martes, 27 de enero de 2009




Ramiro
Guerra
Sánchez:
Pasión
y cubanía

Entre sus muchos aportes
como intelectual,
fue poeta decimista




Por Juan Carlos García Guridi

Historiador, pedagogo, sociólogo y economista, Ramiro Guerra Sánchez es uno de los más ilustres intelectuales cubanos de la vigésima centuria. Nacido el 31 de enero de 1880, en el cafetal Jesús Nazareno, situado en las afueras del municipio habanero de Batabanó, pasó su niñez y juventud presenciando la devastación resultante de la gesta independentista de 1895-98, en la cual participaron muchos de sus familiares y él mismo adolescente.

A pesar de que con excesiva modestia se autocalificaba “maestro improvisado”, aprobó los exámenes establecidos para alcanzar el bachillerato, y consiguió, en 1900, ingresar en el Curso Especial para Maestros que ofreció la Universidad de Harvard, Cambridge, en Estados Unidos.

En lo adelante —y para no detenernos en cada uno de sus múltiples aportes, por considerar que más que no ser objeto de nuestro trabajo, son merecedores de una investigación más rigurosa—, son tales sus desvelos científicos que según Julio Le Riverend en ocasión del centenario de su natalicio: introduce en el cuadro de la historia general de Cuba los hechos económicos, sociales y culturales y sus génesis, así como sus relaciones a la manera de componentes o partes de la totalidad del proceso; aun más, reflejando la propensión positivista de indagar en el “ser nacional”, propone explicaciones de la psicología social cubana. En suma, persigue la aprehensión total del proceso histórico, con lo cual deja abierto un camino todavía hoy por recoger, pero como exigencia marxista-leninista de una visión integrada de la sociedad.

Como pedagogo fue tal su relevancia que basta añadir que otro hombre prominente, Ernesto García Alzola, dijo de él: Para hallar otro cubano, antes de la Revolución, que pudiera comparársele en este terreno tendríamos que acudir a Luz y Caballero; y ya en nuestro siglo, todos quedan inferiores a su grandeza. Sin temor a la hipérbole, se puede afirmar que Ramiro Guerra ha sido, por el conjunto de sus trabajos educativos, el crítico más sobresaliente de nuestra educación, aunque se haya limitado al nivel elemental y, en éste, a los problemas de la macroestructuctura más que a los científicos de la enseñanza, en los que sobresale Aguayo.

Con estas dos autorizadas opiniones podemos conformarnos un criterio del autor de obras imprescindibles como Manual de Historia de Cuba, Mudos Testigos y La expansión territorial de los Estados Unidos a expensas de España y de los países hispanoamericanos.

Del patriota cabal que fue —so pena de su filiación no marxista— da fe la totalidad de sus obras, sin duda alguna revolucionaria en cualquier sentido del término; y una actitud suya poco conocida en ocasión de la Protesta de los Trece, de la cual Juan Marinello ofrece testimonio en las páginas de Bohemia: La alarma levantada por la censura inusual alcanzó a círculos y actividades que parecían adormecidos en la complicidad jugosa. Tiene mucho sentido que fuera un hombre de la ubicación de Ramiro Guerra, quien, desde su tribuna del Diario de la Marina, anunciase el “estado de sitio” a los enemigos del pueblo. Sus palabras traspasaban lo anecdótico, llegando al fondo del suceso. […] En la advertencia del autor de Azúcar y Población en Las Antillas a los responsables del desastre late una buida interpretación de la insurgencia juvenil que alzaba, de improviso, sus banderas. En sus palabras se toca un complejo de culpa de muy ancho radio. Nadie quedaría en lo adelante libre del examen justiciero, nadie, proclamaba, “se sentiría seguro en la posesión de una reputación legítima”.

Constantemente reafirma su amor por lo cubano. Cuenta él mismo, refiriéndose al capitán del Ejército Libertador Máximo Dubouchet, amigo de la familia: Recuerdo —tendría Ramiro 15 ó 16 años— que en cierta ocasión llegó a caballo con varios insurrectos más y el Delegado del Gobernador Civil de la Revolución en la provincia de la Habana Francisco Nin y Mendive. Este sabía que yo hacía décimas, y me había pedido una dedicada a él, sin que se la hubiese hecho y al ver mi carretón cargado, entre otras cosas de aguacates, próximo a salir para Quivicán, me dijo riéndose: “Ahora me improvisas una décima o te hago botar los aguacates”. Yo sabía que era una broma, pero deseando complacerlo, le improvisé la décima siguiente: Ya que por la libertad / Luchas en fieros combates, / Déjame los aguacates / Delegado, por piedad, / Que es tal mi necesidad / Y es tan grande mi pobreza / Que si aquí con entereza / Me los hace usted botar / Prefiero que me haga ahorcar / O me arranque la cabeza. Y con su modestia característica añade a continuación: Podrá esta décima de compromiso parecer ramplona y estar llena de ripios, pero al delegado le pareció muy buena o me quiso halagar diciéndomelo […].

Y, al parecer, a la hora escribir este episodio en Por las veredas del pasado, Ramiro estaba conciente del asonante acusado por su estrofa e intentó llamarnos la atención de ello. No obstante, su pasión por la décima quedó patentizada en 1911, cuando en Cuba Pedagógica, revista fundada él mismo, publicó un interesante trabajo titulado ”La poesía popular cubana en la escuela primaria”, donde plantea: por atavismo acaso, o porque el barniz de cultura que he logrado adquirir, no ha llegado a modificar en mí las tendencias y los sentimientos formados en los primeros años de mi vida, pasados en el campo; para más adelante expresar con agudeza: es lo cierto que amo profunda […] y sinceramente las cosas de mi tierra —no me avergüenzo de decirlo— y entre ellos los cantos rústicos y sencillos de nuestros guajiros, en los cuales muchas veces encuentro más sentimientos, más vida y más poesía, que en las sutiles y alambicadas elucubraciones de muchos poetas psicólogos, escépticos y modernistas que hemos padecido y que por mucho tiempo padeceremos si Dios y una crítica digna de tal nombre no lo remedian eficaz y prontamente.

Es curioso cómo alerta sobre una situación que todavía subsiste de algún modo en las letras cubanas; al tiempo que su sola incursión en la décima oral improvisada y cantada dignifica toda una tradición.

Fallecido, en La Habana, el 29 de octubre de 1970, para Ramiro Guerra Sánchez la poesía popular fue casi nuestra única literatura nacional, y advirtió no sólo en ella una capacidad de “cubanización”, sino que le atribuyó un poderoso factor de educación cívica y cultura moral.



Publicado en Trabajadores

lunes, 26 de enero de 2009


Décima
en Guatemala

Dos quijotes se lanzan
a la aventura de impulsar
en Internet un género
literario que data
de la Colonia




Por Nancy Arroyave
Publicado en Prensa Libre,
de Guatemala


La décima es precisión. / Son los diez versos del alma / de la mente pulso y palma / de octosílaba mención. / La fuente del corazón / que acorta toda distancia / entre el color y la fragancia / donde el talento se anima / sembrando el verso en la rima / de mágica consonancia.
¿Qué es la Décima?, de David Alarco Hinostroza.


La décima, poesía de 10 versos octosílabos, cultivada por clásicos universales como Lope De Vega, tiene en Guatemala una historia especial.
Desde la Colonia hasta nuestros días han recurrido a la décima o espinela tanto los grandes poetas como los narradores orales, archivos vivientes de la tradición oral.

En la actualidad, los poetas Roberto Cifuentes y Wálter González estudian y difunden su historia y sus autores, pero además cantan a la vida por medio de esta estructura literaria. Solo que sustituyeron la tinta y el papel por Internet.


TRAS LA HUELLA DE LOS VERSOS

Roberto Cifuentes, quien prepara una ponencia para el Congreso Iberoamericano de la Décima, organizado por la Casa Iberoamericana de la Poesía en Décima de Cuba, entre abril y junio próximos, comentó que a este género poético se le llama “espinela”, debido a que el poeta español Vicente Espinel, a finales del siglo XVI, fijó la estructura de esta rima de la siguiente manera: ABBAACCDDC.

De acuerdo con Cifuentes, una décima habría sido el primer texto literario impreso en Guatemala. Cita al historiador chileno José Toribio Medina y Zavala, quien en La Imprenta en Guatemala (1660-1821) asegura que el hallazgo de ese poema impreso revela que pudo haber existido un taller de impresión anterior a la que se considera la primera imprenta del país, introducida por fray Payo Enríquez De Rivera, en 1660. El documento está fechado en 1640 ó 1641 (la impresión es defectuosa).

La décima estuvo presente en forma laudatoria por un anónimo autor de entre los siete elogios en verso que anteceden a La Tomasiada, obra poética más extensa salida de las prensas de Guatemala, cuyo autor fue fray Diego Sáenz De Ovecuri.

En junio de 1627, la Ciudad de Santiago de los Caballeros de Guatemala se vistió de fiesta para recibir al capitán general doctor Diego De Acuña. Las monjas del convento de La Concepción bordaron en rica tela la salutación en décima.

Esos versos pudieron haber sido obra de Sor Juana De Maldonado (1598-1666), considerada la primera poeta y dramaturga de Centroamérica.

Digna de citar es la obra a seis manos escrita por los hermanos Carlos, Felipe y Cristóbal Cadenas, Acto de contrición y afectos dolorosos de un pecador arrepentido a Cristo Crucificado, compuesta por 82 décimas y publicada en 1779.

Durante el siglo XIX se recurrió a la décima para defenderse políticamente. Es el caso de los poetas José Batres Montúfar y María Josefa (Pepita) García Granados, quienes durante el gobierno de Mariano Gálvez (1831-1838) atacaron a los liberales salvadoreños por medio del periódico Cien veces una, y recibieron respuesta de vuelta por los pobladores de El Salvador mediante las páginas del Diez vez diez.

Este género apareció como un correo sentimental humorístico, y no pocos literatos guatemaltecos se ocuparon de éste en el siglo XX.

El historiador Celso Lara cuenta que en El Progreso, la narración de las tradiciones orales es una de las más ricas de literatura oral en verso, que incluye décimas quebradas y décimas sencillas.


LA ERA DIGITAL

Cifuentes y González tienen la bitácora Guatemala en décimas, en la que publican décimas propias y de autores nacionales y extranjeros.

Según Cifuentes, al impulsar este género, los poetas lo retomarán. Agregó que “la décima es un recurso muy hermoso por medio del cual se puede hablar de cualquier aspecto de la vida”.


CURIOSIDADES

Algunos aspectos destacados en el ensayo de Cifuentes

Una décima podría demostrar que la imprenta llegó a Guatemala 20 años antes de lo que se cree.

Escribió en décimas la primera poeta y dramaturga centroamericana, Sor Juana De Maldonado.

En el siglo XIX, la décima se utilizó en ataques y defensas de carácter político.

El poeta guatemalteco José Batres Montúfar (en la ilustración) utilizó la décima con fines políticos, con doble sentido, y con fines poéticos.

En la década de 1880, arranca en periódicos de la época una especie de correo sentimental humorístico en décimas.

En el siglo XXI, la décima en Guatemala llegó a la web por medio de una bitácora.



Mediante los siguientes enlaces, el texto originalmente aparecido en Prensa Libre del día 16 de enero de 2009 y la versión publicada en
Guatemala en décimas.

martes, 13 de enero de 2009



Tres apuntes
sobre Meditaciones
del náufrago

Por Edelmis Anoceto


1
Arístides Valdés Guillermo (Corralillo, 1960), no es uno de esos poetas que también escribe décimas. Puede decirse que se trata de un decimista nato. De ello dan fe títulos como Las puertas de Cristal (1992), El príncipe de bruces (1997, este único en verso libre), Esbozos con figura de muchacha (1999) y Meditaciones del náufrago, (Premio Fundación de la Ciudad de Santa Clara 2006, publicado por la Editorial Capiro).

Es ahora a través de la voz del náufrago que Arístides nos muestra los temas que más lo asedian como ser que ha elegido la poesía como forma de expresión, o quizás la poesía lo ha elegido a él como vehículo para dejar su legado. En Meditaciones del náufrago, este legado poético semeja un viaje, un desarrollo.

Así, desde la duda a la certidumbre, desde el desasosiego a la esperanza, dualidades que también se encuentran explícitas en los poemas de manera muy puntual, se despliegan estas meditaciones, que aunque sujetas al octosílabo principalmente y al endecasílabo en menor medida, pueden ser acogidas por el lector sin que este tenga necesariamente que regodearse en la forma. Esto solo puede lograrlo un decimista que ya ejerce esa estrofa con total facilidad. De tal manera la lectura de estos poemas nos hace pensar que la décima es el lenguaje natural de este poeta. Si no fuera por la calidad lírica, la síntesis en las ideas, la exactitud del léxico y el concepto de poema, la desenvoltura de Arístides podría compararse con la del repentista, - y sálvese aquí cualquier distancia.

En tal sentido es ilustrativo el siguiente fragmento del poema Los marineros besan y se van, en el que las ideas se destilan de la manera más natural y sencilla, sin alteraciones de los elementos de la correcta sintaxis castellana:


Hay sueños que parten, dejan
una promesa, no vuelven
nunca más
, y se disuelven

con el agua que bosquejan.
Yo los he visto: se alejan
sobre un azogue desierto;
se alejan y en cada puerto
que abandonan, más de una
mujer espera
la cuna
de arrullar su desconcierto.


2
Un peso importante en el poemario está dado por las diferentes connotaciones que se le dan a la voz sombra en contraste con otras como blanco, lumbre, luz, reflejo, sol, faroles, fuego, etcétera; lo que constituye un motivo recurrente, aunque no manifiesto, que reafirma nuestra primera insinuación en estos apuntes, del viaje de lo negativo a lo positivo, o sea, del mejoramiento; porque el náufrago (sugerido desde el título como primer símbolo del decimario) no es otro que aquel ser que logra salir ileso del desastre para únicamente mediante su esfuerzo alcanzar la orilla salvadora.

Otros asuntos que ayudan a la diversidad y demuestran la amplia gama temática del poeta son, entre otros, el de la misma creación literaria como un argumento ante la muerte, la vida del hombre comparada con la deriva de un barco, la infancia como lugar de refugio, la suficiencia del hombre ante la soledad y el desamparo, y el amor, con énfasis en la tercera sección, Maneras de salvarse, la cual está compuesta por poemas que nos recuerdan aquellos del mencionado decimario Esbozos con figura de muchacha.

Pero aun aquí el náufrago está presente para hacer del amor esa costa que se desea alcanzar. En este sentido es ejemplar el principio del poema Primer intento de ascensión a un cielo imaginado:


Una canción, unos ojos
y unos labios entreabiertos
revélanse casi puertos
donde anclar con mis despojos.


Aunque el conjunto está escrito casi íntegramente sin variaciones del tipo estilísticas (décimas espinelas, algunas sin la clásica pausa después de la primera cuarteta y sin los versos 5to y 6to como puente, con diversas maneras de encabalgar los versos y arbitrarios patrones estróficos), Arístides logra sonoridades diferentes de un poema a otro, sin embargo la variedad no está dada únicamente por recursos composicionales del verso, ciertamente esta variedad que en el plano fonológico se aprecia mientras se avanza en la lectura, es ayudada en gran medida por la limpieza y originalidad de las ideas que transmite. El verso perfectamente medido y acentuado junto a la belleza de la idea que encierra, crean una Belleza superior que no puede ser otra que el poema mismo.

Los títulos de Arístides funcionan como necesarias señales que sirven al lector de apoyatura para adentrarse en los poemas. Muchas veces estos son portadores en sí mismos de una carga poética que contrasta con el texto que le sigue, como sucede en el poema titulado Una señora que dice ser la Historia hace una reverencia y se confiesa, el cual encierra una peculiar autodefinición de la Historia, sujeto lírico de esta pieza:


Yo fui la luz, fui una guerra
del hombre, fui quemadura
y escuché la mordedura
del llanto sobre la tierra.

Sé que una herida no cierra
si su muerte no se gana.

Fui muchas veces campana
que a la lucha convoqué,
y os confieso que hoy no sé
qué cosa seré mañana.


El náufrago, el suicida, el alpinista, el escriba, el triste, el bufón, el poeta, el caminante pertenecen a otro tipo de fuente creacional, personajes ficticios que le sirven para tomarlos como pretexto y a partir de ellos plantear cuestionamientos existenciales o asuntos que pertenecen a la vivencia del autor, a su experiencia.


3
La décima de Arístides Valdés no se inscribe en una manera actual de ejercer ese tipo de es
critura, que es la de otorgarle un discurso cada vez más ajeno al de la tradición del género en Cuba, en una lógica búsqueda de temas inéditos. Por el contrario, la suya es deudora de una práctica establecida y propone por lo tanto una relectura de los grandes hallazgos poéticos desde Espinel hasta hoy.

Martí, Vallejo, Neruda, Borges, son poetas que nos dicen, con sus apariciones en citas, glosas o exergos, de qué materia se nutre el poeta y sobre todo la calidad que tiene su poesía como base, como fuente de inspiración en lo mejor de nuestra lengua. Y ciertamente el lector que con Meditaciones del náufrago se enfrenta por primera vez a la poesía de Arístides Valdés, notará en él ese apego a lo clásico.

Es en extremo difícil lograr a lo largo de un decimario de cuarenta poemas (más de ochenta décimas) un nivel de calidad como el que se observa en Meditaciones del náufrago. Tanto a nivel del verso como de la estrofa, el poema, la sección, el libro está despojado de lo que se conoce como rellenos, nada ha de resultar discordante para hacer que el lector se detenga. Pareciera que un poema deriva en otro.

El aliento del libro es mantenido de principio a fin aun cuando Arístides incursiona en ejercicios experimentales tales como Decimilla compuesta por el náufrago para elogiar a una muchacha con quien antiguamente le fuera permitido compartir un madero, poema concebido en versos monosílabos.

Si algún momento climático tiene el libro, este se encuentra allí donde el poeta se enfrenta a los grandes temas, se nota sobre todo una obsesión por la muerte y el amor como dos fuerzas creacionales ineludibles. Estas dos nociones se conjugan en varias ocasiones y de manera diferente:


Yo la soñaba.
He quedado
sin su tibieza en mi hombro,
sin la luz, sin el asombro
de los besos que no ha dado.

Oigo al silencio colgado
como un grito en la pared.

Ella no ha vuelto y la red
y el laberinto y su fragua,
en las prisiones del agua
me han visto morir de sed.

(de Tribulaciones por la ausencia de la mujer soñada)


Por último, un libro cuyo pórtico es un diálogo con la muerte y cuya última sección está dedicada al amor, no puede dejar en el lector un saldo diferente al de la esperanza, pero aunque así no fuera, solo con la perfecta conjunción de cargas emotivas, sensoriales e intelectivas que encierra esta lectura ya esa ganancia nos sería dada.



Tomado de Pólvoras de alerta, blog de Arístides Valdés Guillermo.

sábado, 10 de enero de 2009





Baldomero
Fernández
Moreno:
un gran
poeta-decimista
argentino

Por Waldo González López





Él sup
o ver lo que lo rodeaba y entrevió la poesía que anida en todas las cosas. Descubrió lo esencial. Pensaba que si el hombre es poeta, al observar y ver, convierte el objeto mirado en poesía o en oro todo lo que toca con su pupila poética, como un Rey Midas especial. El que una cosa sea o no poética, no depende de la cosa, sino del ojo que mira, como bien apuntan Horacio Jorge Becco y María Delia Iturralde. (1)

En la poesía argentina del primer cuarto del siglo XX, momento definitorio de las letras de ese país, Baldomero Fernández Moreno (1886 - 1950) —como él quería: el padre y la madre enlazados en el apellido que se convierte en nombre—, según Martínez Estrada (2) creó un estilo nuevo, dio pautas y abrió caminos a fin de que otros pudieran transitar por ellos.

A sus temas más recurrentes (la soledad, la ciudad, el campo, el amor, el hogar y la familia), decisivos en su quehacer —hoy un tanto olvidado hasta en su propio país, obnubilado por el cegador influjo de Jorge Luis Borges—, hay que añadirles Retratos y caricaturas, así como los viajes, las efemérides y los textos de su obituario lírico (“Amado Nervo”, “Leopoldo Lugones”...).

En tal sentido confesaría mucho después: “Ahora veo que la poesía ha seguido con fidelidad mis pasos sobre la tierra: el pedazo de patria que me tocó vivir, ciudad, pueblo o campo, el amor, el hogar, los hijos, la raza, mis trabajos y mis vacaciones. Todo está más o menos representado en mi acervo.” (3)

Sus décimas comparten estos temas, sólo que le añado otros, como lo autobiográfico, (4) el humor, la ironía, la nostalgia... En Circunstancias literarias, dedica una de 1927 “A Ricardo Güiraldes por Don Segundo Sombra”, en la que, como en su obra en general, combina sus ardides literarios; de ahí el juego de palabras final, tan certero:


“Es, compañero, Ricardo,
tu novela campesina,
tan nuestra, tan argentina,
como el ombú, como el cardo.
Épico aliento de bardo
resopla en ella profundo...
Nos has descubierto un mundo,
ahí no más, que nos asombra.
¡Que para Segundo Sombra
no haya de sombra un segundo!”


Él nada inventa. Sus afectos están presentes en su obra, a diferencia de otros poetas que disfrazaban los suyos, ya que entonces se sentía cierto pudor en desnudar la intimidad, en tanto «era la reacción contra el romanticismo que no se servía de supuestos», tal afirman Horacio Jorge Becco y María Delia Iturralde. (5)

Tras haber publicado trece poemarios entre 1915 y 1927, aparece en 1928 su primer y único cuaderno de Décimas, que le merece el Segundo Premio Nacional de Poesía ese año. Entre 1933 y 1937 obtiene el Primer Premio Nacional por sus libros Dos poemas, Romances y Seguidillas.

Gracias a su notable conocimiento del verso en lengua española —ganado durante su estancia en la península por más de una década, etapa decisiva de su aprendizaje en su primera juventud—, puede Fernández Moreno conducir con mano experimentada y segura el oficio escriturario en estas excelentes estructuras líricas, cuyos méritos son obvios a una primera lectura.

La vuelta a la Argentina, a fines de 1899, le significó una ruptura sólo geográfica (ya que no sentimental) con la madre patria, donde residiera doce años en Bárcena, la aldea paterna, y en Madrid, donde inicia el bachillerato. A España nunca más retornará. Pero tal estadía, como praxis vitalicia y literaria, le bastaría luego para la creación de este importante decimario, fundamental en su producción y en la poesía de su país e, incluso, de Latinoamérica, por su aliento novedoso y su lenguaje tan actual aún hoy, a fines del siglo XX y en vísperas del 2000.

Fue tal la calidad y el espíritu de modernidad alcanzados por Fernández Moreno en su conjunto de estas estrofas, que quedaría como un momento singular y «raro» —para emplear un adjetivo caro a Rubén Darío—, en la poesía argentina de las primeras tres décadas del siglo XX.

Sus décimas gozan de virtudes que sólo mucho después adornarían a esta estructura en el subcontinente. El humor, el deslavazamiento, la sencillez, el confesionalismo, la comunicabilidad y el coloquialismo —del que constituiría, con el colombiano Luis Carlos López (1883-1950), el dúo emblemático— son los principales rasgos de sus versos en esta estrofa que dominara como quizás ninguno otro de sus coterráneos o no, pues superó incluso a no pocos de sus colegas de la Isla, donde la décima sentaría pauta mayor en la región ya desde el siglo XIX, cuando José Fornaris la definiera como la estrofa del pueblo cubano.

A su generación —llamada “intermedia” por su hijo, el también poeta César Fernández Moreno— pertenecen otras figuras del verso en su país, como Evaristo Carriego (1883-1912), Enrique Banchs (1888-1968), Oliverio Girondo (1891-1967) y Alfonsina Storni (la única y destacada poetisa del grupo; 1892-1938), así como los también novelistas: Ricardo Güiraldes (1886-1927), Benito Lynch (1885-1951), Manuel Gálvez (1882-1962) y —el “hermano” de Horacio Quiroga, tal se autodefiniría— Ezequiel Martínez Estrada (1895-1964).

Con sus tres etapas, Fernández Moreno adecuó su obra a su estilo; duran casi tres lustros cada una: de 1910 a 1923, la época sencillista; desde entonces hasta 1937, la formal, en la que adviene su libro de Décimas, y, de 1937 a 1950, la sustancial (si bien sustancial es toda su poesía, subrayo). De cualquier modo, cada una de estas etapas están guiadas por su rigor y afán de claridad y comunicación.

Cuando escribía sus estrofas, confesó a José Mora Guarnido: «Estoy haciendo un libro de décimas. Décimas clásicas, décimas difíciles, de ritmo disciplinado y rígido. Hay que resucitar las formas antiguas. Las formas no son cárcel nada más que para quien no sabe regirlas... Dentro de los ritmos retóricos de la poesía clásica, se han hecho poesías que hasta ahora nadie ha superado. Un soneto de Lorca, de Diego o de Alberti no se puede confundir con lo que viene inmediatamente antes que ellos en la poesía española. Dentro de la forma rígida hay personalidad y sentimiento. Esto es lo que hay que buscar.” (6)

Como en sus sonetos, romances y demás estrofas, Fernández Moreno demostraría en sus décimas —tal apuntara luego Borges— que el poeta «había mirado a su alrededor», en tanto sería el primero de su país en colocarse en el centro de su poesía, vivo y entero, según remarcara Martínez Estrada, quien igualmente señalaría que el poeta, seguro de sí hasta casi el desafío, trasiega al verso del más auténtico lirismo las formas privativas de la prosa y aun la prosaica intimidad del género epistolar.

Mas, qué anhelaba Fernández Moreno con su poesía, nos preguntamos y nos responde el propio poeta: «... una poesía vital, y no me refiero a una fortaleza o eternidad, sino por estar inspirada y arrancada de la existencia misma. Una poesía que yo quisiera como el pan, aunque se sutilizara hasta en la hostia. O como el vino, hasta la embriaguez. Una poesía que fuera como un martillo, como una rosa o como una lágrima. Humana. Una poesía, en fin, que se propague como un reguero de pólvora, que se adhiera a las almas como la miel a una rebanada de candela, y sobre todo, que se recuerde, como se recuerda un nacimiento.» (7)

Por otra parte, su hijo y quizás su más preciado crítico, César Fernández Moreno, sería preciso al compararlo con Borges, su contemporáneo como él de altura. Diría César: «Donde Fernández Moreno se definió por la vida, Borges lo hizo por el arte; donde Fernández Moreno por lo hispanoamericano, Borges por lo europeoamericano, como señala Gerardo Diego; donde Fernández Moreno por lo hispanofrancés, Borges por lo anglosajón; donde Fernández Moreno por el canto nacional, Borges por la literatura de tema abstracto a que por fin llega la narrativa después de la estación arrabalera de su poesía. Por eso, muerto Lugones, Fernández Moreno y Borges serían los polos de la literatura argentina; ambos necesarios, ambos preciosos, tanto como Unamuno y Ortega y Gasset lo fueron en España.»

El humor tuvo un amplio espacio en la décima de Fernández Moreno. En algunas de las no tantas que escribiera aparece a menudo este delicioso sentir que distancia saludablemente el objeto del sujeto poético, y nos hace meditar, sonrisa mediante, en la vida de las cosas, más que en las cosas de la vida. Así, en “Medio pan de cada día”, está el humor fino, de lo cotidiano, aliado a una poética vital sencilla, mas de plena valía, que no olvida la suave ironía:


Amigo: hay que convenir
que en materia de dinero
estás como el día primero
en que empezaste a escribir.
Mucho hablar, mucho aplaudir,
pero por más que combine,
me revuelva y me empecine,
sólo me da Poesía
medio pan de cada día
y un poquitico de cine.


Mas la ironía aumenta hasta cierto escarnio (¡ah, las envidiecillas literarias que tanto y tantos hemos padecido... y padecemos!), para al fin tornarse magistral en “A uno”, también de 1928:


“Que te copies de mis versos,
a fe, no me maravilla;
haces muy bien, poetilla,
los hay buenos y diversos.
Y para eso andan dispersos.
Conque no me enojo, no,
y que te hagan buena pro.
Cuando alguien te lee a ti
de quien se acuerda es de mí
y así siempre gano yo.”


En el propio tono y atmósfera está “Contra uno”, disparo, de 1935 y en pleno corazón, a otro “enemigo” de las letras:


«Me hablas tan convencido
de que un día llegará
en que alguien pateará
mi suave y lírico nido
que hoy de veras aturdido
por si tú patearlo tratas,
entre oros y entre platas,
lejos de humana fortuna,
lo he colgado de la luna,
adonde no llegan patas.»


Por cierto, un año antes, en 1934, había sido designado Miembro de Número de la Academia Argentina de las Letras, lo que de algún modo satisfará al poeta en su ínterin, hecho que fue muy bien acogido por la intelectualidad de su patria, habida cuenta del prestigio y la popularidad alcanzada por el poeta. Así, igualmente, en 1940, al celebrar un cuarto de siglo de su primer libro publicado (Las iniciales del alma, 1915), la Sociedad Argentina de Escritores realiza un gran homenaje en el Teatro del Pueblo, donde hablan el novelista Eduardo Mallea y Conrado Nalé Roxli, y en 1941 comienza a publicar su Obra ordenada y se edita una importante Antología de su poesía. Por lo demás, 1943 es la fecha de edición de su primer libro en prosa: La patria desconocida (Páginas de vida), autobiográfico.

En 1949 merecería el Gran Premio de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores por su libro Parva, y sólo meses más tarde fallecería: el 7de julio de 1950.

La nostalgia de la natural vida rousseauniana aparece con fuerza y recurrencia en sus décimas, como un llamado a esa existencia limpia, clara, lejos de la vida citadina. De 1926, es “Ciudad”, una excelente muestra:


¿Desde cuándo, desde cuándo,
hombre del hierro y la piedra,
no agito un gajo de hiedra
tras la lluvia goteando
¿Ni por el medio cruzando
voy de un robledal sombrío?
¿Ni hundo mi cuerpo en un río,
ni una mano en una fuente,
ni un dedo en una corriente,
ni me empapo de rocío?


En otro momento, y con no menor calidad, el poeta vuelve sobre el tema. En “Multitudes”, de 1928, precisa acerca de ese modus vivendi:


Ya estoy un poco cansado
de este vivir a empujones,
codazos y pisotones,
polvoriento y fatigado.
¿Dónde está el país soñado?
¿Dónde la ciudad encantada,
de albérchigo y de manzana,
de calles de porcelana,
bien pulida y bien regada?


Y aun otro ejemplo de 1928 que bien vale la pena, por el anhelo de libre albedrío expresado por el poeta en “A un caserón con una pajarería”:


Hay frente a la casa mía
un sombrío caserón,
que entre chillido y canción
tiene una pajarería.
Y casi no pasa día,
desde que el barullo empieza,
no le diga con tristeza:
-Nuestro destino igual es:
tú la tienes a los pies,
yo la tengo en la cabeza.


Es interesante saber por qué la no excesiva inclusión de décimas en la segunda Antología (1915-1940) de su obra poética, aparecida en 1941. En sus explicaciones a este volumen, Fernández Moreno apuntaría: «Los demás títulos, de ocasión, sin fisonomía propia, desaparecen por completo. Ahí quedan, sin embargo, para el que los quiera revolver, a la manera del explorador, del arqueólogo, que va excavando y estudiando ciudades superpuestas y enterradas.»

Por ello, quizás, el iconoclasta reparto que dio a sus décimas entre las varias secciones de esa Antología sería un malhadado gesto que continuarían sus futuros antólogos y compiladores, incluido su propio hijo, César, quien en la última, preparada por él y publicada por Casa de las Américas en 1984, no reuniría todas, sino sólo algunas.

Pero otro dato de interés es que Fernández Moreno prefería la décima para diversas ocasiones, estados anímicos y determinados instantes. Así, ya en Versos de Negrita, de 1920, incluye una de amor, “Tiranía”, fechada ese mismo año. Y el más largo conjunto es el de cuatro estrofas dedicadas “A la estancia en que el poeta vivió sus amores”, de 1928.

“A mi casa” y “Sin la tierra y sin el mar” resuelven su concepción vital y filosófica de la existencia, en tanto reflejan tal pensamiento, a partir del dueto vida/muerte y su anhelo de ver el mundo (“Sin la tierra...”) y su aprehensión de la vida como finalidad para morir (“Mi casa”).

Del propio modo, en otros momentos definiría su amor y preferencia por la poesía con la profundidad y la belleza inherentes al poeta, quien fue --a no dudarlo-- un genuino lírico, en el más estricto sentido del término. Así lo demuestra en la hermosa décima de 1928 “A la poesía”:


«Como se alza una linterna
hasta la posible altura
para iluminar la oscura
entrada de una caverna,
así yo la sempiterna,
dulcísima poesía,
alcé hasta la frente mía
al empezar a vivir,
y al instante de morir
me ha de alumbrar todavía.»


La repercusión de su poética sería enorme en su patria y más allá de las fronteras argentinas. Entre muchas otras figuras que se ocuparon elogiosamente de sus versos, hay que mencionar a Leopoldo Lugones (en La Nación, 1916), Alfonsina Storni (quien lo llamaría “un lírico nacido”, en Fray Mocho, 1919), Eduardo Mallea (Revista de América, 1930), Jorge Luis Borges (El Hogar, 1940), y Ezequiel Martínez Estrada (Nosotros, 1941).

Pero también otros grandes nombres de su tiempo comentarían, siempre exaltándolos, sus poemas: Ramón López Velarde (México Moderno, 1920), Enrique Díez-Canedo (Revista de Occidente, 1924), Eugenio D’Ors (ABC, 1929), Jaime Torres Bodet y Leopoldo Panero (Nueva España, 1943), por sólo citar algunos. El infaltable Federico de Onís incluiría varios de sus textos en la importante Antología de la poesía española e hispanoamericana (1882-1932).

En la décima, a pesar de no haber escrito tantas, Baldomero Fernández Moreno dejaría un significativo legado del que hoy disponemos los poetas de varias generaciones y países del ámbito hispanoamericano.



NOTAS:

(1) En “Introducción” a Obra poética (Antología), Buenos Aires, 1969, p. 5.
(2) Ídem., pp. 5 y 6.
(3) En Antología de antologías, selección y prólogo de César Fernández Moreno, Casa de las Américas, 1984, p. 16.
(4) En “Introducción” a Obra poética (Antología), ed. cit. p. 7.
(5) Citado por Horacio Jorge Becco y María Delia Iturralde en César Fernández Moreno: Antología, ed. cit. p. 34.
(6) Ídem., p. 40.
(7) En César Fernández Moreno: Introducción a Fernández Moreno, Buenos Aires, 956, pp. 209-210.



Tomado de
Diversarima (Texto originalmente aparecido en Cubarte)

lunes, 5 de enero de 2009


El espejo
como puerta

Por Pedro Péglez González


Tendríamos que ser demasiado epidérmicos para esperar de este volumen, embebecidos en la fascinación del título, una simple develación de diástoles y sístoles ante el hallazgo de sí mismo. Los latidos del espejo es eso, pero solo en instancia primerísima. Hay en sus páginas mucho más allá.

El poemario, de Frank Padrón (Pinar del Río, 1958), es una intensa indagación humanística a partir del autorreconocimiento. El propio autor nos lo revela en uno de los textos inauguradores del conjunto: …el espejo es no solo una puesta (en escena, de sol) sino también una puerta, porque cada mirada abre otros espejos interiores…

Una indagación extrañamente parsimoniosa —que no complaciente— y arrebatada a un tiempo, que transita por el filo de la hipérbole, asida al salvamento de una ironía dulce, a ratos casi un guiño cómplice, en una estación donde sabiduría e inocencia van del brazo sin sonrojo, ni ajenos dedos que osen el denuesto. (Y si lo osaran, qué más da —me diría el poeta en este punto).

Pero si deslicé el adverbio extrañamente no fue de balde: aquí el sosiego lo es en comunión con los misterios de la existencia y a contracorriente de su turbulencia y su vértigo; no testimonio de indiferencia o vocación contemplativa, sino escudo y estandarte y arma. Que las del espíritu, a no dudarlo, también son batallas.

La consistencia del discurso poético de Frank Padrón no es cosa nueva —“esa madurez con que parece de vuelta de todos los sinsabores y porvenires”, dice Rufo Caballero en la nota de contracubierta—. Tal solidez ya la habían validado anteriores poemarios suyos como Pura semejanza (2004) y Conversación en la luz (2006).

En Los latidos del espejo, no obstante, se me antojan más saludables los afanes lúdicos —entre ellos sus deliciosos apócrifos— y los procederes recontextualizadores de innúmeros referentes de la cultura universal. Toda una fiesta para el ejercicio de la inteligencia descubridora desde la belleza, y un nuevo “ensayo para el entendimiento humano”, con permiso del siempre bien recordado Eduardo López Morales.

El volumen fue dado a la luz el pasado año por Ediciones Unión, con una edición y una realización muy bien cuidadas: un hermoso resultado que lo hace además un objeto de valores estéticos visuales.


Tomado de Trabajadores
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