martes, 3 de febrero de 2009

Más allá
del culpable
y su castigo

Palabras de presentación
de la novela Culpable sin castigo,
de Modesto Caballero,
en el primer encuentro

de la programación general
por el noveno aniversario

del Grupo Ala Décima




Por Ped
ro Péglez González

Pudiera pensarse que es una herejía comenzar, con este encuentro, la programación por el noveno aniversario del Grupo Ala Décima, cuando se trata de la presentación de libros que no son decimarios. Todo lo contrario. No sólo nuestra agrupación, sino todo el movimiento decimístico del país, se precia de que sus escritores lo son en toda la línea. Es decir, autores que —aunque amantes inclaudicables de la estrofa de diez versos— se empeñan con igual delectación y satisfactorios saldos en otras esferas de la literatura y del arte.

Para continuar descalificando lo que puede parecer y no es, la novela que hoy nos ocupa, Culpable sin castigo, es el segundo libro de Modesto Caballero que ve la luz. El primero fue, como sabemos, Piedra de escándalo —ese sí un decimario—, publicado en Guatemala. Sin embargo, Culpable sin castigo no es ni la primera novela escrita por el autor ni la única terminada por él en esta difícil disciplina literaria: El escritor tiene en este momento nada menos que once novelas esperando por las caricias de la imprenta. Dos de ellas, al menos, ya evaluadas y en proceso por editoriales cubanas.

No es tanto un caso de fertilidad creativa abrumadora como de un caso, más bien, de fertilidad de vida. Una larga hoja de servicio a la nación como contendiente policial, la cual enriqueció su trayectoria de innúmeras experiencias, que ahora son fuente y rumbo y reclamo para su proyección literaria en narrativa, como lo es también, aunque parezca raro, para su proyección literaria en poesía.

Culpable sin castigo atrapa desde las primeras páginas, y no precisamente por ofrecer el señuelo de una intriga que hay que desentrañar: La conclusión del caso está expuesta en el preciso comienzo de la obra, presidida por un narrador omnisciente, quien como tal, no nos escamotea que ya sabe el final.

La seducción literaria está entonces aquí interrelacionada con otra virtud escritural: la desnuda humanidad —casi palpable a fuerza de cinematográfica— con que se nos dibuja el personaje central, que no nos solicita acompañarlo y sin embargo nos asalta la extraña sensación de que lo necesita, y no podemos evitar la imantación. Desde las primeras líneas, con las cuales lo describe el narrador, hacemos pacto de hermandad con él, y ya le somos invisibles compañeros de pesquisa, no en la busca de un final ya declarado, sino en la vertiginosa indagación, dentro del laberinto de los hechos, de la luz que nos lleve a ese final anticipado.

Y es que en Culpable sin castigo —como en otras novelas de Modesto Caballero— el personaje principal y toda la pléyade de figuras que lo circunda —figuras positivas y figuras negativas— nos son mostradas en su carne y su hueso. Ni héroes de cartón ni bandidos de hojalata. Adalides tan víctimas de bajas pasiones como capaces de alguna bondad pueden ser los villanos.

Nada de blanco y negro, que la vida no lo es, y de vida sufrida en carne y espíritu brotan estas páginas, novela que funde ficción con realidad, en cuyo epílogo puede incluso el lector interesado conocer datos e imagen del único personaje al cual no le fue dable un solo parlamento en la trama: el combatiente asesinado.

Comencé estas líneas descartando dos presunciones equívocas y quiero rematar con una tercera: El título del volumen, uno de sus más sutiles aciertos, no es gratuito ardid literario para la venta. A pesar de que la obra se inaugura, ya lo he dicho, con la conclusión del caso y el enjuiciamiento del real responsable del crimen, ya convicto y confeso y apresado, hay un invisible culpable sin sanción en las entretelas sociológicas de los hechos. De encontrarlo y juzgarlo, ya se encargará el lector.

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