De yuca y papaya
(Erotismo ingenuo
en la décima
popular cubana)
La décima popular cubana, repleta de alusiones, insinuaciones, doble sentido, lecturas tendenciosas y un sinfín de connotaciones lúdicas constituye uno de los más ricos exponentes de la picardía criolla, quizás como pocas expresiones culturales vernáculas.
La larga historia burlesca de estas expresiones, presentes más en la tradición oral que en la literatura, registra una inusitada crónica donde las marcas de identidad se aprecian, entre otras, en modos dialectales cuya lógica consiste en sustituir los significados, por virtud metonímica, con otros que tras un código maliciosamente compartido cobran categoría de símbolos.
De tal suerte, y siempre situados en la complicidad de las asociaciones eróticas, la «yuca» y la «papaya» se legitiman como sustitutas de los órganos sexuales masculino y femenino respectivamente. Destaco como detalle curioso que las variantes vegetales en estas asociaciones fálico-vaginales se registran más en el ámbito rural que en el urbano. En las ciudades y pueblos, dado el mayor desarrollo económico-social y seguramente como efecto psicológico subconsciente, lo vegetal cede espacio a lo elaborado por la industria, y entonces podemos encontrarnos que la «cabilla» y la «panocha» —para citar solo dos ejemplos— afloran con mayor frecuencia.
Pero la riqueza de ese lenguaje traslaticio se multiplica hasta alcanzar dimensiones delirantes, y a tenor con ello sustantivos como: machete, tranca, morcilla, chorizo, majagua, caoba, caballo, barreta, barra, panetela, tocino, mascota, chayote, pan de gloria, pez rubia, chancleta, estropajo, reverbero… pueden ocupar elocuentes espacios pélvicos sin que ningún lector nacional medianamente atento quede sin captar a qué significados remiten.
De la misma manera, verbos como: meter, mandar, arremangar, soplar, pisar, enganchar, trastear, tirar, templar y muchos otros se instituyen sinónimos de fornicar, aunque resulta asimismo curioso cómo en estas sustituciones deja ver su oreja peluda la raíz machista de nuestra identidad, pues siempre quien mete, manda, arremanga, sopla, pisa, engancha, trastea, tira o «tiempla» somos los del género masculino mientras que para la mujer queda el papel pasivo, tal vez el de víctima, aunque en ocasiones, a esta especie de discriminación se le oponga el paliativo de la astucia que se le asigna a las damas en el escamoteo del acto, como vemos en la composición «Nadie escarmienta por cabeza ajena», del genial poeta humorístico Chanito Isidrón, quien fuera conocido como El Elegante Poeta de Las Villas:
Todo el que a casarse va
porque necesita abrigo
siempre encuentra a un buen amigo
que un mal consejo le da.
Yo no sé por qué será
que el hombre que se ha casado,
cuando mira a otro embullado
que busca su misma base,
le dice que no se case,
que ese es un paso mal dado.
Sabe el hombre la misión
amarga del que se casa,
pero cuando ve la masa
se le alegra el corazón.
Eso es igual que el ratón:
ve que otro ratón cualquiera
cae en la trampa y quisiera
huir del triste destino
pero el olor del tocino
lo lleva a la ratonera.
Yo también había jurado
cuando joven, no casarme,
para luego no encontrarme
pobre, hambriento y remendado.
Luego aquí por el Vedado
me enamoré de Pilar,
y esa sí me ha hecho rabiar
y maldecir mi destino,
porque me enseña el tocino
y no me deja llegar.
Miren, Manuel el Gallego
se casó con Rosalía,
que allí si es verdad que había
tocino hasta para luego.
Manuel quiso entrarle, ciego,
pero ella, que es algo cruel,
anda con Juan y Miguel
y con todo el que se asome,
y ahora todo el mundo come
tocino, menos Manuel.
Muchos más pudieran ser los ejemplos que dan fe de este procedimiento consistente en sustituir los objetos por otros que dada su contigüidad aluden al hecho erótico. Ya antes decía que es la tradición oral la que de manera más asidua ha recogido esas expresiones. Casos notables se localizan en los programas radiales de las décadas de los cuarentas y cincuentas, donde tanto brillara el ya citado Chanito Isidrón. Con igual calidad en los últimos tiempos, y en los dominios de la televisión, las comparecencias que Ramón Espinosa (El Profesor Espinosa) hiciera en el programa Palmas y Cañas continuaron esa tradición pícara.
Sin ser siquiera un mediano conocedor del lenguaje de los medios audiovisuales, mi condición de espectador atento me permite apreciar que aquellos «consejos» del Profesor Espinosa le aportaron frescura y autenticidad a ese «guateque» que a tantos —tantas veces— nos ha parecido desnaturalizado por una contaminación (que no hibridez) con el engolamiento urbano de una locución y unos performance donde el sujeto campesino se torna casi irreconocible.
La composición que el Profesor Espinosa tituló «El Panqué» podría clasificar, sin dudas, entre las clásicas en el uso del procedimiento descrito:
La noche que me casé
con mi novia, Juana Roche,
contenta, para la noche
de bodas, compró un panqué.
En cuanto al cuarto llegué
vi el dulce tan codiciado
y yo que no había probado
en todo el día comida
miré al panqué y enseguida
me puse desesperado.
Pero Juana, mi mujer,
me decía: «Espera un rato
porque con tanto arrebato
me vas el panqué a romper».
Yo decía: «Mi querer,
es que es mucho mi apetito».
Y ella decía: «Papito,
no te pongas exigente,
por el momento entretente
cogiéndole el olorcito».
Yo le dije, sin perder
de vista el dulce casero:
«Déjame comer primero,
que ya habrá tiempo de oler;
no me hagas padecer
de esa forma, vida mía»,
pero Juana se reía
de lo hambriento que yo estaba:
si pronto me lo enseñaba,
más pronto me lo escondía.
Y así empezó el pugilato
entre mi mujer y yo
y el incidente que dio
origen a este relato.
Yo corriendo tras el plato
varios minutos pasé;
Juana, con su je-je-je
paseaba la alcoba entera,
y yo sin hallar manera
de echarle mano al panqué.
Y en medio de esa odisea,
como estoy grueso y me canso,
le dije: «Está bien, me transo,
déjame olerlo aunque sea».
Como el can cuando olfatea
me aproximé a mi mujer,
pero en cuanto empecé a oler
todo se me puso gris
—tenerlo aquí en la nariz
y no poderlo coger.
Pero ocurrió un incidente:
yo traté de oler profundo
y en eso se me fue el mundo
y ahí mismo le metí el diente.
Comí atropelladamente
hasta que me repleté.
Miren cómo me llené
por lo tanto que comí
que al poco tiempo me fui
aburriendo del panqué.
Y ahora tenemos jaleo
a menudo yo y mi dueña,
porque el panqué me lo enseña
y me hago el que no lo veo.
Perdí todo aquel deseo
que siempre experimenté
por el dulce, y yo no sé
qué diablos ahora me pasa,
que por lo menos en casa
no puedo ver el panqué.
Entre los ejemplos donde el doble sentido se logra, más que con los sustantivos, con un verbo, sobresale uno del propio profesor Espinosa, titulado «La carta», donde el uso de «mandar» genera igualmente graciosas suspicacias:
La novia mía nació
en la finca Los Mameyes,
y allí, entre vacas y bueyes
y palmas reales creció.
Hasta Los Mameyes yo
me fui a visitarla un día,
pero el padre de Sofía
me recibió como a un cerdo;
de Los Mameyes me acuerdo
y me erizo todavía.
Juró no dejarme entrar
jamás a la finca aquella,
y así yo, loco por ella,
me fui sin poderle hablar.
Ya no hallaba qué inventar
para vulnerar sus leyes;
gracias al lechero Reyes,
que de intermediario fue,
le escribí una carta y se
la mandé hasta Los Mameyes.
Y cuando la carta había
llegado hasta Los Mameyes,
el viejo presionó a Reyes;
Reyes se volvió un jutía:
le dijo la hora y el día
en que yo escribí la carta;
él juró por Santa Marta
que iba a hacerme picadillo
y salió con un cuchillo
que si me agarra, me ensarta.
Pero yo me le escurrí
por aquella sitiería,
y, aunque temblando, a Sofía
otra carta le escribí.
No sé cuántas vueltas di
para hacérsela llegar:
diez veces quise enviar
la carta y fallé las diez
y aquella segunda vez
no se la pude mandar.
No había con quien no hablara
de la nueva carta escrita,
y Sofía igual, loquita
porque yo se la mandara;
hasta que me dije: «Para,
que el viejo te va a pelar».
Él no hacía más que gritar:
«¡Tendrá que acatar mis leyes,
porque aquí, por mis Mameyes,
no quiero verlo pasar!»
Miren si me arratoné
tanto, que me arrepentí
del día que le escribí
la carta y se la mandé.
El susto que yo pasé
con ese viejo fue grande,
y como no hay quien lo ablande
y el miedo afloja y aflige,
rompí la carta y me dije:
«Un burro que se la mande».
En este breve espacio solo he usado ejemplos de dos poetas, pero no sería justo consignar que en tanto método creativo, el uso multidireccional de los vocablos constituye patrimonio de la mayoría de estos cultores de la décima, y que en ocasiones dos poetas o más concurren en asignarle determinada intención a un término o una frase, como es el caso de esta excelente composición del propio Ramón Espinosa:
A mí la naturaleza
me puso un hueso en el brazo,
un hueso en el espinazo
y otro hueso en la cabeza.
El hueso de la tristeza,
el hueso de la alegría;
me puso un hueso en la encía
y otro hueso en el pescuezo,
pero no me puso un hueso
donde más falta me hacía.
En la antología de décimas humorísticas titulada Yo he visto un cangrejo arando, compilada por René Batista Moreno para
Puso la naturaleza
o Dios, me dicen algunos,
en lugares oportunos
en el cuerpo cada pieza.
El cerebro en la cabeza
para guiar cada acción,
en el pecho el corazón
que marca el ritmo cardiaco
y de órganos un ajiaco,
todos en su posición.
Para las transportaciones
me puso también los pies,
más importantes tal vez
que el hígado y los riñones.
Cumpliendo varias funciones
boca, dientes, lengua, encía,
y yo pensaba y decía:
«No estoy contento por eso,
¿por qué no me puso un hueso
donde más falta me hacía?»
Lo que sí caracteriza, sin excepción, a las mejores composiciones de este corte es la elegancia con que los poetas lo aluden todo sin acudir a la grosería o lo chocarrero, de manera que se imponen el reto de remitir al lector a la doble lectura convocando a la multiplicidad de las llamadas «expresiones correctas».
Finalmente dejo constancia de otro trabajo magistral en el manejo de los recursos aquí reseñados, donde aparentemente Chanito coincide también con otro poeta. En la mencionada antología de décimas humorísticas, en la página 173, se da como anónima una décima titulada «El olvidadizo»:
Voy a tener que tomar
un caldo de zanahoria,
si he visto que la memoria
me está empezando a fallar.
Si almuerzo, vuelvo a almorzar;
si como, vuelvo a comer;
si bebo, vuelvo a beber;
y ya me dijo mi esposa:
«Es que tú haces las cosas
y quieres volverla a hacer». (1)
Pero en 2003, un año antes de que se publicara Yo he visto un cangrejo arando, las instituciones literarias de Villa Clara organizaron en Calabazar de Sagua, pueblo natal del poeta, un homenaje a Chanito Isidrón en su centenario. En aquel evento el periodista Alberto González Rivero, de la emisora local, llevó grabadas, y les ofreció al público, varias entrevistas hechas a calabaceños que conocieron a Chanito. En uno de aquellos testimonios una señora refiere que, al solicitarle al poeta que repitiera de memoria una décima que en su juventud —decía— le había dedicado, este le respondió que no la recordaba, razón por la cual ella lo recriminó: «Ya tú lo que estás es viejo, Chanito: ni memoria tienes». Y concluía la mujer su relato narrando la reacción del bardo que, ni corto ni perezoso, le improvisó la siguiente estrofa:
Voy a tener que tomar
el jugo de zanahoria,
pues la maldita memoria
ya me ha empezado a fallar.
Si almuerzo, vuelvo a almorzar;
si como, vuelvo a comer,
y por eso la mujer
se me ha puesto resabiosa
porque yo hago una cosa
y quiero volverla a hacer.
¿Es de la autoría de Chanito la décima dada como anónima en la antología de Batista Moreno? Es posible, y de serlo, tendríamos que asumirla con las transformaciones que la transmisión oral le incorpora a todo, a veces para bien, aunque no sea este el caso. Es posible que en lo tocante a esta estrofa, como en tantos otros, se cumpla una vez más la teoría del rumor. Y en este caso tal confirmación, lejos de devaluar el hecho en sí, no haría más que reafirmar el vigor de un fenómeno comunicativo, no por rudimentario menos eficaz que
Santa Clara, 6 de mayo de 2009
Notas:
1.- Dos errores son evidentes en esta estrofa: la rima imperfecta de plural con singular ("esposa" y "cosas") y la falta de concordancia ("haces las cosas" y "quieres volverla a hacer").
Tomado de Cubaliteraria
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