viernes, 6 de febrero de 2009




¿No recuerdas,
gentil habanera?

Por Waldo González López
Tomado de Cubarte




El
nombre de Péglez encubre, bajo un conocido seudónimo, el de un destacado poeta-decimista. Y lo digo con el término creado años atrás por quien escribe este comentario, por cuanto mejor define la forma que defendemos, contra viento y marea, quienes escribimos, no sólo “la estrofa del pueblo cubano”, tal la definiera, en el siglo XIX, un importante poeta, sino también sonetos, romances, liras y otras estructuras.

Y así es, porque Pedro González o, mejor, Péglez ha ido conformando una singular obra, particularmente en décimas, que hoy cuenta entre lo mejor del discurso nacional en esta estrofa, cuya fuerza es innegable. Quienes aún torpemente pretenden ignorarla, en un aún más torpe frustrado afán por tratar y no poder escribir versos con metros, sienten su frustración cuando leen sus poemas en décimas con el más alto nivel literario.

Merecedor de significativos lauros, como entre otros el Premio Iberoamericano de Décima Cucalambé en dos ocasiones (2000 y 2004), el poeta durante los últimos tiempos ha acrecentado su quehacer con sonetos y textos en verso libre, por sólo poner dos ejemplos que ofrecen una pálida imagen de su importante obra.

La cubanía (que no pedestre cubaneo) es otra cualidad de su impronta lírica, aliada a las más puras causas de nuestra identidad, al tiempo que avizoradora de las ganancias con su mirada de aliento universal.

De ahí que a lo cubano (para utilizar la connotación vitierana) le asistan en sus textos los tópicos y sustancias que apuntan más allá, para tocar las esencias cenitales del desentrañamiento del destino de los humanos, en una época cuando el propio Hombre ha ido extenuando la otrora fértil Tierra, donde, a diferencia de otras épocas, que se caracterizaban por ser éste el sitio en que tan bien se estaba, hoy en cambio ya no lo es, sino el único ámbito que posiblemente queda muy paupérimo tras el agotamiento a que ha sido sometida por los propios ¿humanos?

En consecuencia, sin valerse de una rousseauniana religión de lo natural, el poeta vota por el amor a la naturaleza y lo primigenio, cuyas premisas salvan a la poesía y, no menos, a la religión natural del Hombre, a pesar de estar éste tan alejado, en los tiempos que corren, de tales espacios, de aquellos parajes, donde en la Antigüedad, los humanos, entonces más sencillos y menos complicados, asistían, como los pueblos niños, al descubrimiento del mundo y su necesaria sencillez.

Así, Péglez, en su discurso ante la fabulación de lo prístino, nos habla de las delicias de aquel orbe paradisíaco, en el que no cabían la ambición ni el odio ni las guerras por la posesión de reinos, porque entonces la violencia sólo se ejercía para poder comer y sobrevivir.

Con varios textos que se afanan por re-presentar ese cosmos ya lejano, pero cercano por la salvaje nostalgia que le hace extrañarlo, en “Nupcias”, le dice el poeta a la amada:


Se nos quedó tendido el lecho
sobre el anuncio de la luna
La miel fluvial cuajó en alguna
abeja triste
El dulce acecho
llovió de viernes un helecho
arrebatado a Boinayel
Se oye una sed en el dintel
Baña Atabey tu oculta rosa
y unge con una mariposa
mi boda antigua con tu piel.


Arriba me referí a lo cubano en los textos de Rumor de Pan. Publicado por
la Editorial Letras Cubanas con la cuidada edición de la ensayista y especialista en el discurso decimístico Mayra Hernández Menéndez, un subrayado rasgo de cubanía unge no pocas páginas de Rumor de Pan, tocado por la gracia de la belleza y la espiritualidad de los versos de este raigal habanero que no cesa en el amor por su querida capital y sus símbolos, que es como decir la genuina cultura nacional.

Leamos la siguiente décima que, titulada como la clásica habanera “Tú”, no sólo alude a su autor: el gran músico cubano Eduardo Sánchez de Fuentes, sino que, asimismo, toca otras páginas singulares de nuestro cancionero nacional. De ahí, la dedicatoria, igualmente, a Carlos Manuel de Céspedes y a José Fornaris, quien canonizara la décima cuando la definió como “la estrofa nacional”. Pero leamos la hermosa espinela para comprobar lo que digo:


¿No recuerdas, gentil habanera,
que tú fuiste en volanta al mercado
de los sueños? Yo estaba a tu lado
con temor a que Dios te advirtiera
de mi cuerpo de brisa y quimera
y mi afán de invisible rubor.
Del jardín mi amapola mejor
desmayó en ti mi frente encendida
y dejó en tu regazo mi vida
moribunda de dicha y amor.


Como el lector habrá podido comprobar, las mencionadas características le otorgan la necesaria distinción a este nuevo y buen libro del poeta y periodista cultural
Pedro Péglez González, cuya obra seguirá creciendo por su autenticidad y por su comprobada valía, así como por su genuina expresión, en la que lo cubano le otorga aún más brillantez, como la luz que irradian muchos de estos poemas y tal ese rumor que se sigue escuchando cuando cerramos las páginas de su más reciente título.


Vea versión original en Cubarte

miércoles, 4 de febrero de 2009


A propósito de la Semana
de la Cultura por el aniversario
495 de la ciudad de Camagüey
y el
Vigésimo Encuentro
de Escritores Camagüeyanos


Éxodo
,
de Jesús
David
Curbelo

Por Enrique Saínz
(Publicado por Cubaliteraria en el 2005)


En una reciente compilación de sus poemas, Éxodo (La Habana, Editorial Letras Cubanas, 2004), Jesús David Curbelo (Camagüey, 1965), de una trayectoria relativamente extensa como poeta, narrador, ensayista, traductor y editor, reúne tres cuadernos: Lamentaciones, Cirios y Parques, independientes en su estilo, en la concepción misma del poema, pero sustancialmente entrelazados por sus preocupaciones, inquietudes y búsquedas. Bajo el primero de los títulos hallamos en estas páginas cincuenta décimas de compleja factura, en las que el autor se adentra por los oscuros senderos de sus conflictos personales, poemas que no se detienen en juegos formalistas ni evidencian la necesidad de lograr soluciones más o menos brillantes o ingeniosas a los problemas que plantea la estructura estrófica. No, esta es una poesía otra, construida también con los aportes de una rica herencia que en nuestro idioma tiene una historia extraordinaria, pero sin que el autor se detenga en el puro artificio más o menos deslumbrante, con finales sonoros o evidentes propósitos de mostrar maestría en la solución lingüística de los temas. Vivencias múltiples en el diario vivir nutren estos poemas en los que vamos siguiendo una existencia en perpetuo diálogo consigo mismo y con sus errores y aciertos, vida haciéndose y deshaciéndose, drama existencial que alcanza en ocasiones la categoría de un conflicto ontológico profundo, radical.

Asistimos entonces a una confesión que muy pocas veces, si alguna, hallamos en la poesía cubana con semejante calidad. Nos recuerdan, salvadas todas las distancias (en primer lugar la distancia temporal), las décimas de Juan Manuel de Castro Palomino (La Habana, c.1725-1791), dadas a conocer a finales de aquel siglo, testimonio ellas también de una filosofía de la existencia y escritas en un tono grave, con fuerte presencia de una visión cristiana del mundo, matizada a su vez con un estoicismo muy español. En el poemario de Curbelo el tema central, realmente único, es el desentrañamiento del yo, un yo desconocido para el poeta durante muchos años, pero buscado por diversos caminos que alejaban al individuo del hallazgo final o lo acercaban, tránsitos erróneos o acertados que hacían confusos los signos que el conocimiento iba encontrando. Avidez de adentrarse en una indagación de sí mismo para hallar su sitio en el cosmos, diríamos para sintetizar las pretensiones de estos tres cuadernos reunidos bajo el título de Éxodo. Sus preguntas son las que nos hemos hecho todos en diversas ocasiones, todos los que nos hemos preocupado por saber quiénes somos y qué hacemos o debemos hacer para ser. El poeta ha venido atravesando su propia vida desde un caos inicial que se confunde con brumas y conductas inexplicables, inexplicables al menos en un sentido racional e incluso emocional, pues constituían un continuo hacer que en esencia no respondía las necesidades fundamentales de su persona, aquellas que clamaban por un develamiento de su más profunda naturaleza.

Desde esos momentos va ascendiendo el poeta hacia un conocimiento mayor y de una nitidez que pronto comienza a ser suficiente al menos para decirle que su indagación va por un sendero desde el cual puede alcanzar a ver su persona, si bien a una distancia que parece inalcanzable. La eticidad de ese primer cuaderno del libro sustenta ese conocimiento gradual que va ganando el creador al contemplar su vida, esa constante interacción entre él y los demás, entre él y la realidad. Las décimas son absolutamente transparentes no sólo en el plano confesional, sino además en el plano conceptual. El saber, la fe, el sexo, múltiples placeres del cuerpo, los amigos, las conversaciones más o menos triviales o sustantivas, maneras todas de anhelar una verdad que se resistía a ser hallada, fueron insuficientes para que el joven poeta llegara a la tan deseada plenitud, esa armonía entre el individuo y su circunstancia, entre el yo y el no-yo. La escritura propia se tornó entonces también un ejercicio de redención, búsqueda de sí en medio de esa confusión y de los intrincados laberintos del diario vivir. Angustia irredimible se oculta detrás de cada gesto, cada decisión, cada reflexión, una angustia que el poeta quiere sobrepasar y, con ella, acceder a planos más altos del conocimiento de sí. Pensó entonces en estos términos, en la décima 27:


El ser con la angustia crece.
El hombre, sobre el dolor,
fortifica su labor
de siervo que se estremece
en pos del perdón. Merece
más idea la conciencia,
más materia la experiencia
y más mónada la causa,
para similar la pausa
que va de muerte a existencia.


Después de ir y venir, hacer y deshacer, mirar y no ver, hablar, blasfemar, reír y llorar, buscar a los demás y caminar en soledad por sendas desconocidas, alcanza una intelección de naturaleza trascendente, síntesis de una vieja sabiduría y de una necesidad insaciable, de la experiencia propia que viene a confirmar un saber ya clásico. Nos dice en la décima 49:


Nosotros ya no es la treta
de ese
Ellos que eran los Otros.
Cuando hoy pronuncio nosotros
estoy pensando en la meta
adonde va la saeta
que anula todo egoísmo:
ese Dios que soy yo mismo,
pues formo parte de un
Él
que me invita a serle fiel
dándome Amor por abismo.


El siguiente cuaderno, Cirios, tiene un tono y un fluir muy diferentes, poemas libres, sin sujeciones formales, cantos a la experiencia amorosa que ha estado siempre en el centro de las inquietudes del autor, pero ahora asumidas con una madurez mayor, no sólo como simples acontecimientos hedonistas, de embriaguez sensorial, sino como vida plena, diálogo fructífero que en cierta medida nos define en términos más altos y en una dimensión mucho más rica.

La inocencia de los textos amorosos de Lamentaciones, una inocencia que se sustentaba esencialmente en el desconocimiento de los misterios del erotismo y de las relaciones de pareja, ha sido ahora superada por una entrega del yo, consecuencia precisamente de aquellos infiernos de la adolescencia y la primera juventud. Los amores primeros se han convertido ahora en un amor único, en el que el amante está dispuesto a fundir su vida en la amada. Leemos en este poema esta confesión tan reveladora de lo que venimos diciendo:


Nada va a detenerme.
He renunciado a todo
para sentirme libre
en cuanto me reclames.
Quiero entregar mi esencia
como el único don
que sabiamente guardo.
Me duele el sacrificio,
mas cuando
yo sea
andaré por el mundo
llevando la alegría
y estrenando el amor
en una dimensión irrevocable.


La lección de los años no ha sido en vano, lección de las experiencias del desasosiego y de las lecturas que buscan comprender y comprenderse, saber quiénes somos y hacia dónde vamos. La reflexión está en el centro de muchos de los textos de este segundo momento del libro, meditaciones que evidencian una serenidad alcanzada lentamente, fruto precioso de un largo aprendizaje. La sed de eternidad no cesa, pues el poeta sabe que uno está perdido / en el frondoso intento / de acaparar la gloria, como nos dice en el poema que comienza Cómo asir las pequeñas alegrías. El amor, el antiguo erotismo enriquecido con una espiritualidad redentora, ha venido a traer al autor un sosiego imprescindible, tan buscado en el cuaderno precedente, Lamentaciones.

El conjunto siguiente, Parques, que mereció el Premio Fundación de la Ciudad de Santa Clara en 1996, evidencia diferencias significativas, en especial un más acentuado prosaísmo, versos que intencionalmente se confunden con la prosa en el relato de ese andar por el mundo y en el sitio en el que confluyen los amigos para construir los sueños y la vida. En ese espacio abierto, intemperie del ser que se busca afanoso en medio de los otros y de un paisaje natural y al mismo tiempo urbano, conjunción feliz entre cultura y naturaleza, en esa dilatación abierta y a la vez cerrada por las edificaciones del hombre, discurren las ilusiones y las duras realidades de lo imposible, de las frustraciones y el vacío existencial de los años juveniles y de la madurez. Ahí, en meditaciones o en el grato diálogo de amigos y amoríos, el poeta constata qué ha sido su vida después de tantos momentos luminosos y sombríos, felices o desdichados, después de tanto pensar y querer lo irrealizable. Como en los poemas anteriores de este libro, en Parques hay una escritura de grata complejidad, un estilo que ha sabido cuidar el acabado de la sintaxis, la adjetivación, la construcción del discurso lírico, hecho de un idioma que el poeta ha venido asimilando con sus múltiples lecturas de los clásicos y de los modernos, lecturas que no se han visto limitadas en su caso a los poetas, narradores y ensayistas de nuestra lengua, sino que se han extendido a creadores de suma importancia del inglés, francés e italiano, con lo cual se han abierto las posibilidades de interpretar, desde otras perspectivas lingüísticas, la realidad. Vuelven los conflictos fundamentales del poeta en estas páginas, siempre dinamizados en una presencia que determina los poemas que van integrando la totalidad. Reaparece el problema del siempre insatisfecho deseo de placer, retornan preguntas sin respuesta o con respuestas incompletas, dudas y deslumbramientos entremezclados en indescifrables impresiones de felicidad y de angustia, experiencias que llegan en indisoluble unión o alternándose en un incesante fluir que a veces llega a desesperarnos. En esas vivencias hay toda una poética, unido como está el poeta a su propia palabra, su decir consustancial, esa manera suya de explicarse lo real y de acercarse a su historia pasada y futura. El poeta edifica su poesía y con ella su ser en el mundo, pasiones y reflexiones que lo han enriquecido y al mismo tiempo le incrementan su conciencia de lo imposible. Veamos la manera de este cuaderno, esa su forma de pensar y de interpretar las impresiones del propio devenir. Nos dice en el texto escrito a propósito de su estancia en el Parque Agua Azul, de Guadalajara:


[…]
Me he sentido extranjero, mucho tiempo, bajo mi propia carne.
Ya no me asusta tanto existir en los límites.
La periferia tiene el placer raro de convertirse en centro alguna vez
y arrastrar al volcán los fragmentos que entonces anden lejos de su cráter.
Estoy acostumbrado a sufrir el exilio que siempre entraña el gesto de la fe.
En México, no obstante, paseando con Edel entre las mariposas cautivas
de Agua Azul
perdí el temor de entenderme extranjero pisando un extranjero
atrozmente geográfico,
porque ser extranjero es solamente un asunto espacial
y yo había asimilado el fundirme en el tiempo de aquel pueblo
con tal de acaparar la efímera belleza que acude a recibir al que despierta.
[…]
Desde tan buen refugio reescribo mis historias, descubro mis naufragios,
me siento a reposar –y a repasar– los argumentos de las jornadas próximas.


Y termina así: Mi patria es el espíritu. Y ese manto ecuménico me (te, nos) cubre. Poética del desamparo y de la incertidumbre, pero también poética hedonista, del placer erótico, carnal, de la búsqueda incesante, del diálogo permanente entre el ser y la muerte, entre el tiempo y la eternidad, entre el ayer y el futuro. Poesía de la soledad y de la entrega espiritual a la amada que nos acompaña en los sueños o en la realidad. Palabra edificada con todas las impurezas y con voces disímiles, auténtica en sus orígenes y en la sinceridad de las confesiones que nos entrega, poemas que no pretenden juegos ingeniosos ni soluciones brillantes, que no quiere deslumbrarnos con aciertos formales, sino que prefiere adentrarse para indagar en torno a la sustancia última de una vida, de la existencia toda, del destino. Y todo ello sin patetismos ni vuelcos estilísticos para romper con nada ni con nadie. Una sola lectura no es suficiente para comprender ni disfrutar este libro, pues es necesario volver sobre los más arduos pasajes para hacer nuestras sus reflexiones y los conflictos que plantea el autor. Las anécdotas, bien lejos de las que nos contaban los conversacionalistas de los años sesenta, poseen una significativa densidad, de muy ricas resonancias. Nada en estas páginas de cánticos al acontecer de la historia ni a héroes ni a propuestas de transformar el acontecer cotidiano. Las batallas aquí son otras, batallas interiores en el decursar de una cotidianidad que nos redime o nos aniquila, según sepamos o no sobrevivir a nuestra soledad esencial.


Vea la publicación original en Cubaliteraria

martes, 3 de febrero de 2009

Más allá
del culpable
y su castigo

Palabras de presentación
de la novela Culpable sin castigo,
de Modesto Caballero,
en el primer encuentro

de la programación general
por el noveno aniversario

del Grupo Ala Décima




Por Ped
ro Péglez González

Pudiera pensarse que es una herejía comenzar, con este encuentro, la programación por el noveno aniversario del Grupo Ala Décima, cuando se trata de la presentación de libros que no son decimarios. Todo lo contrario. No sólo nuestra agrupación, sino todo el movimiento decimístico del país, se precia de que sus escritores lo son en toda la línea. Es decir, autores que —aunque amantes inclaudicables de la estrofa de diez versos— se empeñan con igual delectación y satisfactorios saldos en otras esferas de la literatura y del arte.

Para continuar descalificando lo que puede parecer y no es, la novela que hoy nos ocupa, Culpable sin castigo, es el segundo libro de Modesto Caballero que ve la luz. El primero fue, como sabemos, Piedra de escándalo —ese sí un decimario—, publicado en Guatemala. Sin embargo, Culpable sin castigo no es ni la primera novela escrita por el autor ni la única terminada por él en esta difícil disciplina literaria: El escritor tiene en este momento nada menos que once novelas esperando por las caricias de la imprenta. Dos de ellas, al menos, ya evaluadas y en proceso por editoriales cubanas.

No es tanto un caso de fertilidad creativa abrumadora como de un caso, más bien, de fertilidad de vida. Una larga hoja de servicio a la nación como contendiente policial, la cual enriqueció su trayectoria de innúmeras experiencias, que ahora son fuente y rumbo y reclamo para su proyección literaria en narrativa, como lo es también, aunque parezca raro, para su proyección literaria en poesía.

Culpable sin castigo atrapa desde las primeras páginas, y no precisamente por ofrecer el señuelo de una intriga que hay que desentrañar: La conclusión del caso está expuesta en el preciso comienzo de la obra, presidida por un narrador omnisciente, quien como tal, no nos escamotea que ya sabe el final.

La seducción literaria está entonces aquí interrelacionada con otra virtud escritural: la desnuda humanidad —casi palpable a fuerza de cinematográfica— con que se nos dibuja el personaje central, que no nos solicita acompañarlo y sin embargo nos asalta la extraña sensación de que lo necesita, y no podemos evitar la imantación. Desde las primeras líneas, con las cuales lo describe el narrador, hacemos pacto de hermandad con él, y ya le somos invisibles compañeros de pesquisa, no en la busca de un final ya declarado, sino en la vertiginosa indagación, dentro del laberinto de los hechos, de la luz que nos lleve a ese final anticipado.

Y es que en Culpable sin castigo —como en otras novelas de Modesto Caballero— el personaje principal y toda la pléyade de figuras que lo circunda —figuras positivas y figuras negativas— nos son mostradas en su carne y su hueso. Ni héroes de cartón ni bandidos de hojalata. Adalides tan víctimas de bajas pasiones como capaces de alguna bondad pueden ser los villanos.

Nada de blanco y negro, que la vida no lo es, y de vida sufrida en carne y espíritu brotan estas páginas, novela que funde ficción con realidad, en cuyo epílogo puede incluso el lector interesado conocer datos e imagen del único personaje al cual no le fue dable un solo parlamento en la trama: el combatiente asesinado.

Comencé estas líneas descartando dos presunciones equívocas y quiero rematar con una tercera: El título del volumen, uno de sus más sutiles aciertos, no es gratuito ardid literario para la venta. A pesar de que la obra se inaugura, ya lo he dicho, con la conclusión del caso y el enjuiciamiento del real responsable del crimen, ya convicto y confeso y apresado, hay un invisible culpable sin sanción en las entretelas sociológicas de los hechos. De encontrarlo y juzgarlo, ya se encargará el lector.

Aclamación
por el Pan
de cada día

Palabras de presentación
del poemario Rumor de Pan,
de Pedro Péglez González,
en el primer encuentro

de la programación general
por el noveno aniversario

del Grupo Ala Décima


Por Mod
esto Caballero

Para Pedro Péglez González, llegar a la poesía no fue jamás un objetivo ni una meta, ni tampoco nació con la poesía adentro, como se suele decir, porque la verdad es otra y no quiero dejarme llevar por un pensamiento idealista subjetivo en el que somos propicios a enredarnos los místicos. La verdad de cada poeta, como la de cada uno de los seres humanos, es única y se conforma y se nutre de la historia personal. Porque eso sí, el poeta no es un simple imitador de una imagen que se desprende de otra imagen, si realmente es un ser de alto pensamiento, un hombre o una mujer consecuente con su historia personal, que no claudica, ni ante los atropellos sembrados en los caminos por donde andamos, ni mucho menos por los cánticos dorados de la riqueza prometida.

Cada poeta tiene su propio “yo” dictándole y corrigiéndole los sonidos arcanos del universo, que como tumulto de sensaciones se vierten sobre él. Y he ahí la diversidad, la pluralidad, eso que con demasiada frecuencia nos damos en llamar estilo propio, como si fuera posible apropiarnos de lo que honradamente no nos pertenece por no ser patrimonio individual, porque la pureza expresiva está determinada por el gusto estético del receptor y no por la facultad infalible del emisor y no hay un Justo Juez en ninguna parte de este mundo que pueda certificar con la equidad exacta, tal valoración. Es por ello que no podría ofender la admiración y el respeto que siento por el ser humano al que llamamos Péglez, este escriba que plasma en continentes diversos, acertados y hermosos por igual, su propia manera de contar su epopeya terrenal.

Ha dado y brindado muchos ejemplos concretos de lo anteriormente dicho y que para algunos no pasarían de simples palabrerías. Autor de una amplia bibliografía editorial que no me detendré a enumerar aquí porque no es lo importante, Péglez acaba de ver su más reciente publicación, Rumor de Pan (Letras Cubanas, 2008), libro estructurado en cuatro secciones de, y lo admito, para mi gusto, exquisito balance. Porque Rumor de Pan no es, como no lo son ninguno de los anteriores del poeta, un simple almacenamiento de textos más o menos unidos por algún ritmo semántico o estructural.

Si menciono los nombres de algunos de los títulos anteriormente publicados por nuestro hermano, no será una contradicción con lo que dije antes, sino que lo usaré como apoyatura para lo que seguiría después. Una vez, hace muchos años, cuando comenzaba a relacionarme con él, dije que Péglez hacía con la décima lo que quería. Hoy con más razón lo reafirmo, sólo que agrego además, los otros muchos continentes en que con idéntico acierto, se sabe manifestar.

Entonces no conocía toda la gama de su labor creativa, acaso, además de decimista, la de historietista. Todavía no había llegado aquello que el Premio Nacional de Literatura, César López, dijo refiriéndose a su libro ganador del primer Iberoamericano de Décima, Cucalambé 2000, (In)vocación por el paria, “llegó el deslumbramiento.” Están sus tres libros publicados de crónicas, Este amor de todo el mundo, Y mis gestos de amor en esta vida y El tiempo es bueno para los nacimientos. Está su novela Guaminiquinaje, de la cual yo he dicho en muchas oportunidades que es, al igual que Paradiso, un gran poema, no porque toca uno de los componentes fundacionales de nuestra cultura, la mística de nuestros aborígenes, sino porque Péglez lo aborda desde el mismo ambiente e ingenuidad creativa con que seguramente lo hubiera hecho un escritor taíno o siboney. Él no lo dejó allí, lo vuelve a envasar, le cambia el continente y entonces aparecen los dulcísimos poemas, algunos de los cuales están en la primera sección de este libro bajo el nombre de Dulcísima la vida.

Ni siquiera me detendré a comentar la otra faceta del Péglez indigenista, esta vez sobre la cosmología mística del indio norteamericano, volcado en los poderosos poemas de su libro Últimas puertas podadas por la nieve, donde demuestra a aquellos para los que únicamente existe la variante del verso libre, que también él es un poeta de marca extra, en este tipo de continente poético.

Así comienza Rumor de Pan, con 10 poemas estructurados en versos libres, donde el sujeto lírico, dulcísimo como las sabanas, los ríos, las aldeas taínas y siboneyes, nos canta sin dolor tanta belleza torpemente destrozada. Y ese sujeto no es otro que el propio poeta trasladando su espíritu hacia la frugal distancia temporal que nos separa de aquel mundo tan cruelmente destruido y se inserta en él para mostrárnoslo tal cual como seguramente era y si alguna diferencia existiera, sería solamente de matices, quizás la luna de Péglez sea más verde por el follaje por él desdibujado, o las aguas del río más transparente y los peces y las gaviotas algo más alucinantes, porque el sujeto lírico-poeta se hizo reencarnar en propia vida para rescatar los últimos suspiros de un mundo demasiado noble para sobrevivir a las crueldades que sus aniquiladores nos dejaron por herencia y hoy aún, aunque de otras formas, imponen su misma lapidaria razón de subsistir.

Luego pasa a la segunda sección, integrada por otros 21 poemas construidos tanto en décimas, sonetos como versos libres. Pero Péglez abre esta nueva puerta como el que va de una ciudad a otra y al cerrar la del traspatio de Dulcísima la vida, con él penetra la fuerza de la herencia de Mabuya y Atabey, del baquia alucinado todavía, porque detrás venían otras fuerzas más grandes todavía, con el Gran Manitú empujando los cayucos milenarios de los que primero o tal vez al mismo tiempo, habitaron estas tierras antes de cruzar el estrecho y seguir para las grandes praderas del norte.

Pero entonces quien abre esta sección, es el poeta que se ha querido tomar un remanso en su agotador viaje y se desgarra piel y alma, se cercena y se burla de él mismo, sarcásticamente ingenuo, como un Tallet resucitado. Y se les canta a los seres que aunque idos, inolvidables, el padre inmortal, el amor irremplazable y es el dolor, el desgarramiento del hombre de carne y hueso que nunca se propuso como meta llegar a la poesía ni que naciera con ella dentro, porque le basta con gritar desgarradoramente sus propias vivencias, para estremecer hasta las mismas piedras que tanto se les siembran en su camino.

Así, dando estos terribles y alevosos saltos que ahora comparto con ustedes, yo, el veedor desde donde no recibo salpicaduras aparentes, llego a la tercera puerta y toco y entro sin pedir permiso porque ya tengo descifrado que es el hermano, más que el amigo, quien me espera para seguirme contando sobre su viaje en el tiempo. Esta ciudad a la que ahora arribo se nombra Pastando el breve frío. Ya la nobleza sublime de los espíritus cabalgantes de nuestros aborígenes están demasiado dentro de él para poderse deshacer, no de su forma, sino del contenido de su decir. Y los trae hasta su presente y juega con los nombres de esta época y es el mismo manantial de dulcísima transparencia la que baña a la princesa de hoy, hija de otros caciques sin aquellos atuendos y se entrelazan, como debe ser, las culturas antigua de aquí y de allá porque razonablemente, el poeta sabe, como lo saben también Mabuya y el Gran Manitú, que son la misma cosa, no dividida, sino multiplicada.

Pero con plena disposición, hombre de su tiempo, no puede escapar a la contaminación, no ya del ambiente natural, sino al de la relaciones espacio-temporales y unge con su vocación de animal de costumbre y de deseo, sus amores por la ternura encarnada en aquellos ingenuos, con la encarnación actual donde se debate el poeta contra los demonios enfaldados a los que ni puede ni quiere renunciar, a fin de cuenta son sus molinos amados.

A grandísimas zancadas, llegamos entonces a la cuarta ciudad, más bien diría o sería más justo decir, a la Capital del entramado, Rumor de Pan. Son once poemas asomando a otro mundo, a otro misticismo, incluso demasiado ajeno a todo lo que se supone debería ser el nuestro y vuelvo entonces a algo que dije casi al inicio, como si se pudiera discernir entre lo que es o no, nuestro, por razones de distancias o de frontera, en este mínimo espacio de toda la infinitud de este universo donde nos ha tocado vivir. Me refiero a la mitología grecolatina. Y se justifica aún más lo antes dicho, por lo mismo que el poeta sugiere, pues inicia esta sección con un hermoso poema estructurado en décimas, dedicado a su ciudad natal, La Habana. Y luego sigue por ese rumbo y rinde homenaje a un imprescindible de las letras de nuestro idioma, Federico García, y al Padre de la Patria y a la patria misma, porque es la cultura como esencia de lo que somos y nos ha permitido ser y seguir siendo. No hay impudicia al mencionar otras lumbreras. Huidobro parece emerger desde sus alturas abrazando a Schubert, ni se encanta con el Art Nouveau, ni Leonardo lo enmudece mostrándole su Gioconda, porque como bien él dice: confieso que no hay nube sin tus pinos.

Quizás sea la parte más intelectiva, pero no por ello menos interesante del libro, pues es un razonamiento lógico y como dije y repito ahora, para mi propio gusto, Rumor de Pan es un libro bien balanceado, tal vez en este sentido, en el de la multiplicidad de las formas, el más interesante de todos los publicados por Péglez., que para satisfacción de los que apreciamos su obra, independientemente del grado mayor o menor, y hasta quizás ninguno, de amistad con él, la presente entrega nos deja una caricia de hondura polisémica para los más variados gustos estéticos en un círculo de lectores entrenados.