos importantes libros testimoniales sobre Polo: Café amargo con salvia y Un montón de estrellas, pero más que las huellas escriturarias que plasman todo lo grande y conmovedor de su existencia, el pueblo de Pinar del Río y toda Cuba lo han hecho suyo como él mismo se bautizara, El Guajiro Natural. Si alguien simboliza el sentido de pertenencia en su creación más original y auténtica, así como lo emblemático patrimonial, ese ha sido el guajiro que guitarra en mano y voz sublime, bajara un montón de estrellas para iluminar la patria y defender la riqueza de su ambiente más legítimo, la campiña.

La actividad dio comienzo con la voz del propio Polo Montañez en la canción Flor pálida, esa flor que encontró un día en el camino ahogada en un suspiro y que como la propia naturaleza de Las Terrazas, en los montes del Rosario, cobraron color y vida con su música.

La ronda de los poetas fue moldeando en la estrofa mágica diversos matices del inolvidable amigo de la canción guajira y de la malara en sus predios vueltabajeros con el acompañamiento del Grupo musical Fulgor Campesino.

La ocasión fue propicia para la presentación de dos plegables con malaras en las que los poetas versan en recordación al trovador del Brujito y algunas de ellas fueron leídas por Juan Montano Caro y Lorenzo Suárez Crespo, director y promotor respectivamente de la institución.

Tonadas, diálogos poéticos, controversias y espacios divertidos como el del Piropo Cantado amenizaron la noche con el mismo entusiasmo con que podría haber estado entre ellos el poeta de Las Terrazas.

Memorable esta recordación si tenemos en cuenta que el propio día de su natalicio se celebra el Día Mundial del Medio Ambiente y hay un clamor internacional por la salvación, conservación e impulso de las riquezas ambientales que nos oxigenan y alimentan espiritual y materialmente.

Vivimos en una provincia tocada por la magia del pincel y lo divino del verso, donde color y poesía han venido dando luz desde los versos de Celestino García hasta las notas musicales de Polo Montañez a la esencia mística de la naturaleza que viera su mayor virtuosismo en los óleos de nuestros pintores como esas glorias pinareñas que signan sobre el Valle de Viñales los nombres de Domingo García, Tiburcio Lorenzo y Ramón Vázquez.

Polo Montañez es esencia de cubanía y expresión popular, de ahí que la noche del sábado haya sido pequeña en tamaño y grande en significación para hacerse eco de tantas muestras de cariño, recuerdo y tributo a uno de los más importantes creadores e intérpretes vueltabajeros y uno de sus guajiros más legítimos, quien con toda nobleza de alma expresara en una de sus canciones:


Pueblo mío…

Eres tú la inspiración,
Yo solo puse el corazón
Y si hay algún lugar que lo merezca,
Ese eres tú.


Una vez más la Casa de la Décima se hace eco del recuerdo, tributo y homenaje al cantautor pinareño Fernando Borrego Linares, el Guajiro Natural, el prodigio del Brujito que a riesgo de todo y sobre todo nos bajó al reino de los mortales un montón de estrellas.

A continuación, algunas de las malaras de los plegables dedicados a Polo Monañez, esta vez con pies forzados, así como uno de los diálogos poéticos con tema bucólico y por esencia de amor al paisaje pinareño.


Carlos Benítez Villodres

Málaga, España:

Regocijaste mi vida
con tu amistad y tu ingenio
sin mediar ningún convenio
en nuestra mutua acogida.
Por siempre tendrás cabida
en la luz de mi frutal
porque tú eres la señal
que me guía en esta tierra,
donde fuiste, en paz y en guerra,
un guajiro natural.


Lorenzo Suárez Crespo

Pinar del Río, Cuba:

De surco, arada y guataca,
carbón en la dura brega,
desde el monte hasta la vega,
entre el insomnio a la hamaca.
El bardo que se destaca
al domar en desigual
reto el arte musical
con talento y sencillez,
ese es Polo Montañez,
un Guajiro Natural.


Juan Montano Caro
Pinar del Río, Cuba:

Lo más hondo de la sierra
Vio nacer al cantautor
Y fue símbolo de amor
En tránsito por la tierra
Por eso el pueblo se aferra
Al recuerdo más actual
Y obviando el rito fatal
Con las canciones más bellas
Brilla en su montón de estrellas
El Guajiro Natural.


José Miguel Mederos Mederos
Bahía Honda, Pinar del Río:

De sonrisa y guayabera
con la inspiración guajira
supo tañer con su lira
versos en la cordillera.
En su condición campera
del mismo sol al umbral
sembró en Soroa un rosal
de cantos para la historia
y hoy es presencia y memoria
El Guajiro Natural.


José Lorenzo Delgado
Pinar del Río:

Alzo la copa del verso
que solo el amor repleta
y brindo por el poeta
que reina en este universo.
Con su recuerdo converso
cuando voy de canturía,
su música es poesía
y en su arraigo popular
es un ejemplo sin par
de acendrada cubana


Santiago Álvarez Cruz
Bahía Honda, Pinar del Río
:

Polo Montañez no ha muerto,
porque en una trayectoria
tan hermosa no hay historia
con un final tan incierto.
Él siempre estará despierto
en el pueblo que lo admira.
Tan solo salió de gira
para el cielo, porque Dios
lo mandó a buscar en pos
de la música guajira.



CONTROVERSIA

-Poetas Juan Careaga Masón y Andrés Gustavo García


Careaga:

Hoy bajo el guano te invito
A viajar con la malara
En la veta culta y clara
Del verso más exquisito.
Vamos a cantarle al mito
Que a la provincia se aferra
Y desde el llano a la sierra
Ante sus lindos umbrales,
Demos votos por Viñales
Y las bellezas que encierra.


Andrés Gustavo:

Vamos a pintar aquí
Con versos del corazón
Al coloso Guajaibón
Y al majestuoso Rubí.
Con el mismo frenesí
Los Portales y La Guira
Y
en la malara guajira
Sin los delirios extraños,
A San Diego de los Baños.
Y las bellezas que inspira.


Careaga:

Ahora es mi verso quien teje
Con aroma de majaguas
Serpentinas en las aguas
Del ancho Cuyaguateje.
La palma, el cedro, el ateje,
Brújulas de los caminos
A los rayos matutinos
Sirven de cuerdas sonoras
Cuando las aves canoras
Retan al día en sus trinos.


Andrés Gustavo:

Por eso Pinar del Río
Es joya de Vuelta Abajo,
De creación y trabajo,
Del libro y del veguerío.
Hoy vuela el orgullo mío
Como pájaro en el viento,
Siento a Pinar y lo siento
Como la tierra más bella
Y canto y canto por ella
Con devoto sentimiento.


Partida:

C:

En Pinar cuánto más veo
Hace que más lo recuerde:
La pluma de Villaverde,
El machete de Maceo.

A:

Yo que también me recreo
Hago el paisaje más mío.

C:

Entonces sin albedrío,
Juntos a una sola voz
Vamos a decir los dos…

A y C:

¡Que viva Pinar del Río!

lunes, 8 de junio de 2009

Una mirada
a la materia
campesina
cubana desde los
Estudios Culturales

Por Ernesto Rafael Triguero Tamayo
Profesor e Investigador
(Premio Todo Décima 2009)



La cultura campesina siempre ha sido un renglón en los predios nacionales. Desde los siglos anteriores, cuando comenzó a fraguarse la cubanía y sus múltiples expresiones, ya el campesinado devenía zona temática para la dicción del cubaneo y las conquistas de su producción juglaresca. Los primeros pasos en su campo marcaron formaciones que delinearon, de una forma u otra, lo aparencial formativo, para llegar más tarde, en pleno siglo XIX, al mapa de las esencias del caimán antillano.

¿Cómo podemos ubicar el nombre campesino en el diapasón de nuestros signos vitales sin apelar a la nostalgia de los tiempos anteriores? ¿Qué sucede ante la designación lingüística de este término? La apelación a la historia de nuestra cultura confirma la asimilación primigenia de sus raíces, el apogeo de su folclor, más allá de los cambios generacionales. Al penetrar en una economía agraria y en las formas de dominación de la colonización española, la Isla preparó su camino para los retablos guajiros, allí donde tomó pujanza el cultivo de la tierra y el apego a encomiendas, hatos y corrales. Las labranzas del terreno, aún cuando trajeron consigo la servidumbre a la Metrópoli y su incremento comercial, forjaron una visión de nuestros campos, que hizo una traslación a las villas y ciudades, cual signo de extensión cultural.

Al rastrear la historia rural de la Isla, analizada por los historiadores decimonónicos o las personalidades que plasmaron su vida social y económica en el siglo XX, constatamos que sus miradas penetraron en la historia general de la nación en el contrapunteo del tabaco y del azúcar, como definiera magistralmente el sabio cubano Fernando Ortiz, al igual que los rigores de la ganadería y otros sectores económicos, y como argumentos para una escritura de la historia insular, que aparecen en los principales manuales de esta ciencia. Sin embargo, la carencia de una historia de la cultura campesina a través de estos siglos se manifiesta en el telos de la nación cubana, de ahí que uno de los problemas en su evolución sea cierto desconocimiento relativo de las regiones, sus creaciones particulares, así como la economía y la sociología manejadas en la fundación de poblados o en las características de las migraciones, cuyas oleadas matizaron fragmentos de su cultura.

Es indudable que las voces poéticas del siglo XIX, entre las que puede mencionarse Juan Cristóbal Nápoles Fajardo, el Cucalambé, retrataron fielmente el entorno campesino a través de su visión nativista, en el cultivo de la décima siboneyista, y que, luego, acompañados nuestros guajiros con el tiple y el laúd, enriquecieron el repentismo, la tonada, al igual que la oralidad del pueblo, que transmitió voces peculiares enraizadas con la tierra. En el diapasón de la cultura cubana en su aspecto campesino, hubo una especie de cristalización de lo que el lingüista alemán Guillermo de Humboldt, definiera como la asunción de la lengua en sus “estructuras sociales, culturales y síquicas”, (i) y con ellos organizar su mundo circundante. No creo que constituyera un dominio absolutista en el plano de la evolución nacional, pero esa lengua caló con sus semas, sememas y derivaciones en el calor de una geografía insular, rica y multiforme. De manera que, hubo un afianzamiento del espacio del terruño, su textura, y la traslación guajira, vistos en las sitierías, en las vaquerías, en las gallerías, en el fomento y cultivo de la tierra, y mediante disímiles facetas del trabajo agrícola que, poco a poco, penetraron en la noción de lengua- comunidad aportada por este teórico europeo.

Si se analizan detenidamente textos de nuestra cultura, presenciamos la órbita campesina y más tarde el predominio guajiro, según folcloristas europeos y norteamericanos. Recuérdese que después de las guerras contra España proliferó ese eufemismo. A esta visión de la lengua cultural se suma el mestizaje de la nación, sus mezclas raciales y culturales. Jesús Orta Ruiz lo expresó a través de una décima:

Viajera peninsular,
cómo te has aplatanado!
¿Qué sinsonte enamorado
te dio cita en el palmar?
Dejaste viña y pomar
soñando caña y café,
y tu alma española fue
canción de arado y guataca
cuando al vaivén de una hamaca
te diste a El Cucalambé. (ii)

Las creaciones campesinas, sus fusiones, sus interrelaciones geográficas, raciales y culturales propiciaron aspectos de la cubanía que han sido olvidados a la hora de conformar las investigaciones antropológicas. La relación entre las huellas peninsulares, con su espinela, más la oralidad cubana, crearon formas populares del arte campesino, cuyo acento “fue llenándose paulatinamente con el sabor y los temas de la vida campesina hasta fijar la popular décima guajira”. (iii) La geografía nacional conoció el acervo campesino remontándose a tradiciones y sustratos correlativos que influyeron en su pensamiento, en su lengua, en sus expresiones latentes y ocultas, en todo el paratexto de la nación, que no sólo derivaría en coplas y juglares criollos, sino en la reciedumbre de su corpus: los viajes entre regiones, el apasionamiento por serenatas y tertulias, la producción ganadera y el animal como exponente de una cultura de la tierra.

La nación cubana, mediante el plasma campesino, arraigó en tradiciones difíciles de borrar, en tanto fue depositaria del paisaje vernáculo de su cultura. Interesantes resultan los ejemplos de esa presencia criolla, guajira, en los espacios de la Isla. Por ejemplo, Victoria de las Tunas, pueblo apenas emergente en los inicios del siglo XX y heredero ya de la esencia cucalambeana, matizaba su economía con el triunfo agrario, la profusión de carretas, carretones y otros vehículos de tracción animal, el juego de gallos en las vallas circundantes y vicios propios de la vida campesina. Los diferentes componentes culturales crearon a lo largo de la Isla menciones homólogas, y si lo constatamos hoy en día, resultan estertores de aquellos signos en su caldo y cultivo.


La cultura campesina en su folclor contemporáneo

La cultura popular de los campesinos fue reflejada por escritores e historiadores en fragmentos, relatos y ensayos, y, muchas veces, sin presentar de forma explícita la vida de los personajes del campo. Los caminos, las formas de cultivo, la explotación de los campesinos en etapas de la historia cubana, constituyeron temas de la literatura, describiendo costumbres y características de sus entornos. Sin embargo, en la etapa de la revolución los estudios populares profundizaron en las zonas del patrimonio nacional que se necesitaba investigar para conocer los procesos de la identidad cubana. Actas del folclor, Atlas de los instrumentos de la música folclórico-popular de Cuba y otros textos de investigadores como Argeliers León, ediciones de los libros de Fernando Ortiz, consolidaron facetas auténticas según intereses investigativos sobre los diferentes componentes étnicos, aunque esas claves enfatizaron los aportes africanos, el teatro y la música de los negros, y desplazaron en cierto sentido el substrato campesino a un eco legitimado en la conciencia ontológica, pero no en la efusividad de los textos. La doctora María Teresa Linares, musicóloga y estudiosa de nuestro folclor, sí fue una de las especialistas que se preocupó por investigar la música campesina, los éxitos del repentismo y sus géneros más importantes. Si oteamos el horizonte culturológico cubano presenciamos algunas lagunas en pos de profundizar más en la historiografía cultural sobre los temas campesinos.

En las letras del repentista matancero Yoslay García, se evidencia una preocupación por el olvido temporal de los especialistas ante la riqueza de la improvisación:

En más de una reunión
la décima fue excluida
cuando rota y mal herida
estaba la tradición.
No fue la predilección
de los grandes pensadores
pero hoy ni sus detractores
pueden en necio litigio
poner en duda el prestigio
de los improvisadores. (iv)

Su discurso hace mención al olvido flagrante de los pensadores ante el arte popular de nuestros campos. Los estudios folclóricos ignoraron su riqueza expresiva y se inclinaron más hacia las indagaciones de la negritud. Algunos investigadores valoran el peligro que ha representado para el pensamiento nacional. La escritora Martha Esquenazi aborda el problema aludiendo a que en Cuba “han interpretado que lo folclórico son los negros. Por supuesto, cada cual lo aplica como entiende, y trae muchísimos problemas de tipo conceptual”. (v)

Antes de valorar lo que ocurre en materia de pensamiento sobre la cultura campesina, es necesario analizar qué sucede con la operacionalización fáctica de este tópico, al calor de una sociología interpretativa de la cultura que connote aquellos síntomas que perviven en sus últimos períodos y que responden a diferentes elementos. Según el antropólogo Clifford Geertz el hombre está suspendido en telarañas y su cultura gira en la búsqueda de un significado. (vi) La interpretación, mediante estas claves, radica en una red polisémica y polifuncional en la construcción de sus imaginarios.

¿Dónde radica la presencia o el olvido de la huella campesina? ¿Cuáles son los aspectos que tienden a crear una correlación de significados afines en sus prácticas actuales? Soy del criterio que para una teoría de la interpretación de la cultura campesina en el caso cubano es necesario desmontar cuestiones propias de la sociología, la semiótica y la antropología. Me baso en los siguientes puntos: la geografía y el etnos rural, imaginarios e instituciones, los textos culturales campesinos y sus fiestas tradicionales.

Las movilidades en el plano social y en todo el ámbito nacional, debido a las migraciones intensivas de las personas, propiciaron la afluencia de una serie de características suficientes para trazar coordenadas híbridas en el pensamiento. El concepto de etnos se rige por una diversidad de escalas que, como ha señalado Leo Ching, connota “un orden complejo, con traslapamientos, disyuntivo”. (vii) Lo que sucede es una confusión de códigos y significados en las prácticas grupales e individuales que van generando el trasvase para el estacionamiento en una identidad plural.

En Cuba, después de los últimos años del siglo anterior, cuando las prácticas sociales estuvieron sujetas a cambios en paradigmas de inclusión y exclusión social, junto a cuestionamientos intelectuales y mentales inclusive a nivel económico, se produjo una crisis categorial en las ciencias sociales, que generaron nuevas materias o procesos heurísticos, en los que el conocimiento intensificó su apoyatura en una sociología de un empirismo más diverso, pues problematizó más su diversidad. El destino nacional comenzó a cuestionar determinados paradigmas que iban y venían solapándose y entretejiéndose, y que tomaron altura al abrirse a una cultura textual con una mayor franja en el conocimiento.

Por tanto, la geografía y el etnos cambiaron irremediablemente: el mismo proceso económico y la búsqueda de nuevos soportes laborales, generaron altos índices de migración, que afectaron el sentido culturológico. Si se analiza detalladamente en algunas regiones, se puede llegar a una conclusión: el abandono de masas poblacionales del sector rural hacia las ciudades con el objetivo de mejorar y acercarse más a cada capital regional. El campesino o habitante del campo, al emigrar, lleva consigo un existir dicotómico, que se mueve entre la identidad perdida de la tierra y una especie de mimetismo, de fronteras desdibujadas que van erosionando sus maneras para someterse a la presión urbana, con características socioculturales diferentes. Al abandonar su espacio rural –donde los mitos y tics enrumbaban su vida de una manera especial, única— este hombre sintió el peso de la globalización, con énfasis en la ciudad, globalización ésta que no depende primariamente de la internacionalización de la cultura –aunque sí secundariamente—, sino en la textura de vida, en el sentido existencial. En nuestro país, sería interesante investigar los correlatos y formas de las migraciones del campo hacia la ciudad. Si se observa, el urbanismo ha puesto en tela de juicio sus formas, para desencadenar en estructuras barriales y en comunidades que, muchas veces, han impuesto su desarrollo y extensión.

El sistema cultural, pues, no escapa a este replanteamiento sociológico. ¿Lleva el campesino las de ganar en el desplazamiento social? ¿Podrá arraigar el culto anterior de la tierra en su tejido simbólico con saberes no homogéneos? ¿Su corpus lo tiene en cuenta?

En la cultura campesina cubana y hago énfasis en sus productos y significados, este fenómeno se encuentra al rojo vivo. El sentido de la desterritorialización posibilita crisis en sus desplazamientos, y esto se evidencia en los productos mediáticos y culturales institucionales, puesto que su inclusión genera una especie de confusión mental. La intelectualización de los medios urbanos o las administraciones institucionales desvían sus intenciones al confundir sustratos mentales que eran propios del vivir en el campo por programaciones que desconocen la idiosincrasia guajira o las comunidades campesinas. Pero en este proceso, el imaginario institucional arrastra consigo este desplazamiento de significados, puesto que le corresponde el desarrollo de las políticas culturales y su inclusión en las disímiles áreas geográficas. . El poder de la cultura campesina está en sus manos.

En cuanto a esta política cultural me interesa observar algún problema que importa visualizarlo en este tema. La investigadora villaclareña Milay Gallardo sostiene la tesis de la necesidad de estrategias que no obstruyan determinadas opciones válidas, y puntualiza:

[…] la implementación de esta política muchas veces ha sido atravesada, institucionalmente, por modelos de desarrollo centralizados, con un enfoque verticalista, lo que se ha traducido en una exclusión de las pluralidades, diversidades y capacidades de la subjetividad individual y de las relaciones intersubjetivas que se establecen en la construcción de los procesos culturales. (viii)

Precisamente, no todas las veces los modelos de desarrollo tienen en cuenta los procesos culturales o socavan sus esencias y construyen otras prácticas culturales sustitutivas de las auténticas. La lectura institucional no privilegia del todo, ni siempre, la atribución de sentidos a los objetos y cultos propios de las comunidades humanas del campo, lo que propicia su contaminación, su contagio con el poder simbólico urbano, administrativo, mediatizados muchas veces por la globalización de estos referentes sociales urbanos que se amalgaman con lo campesino. Por eso sería interesante interrogarnos: ¿generan las fiestas, de programado sentido campesino, un incremento del gusto por estos elementos culturales en las poblaciones urbanas?

La riqueza de la faceta guajira en la cultura cubana, expresada a partir de sus voces, iconos primordiales y coyunturas no contaminadas, está lejos de ser lo que fue. Aún cuando se mantenga en Las Tunas una fiesta Cucalambeana a la que se asocian procesos culturales e institucionales diversos y en otras provincias exista una atmósfera de literatura decimista, repentismo y géneros musicales guajiros, debemos preocuparnos por la situación actual de permeabilización desde centros de producción cultural, cuyos productos penetran a ritmos crecientes en los sistemas culturales más frágiles contribuyendo a su decadencia.

El desplazamiento rural, sus especificidades, significados, contribuyen a la formación de segmentos culturales con sus propios consumos simbólicos dependientes en gran medida del impacto de la industria cultural: música ligera, bodrios cinematográficos, melodramatismo ramplón televisivo. Preocupa sobremanera el influjo de este contagio que reemplaza la fuerza motivacional e identificadora de las tradiciones. El campesino se convierte en otro consumidor dependiente de los productos de esa industria, e idiotizado, cae en un trance en el que consume irreflexiva y vorazmente iconos mediáticos ajenos por completo a sus tradiciones y referentes culturales.

El estudio de las tradiciones campesinas sería fundamental para enfrentarlas a los significados simbólicos de la cultura masiva. Las instituciones cubanas que trabajan con el substrato campesino, necesitan ir más a fondo de estas culturas, con el objetivo de describir, y más que todo comprender, como expresa el sociólogo belga François Houtart al visionar el arte y la filosofía contemporáneos, e interpretar además las mediaciones simbólicas de los discursos generados en diferentes sectores, donde exista un posible diapasón campesino. Señala Houtart, que “la ciencia social solo puede ser interpretación y mediación”. (ix)

El conocimiento no puede alejarse de los signos de la estética contemporánea, eso es lógico, y también el que unas tradiciones desplacen a otras, pero es necesario escudriñar la influencia de los procesos conscientes o inconscientes de exclusión o inclusión, para favorecer o desdeñar desde las instituciones determinadas prácticas y productos en la conformación o declinación de las tradiciones campesinas.

Resulta interesante analizar lo que sucede con sus fiestas tradicionales. ¿Habrá roto la tradición cuando observamos la carencia de público en las presentaciones de su programación? ¿Qué sucede en la visión de los realizadores o de aquellos que programan la participación en conciertos guajiros, lecturas de décimas o géneros locales de la música? Me he percatado de la telaraña que Clifford Geertz anunciaba cuando se refería al sistema construido de la cultura. Hace un tiempo, se programó una gira por las capitales de algunas provincias de Pedro Luis Ferrer, trovador destacado del país. ¿No sería más pertinente llevarlo en algún momento a las comunidades del campo, donde el campesino siente un género especial y cultiva un tipo de tradición específica? En cambio, los espectadores del concierto que, por ejemplo, ofreció Ferrer en Las Tunas, salieron insatisfechos, y sus respuestas respondían al patrón de que ya no llama la atención a los personajes urbanos esta música más “antropológica”, “comunitaria”.

Creo que las tradiciones campesinas actualmente presentan problemas en sus imaginarios y representaciones mentales. Sus textos siguen conociendo el repentismo, la riqueza dialógica y cantada, los ritmos guajiros, sus instrumentos y se preparan encuentros comunitarios, por ejemplo, en Las Tunas, donde se organizan las fiestas comunitarias de base relacionadas con la Jornada Cucalambeana, sin embargo ¿esos géneros se programan frecuentemente en todas las comunidades del campo? ¿Ofrecen los medios de comunicación productos de buena factura sobre sus tópicos característicos?

Si se describe desde el punto de vista semiótico el conjunto de signos, significados y significantes en el campo textual campesino, considero que los textos se han abierto en la producción paradigmática, se han corrido hacia expresiones que no son de su extensión purista, y precipitan generalmente en productos globalizados, lejanos al texto pancrónico, según Iuri Lotman, cuyos gestos y movimientos no tienen nada que ver con décimas cucalambeanas, changüises o zapateos. Recuerdo una frase expresada por Gertrude Stein, y citada por algunos semióticos, al referirse a un sitio comunitario; decía Stein: “allí no hay allí”. (x) Esto pudiera contextualizarse en esas comunidades rurales, que antaño tuvieron resonancia en sus pasos culturales, y actualmente están olvidadas o han perdido su identidad. Ese olvido no indica que siempre se les ignore, sino que la programación les impone el reguetón o la psicodelia más absurda. Abel Prieto, ministro de Cultura, ha reiterado la importancia de preservar la identidad contrarrestando los productos globalizados de la industria cultural.

Es muy atinado el criterio del cineasta Julio García Espinoza en el debate “Cultura popular: entre el patrimonio y el folklor”, organizado en el 2006 por la revista Temas. En ese encuentro, el director de filmes como Reina y Rey y Aventuras de Juan Quin Quin, expresaba su preocupación ante los problemas que se suscitan en la cultura patrimonial. García Espinoza sustentaba tres aspectos: la interpretación popular de los medios de comunicación, el divorcio del arte y la producción masiva, y el movimiento de aficionados, “que tiende a imitar y no a estimular la creación en la población”. (xi)

En este sentido, comparto lo que manifiesta García Espinoza. La cultura cubana debe tener mucho cuidado con los productos de la radio y, sobre todo, de la televisión, cuyas programaciones legitiman un poder funcional y aberrante sobre la recepción en la que se privilegian determinados esquemas arquetípicos y miméticos: el guajiro es tonto y bruto en las telenovelas, los documentales descuidan las audiencias comunitarias. De esa manera, la mentalidad responde a patrones seudofolclóricos, en el espíritu de la industria cultural. Considero que los medios producen e interpretan la realidad social según los emisores e ignoran las bases guajiras, las cooperativas, sus objetos, roles, artefactos; en suma, el folclor que todavía permanece guardado en esos reservorios. ¿Por qué la televisión cubana mantiene un programa tan deficiente como “Palmas y Cañas”, sin mejorar su producción artística o las propuestas de sus destinatarios? ¿Por qué siempre tiene que aparecer el conjunto de danza Cucalambé ofreciendo versiones mal bailadas de nuestros clásicos guajiros?

En el divorcio del arte y la producción masiva, repercute otro de los puntos neurálgicos. ¿Por qué las instituciones exacerban cada vez más sus intereses sin intercambiar con los niveles campesinos que se encuentran en determinados estratos masivos? Si se instituye eficazmente la educación popular, sus expresiones girarían más en el estudio del pueblo y sus destinatarios, permitir que éstos sean artesanos o productores de sus cultos. Según García Espinoza “hay una cultura de vida cotidiana que ignoramos como cultura, y esa es tan importante o más que la otra”. (xii) Sobre el papel mimético de los aficionados, conviene apuntar en el caso campesino, que no se incentiva la creación en las comunidades o dependen del papel que las instituciones les propongan.

En el campo sociológico, el campesinado cubano también es portador de la construcción cultural, pero si se le connota mediante una programación desprovista de sus significados primarios, entonces sus apelaciones pueden girar más en actos simbólicos derivados de visiones ajenas, de actores sociales cuyas pertinencias provienen de su dominio sobre el poder cultural. Según Clifford Geertz “la cultura, ese documento actuado es así, público, como un guiño burlón o una captura ficticia de las ovejas”. (xiii) En este caso, los retablos guajiros, los versos improvisados, la música de sabor antropológico, sufren un menosprecio por el conductor de ovejas, quien les guía ficticiamente a la posmodernidad, en medio de nichos narrativos comerciales, ripios conceptuales y cacofonía contemporánea.

Milay Gallardo, quien describe la axiología cubana en materia de políticas culturales, sostiene:

La reproducción, en nuestra praxis sociocultural, de modelos importados de otras realidades, ha provocado una ineficacia en la determinación de las necesidades reales de los sujetos beneficiarios, por lo que muchas veces estas estrategias, lejos de contribuir a la satisfacción de tales necesidades, han generado la aparición de nuevos malestares, así como actitudes y conductas pasivas, apáticas y consumistas de servicios culturales que sitúan al sujeto social en una condición de beneficiario y no de actor de su propio desarrollo cultural, contrario a los presupuestos planteados en la política cultural del Estado cubano. (xiv)

La sociología campesina también se alimenta de ese malestar. Resulta penoso el interaccionismo simbólico de algunos actores sociales, díganse instructores de arte, promotores o realizadores, participando en una realidad que no legitima las aspiraciones y búsquedas de las características socioculturales, ni indaga en su historia, sino que se dirige al beneficio del metarrelato contemporáneo.


La identidad campesina, necesidad urgente de la cubana

En el inicio de este ensayo, habíamos apuntado la importancia que para Cuba había significado la cultura guajira en toda la extensión de la palabra, tanto en su historia como en sus voces poéticas. Resulta primordial ser y estar conscientes del estudio y preservación de nuestro patrimonio en sus parcelas objetivas y, sin dudas, el tema que nos ocupa, constituye baluarte indispensable para enriquecer y mejorar nuestro acervo.

Hoy en día, diversas son las expresiones que matizan la cultura material campesina. Cada año en la provincia Las Tunas se organiza la jornada Cucalambeana, fiesta que reúne a talentos y creadores, y otras regiones del país planifican acciones en las que se presentan productos relacionados con el verso improvisado, la décima, la artesanía guajira y los ritmos típicos tradicionales. Mas, importa tener en cuenta la necesidad insoslayable de vertebrar líneas de pensamiento que tengan al conocimiento campesino como eje promotor en la cultura nacional, no solo un nicho en la mercadotecnia de nuestro arte para que cuando se active aparezca con sus producciones, planteamientos y actuaciones; sino su presencia constante, su nivel equiparable al folclor afrocubano o las huellas hispánicas, por mencionar algunas raíces populares.

Pienso que nuestra filosofía en su legitimación del corpus guajiro necesita replantearse algunas cuestiones de primer orden. En materia de fiesta campesina, impulsar la indagación de cuáles son las fuentes y los públicos que connotan la sociología de su hecho creativo, tanto creadores como destinatarios, las movilidades sociales y etáreas, al igual que el diagnóstico y propuestas de acciones y procesos que tengan más aterrizaje por parte de la política cultural. Hasta el momento la jornada cucalambeana ha logrado su propósito, mas me refiero al plano simbólico nacional. Así, el diseño de la política cultural y las disciplinas que acompañan su universo gnoseológico lograrían la legitimación de esta materia con mayor hondura e implicación social. Como enuncia Geertz: “se debe prestar atención al comportamiento, y con exactitud, porque es a través del curso de la conducta, o más precisamente, la acción social, que las formas culturales encuentran su articulación”. (xv)

Esa praxis urge promover más el hecho fáctico, la producción, desde el punto de vista tangible e intangible; sin embargo, no se resuelve presentando carteleras de programación, sino la investigación incentiva del hombre y sus prácticas de significado. Considero que la materia campesina pudiera empaparse más de intencionalidad investigativa, de procesualidad más culturológica, de indagación más atenta en su análisis sígnico, en las historias particulares y regionales para descubrir esencias en el ajiaco ortiziano. Como primer requisito, demandar su puesto entre los principales cultos de formación de la nacionalidad. Coincido con Marta Esquenazi cuando planteaba el error que supone considerar solo el folclor de los negros como cultura popular, como forma fuerte del patrimonio nacional.

El texto campesino debe postular su sentido de la interpretación, y es hora de promover los objetivos de investigación en el campo de la antropología, la sociología y las ciencias de la cultura. Se necesita un mayor diapasón de características para entregar un concierto en la zona más requerida, la presentación de una historia sociocultural en zonas apartadas, donde se construyó la historia de esta nación, y donde varios artefactos, tanto simbólicos como lingüísticos, crearon la vida real comunitaria.

La cultura campesina se encuentra en una época de cuestionamientos, y para activar su saber instrumental, pudiera enfocar más su procesualidad en las relaciones entre los saberes antropológicos; en lo que define el investigador Néstor García Canclini en la realidad latinoamericana, en los cruces, las hibridaciones interculturales, el conocimiento de las etnias, las diferencias, la alteridad y las relaciones interculturales. (xvi) Estoy de acuerdo con la crítica que se ha hecho sobre la posible contextualización de modelos teóricos foráneos a nuestra realidad, que en muchos casos no se ajustan; pero en el que nos ocupa, sí creo pertinente observar lo que los especialistas de la región apuntan e investigan sobre estos procesos. En el caso de Cuba no abundan las etnias, como en esas latitudes, sin embargo sí existen diferencias comunitarias, características marcadas según los renglones económicos, las pertinencias regionales o las condicionantes del campesinado en sus roles urbanos.

Para una mejor comprensión de esta temática, significa atribuir un simbolismo más rico al paisaje sonoro de la comunidad campesina, donde hay saberes tradicionales y ritos de inclusión participativa; significa crear las relaciones con los informantes o actores comunitarios que despliegan las labores de la oralidad, el manejo de un instrumento de toque tradicional, ya sea el tres, la guitarra o el laúd; significa no quedarse con la mera investigación sobre la décima, que sí ilustra en la interpretación literaria, pero que permanece lejana si no se relaciona con aspectos de la hermenéutica social; significa entregar al hombre el telos de su tierra y el acceso y manejo de sus instrumentos simbólicos.

Cada región campesina del país requiere descubrir su historia humana, pero son los investigadores quienes ameritan interpretar sus pequeños mundos. Los modelos de recepción de los Estudios Culturales también resultan imprescindibles para obtener lecturas y atribuciones de sentido, y con ello conformar una visión campesina diversa, que describa los conductos culturales, las mediaciones y las formas de apropiación. Acotaba anteriormente sobre las hibridaciones interculturales, pues desde ese sentido observar el correlato contemporáneo, los modos de realización y consumo, por qué la décima descubre otros recursos estilísticos y de contenido en sus versos, la interrelación del impacto musical con las representaciones sociales y mentales, la preservación de las danzas campesinas folclóricas, la recepción de la llamada música con referentes antropológicos, etcétera.

No quiere decir que en Cuba no se hayan ejecutado propuestas de valía. Alguna que otra voz ha presentado investigaciones sobre el folclor o la historia campesinos. El Instituto de la Cultura Cubana, por ejemplo, tiene entre sus objetivos el estudio de nuestras raíces, y el Instituto de Historia de Cuba también ha publicado algunos libros sobre temáticas históricas relacionadas con las comarcas campesinas, sin embargo la vertiente negra lleva la voz cantante. Una mirada más penetrante e incisiva en la cultura material y espiritual de este tema, conllevaría resultados más objetivos y subjetivos, pues pondría sobre la mesa, no solo enfoques más humanistas y sociales, sino una visión más integral del hombre que produce y vive en el campo, o el amalgamado de la ciudad, para el cual la vida contempla otros pactos de lectura. Así, una fiesta con sabor campesino, al orquestar propuestas comunicativas y culturales, puede partir de lo que Néstor García Canclini enuncia, “la mezcla de memorias heterogéneas e innovaciones truncas”. (xvii) De manera que, la cultura campesina cubana no implica un pensamiento en una raíz homogénea, sino en la memoria que está en el hecho circunstanciado, en la fenomenología ontológica de su discurrir, en los fragmentos de la localidad y la región.



NOTAS

i) Cfr. Sergio Valdés Bernal: Antropología lingüística. Fundación Fernando Ortiz, Ciudad de la Habana, 2000, pp. 14- 15.

ii) Carlos Tamayo Rodríguez: Juan Cristóbal Nápoles Fajardo, el desaparecido. Editorial Sanlope, Las Tunas, 2003, p. 72.

iii) Cintio Vitier citado por Carlos Tamayo Rodríguez: Ob. Cit., p. 68.

iv) Yoslay García citado por Olga Lidia Pérez:: “CD Soy la décima guajira”, en El Caimán Barbudo, año 42, no. 349, Ciudad de la Habana, noviembre-diciembre de 2008, p. 27.

v) Véase Controversia “Cultura popular: entre el patrimonio y el folklor”, en Temas, no. 45, La Habana, enero-marzo de 2006, p. 88.

vi) Clifford Geertz: “Descripción densa: hacia una teoría interpretativa de la cultura”, en Paul Bohannan y Mark Glazer (comp.): Antropología. Lecturas. Editorial Félix Varela, La Habana, 2005, p. 552.

vii) Leo Ching: “Globalizando lo regional, regionalizando lo global: la cultura de masas y el asiatismo en la era del capitalismo tardío”, en Criterios, no. 33, 4ta época, Ciudad de la Habana, 2002, p. 268.

viii) Milay Gallardo Rodríguez: “Algunas consideraciones sobre los déficits de la praxis sociocultural”, en Estudios Culturales, año 1, no. 1, Santa Clara, enero-diciembre de 2006, p. 25.

ix) François Houtart: Mercado y Religión. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2007, p. 38.

x) Gertrude Stein citada por Mike Featherstone: “Culturas globales y locales”, en Criterios, no. 33, p. 82.

xi) Controversia, en Temas, no. 45, p. 84.

xii) Idem.

xiii) Clifford Geertz: Ob. cit., p. 552.

xiv) Milay Gallardo: Ob. cit., p. 24.

xv) Clifford Geertz: Ob. cit., p. 558.

xvi) Néstor García Canclini: “Los Estudios Culturales de los 80 a los 90: perspectivas antropológicas y sociológicas en América Latina”, en Daniel Álvarez Durán y Alain Basail (compiladores): Sociología de la cultura. Lecturas. Libro en formato electrónico.

xvii) Ibídem.


BIBLIOGRAFÍA

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Valdés Bernal, Sergio: Antropología lingüística. Fundación Fernando Ortiz, Ciudad de la Habana, 2000.

Fuentes periódicas: El Caimán Barbudo.