martes, 3 de febrero de 2009

Aclamación
por el Pan
de cada día

Palabras de presentación
del poemario Rumor de Pan,
de Pedro Péglez González,
en el primer encuentro

de la programación general
por el noveno aniversario

del Grupo Ala Décima


Por Mod
esto Caballero

Para Pedro Péglez González, llegar a la poesía no fue jamás un objetivo ni una meta, ni tampoco nació con la poesía adentro, como se suele decir, porque la verdad es otra y no quiero dejarme llevar por un pensamiento idealista subjetivo en el que somos propicios a enredarnos los místicos. La verdad de cada poeta, como la de cada uno de los seres humanos, es única y se conforma y se nutre de la historia personal. Porque eso sí, el poeta no es un simple imitador de una imagen que se desprende de otra imagen, si realmente es un ser de alto pensamiento, un hombre o una mujer consecuente con su historia personal, que no claudica, ni ante los atropellos sembrados en los caminos por donde andamos, ni mucho menos por los cánticos dorados de la riqueza prometida.

Cada poeta tiene su propio “yo” dictándole y corrigiéndole los sonidos arcanos del universo, que como tumulto de sensaciones se vierten sobre él. Y he ahí la diversidad, la pluralidad, eso que con demasiada frecuencia nos damos en llamar estilo propio, como si fuera posible apropiarnos de lo que honradamente no nos pertenece por no ser patrimonio individual, porque la pureza expresiva está determinada por el gusto estético del receptor y no por la facultad infalible del emisor y no hay un Justo Juez en ninguna parte de este mundo que pueda certificar con la equidad exacta, tal valoración. Es por ello que no podría ofender la admiración y el respeto que siento por el ser humano al que llamamos Péglez, este escriba que plasma en continentes diversos, acertados y hermosos por igual, su propia manera de contar su epopeya terrenal.

Ha dado y brindado muchos ejemplos concretos de lo anteriormente dicho y que para algunos no pasarían de simples palabrerías. Autor de una amplia bibliografía editorial que no me detendré a enumerar aquí porque no es lo importante, Péglez acaba de ver su más reciente publicación, Rumor de Pan (Letras Cubanas, 2008), libro estructurado en cuatro secciones de, y lo admito, para mi gusto, exquisito balance. Porque Rumor de Pan no es, como no lo son ninguno de los anteriores del poeta, un simple almacenamiento de textos más o menos unidos por algún ritmo semántico o estructural.

Si menciono los nombres de algunos de los títulos anteriormente publicados por nuestro hermano, no será una contradicción con lo que dije antes, sino que lo usaré como apoyatura para lo que seguiría después. Una vez, hace muchos años, cuando comenzaba a relacionarme con él, dije que Péglez hacía con la décima lo que quería. Hoy con más razón lo reafirmo, sólo que agrego además, los otros muchos continentes en que con idéntico acierto, se sabe manifestar.

Entonces no conocía toda la gama de su labor creativa, acaso, además de decimista, la de historietista. Todavía no había llegado aquello que el Premio Nacional de Literatura, César López, dijo refiriéndose a su libro ganador del primer Iberoamericano de Décima, Cucalambé 2000, (In)vocación por el paria, “llegó el deslumbramiento.” Están sus tres libros publicados de crónicas, Este amor de todo el mundo, Y mis gestos de amor en esta vida y El tiempo es bueno para los nacimientos. Está su novela Guaminiquinaje, de la cual yo he dicho en muchas oportunidades que es, al igual que Paradiso, un gran poema, no porque toca uno de los componentes fundacionales de nuestra cultura, la mística de nuestros aborígenes, sino porque Péglez lo aborda desde el mismo ambiente e ingenuidad creativa con que seguramente lo hubiera hecho un escritor taíno o siboney. Él no lo dejó allí, lo vuelve a envasar, le cambia el continente y entonces aparecen los dulcísimos poemas, algunos de los cuales están en la primera sección de este libro bajo el nombre de Dulcísima la vida.

Ni siquiera me detendré a comentar la otra faceta del Péglez indigenista, esta vez sobre la cosmología mística del indio norteamericano, volcado en los poderosos poemas de su libro Últimas puertas podadas por la nieve, donde demuestra a aquellos para los que únicamente existe la variante del verso libre, que también él es un poeta de marca extra, en este tipo de continente poético.

Así comienza Rumor de Pan, con 10 poemas estructurados en versos libres, donde el sujeto lírico, dulcísimo como las sabanas, los ríos, las aldeas taínas y siboneyes, nos canta sin dolor tanta belleza torpemente destrozada. Y ese sujeto no es otro que el propio poeta trasladando su espíritu hacia la frugal distancia temporal que nos separa de aquel mundo tan cruelmente destruido y se inserta en él para mostrárnoslo tal cual como seguramente era y si alguna diferencia existiera, sería solamente de matices, quizás la luna de Péglez sea más verde por el follaje por él desdibujado, o las aguas del río más transparente y los peces y las gaviotas algo más alucinantes, porque el sujeto lírico-poeta se hizo reencarnar en propia vida para rescatar los últimos suspiros de un mundo demasiado noble para sobrevivir a las crueldades que sus aniquiladores nos dejaron por herencia y hoy aún, aunque de otras formas, imponen su misma lapidaria razón de subsistir.

Luego pasa a la segunda sección, integrada por otros 21 poemas construidos tanto en décimas, sonetos como versos libres. Pero Péglez abre esta nueva puerta como el que va de una ciudad a otra y al cerrar la del traspatio de Dulcísima la vida, con él penetra la fuerza de la herencia de Mabuya y Atabey, del baquia alucinado todavía, porque detrás venían otras fuerzas más grandes todavía, con el Gran Manitú empujando los cayucos milenarios de los que primero o tal vez al mismo tiempo, habitaron estas tierras antes de cruzar el estrecho y seguir para las grandes praderas del norte.

Pero entonces quien abre esta sección, es el poeta que se ha querido tomar un remanso en su agotador viaje y se desgarra piel y alma, se cercena y se burla de él mismo, sarcásticamente ingenuo, como un Tallet resucitado. Y se les canta a los seres que aunque idos, inolvidables, el padre inmortal, el amor irremplazable y es el dolor, el desgarramiento del hombre de carne y hueso que nunca se propuso como meta llegar a la poesía ni que naciera con ella dentro, porque le basta con gritar desgarradoramente sus propias vivencias, para estremecer hasta las mismas piedras que tanto se les siembran en su camino.

Así, dando estos terribles y alevosos saltos que ahora comparto con ustedes, yo, el veedor desde donde no recibo salpicaduras aparentes, llego a la tercera puerta y toco y entro sin pedir permiso porque ya tengo descifrado que es el hermano, más que el amigo, quien me espera para seguirme contando sobre su viaje en el tiempo. Esta ciudad a la que ahora arribo se nombra Pastando el breve frío. Ya la nobleza sublime de los espíritus cabalgantes de nuestros aborígenes están demasiado dentro de él para poderse deshacer, no de su forma, sino del contenido de su decir. Y los trae hasta su presente y juega con los nombres de esta época y es el mismo manantial de dulcísima transparencia la que baña a la princesa de hoy, hija de otros caciques sin aquellos atuendos y se entrelazan, como debe ser, las culturas antigua de aquí y de allá porque razonablemente, el poeta sabe, como lo saben también Mabuya y el Gran Manitú, que son la misma cosa, no dividida, sino multiplicada.

Pero con plena disposición, hombre de su tiempo, no puede escapar a la contaminación, no ya del ambiente natural, sino al de la relaciones espacio-temporales y unge con su vocación de animal de costumbre y de deseo, sus amores por la ternura encarnada en aquellos ingenuos, con la encarnación actual donde se debate el poeta contra los demonios enfaldados a los que ni puede ni quiere renunciar, a fin de cuenta son sus molinos amados.

A grandísimas zancadas, llegamos entonces a la cuarta ciudad, más bien diría o sería más justo decir, a la Capital del entramado, Rumor de Pan. Son once poemas asomando a otro mundo, a otro misticismo, incluso demasiado ajeno a todo lo que se supone debería ser el nuestro y vuelvo entonces a algo que dije casi al inicio, como si se pudiera discernir entre lo que es o no, nuestro, por razones de distancias o de frontera, en este mínimo espacio de toda la infinitud de este universo donde nos ha tocado vivir. Me refiero a la mitología grecolatina. Y se justifica aún más lo antes dicho, por lo mismo que el poeta sugiere, pues inicia esta sección con un hermoso poema estructurado en décimas, dedicado a su ciudad natal, La Habana. Y luego sigue por ese rumbo y rinde homenaje a un imprescindible de las letras de nuestro idioma, Federico García, y al Padre de la Patria y a la patria misma, porque es la cultura como esencia de lo que somos y nos ha permitido ser y seguir siendo. No hay impudicia al mencionar otras lumbreras. Huidobro parece emerger desde sus alturas abrazando a Schubert, ni se encanta con el Art Nouveau, ni Leonardo lo enmudece mostrándole su Gioconda, porque como bien él dice: confieso que no hay nube sin tus pinos.

Quizás sea la parte más intelectiva, pero no por ello menos interesante del libro, pues es un razonamiento lógico y como dije y repito ahora, para mi propio gusto, Rumor de Pan es un libro bien balanceado, tal vez en este sentido, en el de la multiplicidad de las formas, el más interesante de todos los publicados por Péglez., que para satisfacción de los que apreciamos su obra, independientemente del grado mayor o menor, y hasta quizás ninguno, de amistad con él, la presente entrega nos deja una caricia de hondura polisémica para los más variados gustos estéticos en un círculo de lectores entrenados.

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