miércoles, 4 de febrero de 2009


A propósito de la Semana
de la Cultura por el aniversario
495 de la ciudad de Camagüey
y el
Vigésimo Encuentro
de Escritores Camagüeyanos


Éxodo
,
de Jesús
David
Curbelo

Por Enrique Saínz
(Publicado por Cubaliteraria en el 2005)


En una reciente compilación de sus poemas, Éxodo (La Habana, Editorial Letras Cubanas, 2004), Jesús David Curbelo (Camagüey, 1965), de una trayectoria relativamente extensa como poeta, narrador, ensayista, traductor y editor, reúne tres cuadernos: Lamentaciones, Cirios y Parques, independientes en su estilo, en la concepción misma del poema, pero sustancialmente entrelazados por sus preocupaciones, inquietudes y búsquedas. Bajo el primero de los títulos hallamos en estas páginas cincuenta décimas de compleja factura, en las que el autor se adentra por los oscuros senderos de sus conflictos personales, poemas que no se detienen en juegos formalistas ni evidencian la necesidad de lograr soluciones más o menos brillantes o ingeniosas a los problemas que plantea la estructura estrófica. No, esta es una poesía otra, construida también con los aportes de una rica herencia que en nuestro idioma tiene una historia extraordinaria, pero sin que el autor se detenga en el puro artificio más o menos deslumbrante, con finales sonoros o evidentes propósitos de mostrar maestría en la solución lingüística de los temas. Vivencias múltiples en el diario vivir nutren estos poemas en los que vamos siguiendo una existencia en perpetuo diálogo consigo mismo y con sus errores y aciertos, vida haciéndose y deshaciéndose, drama existencial que alcanza en ocasiones la categoría de un conflicto ontológico profundo, radical.

Asistimos entonces a una confesión que muy pocas veces, si alguna, hallamos en la poesía cubana con semejante calidad. Nos recuerdan, salvadas todas las distancias (en primer lugar la distancia temporal), las décimas de Juan Manuel de Castro Palomino (La Habana, c.1725-1791), dadas a conocer a finales de aquel siglo, testimonio ellas también de una filosofía de la existencia y escritas en un tono grave, con fuerte presencia de una visión cristiana del mundo, matizada a su vez con un estoicismo muy español. En el poemario de Curbelo el tema central, realmente único, es el desentrañamiento del yo, un yo desconocido para el poeta durante muchos años, pero buscado por diversos caminos que alejaban al individuo del hallazgo final o lo acercaban, tránsitos erróneos o acertados que hacían confusos los signos que el conocimiento iba encontrando. Avidez de adentrarse en una indagación de sí mismo para hallar su sitio en el cosmos, diríamos para sintetizar las pretensiones de estos tres cuadernos reunidos bajo el título de Éxodo. Sus preguntas son las que nos hemos hecho todos en diversas ocasiones, todos los que nos hemos preocupado por saber quiénes somos y qué hacemos o debemos hacer para ser. El poeta ha venido atravesando su propia vida desde un caos inicial que se confunde con brumas y conductas inexplicables, inexplicables al menos en un sentido racional e incluso emocional, pues constituían un continuo hacer que en esencia no respondía las necesidades fundamentales de su persona, aquellas que clamaban por un develamiento de su más profunda naturaleza.

Desde esos momentos va ascendiendo el poeta hacia un conocimiento mayor y de una nitidez que pronto comienza a ser suficiente al menos para decirle que su indagación va por un sendero desde el cual puede alcanzar a ver su persona, si bien a una distancia que parece inalcanzable. La eticidad de ese primer cuaderno del libro sustenta ese conocimiento gradual que va ganando el creador al contemplar su vida, esa constante interacción entre él y los demás, entre él y la realidad. Las décimas son absolutamente transparentes no sólo en el plano confesional, sino además en el plano conceptual. El saber, la fe, el sexo, múltiples placeres del cuerpo, los amigos, las conversaciones más o menos triviales o sustantivas, maneras todas de anhelar una verdad que se resistía a ser hallada, fueron insuficientes para que el joven poeta llegara a la tan deseada plenitud, esa armonía entre el individuo y su circunstancia, entre el yo y el no-yo. La escritura propia se tornó entonces también un ejercicio de redención, búsqueda de sí en medio de esa confusión y de los intrincados laberintos del diario vivir. Angustia irredimible se oculta detrás de cada gesto, cada decisión, cada reflexión, una angustia que el poeta quiere sobrepasar y, con ella, acceder a planos más altos del conocimiento de sí. Pensó entonces en estos términos, en la décima 27:


El ser con la angustia crece.
El hombre, sobre el dolor,
fortifica su labor
de siervo que se estremece
en pos del perdón. Merece
más idea la conciencia,
más materia la experiencia
y más mónada la causa,
para similar la pausa
que va de muerte a existencia.


Después de ir y venir, hacer y deshacer, mirar y no ver, hablar, blasfemar, reír y llorar, buscar a los demás y caminar en soledad por sendas desconocidas, alcanza una intelección de naturaleza trascendente, síntesis de una vieja sabiduría y de una necesidad insaciable, de la experiencia propia que viene a confirmar un saber ya clásico. Nos dice en la décima 49:


Nosotros ya no es la treta
de ese
Ellos que eran los Otros.
Cuando hoy pronuncio nosotros
estoy pensando en la meta
adonde va la saeta
que anula todo egoísmo:
ese Dios que soy yo mismo,
pues formo parte de un
Él
que me invita a serle fiel
dándome Amor por abismo.


El siguiente cuaderno, Cirios, tiene un tono y un fluir muy diferentes, poemas libres, sin sujeciones formales, cantos a la experiencia amorosa que ha estado siempre en el centro de las inquietudes del autor, pero ahora asumidas con una madurez mayor, no sólo como simples acontecimientos hedonistas, de embriaguez sensorial, sino como vida plena, diálogo fructífero que en cierta medida nos define en términos más altos y en una dimensión mucho más rica.

La inocencia de los textos amorosos de Lamentaciones, una inocencia que se sustentaba esencialmente en el desconocimiento de los misterios del erotismo y de las relaciones de pareja, ha sido ahora superada por una entrega del yo, consecuencia precisamente de aquellos infiernos de la adolescencia y la primera juventud. Los amores primeros se han convertido ahora en un amor único, en el que el amante está dispuesto a fundir su vida en la amada. Leemos en este poema esta confesión tan reveladora de lo que venimos diciendo:


Nada va a detenerme.
He renunciado a todo
para sentirme libre
en cuanto me reclames.
Quiero entregar mi esencia
como el único don
que sabiamente guardo.
Me duele el sacrificio,
mas cuando
yo sea
andaré por el mundo
llevando la alegría
y estrenando el amor
en una dimensión irrevocable.


La lección de los años no ha sido en vano, lección de las experiencias del desasosiego y de las lecturas que buscan comprender y comprenderse, saber quiénes somos y hacia dónde vamos. La reflexión está en el centro de muchos de los textos de este segundo momento del libro, meditaciones que evidencian una serenidad alcanzada lentamente, fruto precioso de un largo aprendizaje. La sed de eternidad no cesa, pues el poeta sabe que uno está perdido / en el frondoso intento / de acaparar la gloria, como nos dice en el poema que comienza Cómo asir las pequeñas alegrías. El amor, el antiguo erotismo enriquecido con una espiritualidad redentora, ha venido a traer al autor un sosiego imprescindible, tan buscado en el cuaderno precedente, Lamentaciones.

El conjunto siguiente, Parques, que mereció el Premio Fundación de la Ciudad de Santa Clara en 1996, evidencia diferencias significativas, en especial un más acentuado prosaísmo, versos que intencionalmente se confunden con la prosa en el relato de ese andar por el mundo y en el sitio en el que confluyen los amigos para construir los sueños y la vida. En ese espacio abierto, intemperie del ser que se busca afanoso en medio de los otros y de un paisaje natural y al mismo tiempo urbano, conjunción feliz entre cultura y naturaleza, en esa dilatación abierta y a la vez cerrada por las edificaciones del hombre, discurren las ilusiones y las duras realidades de lo imposible, de las frustraciones y el vacío existencial de los años juveniles y de la madurez. Ahí, en meditaciones o en el grato diálogo de amigos y amoríos, el poeta constata qué ha sido su vida después de tantos momentos luminosos y sombríos, felices o desdichados, después de tanto pensar y querer lo irrealizable. Como en los poemas anteriores de este libro, en Parques hay una escritura de grata complejidad, un estilo que ha sabido cuidar el acabado de la sintaxis, la adjetivación, la construcción del discurso lírico, hecho de un idioma que el poeta ha venido asimilando con sus múltiples lecturas de los clásicos y de los modernos, lecturas que no se han visto limitadas en su caso a los poetas, narradores y ensayistas de nuestra lengua, sino que se han extendido a creadores de suma importancia del inglés, francés e italiano, con lo cual se han abierto las posibilidades de interpretar, desde otras perspectivas lingüísticas, la realidad. Vuelven los conflictos fundamentales del poeta en estas páginas, siempre dinamizados en una presencia que determina los poemas que van integrando la totalidad. Reaparece el problema del siempre insatisfecho deseo de placer, retornan preguntas sin respuesta o con respuestas incompletas, dudas y deslumbramientos entremezclados en indescifrables impresiones de felicidad y de angustia, experiencias que llegan en indisoluble unión o alternándose en un incesante fluir que a veces llega a desesperarnos. En esas vivencias hay toda una poética, unido como está el poeta a su propia palabra, su decir consustancial, esa manera suya de explicarse lo real y de acercarse a su historia pasada y futura. El poeta edifica su poesía y con ella su ser en el mundo, pasiones y reflexiones que lo han enriquecido y al mismo tiempo le incrementan su conciencia de lo imposible. Veamos la manera de este cuaderno, esa su forma de pensar y de interpretar las impresiones del propio devenir. Nos dice en el texto escrito a propósito de su estancia en el Parque Agua Azul, de Guadalajara:


[…]
Me he sentido extranjero, mucho tiempo, bajo mi propia carne.
Ya no me asusta tanto existir en los límites.
La periferia tiene el placer raro de convertirse en centro alguna vez
y arrastrar al volcán los fragmentos que entonces anden lejos de su cráter.
Estoy acostumbrado a sufrir el exilio que siempre entraña el gesto de la fe.
En México, no obstante, paseando con Edel entre las mariposas cautivas
de Agua Azul
perdí el temor de entenderme extranjero pisando un extranjero
atrozmente geográfico,
porque ser extranjero es solamente un asunto espacial
y yo había asimilado el fundirme en el tiempo de aquel pueblo
con tal de acaparar la efímera belleza que acude a recibir al que despierta.
[…]
Desde tan buen refugio reescribo mis historias, descubro mis naufragios,
me siento a reposar –y a repasar– los argumentos de las jornadas próximas.


Y termina así: Mi patria es el espíritu. Y ese manto ecuménico me (te, nos) cubre. Poética del desamparo y de la incertidumbre, pero también poética hedonista, del placer erótico, carnal, de la búsqueda incesante, del diálogo permanente entre el ser y la muerte, entre el tiempo y la eternidad, entre el ayer y el futuro. Poesía de la soledad y de la entrega espiritual a la amada que nos acompaña en los sueños o en la realidad. Palabra edificada con todas las impurezas y con voces disímiles, auténtica en sus orígenes y en la sinceridad de las confesiones que nos entrega, poemas que no pretenden juegos ingeniosos ni soluciones brillantes, que no quiere deslumbrarnos con aciertos formales, sino que prefiere adentrarse para indagar en torno a la sustancia última de una vida, de la existencia toda, del destino. Y todo ello sin patetismos ni vuelcos estilísticos para romper con nada ni con nadie. Una sola lectura no es suficiente para comprender ni disfrutar este libro, pues es necesario volver sobre los más arduos pasajes para hacer nuestras sus reflexiones y los conflictos que plantea el autor. Las anécdotas, bien lejos de las que nos contaban los conversacionalistas de los años sesenta, poseen una significativa densidad, de muy ricas resonancias. Nada en estas páginas de cánticos al acontecer de la historia ni a héroes ni a propuestas de transformar el acontecer cotidiano. Las batallas aquí son otras, batallas interiores en el decursar de una cotidianidad que nos redime o nos aniquila, según sepamos o no sobrevivir a nuestra soledad esencial.


Vea la publicación original en Cubaliteraria

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