lunes, 8 de junio de 2009

Una mirada
a la materia
campesina
cubana desde los
Estudios Culturales

Por Ernesto Rafael Triguero Tamayo
Profesor e Investigador
(Premio Todo Décima 2009)



La cultura campesina siempre ha sido un renglón en los predios nacionales. Desde los siglos anteriores, cuando comenzó a fraguarse la cubanía y sus múltiples expresiones, ya el campesinado devenía zona temática para la dicción del cubaneo y las conquistas de su producción juglaresca. Los primeros pasos en su campo marcaron formaciones que delinearon, de una forma u otra, lo aparencial formativo, para llegar más tarde, en pleno siglo XIX, al mapa de las esencias del caimán antillano.

¿Cómo podemos ubicar el nombre campesino en el diapasón de nuestros signos vitales sin apelar a la nostalgia de los tiempos anteriores? ¿Qué sucede ante la designación lingüística de este término? La apelación a la historia de nuestra cultura confirma la asimilación primigenia de sus raíces, el apogeo de su folclor, más allá de los cambios generacionales. Al penetrar en una economía agraria y en las formas de dominación de la colonización española, la Isla preparó su camino para los retablos guajiros, allí donde tomó pujanza el cultivo de la tierra y el apego a encomiendas, hatos y corrales. Las labranzas del terreno, aún cuando trajeron consigo la servidumbre a la Metrópoli y su incremento comercial, forjaron una visión de nuestros campos, que hizo una traslación a las villas y ciudades, cual signo de extensión cultural.

Al rastrear la historia rural de la Isla, analizada por los historiadores decimonónicos o las personalidades que plasmaron su vida social y económica en el siglo XX, constatamos que sus miradas penetraron en la historia general de la nación en el contrapunteo del tabaco y del azúcar, como definiera magistralmente el sabio cubano Fernando Ortiz, al igual que los rigores de la ganadería y otros sectores económicos, y como argumentos para una escritura de la historia insular, que aparecen en los principales manuales de esta ciencia. Sin embargo, la carencia de una historia de la cultura campesina a través de estos siglos se manifiesta en el telos de la nación cubana, de ahí que uno de los problemas en su evolución sea cierto desconocimiento relativo de las regiones, sus creaciones particulares, así como la economía y la sociología manejadas en la fundación de poblados o en las características de las migraciones, cuyas oleadas matizaron fragmentos de su cultura.

Es indudable que las voces poéticas del siglo XIX, entre las que puede mencionarse Juan Cristóbal Nápoles Fajardo, el Cucalambé, retrataron fielmente el entorno campesino a través de su visión nativista, en el cultivo de la décima siboneyista, y que, luego, acompañados nuestros guajiros con el tiple y el laúd, enriquecieron el repentismo, la tonada, al igual que la oralidad del pueblo, que transmitió voces peculiares enraizadas con la tierra. En el diapasón de la cultura cubana en su aspecto campesino, hubo una especie de cristalización de lo que el lingüista alemán Guillermo de Humboldt, definiera como la asunción de la lengua en sus “estructuras sociales, culturales y síquicas”, (i) y con ellos organizar su mundo circundante. No creo que constituyera un dominio absolutista en el plano de la evolución nacional, pero esa lengua caló con sus semas, sememas y derivaciones en el calor de una geografía insular, rica y multiforme. De manera que, hubo un afianzamiento del espacio del terruño, su textura, y la traslación guajira, vistos en las sitierías, en las vaquerías, en las gallerías, en el fomento y cultivo de la tierra, y mediante disímiles facetas del trabajo agrícola que, poco a poco, penetraron en la noción de lengua- comunidad aportada por este teórico europeo.

Si se analizan detenidamente textos de nuestra cultura, presenciamos la órbita campesina y más tarde el predominio guajiro, según folcloristas europeos y norteamericanos. Recuérdese que después de las guerras contra España proliferó ese eufemismo. A esta visión de la lengua cultural se suma el mestizaje de la nación, sus mezclas raciales y culturales. Jesús Orta Ruiz lo expresó a través de una décima:

Viajera peninsular,
cómo te has aplatanado!
¿Qué sinsonte enamorado
te dio cita en el palmar?
Dejaste viña y pomar
soñando caña y café,
y tu alma española fue
canción de arado y guataca
cuando al vaivén de una hamaca
te diste a El Cucalambé. (ii)

Las creaciones campesinas, sus fusiones, sus interrelaciones geográficas, raciales y culturales propiciaron aspectos de la cubanía que han sido olvidados a la hora de conformar las investigaciones antropológicas. La relación entre las huellas peninsulares, con su espinela, más la oralidad cubana, crearon formas populares del arte campesino, cuyo acento “fue llenándose paulatinamente con el sabor y los temas de la vida campesina hasta fijar la popular décima guajira”. (iii) La geografía nacional conoció el acervo campesino remontándose a tradiciones y sustratos correlativos que influyeron en su pensamiento, en su lengua, en sus expresiones latentes y ocultas, en todo el paratexto de la nación, que no sólo derivaría en coplas y juglares criollos, sino en la reciedumbre de su corpus: los viajes entre regiones, el apasionamiento por serenatas y tertulias, la producción ganadera y el animal como exponente de una cultura de la tierra.

La nación cubana, mediante el plasma campesino, arraigó en tradiciones difíciles de borrar, en tanto fue depositaria del paisaje vernáculo de su cultura. Interesantes resultan los ejemplos de esa presencia criolla, guajira, en los espacios de la Isla. Por ejemplo, Victoria de las Tunas, pueblo apenas emergente en los inicios del siglo XX y heredero ya de la esencia cucalambeana, matizaba su economía con el triunfo agrario, la profusión de carretas, carretones y otros vehículos de tracción animal, el juego de gallos en las vallas circundantes y vicios propios de la vida campesina. Los diferentes componentes culturales crearon a lo largo de la Isla menciones homólogas, y si lo constatamos hoy en día, resultan estertores de aquellos signos en su caldo y cultivo.


La cultura campesina en su folclor contemporáneo

La cultura popular de los campesinos fue reflejada por escritores e historiadores en fragmentos, relatos y ensayos, y, muchas veces, sin presentar de forma explícita la vida de los personajes del campo. Los caminos, las formas de cultivo, la explotación de los campesinos en etapas de la historia cubana, constituyeron temas de la literatura, describiendo costumbres y características de sus entornos. Sin embargo, en la etapa de la revolución los estudios populares profundizaron en las zonas del patrimonio nacional que se necesitaba investigar para conocer los procesos de la identidad cubana. Actas del folclor, Atlas de los instrumentos de la música folclórico-popular de Cuba y otros textos de investigadores como Argeliers León, ediciones de los libros de Fernando Ortiz, consolidaron facetas auténticas según intereses investigativos sobre los diferentes componentes étnicos, aunque esas claves enfatizaron los aportes africanos, el teatro y la música de los negros, y desplazaron en cierto sentido el substrato campesino a un eco legitimado en la conciencia ontológica, pero no en la efusividad de los textos. La doctora María Teresa Linares, musicóloga y estudiosa de nuestro folclor, sí fue una de las especialistas que se preocupó por investigar la música campesina, los éxitos del repentismo y sus géneros más importantes. Si oteamos el horizonte culturológico cubano presenciamos algunas lagunas en pos de profundizar más en la historiografía cultural sobre los temas campesinos.

En las letras del repentista matancero Yoslay García, se evidencia una preocupación por el olvido temporal de los especialistas ante la riqueza de la improvisación:

En más de una reunión
la décima fue excluida
cuando rota y mal herida
estaba la tradición.
No fue la predilección
de los grandes pensadores
pero hoy ni sus detractores
pueden en necio litigio
poner en duda el prestigio
de los improvisadores. (iv)

Su discurso hace mención al olvido flagrante de los pensadores ante el arte popular de nuestros campos. Los estudios folclóricos ignoraron su riqueza expresiva y se inclinaron más hacia las indagaciones de la negritud. Algunos investigadores valoran el peligro que ha representado para el pensamiento nacional. La escritora Martha Esquenazi aborda el problema aludiendo a que en Cuba “han interpretado que lo folclórico son los negros. Por supuesto, cada cual lo aplica como entiende, y trae muchísimos problemas de tipo conceptual”. (v)

Antes de valorar lo que ocurre en materia de pensamiento sobre la cultura campesina, es necesario analizar qué sucede con la operacionalización fáctica de este tópico, al calor de una sociología interpretativa de la cultura que connote aquellos síntomas que perviven en sus últimos períodos y que responden a diferentes elementos. Según el antropólogo Clifford Geertz el hombre está suspendido en telarañas y su cultura gira en la búsqueda de un significado. (vi) La interpretación, mediante estas claves, radica en una red polisémica y polifuncional en la construcción de sus imaginarios.

¿Dónde radica la presencia o el olvido de la huella campesina? ¿Cuáles son los aspectos que tienden a crear una correlación de significados afines en sus prácticas actuales? Soy del criterio que para una teoría de la interpretación de la cultura campesina en el caso cubano es necesario desmontar cuestiones propias de la sociología, la semiótica y la antropología. Me baso en los siguientes puntos: la geografía y el etnos rural, imaginarios e instituciones, los textos culturales campesinos y sus fiestas tradicionales.

Las movilidades en el plano social y en todo el ámbito nacional, debido a las migraciones intensivas de las personas, propiciaron la afluencia de una serie de características suficientes para trazar coordenadas híbridas en el pensamiento. El concepto de etnos se rige por una diversidad de escalas que, como ha señalado Leo Ching, connota “un orden complejo, con traslapamientos, disyuntivo”. (vii) Lo que sucede es una confusión de códigos y significados en las prácticas grupales e individuales que van generando el trasvase para el estacionamiento en una identidad plural.

En Cuba, después de los últimos años del siglo anterior, cuando las prácticas sociales estuvieron sujetas a cambios en paradigmas de inclusión y exclusión social, junto a cuestionamientos intelectuales y mentales inclusive a nivel económico, se produjo una crisis categorial en las ciencias sociales, que generaron nuevas materias o procesos heurísticos, en los que el conocimiento intensificó su apoyatura en una sociología de un empirismo más diverso, pues problematizó más su diversidad. El destino nacional comenzó a cuestionar determinados paradigmas que iban y venían solapándose y entretejiéndose, y que tomaron altura al abrirse a una cultura textual con una mayor franja en el conocimiento.

Por tanto, la geografía y el etnos cambiaron irremediablemente: el mismo proceso económico y la búsqueda de nuevos soportes laborales, generaron altos índices de migración, que afectaron el sentido culturológico. Si se analiza detalladamente en algunas regiones, se puede llegar a una conclusión: el abandono de masas poblacionales del sector rural hacia las ciudades con el objetivo de mejorar y acercarse más a cada capital regional. El campesino o habitante del campo, al emigrar, lleva consigo un existir dicotómico, que se mueve entre la identidad perdida de la tierra y una especie de mimetismo, de fronteras desdibujadas que van erosionando sus maneras para someterse a la presión urbana, con características socioculturales diferentes. Al abandonar su espacio rural –donde los mitos y tics enrumbaban su vida de una manera especial, única— este hombre sintió el peso de la globalización, con énfasis en la ciudad, globalización ésta que no depende primariamente de la internacionalización de la cultura –aunque sí secundariamente—, sino en la textura de vida, en el sentido existencial. En nuestro país, sería interesante investigar los correlatos y formas de las migraciones del campo hacia la ciudad. Si se observa, el urbanismo ha puesto en tela de juicio sus formas, para desencadenar en estructuras barriales y en comunidades que, muchas veces, han impuesto su desarrollo y extensión.

El sistema cultural, pues, no escapa a este replanteamiento sociológico. ¿Lleva el campesino las de ganar en el desplazamiento social? ¿Podrá arraigar el culto anterior de la tierra en su tejido simbólico con saberes no homogéneos? ¿Su corpus lo tiene en cuenta?

En la cultura campesina cubana y hago énfasis en sus productos y significados, este fenómeno se encuentra al rojo vivo. El sentido de la desterritorialización posibilita crisis en sus desplazamientos, y esto se evidencia en los productos mediáticos y culturales institucionales, puesto que su inclusión genera una especie de confusión mental. La intelectualización de los medios urbanos o las administraciones institucionales desvían sus intenciones al confundir sustratos mentales que eran propios del vivir en el campo por programaciones que desconocen la idiosincrasia guajira o las comunidades campesinas. Pero en este proceso, el imaginario institucional arrastra consigo este desplazamiento de significados, puesto que le corresponde el desarrollo de las políticas culturales y su inclusión en las disímiles áreas geográficas. . El poder de la cultura campesina está en sus manos.

En cuanto a esta política cultural me interesa observar algún problema que importa visualizarlo en este tema. La investigadora villaclareña Milay Gallardo sostiene la tesis de la necesidad de estrategias que no obstruyan determinadas opciones válidas, y puntualiza:

[…] la implementación de esta política muchas veces ha sido atravesada, institucionalmente, por modelos de desarrollo centralizados, con un enfoque verticalista, lo que se ha traducido en una exclusión de las pluralidades, diversidades y capacidades de la subjetividad individual y de las relaciones intersubjetivas que se establecen en la construcción de los procesos culturales. (viii)

Precisamente, no todas las veces los modelos de desarrollo tienen en cuenta los procesos culturales o socavan sus esencias y construyen otras prácticas culturales sustitutivas de las auténticas. La lectura institucional no privilegia del todo, ni siempre, la atribución de sentidos a los objetos y cultos propios de las comunidades humanas del campo, lo que propicia su contaminación, su contagio con el poder simbólico urbano, administrativo, mediatizados muchas veces por la globalización de estos referentes sociales urbanos que se amalgaman con lo campesino. Por eso sería interesante interrogarnos: ¿generan las fiestas, de programado sentido campesino, un incremento del gusto por estos elementos culturales en las poblaciones urbanas?

La riqueza de la faceta guajira en la cultura cubana, expresada a partir de sus voces, iconos primordiales y coyunturas no contaminadas, está lejos de ser lo que fue. Aún cuando se mantenga en Las Tunas una fiesta Cucalambeana a la que se asocian procesos culturales e institucionales diversos y en otras provincias exista una atmósfera de literatura decimista, repentismo y géneros musicales guajiros, debemos preocuparnos por la situación actual de permeabilización desde centros de producción cultural, cuyos productos penetran a ritmos crecientes en los sistemas culturales más frágiles contribuyendo a su decadencia.

El desplazamiento rural, sus especificidades, significados, contribuyen a la formación de segmentos culturales con sus propios consumos simbólicos dependientes en gran medida del impacto de la industria cultural: música ligera, bodrios cinematográficos, melodramatismo ramplón televisivo. Preocupa sobremanera el influjo de este contagio que reemplaza la fuerza motivacional e identificadora de las tradiciones. El campesino se convierte en otro consumidor dependiente de los productos de esa industria, e idiotizado, cae en un trance en el que consume irreflexiva y vorazmente iconos mediáticos ajenos por completo a sus tradiciones y referentes culturales.

El estudio de las tradiciones campesinas sería fundamental para enfrentarlas a los significados simbólicos de la cultura masiva. Las instituciones cubanas que trabajan con el substrato campesino, necesitan ir más a fondo de estas culturas, con el objetivo de describir, y más que todo comprender, como expresa el sociólogo belga François Houtart al visionar el arte y la filosofía contemporáneos, e interpretar además las mediaciones simbólicas de los discursos generados en diferentes sectores, donde exista un posible diapasón campesino. Señala Houtart, que “la ciencia social solo puede ser interpretación y mediación”. (ix)

El conocimiento no puede alejarse de los signos de la estética contemporánea, eso es lógico, y también el que unas tradiciones desplacen a otras, pero es necesario escudriñar la influencia de los procesos conscientes o inconscientes de exclusión o inclusión, para favorecer o desdeñar desde las instituciones determinadas prácticas y productos en la conformación o declinación de las tradiciones campesinas.

Resulta interesante analizar lo que sucede con sus fiestas tradicionales. ¿Habrá roto la tradición cuando observamos la carencia de público en las presentaciones de su programación? ¿Qué sucede en la visión de los realizadores o de aquellos que programan la participación en conciertos guajiros, lecturas de décimas o géneros locales de la música? Me he percatado de la telaraña que Clifford Geertz anunciaba cuando se refería al sistema construido de la cultura. Hace un tiempo, se programó una gira por las capitales de algunas provincias de Pedro Luis Ferrer, trovador destacado del país. ¿No sería más pertinente llevarlo en algún momento a las comunidades del campo, donde el campesino siente un género especial y cultiva un tipo de tradición específica? En cambio, los espectadores del concierto que, por ejemplo, ofreció Ferrer en Las Tunas, salieron insatisfechos, y sus respuestas respondían al patrón de que ya no llama la atención a los personajes urbanos esta música más “antropológica”, “comunitaria”.

Creo que las tradiciones campesinas actualmente presentan problemas en sus imaginarios y representaciones mentales. Sus textos siguen conociendo el repentismo, la riqueza dialógica y cantada, los ritmos guajiros, sus instrumentos y se preparan encuentros comunitarios, por ejemplo, en Las Tunas, donde se organizan las fiestas comunitarias de base relacionadas con la Jornada Cucalambeana, sin embargo ¿esos géneros se programan frecuentemente en todas las comunidades del campo? ¿Ofrecen los medios de comunicación productos de buena factura sobre sus tópicos característicos?

Si se describe desde el punto de vista semiótico el conjunto de signos, significados y significantes en el campo textual campesino, considero que los textos se han abierto en la producción paradigmática, se han corrido hacia expresiones que no son de su extensión purista, y precipitan generalmente en productos globalizados, lejanos al texto pancrónico, según Iuri Lotman, cuyos gestos y movimientos no tienen nada que ver con décimas cucalambeanas, changüises o zapateos. Recuerdo una frase expresada por Gertrude Stein, y citada por algunos semióticos, al referirse a un sitio comunitario; decía Stein: “allí no hay allí”. (x) Esto pudiera contextualizarse en esas comunidades rurales, que antaño tuvieron resonancia en sus pasos culturales, y actualmente están olvidadas o han perdido su identidad. Ese olvido no indica que siempre se les ignore, sino que la programación les impone el reguetón o la psicodelia más absurda. Abel Prieto, ministro de Cultura, ha reiterado la importancia de preservar la identidad contrarrestando los productos globalizados de la industria cultural.

Es muy atinado el criterio del cineasta Julio García Espinoza en el debate “Cultura popular: entre el patrimonio y el folklor”, organizado en el 2006 por la revista Temas. En ese encuentro, el director de filmes como Reina y Rey y Aventuras de Juan Quin Quin, expresaba su preocupación ante los problemas que se suscitan en la cultura patrimonial. García Espinoza sustentaba tres aspectos: la interpretación popular de los medios de comunicación, el divorcio del arte y la producción masiva, y el movimiento de aficionados, “que tiende a imitar y no a estimular la creación en la población”. (xi)

En este sentido, comparto lo que manifiesta García Espinoza. La cultura cubana debe tener mucho cuidado con los productos de la radio y, sobre todo, de la televisión, cuyas programaciones legitiman un poder funcional y aberrante sobre la recepción en la que se privilegian determinados esquemas arquetípicos y miméticos: el guajiro es tonto y bruto en las telenovelas, los documentales descuidan las audiencias comunitarias. De esa manera, la mentalidad responde a patrones seudofolclóricos, en el espíritu de la industria cultural. Considero que los medios producen e interpretan la realidad social según los emisores e ignoran las bases guajiras, las cooperativas, sus objetos, roles, artefactos; en suma, el folclor que todavía permanece guardado en esos reservorios. ¿Por qué la televisión cubana mantiene un programa tan deficiente como “Palmas y Cañas”, sin mejorar su producción artística o las propuestas de sus destinatarios? ¿Por qué siempre tiene que aparecer el conjunto de danza Cucalambé ofreciendo versiones mal bailadas de nuestros clásicos guajiros?

En el divorcio del arte y la producción masiva, repercute otro de los puntos neurálgicos. ¿Por qué las instituciones exacerban cada vez más sus intereses sin intercambiar con los niveles campesinos que se encuentran en determinados estratos masivos? Si se instituye eficazmente la educación popular, sus expresiones girarían más en el estudio del pueblo y sus destinatarios, permitir que éstos sean artesanos o productores de sus cultos. Según García Espinoza “hay una cultura de vida cotidiana que ignoramos como cultura, y esa es tan importante o más que la otra”. (xii) Sobre el papel mimético de los aficionados, conviene apuntar en el caso campesino, que no se incentiva la creación en las comunidades o dependen del papel que las instituciones les propongan.

En el campo sociológico, el campesinado cubano también es portador de la construcción cultural, pero si se le connota mediante una programación desprovista de sus significados primarios, entonces sus apelaciones pueden girar más en actos simbólicos derivados de visiones ajenas, de actores sociales cuyas pertinencias provienen de su dominio sobre el poder cultural. Según Clifford Geertz “la cultura, ese documento actuado es así, público, como un guiño burlón o una captura ficticia de las ovejas”. (xiii) En este caso, los retablos guajiros, los versos improvisados, la música de sabor antropológico, sufren un menosprecio por el conductor de ovejas, quien les guía ficticiamente a la posmodernidad, en medio de nichos narrativos comerciales, ripios conceptuales y cacofonía contemporánea.

Milay Gallardo, quien describe la axiología cubana en materia de políticas culturales, sostiene:

La reproducción, en nuestra praxis sociocultural, de modelos importados de otras realidades, ha provocado una ineficacia en la determinación de las necesidades reales de los sujetos beneficiarios, por lo que muchas veces estas estrategias, lejos de contribuir a la satisfacción de tales necesidades, han generado la aparición de nuevos malestares, así como actitudes y conductas pasivas, apáticas y consumistas de servicios culturales que sitúan al sujeto social en una condición de beneficiario y no de actor de su propio desarrollo cultural, contrario a los presupuestos planteados en la política cultural del Estado cubano. (xiv)

La sociología campesina también se alimenta de ese malestar. Resulta penoso el interaccionismo simbólico de algunos actores sociales, díganse instructores de arte, promotores o realizadores, participando en una realidad que no legitima las aspiraciones y búsquedas de las características socioculturales, ni indaga en su historia, sino que se dirige al beneficio del metarrelato contemporáneo.


La identidad campesina, necesidad urgente de la cubana

En el inicio de este ensayo, habíamos apuntado la importancia que para Cuba había significado la cultura guajira en toda la extensión de la palabra, tanto en su historia como en sus voces poéticas. Resulta primordial ser y estar conscientes del estudio y preservación de nuestro patrimonio en sus parcelas objetivas y, sin dudas, el tema que nos ocupa, constituye baluarte indispensable para enriquecer y mejorar nuestro acervo.

Hoy en día, diversas son las expresiones que matizan la cultura material campesina. Cada año en la provincia Las Tunas se organiza la jornada Cucalambeana, fiesta que reúne a talentos y creadores, y otras regiones del país planifican acciones en las que se presentan productos relacionados con el verso improvisado, la décima, la artesanía guajira y los ritmos típicos tradicionales. Mas, importa tener en cuenta la necesidad insoslayable de vertebrar líneas de pensamiento que tengan al conocimiento campesino como eje promotor en la cultura nacional, no solo un nicho en la mercadotecnia de nuestro arte para que cuando se active aparezca con sus producciones, planteamientos y actuaciones; sino su presencia constante, su nivel equiparable al folclor afrocubano o las huellas hispánicas, por mencionar algunas raíces populares.

Pienso que nuestra filosofía en su legitimación del corpus guajiro necesita replantearse algunas cuestiones de primer orden. En materia de fiesta campesina, impulsar la indagación de cuáles son las fuentes y los públicos que connotan la sociología de su hecho creativo, tanto creadores como destinatarios, las movilidades sociales y etáreas, al igual que el diagnóstico y propuestas de acciones y procesos que tengan más aterrizaje por parte de la política cultural. Hasta el momento la jornada cucalambeana ha logrado su propósito, mas me refiero al plano simbólico nacional. Así, el diseño de la política cultural y las disciplinas que acompañan su universo gnoseológico lograrían la legitimación de esta materia con mayor hondura e implicación social. Como enuncia Geertz: “se debe prestar atención al comportamiento, y con exactitud, porque es a través del curso de la conducta, o más precisamente, la acción social, que las formas culturales encuentran su articulación”. (xv)

Esa praxis urge promover más el hecho fáctico, la producción, desde el punto de vista tangible e intangible; sin embargo, no se resuelve presentando carteleras de programación, sino la investigación incentiva del hombre y sus prácticas de significado. Considero que la materia campesina pudiera empaparse más de intencionalidad investigativa, de procesualidad más culturológica, de indagación más atenta en su análisis sígnico, en las historias particulares y regionales para descubrir esencias en el ajiaco ortiziano. Como primer requisito, demandar su puesto entre los principales cultos de formación de la nacionalidad. Coincido con Marta Esquenazi cuando planteaba el error que supone considerar solo el folclor de los negros como cultura popular, como forma fuerte del patrimonio nacional.

El texto campesino debe postular su sentido de la interpretación, y es hora de promover los objetivos de investigación en el campo de la antropología, la sociología y las ciencias de la cultura. Se necesita un mayor diapasón de características para entregar un concierto en la zona más requerida, la presentación de una historia sociocultural en zonas apartadas, donde se construyó la historia de esta nación, y donde varios artefactos, tanto simbólicos como lingüísticos, crearon la vida real comunitaria.

La cultura campesina se encuentra en una época de cuestionamientos, y para activar su saber instrumental, pudiera enfocar más su procesualidad en las relaciones entre los saberes antropológicos; en lo que define el investigador Néstor García Canclini en la realidad latinoamericana, en los cruces, las hibridaciones interculturales, el conocimiento de las etnias, las diferencias, la alteridad y las relaciones interculturales. (xvi) Estoy de acuerdo con la crítica que se ha hecho sobre la posible contextualización de modelos teóricos foráneos a nuestra realidad, que en muchos casos no se ajustan; pero en el que nos ocupa, sí creo pertinente observar lo que los especialistas de la región apuntan e investigan sobre estos procesos. En el caso de Cuba no abundan las etnias, como en esas latitudes, sin embargo sí existen diferencias comunitarias, características marcadas según los renglones económicos, las pertinencias regionales o las condicionantes del campesinado en sus roles urbanos.

Para una mejor comprensión de esta temática, significa atribuir un simbolismo más rico al paisaje sonoro de la comunidad campesina, donde hay saberes tradicionales y ritos de inclusión participativa; significa crear las relaciones con los informantes o actores comunitarios que despliegan las labores de la oralidad, el manejo de un instrumento de toque tradicional, ya sea el tres, la guitarra o el laúd; significa no quedarse con la mera investigación sobre la décima, que sí ilustra en la interpretación literaria, pero que permanece lejana si no se relaciona con aspectos de la hermenéutica social; significa entregar al hombre el telos de su tierra y el acceso y manejo de sus instrumentos simbólicos.

Cada región campesina del país requiere descubrir su historia humana, pero son los investigadores quienes ameritan interpretar sus pequeños mundos. Los modelos de recepción de los Estudios Culturales también resultan imprescindibles para obtener lecturas y atribuciones de sentido, y con ello conformar una visión campesina diversa, que describa los conductos culturales, las mediaciones y las formas de apropiación. Acotaba anteriormente sobre las hibridaciones interculturales, pues desde ese sentido observar el correlato contemporáneo, los modos de realización y consumo, por qué la décima descubre otros recursos estilísticos y de contenido en sus versos, la interrelación del impacto musical con las representaciones sociales y mentales, la preservación de las danzas campesinas folclóricas, la recepción de la llamada música con referentes antropológicos, etcétera.

No quiere decir que en Cuba no se hayan ejecutado propuestas de valía. Alguna que otra voz ha presentado investigaciones sobre el folclor o la historia campesinos. El Instituto de la Cultura Cubana, por ejemplo, tiene entre sus objetivos el estudio de nuestras raíces, y el Instituto de Historia de Cuba también ha publicado algunos libros sobre temáticas históricas relacionadas con las comarcas campesinas, sin embargo la vertiente negra lleva la voz cantante. Una mirada más penetrante e incisiva en la cultura material y espiritual de este tema, conllevaría resultados más objetivos y subjetivos, pues pondría sobre la mesa, no solo enfoques más humanistas y sociales, sino una visión más integral del hombre que produce y vive en el campo, o el amalgamado de la ciudad, para el cual la vida contempla otros pactos de lectura. Así, una fiesta con sabor campesino, al orquestar propuestas comunicativas y culturales, puede partir de lo que Néstor García Canclini enuncia, “la mezcla de memorias heterogéneas e innovaciones truncas”. (xvii) De manera que, la cultura campesina cubana no implica un pensamiento en una raíz homogénea, sino en la memoria que está en el hecho circunstanciado, en la fenomenología ontológica de su discurrir, en los fragmentos de la localidad y la región.



NOTAS

i) Cfr. Sergio Valdés Bernal: Antropología lingüística. Fundación Fernando Ortiz, Ciudad de la Habana, 2000, pp. 14- 15.

ii) Carlos Tamayo Rodríguez: Juan Cristóbal Nápoles Fajardo, el desaparecido. Editorial Sanlope, Las Tunas, 2003, p. 72.

iii) Cintio Vitier citado por Carlos Tamayo Rodríguez: Ob. Cit., p. 68.

iv) Yoslay García citado por Olga Lidia Pérez:: “CD Soy la décima guajira”, en El Caimán Barbudo, año 42, no. 349, Ciudad de la Habana, noviembre-diciembre de 2008, p. 27.

v) Véase Controversia “Cultura popular: entre el patrimonio y el folklor”, en Temas, no. 45, La Habana, enero-marzo de 2006, p. 88.

vi) Clifford Geertz: “Descripción densa: hacia una teoría interpretativa de la cultura”, en Paul Bohannan y Mark Glazer (comp.): Antropología. Lecturas. Editorial Félix Varela, La Habana, 2005, p. 552.

vii) Leo Ching: “Globalizando lo regional, regionalizando lo global: la cultura de masas y el asiatismo en la era del capitalismo tardío”, en Criterios, no. 33, 4ta época, Ciudad de la Habana, 2002, p. 268.

viii) Milay Gallardo Rodríguez: “Algunas consideraciones sobre los déficits de la praxis sociocultural”, en Estudios Culturales, año 1, no. 1, Santa Clara, enero-diciembre de 2006, p. 25.

ix) François Houtart: Mercado y Religión. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2007, p. 38.

x) Gertrude Stein citada por Mike Featherstone: “Culturas globales y locales”, en Criterios, no. 33, p. 82.

xi) Controversia, en Temas, no. 45, p. 84.

xii) Idem.

xiii) Clifford Geertz: Ob. cit., p. 552.

xiv) Milay Gallardo: Ob. cit., p. 24.

xv) Clifford Geertz: Ob. cit., p. 558.

xvi) Néstor García Canclini: “Los Estudios Culturales de los 80 a los 90: perspectivas antropológicas y sociológicas en América Latina”, en Daniel Álvarez Durán y Alain Basail (compiladores): Sociología de la cultura. Lecturas. Libro en formato electrónico.

xvii) Ibídem.


BIBLIOGRAFÍA

Álvarez Durán, Daniel y Alain Basail (compiladores): Sociología de la cultura. Lecturas. [s.e], [s.l], [s.a], Libro en formato electrónico.

Bohannan, Paul y Mark Glazer (compiladores): Antropología. Lecturas. Editorial Félix Varela, La Habana, 2005.

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Tamayo Rodríguez, Carlos: Juan Cristóbal Nápoles Fajardo, el desaparecido. Editorial Sanlope, Las Tunas, 2003.

Valdés Bernal, Sergio: Antropología lingüística. Fundación Fernando Ortiz, Ciudad de la Habana, 2000.

Fuentes periódicas: El Caimán Barbudo.

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