domingo, 19 de agosto de 2007




Dos poemas
sobre Guaraca
bulla

Guillermo hizo una petición poética a Luis, su antiguo colega de Juventud Rebelde y le dio el pie forzado para unas décimas a Guaracabulla y de homenaje a Raúl Ferrer




Por Luis
Hernández Serrano


Cuando leí en La tecla ocurrente —sección del diario cubano Juventud Rebelde— la convocatoria de Guillermo Cabrera Álvarez para ir a una tertulia especial al poblado de Guaracabulla, en el municipio de Placetas, confieso que me propuse estar entre los viajeros.

El Guille concibió esa tertulia allí porque era el centro de nuestro archipiélago; el primero de julio, por ser el centro del año; y a las 12 meridiano, por ser el centro del día. Además, con el propósito de que los participantes pudieran decir cuál era el centro de sus vidas.

En verdad me pareció tan formidable la idea, que le pasé un correo electrónico para pedirle un espacio con mi esposa en la aventura. Como no me contestó, lo llamé por teléfono, insistentemente, como es mi costumbre. No estaba, y le dejé el recado. Al otro día, me llamó él a mí —y como habíamos sido viejos colegas de Juventud Rebelde desde los primeros meses de la década de 1970— me trató con la misma confianza de siempre.

—“Despreocúpate, bicho, que irás a Guaracabulla con tu esposa Flor, porque si en el vehículo del periódico no hay un espacio para ella, yo te cedo el que han dedicado para mí”, me comentó, sonriente y afable, como él era.

Entonces, de paso, me dijo: —“Flaco, (así le decía a todos sus compañeros y amigos) ¿recuerdas el poema de Raúl Ferrer al pueblecito de Guaracabulla?”

Le contesté que lo había leído, pero que no me lo sabía de memoria.

—“Búscalo en Internet o en Viajero sin retorno, y trata de hacer unas décimas contestándole a Raúl Ferrer, como si estuviera vivo físicamente, mostrando en alguna medida la diferencia de la Guaracabulla del capitalismo, a la Guaracabulla actual. Eso nos servirá como un pequeño homenaje a Raúl, ese día primero de julio, porque aunque él nació el 4 de mayo de 1915, fue inscripto un primero de julio, otra cuestión que me hizo pensar en ese día para la tertulia con los tecleros, ¿no lo crees?”

También me dijo que el poema de Raúl terminaba diciendo que la Guardia Rural lo iba a sacar de ese pintoresco paraje, amarrado. «Pero con nuestro homenaje, el maestro y poeta saldría de allí “como abrazado” por todos nosotros, ¿no te parece?».

Le dije que tenía mucha razón, que era muy poética esa reflexión suya, que me gustaba la idea que me daba y que iba a tratar de hacer algo. Al instante exacto de nuestra despedida telefónica, puso en acción el engrasado, inteligente y audaz mecanismo de la ironía fina que sabía ejercer:

—“¡Ah, flaco, óyeme bien, vas a ir con tu esposa hasta Guaracabulla, pero nada de manito cogida, ni de besitos en mi asiento, durante el viaje, ¿me oíste?”

Nos reímos y nos despedimos. Eso fue suficiente para ponerme a cumplir su amable solicitud, para mí casi como una orden.

Yo, que también había sido amigo de Raúl Ferrer, busqué el poema suyo a Guaracabulla, lo copié y me di a la tarea de escribir las espinelas que el Guille me había sugerido.

He aquí el texto íntegro del poema de Raúl Ferrer, Guaracabulla, incluido en Viajero sin retorno, en 1979:


¡Qué dulce debe ser/ vivir aquí en Guaracabulla,/ junto al guajiro que a los trenes viene/ con esa ingenua transparencia suya!

Las lomas azuladas en la tarde,/ noche que con los astros se encocuya,/ mansa quietud del pueblecito aislado./ ¡Sueño sin bulla!

Un día sacaré / mi boletín hasta Guaracabulla./ Quiero entrar a vivir el sol tranquilo/ que al crucero del tren tanto me embulla./¡Ojalá no me digan que en las lomas/ o en el palmar donde la brisa arrulla,/ no tienen las muchachas una escuela/ ni permite un señor que se construya!/ ¡Ojalá no me encuentre campesinos/ trabajando la tierra que no es suya,/ logrando su cosecha de sudores/ para que venga el amo y se la engulla./

Denunciaré esa paz de ruda cáscara/ vista con ojos de furtiva grulla,/ romperé la quietud del pueblecito,/ en el Café se formará la bulla. / Dormiré en el cuartel y al día siguiente/ ¡saldré amarrado de Guaracabulla!


Viajé con mi esposa en el vehículo de Juventud Rebelde. De paso es justo que diga que ella, Flor Aida Sánchez Rodríguez, lleva más de 25 años en el periódico y actualmente labora en el departamento donde se reciben las cartas que escriben los lectores —entre ellos muchos tecleros del espacio de Guillermo—, por lo que era correcto que fuera a esa visita histórica hasta el poblado.

Participamos (nueve compañeros del diario) y dos estudiantes de periodismo invitados por Guillermo: Carlos y Elizabeth. (¡Quién iba a pensar que precisamente Carlos fuera una de las tres personas que le diera respiración boca a boca a Guillermo inmediatamente que le dio el fatal infarto cardíaco en el comedor del Centro Escolar Enrique Villegas, en Guaracabulla, cerca de las 3 p.m. del domingo primero de julio!).

Al final de la tertulia, como Guillermo me había dicho, leí mis décimas, a las que puse por título RECADO A RAÚL FERRER DESDE GUARACABULLA, que cito a continuación:


1 Es dulce en mi sensación/ venir a Guaracabulla,/ aunque el sol nos apabulla/ y apure la conmoción/ del cubano corazón./ Te lo digo, Raúl Ferrer,/ al rato de releer/ tu poema a este poblado/ del que estás enamorado/ por tu manera de ser.

2 Ya no es el mismo guajiro/ de los trenes el que vive/ aquí, donde ya no exhibe/ la tristeza... el gris suspiro/ en lo pobre de un retiro/ con los nietos sin escuela,/ sin médico la secuela/ del más duro desamparo,/ con un mayoral avaro/ y alumbrándole una vela.

3 Sigue siendo transparente/ la ingenuidad campesina,/ hoy más alegre y genuina/ por libre e independiente,/ porque no hay hijo inocente/ sin maestro y sin cultura,/ sin trabajo, sin ternura/ en su diario bregar: / vivir aquí no es probar/ aquella antigua amargura.

4 Sigue la loma azulada/ y la noche se encocuya/ como la Guaracabulla/ que contaste con tu amada/ forma de escribir osada/ de maestro y de poeta,/ con ese signo de atleta/ entrenado en hondo verso/ donde un pueblo es universo/ dibujado en tu libreta.

5 Sigue mansa la quietud/ de Guaracabulla, mas,/ ya no es la fiebre que das/ en el poema: virtud/ se respira y juventud/ sana con bulla y con sueño,/ en el rostro caribeño/ de poblador de esta tierra/ que a la libertad se aferra/ con gesto digno y risueño.

6 No vi el crucero del tren/ como en tu verso pintaste,/ pero imagino el contraste/ que tú viste por su andén./ Te decimos, Raúl, ven/ a mirar por las pupilas,/ de sanos niños en filas/ con sus limpias pañoletas,/ sus lápices, sus libretas/ sus sueños y sus mochilas.

7 No hay ya un verdugo señor/ que impida hacer un colegio./ Este barrio es como un regio/ sitio donde no hay dolor/ sin una mano de amor/ callado de la enfermera./ Ya no es triste madriguera/ de olvido Guaracabulla,/ sino como el Aleluya/ de aire puro y de verdor.

8 En las lomas y el palmar/ sigue el guajiro habitando,/ pero ya no refrenando/ sus deseos de llorar./ Guaracabulla es altar/ de estos tiempos, el pincel/ para dibujar el fiel/ sentimiento de proeza,/ de justicia y de nobleza/ que nos trajera Fidel.

9 Ya, Raúl, tú aquí no ves/ campesinos deambulando/ en una tierra, sudando,/ como una explotada res,/ por una siembra que no es/ en verdad la siembra suya:/ hoy aquí en Guaracabulla/ aunque es un lugar sencillo/ no se abandona en un trillo/ ni un perro enfermo que aúlla.

10 Si de nuevo tú escribieras/ un poema a esta comarca,/ Raúl, no sería la marca/ de sufrimiento y esperas,/ sino como primaveras/ donde brisa fresca fluya/ y tu tristeza concluya./ No serás encarcelado/ y saldrás como abrazado,/ de aquí de Guaracabulla.

domingo, 5 de agosto de 2007



Entrevista al poeta
Ronel González


Nuevas estrofas
para nuevas eras


Foto: Tamara Gispert





Por Remigio Ricardo Pavón

(Banes, 1952) Filólogo
Se desempeña
como realizador en Radio B
anes


Merecedor del Premio Iberoamericano Cucalambé 2006 por Atormentado de sentido; para una
hermenéutica de la metadécima (Editorial Sanlope, 2007), Ronel González Sánchez (Cacocum, Holguín, 1971) es uno de los poetas más significativos de su generación.

Ronel, escribes lo que escribes: verso libre, décima, soneto, prosa, ensayo, no puedo desligarte de aquella imagen de niño prodigio de la décima. Por tu corta edad, asistías acompañado por tu madre a un Taller Provincial en Holguín; pero ya eras señalado como una promesa. Afortunadamente, tu creación abarca mucho más que la décima, y con indiscutible talento.

Háblame del lugar donde naciste, de ese ámbito rural y ese ambiente familiar que te permitió absorber de tal forma la estructura y musicalidad de esa composición poética con tanta naturalidad.


Voy a intentar responderte el cuestionario, Remigio, sin que trasluzca un vestigio pedantesco. Tengo suerte al ser escogido. Vierte, sin piedad, en aguafuerte lo poco que yo le añado a la rima, y el grabado no será un Rembrandt ni un Goya (esta entrevista se embrolla y eso que no ha comenzado). Claro, el lector se dirá, “eso lo escribió en su casa con tiempo”. Nada, me pasa con frecuencia. (Esto se va dilatando. Ya se ha escrito un párrafo extenso y no aparece el descenso al infierno del poeta). Esta entrevista me inquieta. Basta de rimas.

Comienzo:

Bueno, como te decía (¿de esta forma iniciaría un postmoderno?). Yo pienso que si no voy a un consenso, conmigo, saldré muy mal. Quizás nada excepcional pueda decirte, Remigio. Me he ganado algún prestigio, pero soy tradicional…

No sé si un día lo olvide, hoy repaso una ceiba enorme que florecía, algodones, la tierra húmeda y un niño solitario que perseguía insectos sedosos entre la abundante guanina, para ofrendarlos a su gato blanco y negro (de Cheshire?). Al frente un algarrobo y una palma, un pozo: pretil de piedras lóbregas, a un costado la guásima para mecer mis tres o cuatro años de extrañeza y diálogo invisible.

Estoy sentado en una laja del patio, me rodean domésticas criaturas. Un puerco (porque en Caguairanal —zona rural distante a ocho kilómetros del poblado de Cacocum— no había cerdos, sino puercos, y a mucha honra) casi me extirpa el índice cuando le muestro unos granos de maíz en la diestra inocente. De mi casa de tablas de palma, yaguas, guano y piso de sacos de yute empatados gracias a la protectora aguja infinita de mi madre, provienen resonancias. Aún no puedo saber de qué se trata, pero es la música, compañía irreemplazable del futuro. Una onda secreta me envuelve y me empuja hasta el radio de pilas. Son las once de la mañana y el programa es “La guantanamera”. Este es el recuerdo más antiguo que tengo de mi encuentro con la décima.


¿Por qué la décima, esa cerrada estanza?


Siempre me preguntan por qué escogí la décima como instrumento expresivo y creo que si ausculto mi trayectoria vital y creativa concluyo en que muy pocas veces se me ha concedido la elección. No se trata de que la estrofa me eligiera, porque esas respuestas son siempre sospechosas. Desde que nací estuve tan cerca del ritmo sincopado de los cañaverales y los trenes de carga y, sobre todo, entre ruralescos seres del atardecer, que al regresar de las agobiantes faenas agrícolas solían recordar décimas aprendidas en remotos surcos y juglarías, que no encontré otro vehículo expresivo que no fuera el de la vibrante cadencia octosilábica contenida en la espinela. Esa fue, digamos, mi germinación poética. Luego necesité violentar las molduras, aventar el siseante impulso de la fogata hogareña y, para no desentonar con el contexto montuno donde yo viví, integrarme a la hilera de los noveles desmochadotes de palmas consonánticas.


¿Cuáles fueron tus lecturas de infancia? ¿Ya adolescente y joven, a qué autores te acercabas (o preferías)? Posibles influencias. ¿Cuáles decimistas te mostraron el camino o te sirvieron de paradigma? Jesús Orta Ruiz escribió en una ocasión acerca de tu obra: “Sus imágenes visionarias, que nos revelan una madurez precoz, no salen del cráneo frío sino del corazón caliente”. Expresa tu criterio acerca de esta personalidad.


El río de mi infancia corre hacia el Infinito/ entre las ceibas de la Creación,/ y en su lento fluir/ anuncia la plenitud con ardua resistencia…
Una tarde lluviosa mi papá me trajo Robin Hood. En la cubierta había un hombre vestido de verde, si mal no recuerdo, con un arco en la mano. La flecha atravesaba la portada y se extendía más allá. No sé cuántas veces lo leí. A partir de entonces quise ser aquel hombre. Obligué a mi abuelo a que me hiciera un artefacto similar al de mi héroe. Era buenísimo y la flecha tenía un clavo en la punta. Con un suéter viejo cosí la caperuza. En Cacocum tuve bosque de Sherwood, pero debí contentarme con sólo un alegre forajido en la banda. Ahora comprendo que mi vida ha sido lanzar flechas —como las eleáticas— que la mayoría de las veces no dan en el blanco.

Mi Padre nombra con serenidad las criaturas boreales:/ “estos son la Serpiente, el León y el Cordero”. / A pesar del agua que la oculta,/ junto a la luz está jaibit…A los ocho años, un día que no hubo clases, aunque debimos permanecer en el aula, escribí tres cosas de un tirón. Los ¿versos? a veces rimaban y a veces no. Alguien le mostró mis escrituras a la maestra y ella hizo que las leyera un viernes, frente a los niños de la escuela. Yo estaba aterrado y pensaba que todos se iban a reír de mí, sin embargo no lo hicieron. Quizás si alguno de aquellos seres diminutos hubiera desgranado un ji ji ji salvador me habría ahorrado tanto sufrimiento.

Lo increado desciende como un pacto, /río abajo del tiempo que el dios Tchetta destruye./ “La corriente es eterna” —escribo en las paredes de Duino o de Bierville— / y contemplo mi rostro sobre la piel del río. / Mi rostro Narciso deforme al amparo del dios… En la biblioteca de mi escuela —que estaba al lado del cementerio municipal— leí Tom Sawyer y los Cuentos de los Hermanos Grimm. Después escudriñé algunos libros de Julio Verne y Emilio Salgari hasta que tropecé con las novelas de mi mamá (Mi tío el empleado, Generales y doctores, La trampa, Juan Criollo, La conjura de la ciénaga, Gallego, Gobernadores del rocío, qué sé yo). Por esa época empecé El recurso del método, pero tuve que abandonarlo. Décima y folclor, del Indio Naborí, me consumía parte del tiempo. En aquel libro, que en realidad no me gustaba mucho, se explicaba qué cosa era la décima. Mi abuela y mi mamá, sin conocer la estrofa, la habían frecuentado. Ellas, y Naborí, son culpables de mis padecimientos octosilábicos crónicos.

Uno empieza siendo infiel/ a la casa donde vive. /A los cuartos, al aljibe,/ a los barcos de papel./ Uno olvida el carrusel/ que de niño conoció,/ dice que ya terminó/ pero cambia de juguete./ Uno es un torpe grumete/ a veces y a veces no… Tenía doce años cuando escribí mi primera espinela. Después no paré de llenar libretas forradas con nylon de estrofas en las que primero imitaba al Cucalambé, Fornaris, Milanés, Naborí, Adolfo Martí y después a Miguel Hernández, Luis Cernuda, Jorge Guillén, Eliseo Diego, Alberto Serret… Ya era la década del 80 y, a través de los talleres literarios, en los que comencé a participar en 1984, conocí a muchos escritores holguineros y de otras provincias. Poco a poco supe que unos cuantos jóvenes intentaban renovar la estrofa de Espinel y me acerqué, tímidamente, al coro. Por esa época comencé a leer desaforadamente, a escribir sonetos y cuanta variante métrica se deslizara furtivamente ante mí. No había cumplido los veinte y ya tenía en mi haber once libretas de versos, intentos de cuentos, una obra de teatro, cerca de 300 sonetos, romances, coplas, octavas reales e italianas… Todo eso lo quemé unos meses antes de mudarnos para Holguín. Gracias a Dios. Hoy lamento que muchos de mis cuadernos publicados (la mayoría) no hayan corrido la misma suerte.

Naborí es uno de los poetas más grandes que he conocido. Yo sé que algunos jóvenes no piensan igual, pero ninguno ha escrito “Una parte consciente del crepúsculo”. Las décimas a su padre y a su pequeño hijo muerto son terriblemente impresionantes, desgarradoras. Están junto a “La vuelta al bosque” y la “Elegía a doña Martina”. Ese hombre le puso alma a la décima cubana. Sus textos llegaron temprano a mí y después fue su presencia física un sostenido aliento. Lo conocí personalmente en un evento en Pinar del Río. Yo presentaba unas décimas en un encuentro-debate y él me preguntó: ¿Muchacho, tú has leído a Lezama? Pensé que se insultaría o que me iba a regañar si respondía que no, que la obra del gordo de Trocadero no era habitual entre la línea del tren y la carretera de San Pedro de Cacocum y mentí públicamente. Él se viró para su compañero de jurado. ¿No te lo dije, Adolfo? Yo respiré aliviado, pero el hecho de tener marcadas influencias del dichoso Lezama, según el jurado, no me permitió aspirar a algo más que una mención.

Por esos días era común encontrarse con Naborí en cualquier certamen al que concurriera la décima. Hoy me atrevo a decir que, aunque el autor de Con tus ojos míos era como mi padre poético, eso fue bueno y malo. De no ser porque el discurso de los jóvenes comenzó a imponerse, Naborí hubiera premiado a todo el que se apareciera con un cocuyo en la mano y un gran tabaco en la boca.

Claro, como te digo una co te digo la o, siempre conservaré sus libros, algunas fotos suyas, una larga entrevista telefónica que le hice para mi programa “Viajera peninsular”, y, después que dejé de escuchar su voz agotada a través de los teléfonos insulares, no me dan deseos de volver a escribir décimas en serio.


Escribes verso libre, décima y soneto fundamentalmente. Cuando tienes una motivación, una idea poética en mente, ¿cómo decides en el género o la forma en que debes plasmarla?


El rebaño desprecia mi oración sobre la faz del Arbia. / ¿Para qué sirve la escritura/ si los jóvenes odian el caramillo que nos conduce/ al Templo?

No sé. Antes me sentaba, la mayoría de las veces sin saber hacia adónde me dirigía, y llegaban los versos, las imágenes. Hoy me atormenta una palabra, una idea, y después viene lo demás. Lo de las formas es patológico porque yo crecí como una especie de esponja acústica, que absorbe y emite sonidos en un tempo determinado. Con el verso libre no me ha ido muy bien, esa es una aventura escrituraria, quizás un reto demasiado grande. Esencialmente soy una mezcla de sonoros paisajes, algo así como un estudiante del siglo de Oro reencarnado en un guijarro juglaresco.


Entre los creadores de la décima escrita no es raro que se intente la renovación, el uso de variantes estructurales o compositivas, en fin, un deseo de dejar una huella de originalidad en la obra. ¿Has intentado eso en algún momento o piensas que las innovaciones ya están hechas?


En mi etapa de aprendizaje creo que el único metro que no intenté fue el hexámetro griego, porque ni Darío lo logró. Después hice algunos experimentos formales, como separaciones estróficas, combinaciones métricas, rimas poco usadas, pero pronto comprendí que por ahí no andaba la cosa y los deseché. En alguno de mis cuadernos publicados estuvo ese afán transgresor, aunque me quedé un poco desilusionado. Las enseñanzas del Eclesiastés son contundentes: níhil novum sub sole.

Una verdadera renovación de las estrofas clásicas tendría que conjurar la forma para hacer estallar la idea. La solución quizás radica en retomar a la Sustancia difuminada por sucesivas evaporaciones y obligarla a descender al adoquinado atrio de la métrica. Esa tarea bien pudiera ser asumida por un arúspice o un auténtico vidente que, después de tres o cuatro décadas de haber pronunciado su voto de silencio, de permanecer en abstinencia, casi congelado bajo una palmera, entre arpas, violines y violonchelos, de pronto sacuda su estera meditativa y dos o tres versos resplandecientes se precipiten en alud por la montaña.


Hablemos de tus libros. Puedes considerarte un autor prolífico (y dichoso) por la cantidad de libros publicados. ¿Esto ha sido bueno o negativo para ti? Si tuvieras la posibilidad ¿rectificarías algunas cosas, publicarías lo mismo?


¿Y si un día descubro que no existe el Poema, / que en vano fue la búsqueda de ese alado misterio/ distante del Vacío donde tañí el salterio / humilde y quedé a solas con la ilusión suprema / de atrapar lo inasible? ¿Y si después de todo/ no existe
la Sustancia prodigiosa que urdía/ en mis noches: la imagen sin tiempo, la baldía/ figuración? ¿Qué hago con mis horas de lodo/ poético, invertidas ingenuamente…?

Para ser coherente conmigo, aunque sé que lo publicado no podía ser de otra forma porque en cada momento escribí de acuerdo con mis posibilidades, si un día tengo fuerzas voy a seleccionar un grupito de cosas para ver si logro tranquilizarme, asunto verdaderamente laberíntico para mí porque nada me complace, y no es una pose. Yo soy un grafómano, alguien que encuentra el verdadero placer en el acto de escribir y no en la publicación. No me importa si castigo o no a los lectores, porque lo mío es desprenderme de lo que me acompaña. Aunque lo que haga en el momento no tenga calidad literaria eso me salva de cosas terribles, porque yo puedo ser muy peligroso para Ronel González.

Ahora me interesa apuntar algo: lo ideal para un poeta, algo así como un Vallejo, un Rilke o un Eliot sería preservar la obra durante años y publicarla solamente cuando no se pueda soportar su permanencia junto al autor, después de haberla comprendido, analizado y corregido cientos de veces. Eso, repito, es lo ideal. Pero sucede que no todo el mundo tiene ni está dispuesto a encerrarse en un castillo ni escribe Cuatro cuartetos.

Algunos autores que escriben poco critican a los que se enfrentan a la página en blanco con mayor frecuencia. Y hay de todo. Poetas que publican mucho y lo hacen mal, otros que lo hacen bien (pensemos en Octavio Paz o en Jorge Luis Borges, por ejemplo), creadores que lo hacen poco y trascienden y seres extremadamente vanidosos que apenas escriben, se pasan la vida hablando horrores de los demás pues consideran que su camino es el mejor, porque han leído que Cavafys no publicó nada, y al final lo hacen pésimamente (mutis). El asunto de la cantidad por supuesto que no define nada pero, por favor, vamos a dejarnos de mirar de reojo a los que escriben mucho (que en Cuba somos unos cuantos) y tratemos de propinarle un buen gancho al hígado (no a los testículos que según tengo entendido es golpe bajo) a la creación poética.

…¿Acaso/ tendré que resignarme y no temblar de absurdo/ miedo, por la indudable sentencia de lo inútil/ que ha sido mi existencia? ¿Será el Azar tan burdo,/tan Azar? ¿De qué modo vivir después del fútil/ descubrimiento? ¿Cómo librarme del fracaso?

Confieso sentir envidia por los escritores que dicen en las entrevistas que se divierten escribiendo. Muy pocas veces yo he conseguido eso porque el ejercicio de la literatura me resulta angustioso. Evidentemente soy un individuo con trastornos severos de personalidad, alguien que les da salida a sus obsesiones a través de la palabra escrita, pero ya no me preocupo demasiado por eso. Cuando escribo sufro y cuando no lo hago enloquezco. Tampoco soporto acumular cosas escritas, tengo que salir de ellas inmediatamente y la vía es entregarlas a una editorial. Si no las publican las rompo y escribo otras, las envío a concursos o las regalo. He escrito tanto que después que comencé a publicar, cuando un libro se ha demorado demasiado conmigo lo he destruido. He quemado siete libros, algunos aprobados en editoriales. Un amigo cercano lo sabe y me lo ha reprochado. Tampoco tengo paciencia para corregir o reescribir. Prefiero destruir y hacer cosas nuevas. Ah, y cuando un libro sale publicado lo acaricio durante unos días, pero no lo leo. Me parezco a los demás escritores en que me deprime descubrir erratas, aunque en mi caso no es asunto de muerte. Guardo el libro y me fajo con la escritura porque yo vivo en función de la creación. Todo lo que hago o descubro de alguna manera se convierte en materia literaria.


Me parece que cuando publicas en 1997 Desterrado de asombros, el libro significa una especie de “cierre de una etapa en la que has intentado encontrar tu propio tono para el discurso poético. Aunque al año siguiente hagas una restringida selección de tus poemas bajo el título de Zona franca y anuncies en la nota introductoria que aquel libro debe ser un resumen y una ruptura.” Háblame de esa etapa, de esos libros.


Desterrado de asombros
fue escrito entre los 20 y los 23 años, aproximadamente. Titulado inicialmente “Palingenesia”, por un largo poema final que tuve el cuidado de desaparecer, lo envié a la primera edición de Pinos Nuevos y fue seleccionado, pero esa colección era para autores inéditos y ya yo tenía cinco poemarios publicados. Logré dejar el cuaderno en Letras Cubanas e inauguró la colección Cemí, junto a un poemario de Sonia Díaz Corrales, cosa que me alegró muchísimo, pero que después me decepcionó cuando vi el título en la cubierta que parecía diseñada para un western.

Finalmente el libro se publicó en 1997 y eso me dio tiempo para trabajarlo, mientras escribía otros poemas. Llegó un momento en que lo dejé en 30 cuartillas y la editora me dijo que así no se podía publicar y entonces le añadí sonetos de mi libro inédito Consumación de la utopía (publicado en 1999 y en el 2005).

Desterrado… se demoró tanto en salir, que cuando se presentó en la Feria Internacional del Libro de La Habana ya su joven autor había publicado una docena de títulos y, por supuesto, había perdido el interés por su obra.

Sin embargo, ese poemario me trajo mucha alegría por las frases cariñosas que me dijeron algunos amigos y porque realmente después de su escritura y publicación yo comprendí que no era el mismo.

Hoy no me avergüenza confesar que hasta ese momento yo era un suicida en potencia (quizás lo sigo siendo, pero de otro modo) y que en mi poesía de esos años subyacen aquellos secretos impulsos. Me apasionaban los poetas suicidas y, aunque más de una vez estuve a punto de saltar al vacío porque las circunstancias que yo vivía y mi permanente cuestionamiento existencial me movían a ello, mi obsesión escritural me alejó, creo que definitivamente, de esa luctuosa atracción.

En ese libro hay poemas intensos, quizás porque entonces yo estaba en el límite y todo lo que vivía lo hacía con mucho ímpetu, como si constantemente me fuera a dormir con los pequeños. Incluso me parece que jamás volví a rozar esa intensidad. Mi obra se hizo más densa, a veces rayana en el hermetismo (me refiero a mi poesía en verso libre e inédita). A medida que me aproximaba a la madurez, al menos biológica, mis preocupaciones eran otras. Ahora me interesaba buscar a toda costa esa zona misteriosa que a veces devela la poesía. Al final no sé si fue que evolucioné —y decir esto me sobrecoge— o que me quedaban muy pocas cosas por escribir. De hecho, al año siguiente, me dio por hacer una selección poética, que tampoco me complació, donde quise sanear mis agresiones literarias, pero la reducida tirada, el amontonamiento de los textos, la imposibilidad de revisar las pruebas y, sobre todo, mi decepción, también me hizo desechar Zona franca, un tomito que muy pocas personas conocieron, pese a las buenas intenciones de la Asociación Hermanos Saíz.


En el año 2000 sale por Ediciones Unión un libro de décimas: La furiosa eternidad. Coméntame sobre él.


Ese fue otro de mis intentos profilácticos. Desde los 80 yo era conocido —gracias a los talleres literarios— entre los decimistas cubanos, por haber participado en diversos eventos y concursos y por publicar unas cuantas espinelas. Había obtenido cuatro Premios de
la Ciudad de Holguín en décima, un Premio Nacional de los Talleres Literarios y el Premio Cucalambé, sin embargo ninguna editorial nacional había publicado un cuaderno de décimas mío. Fue en Las Tunas donde Alex Pausides, entonces editor de Unión, me pidió un libro y le entregué La furiosa eternidad, selección de lo que había escrito hasta 1995. El Indio Naborí me escribió una nota para la contracubierta y Virgilio López Lemus hizo el prólogo.

Aunque hoy creo que faltan algunas décimas en ese volumen y que sobran otras, La furiosa… recoge los textos de una primera etapa, digamos pública, de mi creación y, aunque el prologuista no mencionó la angustia de esos textos, son poemas en su mayoría autodestructivos. Un poeta que comienza diciendo que la vida es un cine cerrado ¡y de qué manera! y concluye con una desesperada letanía, bastante autoconmiserativa y patética, alusión a su propia muerte, que deja implícitos sus más hondos conflictos personales con sus seres queridos, con el lugar donde vive, con la isla; que le canta a la melancolía, a la tristeza, a la traición, que constantemente se está desgarrando…no puede ser un individuo pleno, un ente sinflictivo. No obstante, Naborí percibió la tormenta y lo dijo. Otras personas también lo sintieron.

La furiosa eternidad incluye, en menor medida, mi desamparo y mi intensidad de entonces. Quizás no esté a la altura de Desterrado de asombros, pero es que se trata de una estrofa muy particular.

Aunque no lo haya logrado del todo, con ese libro publicado por la editorial de la UNEAC quise dejar por sentado una actitud: mi enfrentamiento permanente a la pacatería que tienen muchos poetas con la décima. Vamos a ver si toda la poesía que hoy se escribe en verso libre (que la mayoría de las veces emplea la métrica aunque sus autores lo ignoran), que se autodefine como postmoderna, experimental, etc., les dirá algo a los lectores del futuro. Al menos yo tengo la esperanza de que una buena parte de la creación cubana en décimas de esta época sea recordada.


A fines del 2005 sale publicado un libro de sonetos, Consumación de la utopía, dedicado a la memoria de Raúl Hernández Novás, uno de los buenos cultivadores del soneto en los últimos años en Cuba, y cuenta con un exergo de otro poeta también fallecido en similares circunstancias, Ángel Escobar.

Me atrevería a afirmar que Consumación de la utopía es tu libro más sólido y profundo, poéticamente hablando. El dominio de una estructura poética tan clásica como el soneto, la diversidad de motivos, conjeturas, búsquedas y manejo tan eficaz del lenguaje junto a preguntas y respuestas que el ser humano no cesa de considerar, lo hacen una obra singular en tu trayectoria literaria. Háblame de él.


Terminé de escribir Consumación de la utopía en 1998 y lo entregué a Unión en el 2000, pero la publicación en ese año de La furiosa eternidad impidió que el sonetario se conociera antes, porque son —según me dijeron— características de esa editorial.

El libro tuvo una edición inicial en los Estados Unidos (1999) gracias al Frente de Afirmación Hispanista de México y fue prologado por el poeta Francisco Henríquez. La cubierta y una parte de la impresión de los sonetos quedaron bastante bien, a pesar de las palabras mayúsculas que interrumpen la lectura y el desorden de los poemas para agruparlos de acuerdo con ciertos intereses “cósmicos” de la editorial. Después se publicó en el 2005 en La Habana, con prólogo de la Doctora María Dolores Ortiz.

De la forma en que nació Consumación… puede sugerir una nueva antología de mi obra poética y de cierto modo lo es, porque en él reúno gran parte de los sonetos que escribí, pero fue un poemario que se armó solo, a la par de otros. Incluye cinco o seis textos que no me disgustan, otros que pudieran haberse mejorado, pero ya dije que no me agrada mucho la idea de reescribir. Mi gran utopía era lograr decir cosas a través del soneto, que es la forma clásica por excelencia, y creo que están ahí, en parte.

No sé si este es mi mejor libro, tal vez sí. Pienso que los “Sonetos del clarividente” no son malos, aunque ahora me disgusta tanta confesión y lamentación, en la sección “Poética” hay algo, me parece, y los sonetos amatorios no son terribles, pero eso hay que dejarlo para después.


Dos libros de literatura infantil has publicado: Un país increíble y El arca de no sé. Hace poco te escuché decir que no te considerabas un escritor para niños y jóvenes. Explícame eso.


No soy un escritor para niños y jóvenes porque no tengo claro quién es el destinatario de esos libros. No creo en la existencia de un género conocido como literatura para niños o literatura infantil. Entre mis lecturas favoritas hay obras escritas por Mark Twain, Exupéry, Michael Ende, Astrid Lindgren, etc., que otros escritores no se atreven a mencionar cuando los periodistas les piden que seleccionen sus diez o veinte libros predilectos.

Cuando escribí El Arca de No Sé muchas cosas las hice pensando en los adultos y en mí, por supuesto. A pesar de eso a algunos niños les han funcionado y tengo experiencias y anécdotas preciosas, pero todos esos textos son un complemento de lo otro, con distinto lenguaje tal vez. Algunos de esos poemas son importantes dentro de mi obra y ayudan a armar mi biografía.


Junto a tu extensa obra poética, también llevas una obra investigativa, ensayística. Coméntame acerca de este aspecto de tu quehacer.


Mi interés por la investigación literaria viene desde mi adolescencia. Siempre quise ahondar en la historia de las estrofas que escribo y, por esa razón, me dediqué a hacer una especie de poética de eso. Es difícil penetrar, desde la provincia, en temas trascendentes para la cultura nacional y muchas veces no me ha quedado más remedio que escribir historias poéticas de mi terruño, pero he intentado rebasar, con mis limitaciones, esas fronteras.

Participé en una investigación acerca de la poesía en Holguín, desde sus orígenes hasta 1930, después hice una primera historia de la décima escrita en el territorio y posteriormente intenté develar la creación en décimas de los poetas origenistas. Esos trabajos, premiados en concursos, me han permitido conocer y conocerme mejor, comprender fenómenos, repensar la creación poética.

Escribir acerca de las décimas de Lezama, por ejemplo, fue una experiencia única. Hoy creo que la obra del autor de Paradiso no sólo es excepcional, sino que sus singulares décimas —aunque muchos decimistas no opinen igual— son altamente significativas dentro de la historia de esta estrofa, por las transgresiones formales y conceptuales, la originalidad de su autor y porque considero estas décimas como un aporte a la cultura iberoamericana. Lezama hizo, sencillamente, algo distinto y eso lo vuelve una fortaleza, un paradigma.

Lo del Diccionario de autores de la décima cubana ha sido una jubilosa tortura que no se ha concretado en letra impresa, pero que existe en una multimedia que hice en el 2005 y que estará engavetada mientras las instituciones culturales holguineras no hagan nada por promoverla, a pesar de ser un resultado investigativo de la Casa de Iberoamérica y de haber sido prologada por Naborí.

También he preparado algunas antologías poéticas, algunas cronologías, alguna bibliografía y he escrito acerca de algunos poetas cubanos. Pero no pretendo dedicarme completamente a eso. También la investigación tiene sus riesgos. No quisiera convertirme en un académico ni en un alto (o bajo) parlante de salones y corredores universitarios.


¿Qué representa Atormentado de sentido; para una hermenéutica de la metadécima dentro de tu obra poética?


Después de La furiosa eternidad (2000), donde reuní lo más representativo de mis décimas escritas hasta los 25 años, este volumen que involucra estrofas concebidas entre 1996 y el 2006, es un nuevo instante en mi producción poética, una apertura y una fuga. Es decir, un gran empeño intelectivo —sobre todo a partir de la mitad hasta el final del libro— que debe significar un irrepetible conato expresivo en mi obra.

No me considero ensayista, pero sí un voluntarioso emisor de criterios acerca de la décima, por lo que la fusión terminológica propia del ensayo con la praxis estrófica me incitó a concretar un volumen viaducto, una especie de arcaduz discursivo, de vaso comunicante eficaz para insistir en un metalenguaje decimístico que genera su propia elucidación.

Mi obsesión por demoler las fronteras entre la creatura erigida en versos blancos y la entidad espinela (impuestas por presuntuosos autores de amorfos poematismos no por los cultores de la décima como han pretendido algunos desinformados), por acceder a un penetrante receptáculo ideológico que equipare la estanza con lúcidos ámbitos de la poesía nacional, mi intención de que sea efectiva e irrebatible la noción décima-símbolo de la nación cubana, todo eso pretende armonizar este libro bisagra respecto a mis anteriores fragmentos radiactivos. Un decimario global que por un lado imanta la confesión lírica, patética si se quiere, de una tradición donde El Cucalambé, Navarro Luna y Naborí son los ejemplos más insignes, coherente con mi travesía biológica y creacional, y que por otra parte moviliza exploraciones generacionales, individuales o francamente epistemológicas, es Atormentado de sentido… deferencia y discordia intelectual y cosmovisiva.


¿Cómo valoras el panorama de la actual poesía cubana?


Tengo muchas razones para confiar en la calidad de la poesía cubana y apostar por ella. Cuba es un ámbito pródigo para el arte. Jamás ninguna reticencia ha impedido su desarrollo. Buenos poetas hay en todas partes y muestra de ello es la publicación de excelentes cuadernos hasta en las provincias, y digo hasta porque es sabido que la mayoría de las editoriales nacionales radica en
La Habana.

Algunos críticos valoran la creación poética sólo por la aparición de dilatados y clásicos textos y, desde ese punto de vista, hace rato que no se pudiera hablar de poesía en la Isla. Otros pretextan una defensa de la “transgresión” (que no siempre es legítima ni aporta novedad) para invalidar o disminuir la obra de autores que se desgastan señalando rumbos, y que no usan la literatura para escalar posiciones o granjearse tournées al extranjero.

En la capital hay pandillas escriturarias que, como están cerca de las instituciones nacionales o las integran, tienen más oportunidades. Para ellos, fuera de sus discursos y los de algunos cofrades, nadie hace nada de valor, y como año tras año son jueces en los concursos, se autopremian y autoproclaman neovanguardistas, desmitificadores, sepultureros, y cuando en las provincias surge alguien lo minimizan, lo excluyen o sencillamente lo ignoran. Eso es una miseria literaria y humana que puede empañar el conocimiento y crecimiento de la poesía, pero que a la larga termina autodevorándose.

A pesar de todo, la poesía continúa escribiéndose y publicándose, aunque en el mundo ya no sea valorada como antes y haya sido desplazada por la narrativa.


¿Y la décima cubana más reciente?


Por el hecho de formar parte del regimiento decimístico cubano, es muy difícil emitir un criterio desapasionado que logre calibrar la balanza sin movimientos imperceptibles de la mano para beneficiar al sopesante, pero tampoco voy a renunciar a la provocación.

En instantes, llamémosles shopenhaurianos, sartreanos o fukuyamistas, he entrevisto una crisis insondable entre los insulares escribidores de décimas, porque la algazara sinsontesca intramontana, herencia del canto a la naturaleza, del siboneyismo, el cucalambeísmo, el naborismo, etc., es tan estentórea, tan repetitiva y sin dudas tan falsa, que hasta los guatequeros del Cornito y Limonar bostezan y contagian al público en las performances repentistas, como le agrada decir a Alexis Díaz Pimienta.

En otros momentos ha encarnado en mí un jubiloso sembrador postmoderno y he ponderado los “nuevos” cauces por los que fluye la estrofa escrita, las búsquedas palpables en una elegida escuadra de artífices, el entusiástico futuro de la espinela. Pero, si pretendo ser equilibrado o medianamente justo en mis valoraciones, debo destacar que el presente que vive el pergeñamiento de la décima en la Isla está enrarecido por el smog de la dispersión, la rusticidad y la incultura de buena parte de los decimeros y encargados de la promoción. Por eso cuando alguien sacude el árbol de Megara y cae un librito que bordea eternas problemáticas históricas, científicas, filosóficas o propias de la praxis y exégesis de la literatura, se produce un efecto virtual que de inmediato inocula a los inadvertidos.

Si fuera a apostar por algunos títulos y autores recientes lo haría por El mundo tiene la razón (1995) de José Luis Serrano y Ronel González; Bufón de Dios (1997) y Examen de fe (2001) de José Luis Serrano; La sexta cara del dado (1997) de Alexis Díaz Pimienta; Sueños sobre la piedra (1998) de Alberto Garrido; Perros ladrándole a Dios (1999) y Toque de queda (2006) de Carlos Esquivel Guerra; Soldado desconocido (2001) de Yamil Díaz; (In)vocación por el paria (2000) y Cántaro inverso (2005) de Pedro Péglez; El racimo y la estrella (2002) de Roberto Manzano y Atormentado de sentido; para una hermenéutica de la metadécima (2006), de Ronel González, pero la mayoría de los libros de décimas que se publican en las provincias y en la capital del país son tan miméticos, tan desabridos o desposeídos de energía y de ideas que, lejos de favorecer el saludable terreno para lo germinativo legítimo, desalientan y anulan.

Quizás estemos asistiendo a la necesaria acumulación osmótica para el advenimiento del salto, quizás sea la aproximación de las fanfarrias de la decadencia, como ocurrió en la Península allá por los siglos XVIII y XIX. Por el momento al menos yo siento la necesidad de seguir expresándome en décimas y como sé que otros también se atormentan de sentidos, buscándole la quinta extremidad al octosílabo espineliano, vale exhibir con honestidad y fervor la arcádica y rejuvenecente panoplia decimante.


¿Qué esperas de la poesía?


Que siga siendo una entrañable invención, que no deje de reflejar las circunstancias en que vive el hombre, de incluir el placer y la angustia en el acto creacional, que no sea utilizada con fines extraliterarios, que se renueve siempre, que no permita que la borren de la cotidianidad, que se convierta en versos libres, rimados o en amorfas estructuras vibrantes, que siempre sea necesaria, que nazca y perdure entre los poetas y los lectores de hoy y del futuro, que nos permita seguir leyéndola y escuchándola a través de los iluminados y los que alguna vez han recibido el secreto impulso cósmico.


Aunque eso de las definiciones es un poco brumoso: ¿Te atreverías a definir a la poesía en el contexto actual?


Cuando yo vivía en Caguairanal, para ir a Holguín o Cacocum debía cruzar un río por un peligroso e improvisado puente hecho con troncos de árboles que de vez en vez el río se llevaba. Para mí al otro lado del puente estaba la libertad, el universo. En una ocasión el río creció y mi madre intentó cruzarlo por el sitio donde debía estar el madero, y cayó al agua. Perdió el sentido y la corriente la arrastró unos cuantos metros. Esos instantes debieron ser terribles. Ella no sabía nadar, así que se aferró a unas pencas de yuraguano, cuando la crecida la empujó hacia un recodo, y logró salir.

Ahora lo más lógico es que yo compare a la poesía con ese río de mi infancia, pero como ya Heráclito y Borges lo hicieron magistralmente, escribiré que para mí la poesía es como uno de esos troncos de árboles que, cuando falta, no puedes acceder al Misterio, y cuando está es tan peligroso que, si das un paso en falso (o en verdadero), te tragan las arremolinadas aguas de la literatura.

Por eso en cuestiones de ríos crecidos y de árboles, yo, de cualquier manera, siempre intentaré hacer como mi madre.

Holguín-Banes, 2006.

sábado, 4 de agosto de 2007


Diatriba
contra la décima

Por José Luis Serrano

El poeta Ronel González acaba de ser objeto de una curiosa invectiva desde las páginas de La Habana Elegante. En un artículo bastante mal redactado y, al parecer, dirigido a un lector suficientemente alejado de nuestro contexto cultural (se ofrecen ridículas coordenadas geográficas: país caribeño, oriental provincia de Holguín) se exponen una retahíla de dislates que no valdría la pena comentar de no ser porque los mismos evidencian una estulticia mayor.

El autor, que a todas luces desconoce o más bien pretende que otros desconozcan, los derroteros de la décima en Cuba, coloca a los actuales cultivadores del género dentro de un instante estilístico harto superado, que dicho sea de paso, está muy lejos de ser un simple tejido de buganvillas y begonias.

El propósito del artículo parece ser, a primera vista, llamar la atención sobre la futilidad del proyecto de Diccionario de autores de la décima escrita, elaborado por Ronel González. El único argumento esgrimido es que el mismo podría convertirse en texto obligatorio de la campaña educativa en contra de las Ideas. Extraña suposición que sólo podría incubarse en un cerebro capaz de inferir, sin ofrecernos el sustentáculo de tan sagaz deducción, que la décima es promulgada por el Consejo de Estado.

Resulta claro que, como apuntaba al inicio, el embrollado comentario no está dirigido a un lector avisado, conocedor del asunto, sino todo lo contrario. Lástima que en sus líneas ni siquiera llegue a aflorar la maliciosa petulancia de algunos de los artículos publicados en el magazín digital, que haciéndole honor a su nombre dedica buena parte de sus páginas al chistecito de salón.

Según el anónimo atacante, la décima cubana experimenta una vuelta al tojosismo, el cual es enfocado como una mera versión octosilábica del realismo socialista. ¿Es que este elegante señorito no se ha leído Perros ladrándole a Dios, Toque de queda, Otra vez la nave de los locos, El racimo y la estrella, (In)vocación por el paria y Atormentado de sentido, por sólo citar algunos ejemplos? ¿Acaso desconozca que existen voces como las de Carlos Esquivel Guerra, María de las Nieves, Roberto Manzano, Pedro Péglez y, esto ya sería más que imperdonable, el propio Ronel González?

El desarrollo de la espinela en Cuba, tanto en su vertiente oral como escrita, constituye un fenómeno cultural cuya singularidad amerita sustanciales acercamientos. El articulista, que seguramente desconoce las aproximaciones críticas aportadas por Jesús Orta Ruiz, Cintio Vitier, Virgilio López Lemus, Alexis Díaz Pimienta, Ronel González, et. al.; arremete contra las instituciones que, a su juicio, sustentan una cultura de bajo fondo. ¿Puede alguien soslayar la significación de los concursos como estímulo para la creación literaria? Si alguien lo duda, que revise la colección Premio Iberoamericano Cucalambé, de la Editorial Sanlope.

Por primera vez alguien se queja de un exceso de atención de las instituciones hacia determinado tipo de producción cultural. Sin embargo, el aristocrático comentarista pasa por alto los verdaderos problemas que deberían resolverse a nivel institucional: ¿Por qué libros y autores de tal calidad no son correspondientemente promocionados? ¿Por qué se retiró la dotación en divisa que durante cinco años recibieron los ganadores del Premio Iberoamericano Cucalambé? ¿Por qué durante la celebración del Festival Iberoamericano de la Décima y las Jornadas Cucalambeanas no se incentiva un mayor intercambio entre los poetas no repentistas?

El poco elegante artículo no es, en resumen, un ataque contra la persona ni la obra del poeta holguinero, pues ningún elemento de consideración se expone en tal sentido. Por eso antepuse el adjetivo curiosa para calificar la invectiva de que ha sido objeto Ronel González.

La décima constituye un emblema de la nación cubana, como la palma real o el tocororo, y es este símbolo el agredido. La pretensión del articulillo es simplemente menoscabar un símbolo patrio. Con similares intenciones se publicó un artículo en Encuentro en la red, donde se arribaba a la brillante conclusión de que Pedro Péglez es, nada más y nada menos, una invención del Ministerio de Cultura. A ese paso, si diatribas contra el tocororo, o contra la palma real, no han sido escritas es por mero temor a las protestas de Green Peace.

El hecho de que la décima haya sido estatuida como estrofa nacional no es, sin embargo, algo que preocupe a quienes actualmente la practican. Se escriben décimas por necesidades mucho más recónditas y no para defender un chato nacionalismo, con un tabaco en la boca y un gran cocuyo en la mano.

Como ya habrá advertido el lector, no me he tomado siquiera el trabajo de exponer las razones por las cuales es necesario, yo diría que imprescindible, la publicación del acucioso Diccionario elaborado por Ronel durante arduos años de investigación. Como decimista que se respeta, he preferido terminar glosando el magistral proemio que para presentar el volumen escribiera ese poeta descomunal del siglo XX, que Hispanoamérica conoce como El Indio Naborí:


Este diccionario biobibliográfico de fieles cultivadores de la décima en Cuba, obra del poeta y prosista Ronel González, viene a salvar los nombres de virtuosos decimistas que en el pasado, después de una larga vida creadora, algunos terminaban nombrándose ANÓNIMOS; y otros, que se quedaban en el nombre o el seudónimo, no dejaban para los filólogos ni una mínima huella de sus vidas.

Los decimistas populares, aun los más famosos, eran los que sufrían ese posible olvido, por la discriminación sufrida por la décima, cuando el antiestrofismo característico de la vanguardia literaria del siglo XX sustituía el verso clásico por el verso libre. Afortunadamente, la universalización de la cultura en Cuba ha hecho dable la conquista de que nuestros jóvenes poetas descubran la poesía, la verdadera poesía, lo mismo en la forma moderna que en el estrofismo.

Alguien podría objetarnos este aparejamiento de poetas letrados con sencillos cantores del pueblo, fieles enamorados de la décima. Si los ocultáramos, sería negarle a Espinel y a su ciudad de Ronda la más pura ofrenda. Además, es posible que la puerta sonora de la décima y acompañados de humildes trovadores a veces sorprendentes, los llamados poetas cultos entren hasta las más remotas casitas campesinas. He aquí una experiencia: por los años diez, el poeta Regino E. Boti, maestro del modernismo en Cuba, publicó varias ediciones de su compilación de cantos populares La lira criolla. Incluyó en ella, junto a versificadores populares, figuras insignes como los poetas Heredia, Gertrudis Gómez de Avellaneda, Plácido, Zenea, Martí, Amado Nervo y otros. Confieso que en aquel libro, que busqué por sus atractivos juglarescos, halló mi adolescencia campesina, gradualmente, el primer alimento para mi verdadera vocación poética.

Recíproco beneficio recibirán unos y otros. Ley es que el desarrollo vaya de lo simple a lo complejo; y, acercando un polo al otro, el tránsito será más rápido. Influido esto, por el hecho de que la mayoría de los más ilustres poetas cubanos no han sido remisos a escribir décimas.

La décima cubana no estaría completa si faltase en ella una representación de nuestros juglares campesinos, cantores decimistas que desde el siglo XVIII, repitiéndose y renovándose, rinden el mejor homenaje a Vicente Espinel, cuyo nombre no es extraño en sus bocas ni en los finos oídos de sus admiradores.

Un ilustre español dijo que en tiempos de romanos habrían levantado a Espinel estatuas de oro. Consideramos que oro más vivo y más duradero para representar la inmortalidad de un poeta es, sin duda, que a más de quinientos años de haber escrito un poemario se repitan su nombre y sus estrofas en estas lejanías trasatlánticas.


Jesús Orta Ruiz (El Indio Naborí)
Ciudad de La Habana, 15 de agosto de 2002.