martes, 22 de mayo de 2007



Entrevista con el poeta
Roberto Manzano

La décima escrita:
proliferación del hacer
y escualidez
de la promoción

Realizada por correo electrónico en el segundo semestre de 2003 y retocada en el 2007 (Inédita). Roberto Manzano, además de poeta, es investigador y profesor de Literatura con una larga experiencia profesional.


Por Carlos Chacón Zaldívar
Poeta, investigador y profesor universitario
carlos.chacon@umcc.cu


E
l hombre que está parado en ellas examina un espacio. No carea con otras voces. Expone sencillamente su mensaje con la rapidez y el éxtasis del rapsoda: así dice Roberto Manzano (Ciego de Ávila, 1949) en el Pórtico a su decimario El racimo y la estrella, publicado por Ediciones Unión en el 2002. Manzan
o ha recibido diversos reconocimientos literarios por la calidad de su quehacer poético: Premio en Décima 26 de Julio 1993, Premio Adelaida del Mármol 1996, Premio Milanés 1997, Premio Nicolás Guillén 2005, y otros. Acaba de publicar un nuevo decimario titulado La hilacha, por Ediciones Vigía, Matanzas, 2006. Es considerado por muchos estudiosos uno de los poetas más destacados de su promoción. Participante en diversos certámenes literarios, el creador avileño se ha desempeñado también con éxito como jurado. Dialogar con Manzano acerca de la situación actual de la décima en la Isla es ocasión propicia para enfocar un tema que no por conocido deja de ser polémico.

—Menciona los concursos literarios que han promovido y promueven la décima escrita en Cuba.

—La promoción de la décima escrita es un hecho posrevolucionario. Hay que recordar que el Cucalambé no era incluido como un gran autor por los críticos y académicos republicanos. Se encontrará sólo de pasada en los manuales, en los materiales preparatorios para la enseñanza superior, en la publicística literaria de la época. No era, según ellos, un autor de primer rango. No estaba en el repertorio, en el canon sancionado por estos sacerdotes de la palabra. Me imagino que les parecía demasiado guajiro, demasiado cercano a la oralidad, demasiado apegado a lo popular. Como siempre les pareció todo Buesa o una parte de Carilda, aunque por otras razones. Como les pareció demasiado negro Nicolás Guillén. Son cegueras, inconscientes y conscientes, que padecen los juicios literarios con frecuencia, y que deben repararse con prontitud, porque entrañan injusticias tremendas. Hoy pasa lo mismo, con otros autores y tendencias, que sería muy largo de enunciar. Porque todavía no entendemos bien el proceso de la vida literaria, y la confundimos con la verdadera literatura. Y ciertos ideologemas circulantes nos parecen verdades inconmovibles, pues tienen la autoridad del consenso y la distribución pública.

Todavía hoy el Cucalambé —y la décima, que le es consustancial— padece en ciertos medios literarios, aquellos que se consideran árbitros de la norma, un desdén que no se atreve a verbalizar del todo, pero que permanece activo en actitudes y juicios. Y como esos grupos ejercen poder en los más importantes sitios de legitimación en Cuba, la décima no asoma por allí, o si asoma es de modo eventual y como ciudadana de segundo orden. Así, donde ellos dictaminen, un libro de décimas, por excelente que sea, es totalmente improbable que obtenga un premio, o se le galardone con el premio de la crítica, o reciba una esmerada atención promocional si ya ha sido publicado. Al Indio Naborí no se le adjudicó el Premio Nacional de Literatura sino después de unos años de forcejeo, aunque su figura sea respetada por tirios y troyanos. A la primera oportunidad, blandiendo argumentos presuntamente de gran pureza conceptual, fue eliminada una colección editorial de décimas. No es que se pongan de acuerdo, en un invisible consorcio, para cometer tales dislates. Es que ejercen sus criterios, y es allí, en sus conciencias estéticas, donde están las raíces de sus actitudes excluyentes. No se sabe aún lo poderoso que es en nuestro medio el gusto como absoluto criterio, y lo poco que verdaderamente se lee a los coetáneos que no son afines, o que se subestiman porque no se encuentran permanentemente en el candelero, o se consideran cultivadores de formas o estilos menores o trascendidos. Hay grandes doctores en nuestro medio que no han leído jamás con detenimiento una décima de Renael González, ese decimero provinciano, y que una vez fue tojosista, para colmo de males. Sin embargo, después del Indio, y procedente de la escritura y no de la improvisación, no recuerdo otro caso de poeta que se haya apropiado el pueblo con tanta facilidad en los últimos treinta años. ¿Eso no merece también una parte de la atención promocional y crítica, o la poca que existe —casi siempre emergente y afiliada— la seguiremos distribuyendo sólo en ciertos sectores?

Hay que decir que jamás en Cuba hubo tanta gente empleada para fomentar la literatura, y para comprenderlo basta revisar estructuras e instituciones que tengan como misión central o complementaria ese noble ejercicio. Ni hubo tantas brechas —aunque nos parezcan escasas— por donde sacar a la luz pública un librito de décimas. Ni hubo tantos concursos de todo tipo. Algunos de ellos, los menos, claro está, dedicados a promover la décima escrita. Hubo una vez una colección, y hubo un gran concurso. La colección la mencionamos ya, y el concurso era el que convocaba el MINFAR. Ya no existen. Villa Clara mantiene una ventana abierta por donde nuestra estrofa asoma de modo bienal. Surgió un nuevo concurso, el Cucalambé de las Tunas, con carácter internacional, que ha entrado con fuerza en la masa nacional de cultivadores, pues está premiando excelentes libros y gratificaba de manera más o menos decente, según la vida que vivimos hoy en Cuba, aunque a la primera conmoción se le despojó de ese escaño económico. Es el concurso de décimas más legitimador que existe en la actualidad, pero sus beneficiados no reciben el espaldarazo de las instituciones centrales que se otorga a otros premios. Si pensamos en esa empleomanía promocional y en ese esfuerzo estructural que mencionamos hace un rato, ¿qué pasa con la décima entonces, que tiene tan poco espacio sancionador, y que no constituye un vector importante de legitimación para un poeta hoy en Cuba? ¿Y si un poeta escoge la décima como su medio más frecuente de expresión, como mismo otro escoge el versolibrismo más posmoderno o la prosa poética más deconstructiva, ya está condenado a ser segundón de antemano? Son preguntas que se abren como racimos, y que para ser bien contestadas piden irse a nuestra vida literaria y analizarla globalmente, con todos sus funcionarios, instituciones y actuales sistemas promocionales, pero irse, sobre todo, aunque parezca una herejía, a nuestro conjunto de críticos, investigadores y poetas y atender a los límites de sus conciencias estéticas, de los cuales a veces no son verdaderamente conscientes. Como puedes ver, es harina de mucho costal, que solicita otro espacio, y que puede herir abundantes susceptibilidades, pues muchos padecen los prejuicios sin tener lucidez de los mismos.

—Explica tus experiencias como organizador o jurado de algunos de estos certámenes.

—Nunca he organizado personalmente un certamen de décimas. No creo que el problema esté enteramente en los que organizan, sino que a mi modo de ver está sobre todo en los que rectorean, juzgan y promueven lo juzgado. Si hay algo que sugerir al respecto es que sería bueno que los organizadores concretos imaginaran más oportunidades, para que la riqueza productiva con que hoy se mueve nuestro ejército de cultivadores tuviera más posibilidades de ofrecer sus productos a la nación y a la lengua. Si hay, como todo el mundo reconoce, un chorro inusitado de cantidad y calidad, esta corriente impetuosa debe encontrar las válvulas correspondientes. Es una elemental lógica hidráulica. O reducir los conductos de salida, pero jerarquizar sus volúmenes de entrega. No es bueno comprimir lo que mana espontáneamente.

Sí he participado como juzgador, y he tratado de hacerlo lo mejor posible. He escrito décimas desde el inicio, y en las décimas oídas a mis parientes y amigos está parte del sustrato de mi vocación y mi respeto por la creación de origen popular. Pero he visto juzgadores en ciertas ediciones de concursos de décimas, que me he preguntado en silencio qué hace allí esa persona, cómo es posible que juzgue lo que no ama ni ha demostrado justipreciar hondamente. Son errores de deslumbramiento de los organizadores, que en ocasiones no saben escoger los examinadores convenientes. Los concursos son un mal obligado de la vida literaria, que se justifican por la ausencia de mecanismos mejores de fomento y jerarquización. El diseño de los concursos ha de estar elaborado a partir del diagnóstico correcto de la circunstancia que se quiere remediar o favorecer. Estas circunstancias son las que dictan la estructura y el nivel del concurso. En Ciego de Ávila, donde fui fundador del Centro de Promoción Literaria, encontré que había excelentes circunstancias —dadas las peculiaridades históricas y culturales regionales— para el desarrollo de un concurso de la novela en décimas, que podía irradiar con naturalidad hacia lo nacional. No lo pude desarrollar, por determinadas razones personales. Pero sé que allí late, como una latencia digna del mayor interés, esa posibilidad promocional. Así deben existir otros sitios que sin reducir sus germinaciones a las órbitas capitalinas reciban las fuerzas integradoras y jerarquizantes de toda la nación. El Cucalambé de Las Tunas posee esta particularidad, pero debe recibir más esas fuerzas benéficas e impelentes, interesadas, a través de un apoyo activo, de que sus resultados adquieran la jerarquía cultural a que parece destinado por la calidad de los libros que ya ha distinguido y la demanda que brega por satisfacer con su existencia.

—Señala los valores específicos de algunos de los libros que has premiado o de otros distinguidos en esos concursos.

—Acabamos de reconocer en la pregunta anterior que la actual décima cubana se encuentra en un momento importante de su desarrollo. ¿Cómo puede apreciar el observador esta salud real si se encuentra en su mayoría inédita? Ya se sabe: si en algún sector de la literatura nacional la oralidad aún permanece activa, es entre los decimistas, que constituyen como masa creadora un conglomerado mucho más noble que el de la poesía hegemónica, donde el tribalismo y la guerrilla reinan acerbamente. Y los decimistas de expresión escrita, en cuanto decimistas, poseen también estos caracteres. De modo tal que uno se puede encontrar que cualquier decimista propague el quehacer de otro, aunque no exista una relación amistosa entre ellos, o le mapee a uno el estado de la décima en una región sin ninguna actitud de ninguneo amarrándole los labios para el elogio, el breve reconocimiento o el simple inventario. No es fácil saber por dónde va realmente la producción de un renglón artístico en Cuba, dada la proliferación del hacer y la escualidez de la promoción, pero en la décima es un poquito más fácil por todas las razones aducidas. Y si uno, además de ser un asiduo cultivador, asiste a los sitios donde la décima asoma o integra jurados de esta forma específica, puede adquirir una visión al menos aproximada de su realidad productiva.

La décima es proteica, y avanza siempre. Tiene, en realidad, dos ritmos de avance. Uno para la décima improvisada, y otro para la décima escrita. El de la décima improvisada es siempre un ritmo de actualización estética, de desautomatismo creador, un tanto más lento, porque las formas —tanto externas como internas— tienden a conservarse más largo tiempo en la poesía popular que en la poesía culta. A la poesía popular no le interesa de igual modo la novedad y la diferenciación a ultranza que a la poesía de la supuesta alta cultura, enferma hasta los huesos del mal de la originalidad a toda costa, que alcanza en ocasiones las márgenes mismas del extravío bajo la manipulación supuestamente justificativa de la función experimental del arte. La incidencia del coloquialismo en la décima duró más que el propio coloquialismo, como sobrevivió casi hasta ayer el cucalambeísmo, un siglo después de su estado estético primario. El lirismo y la metaforización de la poesía de la tierra de los principios de los setenta entró con fuerza en la improvisación hacia los ochenta, aunque ya había estrenado su incidencia desde el mismo comienzo de la corriente en la décima escrita. Es precisamente con esta generación que hay un primer giro estilístico en la décima escrita posrevolucionaria. El segundo giro ocurre en los finales de los ochenta y principios de los noventa, como una expresión de los nuevos cambios de sensibilidad en el arte y la sociedad. Se enfatiza entonces la condición recitativa y gráfica, lejana ya cada vez más del canto, inclinándose, a través de ciertos recursos, a desplazar la idea en versículos dentro de las pautas arquitectónicas propias de la estrofa. Con lo cual la décima permanece en cuanto décima, pero ya suena también como composición en verso libre. El primer recurso al que echaron mano los poetas fue el encabalgamiento, en sus múltiples variantes, y luego, en abarques sucesivos o simultáneos, a todas las rupturas entre lo métrico y lo sintáctico, como medio de crear una tensión interna generadora de energía expresiva, y su correspondiente atomización y desmembramiento de silencios internos con sangrías y renglones vacíos, como emblemas visuales de esas rupturas. Esto, en cuanto a variaciones formales, porque variaciones temáticas han habido muchas, al cambiar significativamente la cosmovisión de los poetas.

—¿Qué importancia otorgas a los concursos literarios en la promoción de la décima escrita?

—Es importante diferenciar, como vengo repitiendo hace años, a la literatura de la vida literaria. La vida literaria tiene algunas leyes que le son indiferentes a la literatura. Los concursos literarios constituyen estructuras de la vida literaria que quieren trabajar para el fomento de la literatura. Pero muchas veces —me parece que la mayoría— sólo trabajan, en realidad, para el fomento de la vida literaria. La literatura se va armando con textos que llegan desde todas partes, cuando existen muchas partes desde donde arribar a la luz pública. Puede ser que incorpore alguno de algún concurso, pero el método de incorporación que el concurso representa en sí mismo le es absolutamente indiferente. El concurso es un esfuerzo social por resolver un problema que crea, de inmediato, otros problemas nuevos. Es asunto peliagudo, que merece un foro de análisis, y que aquí no podemos resolver. Sin embargo, a la décima escrita la ayuda un poco el concurso, porque le ofrece cierta carta de ciudadanía, y el derecho a transitar entre las otras formas sujetas también a esta estructura de la vida literaria. Al menos, le da entrada a la vida literaria, aunque no se la ofrezca a la literatura. Ya, habiendo penetrado con algún derecho en la vida literaria, puede luchar al menos por su real incorporación literaria. La décima no tiene por qué tener concursos específicos, pero dada la deforme recepción que padecemos resulta plausible que se le consagren algunos, para que se encuentre en equivalentes condiciones o tenga al menos válvulas de realización social. Sólo para conjurar esta circunstancia es que se justifica la existencia separada del concurso de décimas, como se ha realizado prudentemente hasta ahora. Algunos jurados han escogido cuadernos de décimas en concursos generales de poesía, ofreciendo una lección de madurez y desembarazo artísticos, pues han privilegiado el valor estético más allá de las formas en que se encuentra expresado. Tal vez en algún período la décima escrita sufrió un número alto de versificadores, pero a ella no le han faltado nunca las voces de fuerza, como sucede en cualquiera de las habituales áreas hegemónicas de nuestra poesía. Esas voces de fuerza no se merecen que se les lance al saco común, pues han cumplido hazañas de igual o superior tamaño a las voces de otras áreas. Y si se juntan títulos de calidad premiados en los últimos años en cualquier tipo de concurso, se verá que la décima se encuentra presente de modo regular y ostensible.

—¿Qué actitud consideras que ha adoptado la crítica literaria respecto a la décima en general y sobre los decimarios premiados en particular?

—Lo primero a preguntarse es: ¿qué crítica?, ¿hay crítica de poesía en Cuba? No engañarse porque las publicaciones culturales tengan secciones de crítica y porque, además, aparezcan allí piezas de esta índole con cierta abundancia. Esa es, al menos en lo que llevo leído hace ya treinta años, una labor menuda que la gente de letras realiza halando la brasa hacia su sardina. Incluso los que se han demorado más halando la brasa y han adquirido por ello cierta supuesta reputación de críticos, para el adiestrado en detectar los hilos son observables siempre las sardinas que resultan beneficiadas. A veces las sardinas no son autores específicos, aunque ellos sean escogidos directamente, sino ciertos postulados y cosmovisiones estéticas que se quieren poner en circulación y jerarquizar. Y la décima en Cuba nunca ha dado pie para la batalla grupal, que tiende a crear esos críticos emergentes o a reclutarlos en las nóminas que generan las publicaciones, aunque no sería enteramente censurable, después de todo, que en paridad de oportunidades y reclamos, la décima también desplegara sus batallas. Pero crítica sobre la décima —en todo el sentido movilizador de la palabra— no existe. La décima no ha estructurado sus defensas, y no ha incorporado a los circuitos legitimadores este personal especializado. Sí tiene, y realizan una labor sostenida y encomiable, periodistas de aguda sensibilidad —generalmente, son ellos mismos notorios decimistas, lo que les añade autoridad— que publicitan con fervor y justicia sus apariciones, y arriman las primeras aproximaciones axiológicas.

—Menciona algunos de los críticos más importantes que han valorado en su quehacer la décima escrita.

—Se podrían mencionar nombres de autores que han ejercido su criterio sobre las décimas de otros, pero que realmente no desenvuelven una sistemática labor crítica en nuestro medio. A veces, los que llamamos críticos son en puridad investigadores de áreas específicas (esa área puede ser la décima) que periodizan un fluir, confirman los valores de un canon, retratan el comportamiento histórico y autoral de un género o forma genérica, en cuya labor inevitablemente deben ejercer el juicio; pero que rara vez se atreven a penetrar en la liza polvorienta de ahora mismo clarificando senderos o dirimiendo valores. En muchas ocasiones siguen el dictado que les impone la vida literaria (cuyas ideas principales están movidas por las ideologías literarias hegemónicas), y hoy se ocupan de Carpentier y mañana de Virgilio Piñera, según apresuradas leyes de olfato. Son admirables los investigadores que dedican su esfuerzo a la décima, como Carlos Tamayo (aspectos biográficos del Cucalambé), Alexis Díaz Pimienta (teoría, técnica y evolución histórica de la décima improvisada), Virgilio López Lemus (orígenes y evolución de la décima en Cuba, en América, en la lengua española, con una bibliografía ya respetable sobre el tema), Juan Carlos García Guridi (la tradición decimista cubana y sus particularidades estilísticas o temáticas), Carlos Chacón Zaldívar (análisis del comportamiento de la vida literaria en torno a la décima escrita), Otilio Carvajal (documentación de la novela en décimas), Ronel González (evolución de la décima en determinadas regiones del país), aparte de algunos libros ya clásicos sobre la estrofa de poetas de generaciones anteriores a las de los investigadores mencionados, como Alberdi o Naborí, para sólo indicar dos ejemplos. En la actividad más propiamente reseñística no puede dejarse de mencionar a Waldo González, que viene desde principios de los setenta realizando una pródiga labor de anuncio, propagación y examen, a través de todas las vías difusoras, junto a la creación de su propia obra decimística. O a Pedro Péglez, uno de los más notables decimistas de los últimos años en Cuba, que difunde y valora la estrofa desde las páginas culturales o desde las tertulias y agrupaciones promocionales, y que hoy día despliega una labor callada, pero sin semejante, en la internacionalización virtual de la vertiente escrita, y que organiza —lo secundan en el afán otros decimistas excelentes—un interesante concurso de carácter nacional. O a Mayra Hernández, que ha valorado la creación decimística femenina con notables aciertos y conocimientos minuciosos de su actual diseminación por el país. O a Renael González, que es ya un clásico de la estrofa, y la promueve en todo el orbe panamericano a través de una activa red de amigos. O a la estudiosa y creadora Odalys Leyva, quien levanta eventos a puro carisma y esfuerzo heroico, mientras compone sus singulares décimas. O a Waldo Leyva, alto decimista, quien dirige una importante institución encargada de su vertiente improvisada. O a Argel Fernández, que consagra todo su talento y entusiasmo a la creación, promoción y continuidad de la décima en sus dos variantes, la escrita y la improvisada. O a Rafael Orta, que la promueve entre los canarios y sus descendientes, donde la décima tiene tanta ascendencia y culto. O a los amigos que dirigen y expanden el esfuerzo de la Casa Iberoamericana de la Décima en Las Tunas. O tantos otros, que no puedo enumerar por insuficiencias de memoria y constricción de espacio. Como ves, a la décima le sobran entusiastas y cultores que no olvidan el costado difusor que debe tener todo ejercicio vocacional, pero no existe alrededor suyo lo que pudiéramos llamar con exactitud un movimiento crítico.

—Algunas otras opiniones que quieras expresar sobre el desarrollo general de la décima escrita...

—Muchas cosas se pudieran agregar, porque el asunto sobre el que dialogamos es complejo y está muy urgido de buenas atenciones. Pero podemos insistir en un aspecto importante, que ya no tiene sólo que ver con lo más específico de la vida literaria, sino que extiende sus implicaciones a la evolución de la literatura. En Cuba toda transformación artística generacional siempre tomará una actitud frente a la décima, pues ella está ahí, creciendo en silencio, sobreviviendo a veces heroicamente, nutriéndose de los misteriosos rizomas colectivos, yendo y viniendo de lo oral a lo escrito, cruzando las aduanas o entrando en los más oscuros mantos freáticos de tierradentro. Toda nueva actitud estética dirá, de algún modo, de frente o de soslayo, atacándola o alzándola en andas, qué le parece su existencia. Así lo hemos visto en nuestro más reciente pasado literario, para no irnos muy lejos, porque sería muy fácil detectar esas actitudes en lo que ya es pura literatura, sin la aspereza y vapor de la vida literaria aún viva. Una interesante historia saldría de las relaciones de las corrientes hegemónicas de la poesía cubana del siglo XX con la estrofa, cómo establecieron con ella sus desamores y querencias. No podemos hacerla aquí. Pero podemos dejar fluir algunas ideas, como si fuesen cometas sin desarrollo. Por ejemplo, el origenismo logró libres y dúctiles instrumentos expresivos, y nos ha dejado como patrimonio espiritual una isla configurada en lo trascendente, un alzamiento de lo que nos ocurre, como individuos o colectivamente, hacia lo que somos ya en una comunión más alta. Habiendo pasado por la poesía pura, que con tanto vigor transformó nuestra décima escrita, el origenismo abrigó en su interior a la décima, para producirla como un automático intercambio íntimo o una pequeña almena blanda desde donde mirar asociaciones o rostros de figura más inmediata. Pero el movimiento estético que le siguió, en la misma medida que radicalizaba sus presupuestos más queridos, corriendo a contracanto, persiguiendo como ideal expresivo el discurso periodístico u oratorio, la esquinó en su hora de esplendor. El coloquialismo, como tendencia artística, en su desiderato interior no amaba la décima: no confundirse porque un coloquialista la haya cultivado. Todo lo que hizo un coloquialista en términos productivos concretos no es obligatoriamente parte conceptual del coloquialismo. Y como es natural en cualquier esfuerzo nucleador, siempre brotan disidencias. Algunos coloquialistas tendrán sus devaneos decimísticos, pero cuando ya ha irrumpido la recuperación de la estrofa como espacio estético de interés con los primeros creadores de los setenta, o antes, cuando aún no estaban bien plantados sus horizontes expresivos. Los amantes más antiguos de la estrofa, que venían de la Cuba anterior al triunfo revolucionario y que algunos estudiosos designan como neorrománticos o poetas de corte tradicional, pudieron asomarse con fuerza a la palestra lírica. Y los jóvenes de entonces, que tenían entre sus presupuestos recuperar la mayor subjetivización de la vivencia lírica en enunciados bien ordenados artísticamente, se hilaron a sus búsquedas, llevando las ilaciones y rupturas hacia adelante. Esta es historia contada ya por algunos de los testigos y protagonistas del proceso, pero cuyo testimonio permanece en la absoluta sombra. No lo detallo, ni menciono nombres. Los que han vivido o estudiado los últimos casi cuarenta años de poesía cubana pueden llenar de carne viva esta síntesis vaporosa. Hacia los finales de los setenta y principios de los ochenta, el campo literario cubano se polarizó fuertemente, y los nuevos cultores se encontraban más interesados en emplear las armas coloquiales para cambiar de signo los contenidos expresados por estas armas mismas, que en explorar los predios de la poesía. Un coloquialismo al revés, de la anuencia a la crítica, del encanto al desencanto, predominó sobre otras tendencias que ya también asomaban alzando las elaboraciones clásicas, resumergiéndose en la poesía de la experiencia, rescatando y jerarquizando la aventura origenista. Del brazo de estos últimos, ya avanzando hacia finales de los ochenta, la décima entró de nuevo al campo escrito con cierta fuerza, y comenzó a diluir sus arquetipos seculares. Los noventa transformaron ya definitivamente la décima cubana. El número de manipulaciones de esta década sobre nuestra estrofa ya la volvió irreconocible a veces para un espíritu ortodoxo, y la enderezó, tanto en lo estilístico como en lo conceptual, hacia áreas no anteriormente visitadas. Pero ya estamos en una nueva centuria, y están asomando algunas exploraciones digna de interés, y la crítica —en una de las evidencias de su inexistencia— no da señales de vida. En Cuba, en cualquier zona poética, hay siempre un pulular y un dinamismo dignos de observación. Somos creadores muy activos, pero débiles, y a veces nulos, interpretadores. Por eso nos puede pasar, y nos pasa, la siguiente situación ridícula: aplaudimos una burbuja, cuando tal vez tenemos a nuestro propio lado a alguien con una obra henchida de futuro. Los artistas que no ensanchan sus horizontes estéticos corren el riesgo de confundir su nariz con una montaña.


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martes, 15 de mayo de 2007

El drama del iceberg.
Los Premios Cucalambé
en la ruta de los 90

Pedro Péglez González

(Editorial San
lope,
Las Tuna
s, Cuba, 2006)




A Jesús Orta Ruiz,
por tanto que le debemos.


PALABRAS NECESARIAS
AUN PARA (DES)ENTENDIDOS

La presente compilación sólo pretende, de conjunto, un acercamiento somero a la décima escrita cubana contemporánea, que experimenta un interesante y complejo proceso de revitalización desde finales de los años 80 del siglo XX.

Con ese fin, se incluye, como primer texto, una ponencia referida a algunos aspectos del fenómeno, entre ellos al papel desempeñado por los concursos en la promoción de esta opción de la poesía, de los cuales ha sido el Cucalambé, por su especialización, el que mejor ha testimoniado el derrotero de la estrofa.

Dos libros mencionados en esa ponencia (El racimo y la estrella, que ganó en la última edición en que el concurso 26 de Julio convocó la décima como disciplina específica, y El libro de los cánticos, uno de los decimarios que se han alzado con el premio en concursos de poesía en general), ambos publicados a inicios del presente milenio, aparecen reseñados a continuación, en razón de sus singularidades respectivas.

Después, encontrará el lector una secuencia de ocho comentarios sobre libros premiados en el concurso Cucalambé entre el segundo lustro de la década de los 90 y el primero del siglo XXI, por parecerme esta decena de años de una riqueza singular en cuanto a la aparición de volúmenes de poesía en décimas a resultas de la cita literaria aludida.

Se trata de textos aparecidos, casi siempre en un tiempo posterior inmediato a la publicación de esos decimarios, en el periódico Trabajadores, y a los cuales he preferido no hacerles modificaciones sustanciales. Esto comporta los riesgos posibles de cierto aroma a fiambre (y no en la acepción gastronómica del término, por supuesto) y de la reiteración de algún elemento entre una y otra reseña, pero tiene a mi juicio el interés de que el lector podrá hacerse un criterio junto con el comentarista –concordando o no con él- del valor que cada libro le mereció en su momento y, al final, tener quizá una visión más abarcadora de la ruta crítica que siguió este proceso de revitalización de la décima en el decenio elegido.

Si en esa secuencia no se comentan todos los libros galardonados en el Cucalambé durante el lapso seleccionado, se debe a razones de una ética muy personal: prefiero eludir ser juez y parte a un tiempo, y el hecho lamentable de que seamos los analistas de este proceso de revitalización decimístico sus propios protagonistas, nos pone ante ese dilema. Por la opción particular que elijo ante él, me disculpo con quienes tengan la gentileza de interesarse en estas páginas.

El autor
Ciudad de La Habana, septiembre del 2005


EL DRAMA DEL ICEBERG

(Apuntes para un examen
de nuestra actual décima escrita)

(Ponencia leída, como presidente del Grupo Ala Décima,
en el colo
quio del XII Festival Iberoamericano de la Décima,
XXXVIII Jornada Cucalambeana, Las Tunas, Cuba,
junio-julio del 2005)

El actual proceso de revitalización de la décima escrita cubana, iniciado hacia fines de los 80 del pasado siglo y extendido hasta nuestros días, es un fenómeno sin precedentes en la trayectoria de la estrofa, como parte de la historia literaria de la nación.

Aun los desentendidos, hoy en Cuba, suelen reconocer que “la décima está en alza”, aunque la expresión les venga sólo de lo más visible: su presencia en tribunas abiertas mediante la actuación plausible y fascinante de sus cultivadores en la variante oral.

En el polo opuesto, muchos amantes y seguidores de la espinela y sus variantes perciben que el momento actual certifica una buena salud, aun cuando sólo hayan podido apreciar los valores presentes en algunos decimarios publicados –a veces conseguidos por obra y gracia del azar-, que sumados representarían una ínfima parte de todo lo que ha visto la luz –casi siempre a resultas de algún premio-, y que a su vez constituye solamente un reflejo cimero de toda una producción cualitativamente notable, en gran parte inédita, y de una extensión en su cultivo que abarca casi todas las zonas del país.

Unos y otros, aquejados de males tan contemporáneos como son la desinformación o la información muy limitada, no pueden dejar de apreciar la existencia del fenómeno: tanta es su envergadura. Y son presa del asombro cuando alguien los pone en contacto, con mayor o menor amplitud, con su verdadera extensión.

Paradojas tales acusan que algo pasa. Algo que no anda bien, o no todo lo bien que debiera. Y ese algo transita por los mecanismos favorecedores, léase la difusión, la valoración y los eventos competitivos, que operan como termómetros y como factor incentivante.

LOS CONCURSOS, ¿SUFICIENTES O INSUFICIENTES?

En los años 70 y 80 y hasta principios de los 90, el concurso 26 de Julio de las FAR incluía entre sus géneros la décima y sin duda en ese lapso fue un importante factor de promoción de la especialidad. No hay que olvidar que un título pinacular como Alrededor del punto, de Adolfo Martí Fuentes, fue premiado en ese certamen (1971) y publicado a resultas de ese lauro. Y esto por sólo mencionar un libro de los muchos que vieron la luz por esta vía en las apuntadas décadas, varios de ellos de significación para la historia de la estrofa.

Una vez que el 26 de Julio prescindió de esta modalidad en sus convocatorias, quedó el concurso nacional Cucalambé como el más importante, seguido en rango, a mi juicio, por el concurso nacional Fundación de la Ciudad de Santa Clara, que con frecuencia bienal ha estado incluyendo la variante poética decimística en sus convocatorias. Gracias a la cita villaclareña se han dado a conocer excelentes decimarios como Libro de cruel fervor (Jesús David Curbelo), Soldado desconocido (Yamil Díaz) y Aneurisma (José Luis Serrano), por sólo mencionar algunas de las obras allí galardonadas y publicadas.

De estos dos últimos certámenes, no obstante, ha sido el Cucalambé, por anual y especializado, el que más ha marcado la ruta crítica de la espinela escrita y sus variantes en la finisecularidad cubana, dando a la luz decimarios de alto vuelo, algunos de los cuales significaron puntos de obligada referencia en los 90: Donde rompe la crecida (Domingo Mesa), Sábado solo (Renael González), Robinson Crusoe vuelve a salvarse (Alexis Díaz Pimienta y David Mitrani), El mundo tiene la razón (Ronel González y José Luis Serrano), Sueños sobre la piedra (Alberto Garrido) y Perros ladrándole a Dios (Carlos Esquivel).

Estos, y en general todos los títulos aparecidos como resultado de los premios nacionales Cucalambé –así como algunos decimarios que han visto la luz por vía de otros concursos-, son cumbres visibles de un proceso en el cual intervinieron factores como el surgimiento de una promoción de poetas nacidos en los 60 y los 70, que emergieron en los 90 a la literatura del país (o mejor, a la vida literaria del país, para aplicar una aguda precisión del profesor Roberto Manzano), y entre cuyas premisas, explícitas o no, estaba el rescate de la estrofa para la expresión escritural y su revitalización por diversos procederes, entre otros, la ruptura del esquema gráfico-sintáctico-sonoro de la décima tradicional (apuntado con acierto por el investigador Waldo González López en su prólogo a El mundo tiene la razón), la ampliación de los rumbos ideotemáticos, con apego a los asuntos existenciales, y la renovación del universo tropológico, con un saldo de elevación de los niveles estéticos del discurso poético decimístico, hasta borrar prácticamente la diferencia que lo separaba, en décadas anteriores, de la poesía en versos libres.

A este devenir se sumó, en el terreno institucional, la creación en 1993 de la Casa Iberoamericana de la Décima, en Las Tunas, con su subsecuente implementación de los vínculos con otras regiones de Iberoamérica de tradicional cultivo de la espinela, fundamentalmente en su variante oral, extensión esta que se complementaría más adelante, en el año 2001, con la fundación del Centro Iberoamericano de la Décima y el Verso Improvisado, del Ministerio de Cultura.

De todo ello, como resultado lógico y entre otros factores, se derivó el carácter iberoamericano con que se dotó en el 2000 al concurso Cucalambé, convertido de esta forma en una suerte de equivalente decimístico del Premio Casa de las Américas. Esto último, por cierto, tiene una significación de la cual, a mi juicio, no se es suficientemente consciente en el ámbito cultural de la nación, incluido el propio movimiento nacional de cultivadores de la estrofa, limitación en la que interviene el hecho real de no se haya alcanzado una difusión efectiva que propicie una mayor participación de obras de los muchos escritores de otros países iberoamericanos que privilegian con su pluma a la poesía en décimas.

Otros certámenes de menor formato (convocatorias de hasta 30 estrofas) también han contribuido dentro del país a las necesidades promocionales de la espinela y sus variantes, desde los establecidos en los 90 por la propia Casa Iberoamericana de la Décima (Décimas para el amor, Décimas a mi ciudad, Décima Joven de Cuba), pasando por algunos promovidos por instituciones locales, como el Francisco Pereira, de la Casa de la Cultura de Nueva Paz, La Habana, hasta llegar a los más recientes: el Villazul, de Puerto Padre, Las Tunas, con carácter iberoamericano y auspiciado por el Grupo Espinel-Cucalambé, el concurso nacional organizado por el grupo de poetisas Décima al filo, de Guáimaro, Camagüey, o el concurso nacional Ala Décima, patrocinado por el grupo poético de igual nombre nacido en el 2000 en la capital, certamen este que cuenta con el coauspicio del Centro Iberoamericano de la Décima.

De lo antes dicho, se colige que concedo a los concursos una importancia fundamental, al menos en los tiempos literarios que corren. Por una parte, como termómetros del nivel en que estamos en cada momento; por otra, como factor de difusión de lo más valioso de la creación escritural decimística para toda la nación, si es que sus auspiciadotes logran la reproducción de las obras premiadas. De la magnitud con que lo logren, por supuesto, dependerá la eficacia de esa difusión, que sean más o menos los que se enteren de qué está pasando con la décima escrita en el país. Siempre recuerdo con amargura que un libro significativo como El mundo tiene la razón sólo alcanzó una tirada de 600 ejemplares.

Y es que, lamentablemente, el proceso de revitalización de la décima escrita coincidió en el tiempo con el período de depresión editorial registrado en Cuba como parte de los efectos múltiples en la economía cubana a resultas de la desaparición de la antigua comunidad socialista y la consiguiente unipolarización del mundo. Por suerte, de esa depresión editorial ha venido saliendo el país en los años recientes, cuando todavía el proceso de revitalización de la décima escrita se encuentra en una etapa de expansión.

Por tanto, a mi modo de ver, el asunto no está tanto en si son suficientes o insuficientes las citas competitivas, que a mí no me parecen pocas. El talón de Aquiles está en qué sucede después del acto de premiación, en cada caso. La difusión sigue siendo ínfima, y de esto deben sentirse responsables tanto los organizadores como los que tienen por oficio la difusión. Y no me refiero a la difusión de la relación nominal de resultados, sino a lo que debe hacerse para que las excelencias de los textos premiados no queden en el paladar de jurados y organizadores. La secuela de un texto premiado no debe quedarse en el diploma –si es que llega- ni en las vicisitudes –que tampoco debieran ser- para cobrar la dotación en metálico. Del mismo modo no debe quedarse en la impresión de los versos que merecieron el galardón, sino que hay que ver qué se hace con esos versos publicados y con su autor.

Por ejemplo, es saludable, por supuesto, para la literatura en general de la nación, la iniciativa del Instituto Cubano del Libro de organizar recorridos por el país con autores ganadores de premios importantes con sus libros ya impresos, para que intercambien con distintos públicos. Pero falta hacer eso mismo, al menos, con los autores y libros ganadores del concurso iberoamericano Cucalambé, los cuales han venido quedando, año tras año, en un ínfimo nivel de promoción.

EL PREDOMINIO TEMÁTICO DE LAS ANGUSTIAS EXISTENCIALES: ¿EL SUBCONSCIENTE SE REBELA?

Detrás de estas insatisfacciones aparece –siempre aparece de vez en cuando- el fantasma del menosprecio con que cierta zona de la intelectualidad cubana ha tratado históricamente a nuestra estrofa, consciente o inconscientemente, actitudes que subsisten y que participan del tan llevado y traído contrapunto entre “lo culto” y “lo popular”, tan antiguo como la historia misma de la literatura y del arte, asunto en que no abundo por no ser el objetivo de estas reflexiones.

Los poetas que la aman y la cultivan con preferencia, sin embargo, son por fortuna tercos en su amor: Persisten en su renovación, su revitalización, su diversificación, y con ello la defienden y batallan, del mejor y más consciente modo, contra esas actitudes que insisten en soslayarla.

Pero quizá esa lucha no se exprese sólo en el plano consciente.

Para explicarme mejor, permítaseme una aparente digresión, tras la cual prometo volver a este punto.

Las angustias existenciales –legítimo reflejo de los dramáticos tiempos que vive el planeta desde la unipolaridad- parecen ser el ámbito temático más recurrente en el proceso de renovación que ha acusado en la última década la poesía cubana escrita en estrofas de diez versos. Lo que de introspección supone asunto tal, es una de las vías mediante las cuales los poetas de las más recientes promociones han prestado a la décima el servicio de reducir –cuando no suprimir- la distancia que en altura escritural la separaba, en etapas precedentes, de la poesía escrita en estructuras abiertas.

Un repaso a los rumbos ideotemáticos de los libros de décimas premiados y publicados en el lapso aludido, pone a la vista la preferencia por el ámbito que nos ocupa, y la altura del discurso poético con el cual se lo asume, desde el temprano Robinson Crusoe vuelve a salvarse (Alexis Díaz Pimienta y David Mitrani, Premio Nacional Cucalambé 1993), hasta los recientes, pongamos por ejemplo, Examen de fe (José Luis Serrano) y Otra vez la nave de los locos (María de las Nieves Morales), ganadores del Premio Iberoamericano Cucalambé, respectivamente, en 2001 y 2003; pasando –y eludo, no sin pena, hacer más largo el relatorio- por obras como El libro de los cánticos (José Antonio Vilaseca, Premio de Poesía Félix Pita Rodríguez 1999) y Soldado desconocido (Yamil Díaz, Premio Fundación de Santa Clara, 2000).

Para acercarnos a la magnitud del fenómeno, resultan muy útiles los concursos de pequeño formato, por una razón muy sencilla: son muchísimos más los poetas que están en condiciones de organizar un cuaderno de 15, 20 ó 30 décimas, que los que pueden “armar” un volumen de 80 ó 100 estrofas. Permítaseme entonces amplificar el tema con las experiencias de uno de esos humildísimos certámenes.

No obstante su juventud y su modesta convocatoria (convoca obras de 10 a 15 décimas y su primera edición se premió en el 2001), el concurso nacional Ala Décima ya puede también dar fe del predominio temático que argumentan estas líneas, sobre todo con el testimonio en papel de los cuadernos merecedores de primer premio en cada año, dados a la luz por la colaboración de diversas instituciones con el Grupo Ala Décima, con material conseguido en también angustiosas gestiones de miembros y colaboradores, y en tiradas que a duras penas rebasan el medio centenar de ejemplares.

En la primera edición del certamen, los tres premios principales latían en la cuerda temática de referencia. Seguido por cuadernos de los tuneros Domingo Mesa y Jorge Luis Peña, ocupó el sitio cimero el decimario Mi carne cruda, de Giraldo Segura (1970), santiaguero de nacimiento y habanero de formación que en 1996 nos había entregado su poemario En el nombre del padre, premiado por Pinos Nuevos. En Mi carne cruda, Giraldo aborda descarnadamente la cotidianidad citadina: miércoles. un pan al hombro/ atraviesa centrohabana/ (silban los ojos) la humana/ multitud –como un escombro/ de moscas- cede al asombro./ un pan al hombro atraviesa/ los solares. (alguien reza/ un padre nuestro). nos duele/ este miércoles que huele/ a pan fuera de la mesa.

De la segunda convocatoria emergió triunfador La identidad del espejo, de Frank Upierre (Guanabacoa, 1956), que ya había presentado cartas credenciales líricas con los decimarios Está lloviendo en La Habana (México, 1991), Bajo la calma y el sueño (1993) y Tablero de Ifá (1994). En La identidad…, Frank incita a acompañarlo en su juego de indagaciones, a través de laberintos donde el hombre puede terminar preguntándose si es él realmente quien inquiere o si es él apenas quien se ve obligado a las respuestas: Cuando nací ya tú estabas/ en el aire sideral./ Por las aguas de un caudal/ cósmico tú navegabas./ De mirarme te inventabas/ tu rostro por ver mi Cristo./ Seguro de haberme visto/ burlaste la enarmonía…/ creíste ver la cara mía./ Pero perdón… ¡yo no existo!

La tercera edición, premiada en el 2003, acusa curiosamente una preferencia más extendida, que se salva de la uniformidad por una diversificación mayor de los enfoques. Y esa preferencia coincidió con las calidades escriturales, lo cual se reflejó en los resultados del certamen.

Ello se aprecia desde las dos obras reconocidas como primera mención: Endechas del no elegido, de Ana Rosa Díaz Naranjo (Las Tunas, 1973), donde la autora proclama: …Nadie acude./ Un César no necesita/ de una mano. Siempre hay cita/ con la muerte. Quien desnude/ la infinitud de estos huesos./ Mis leones están presos./ Estoy solo. Me consumo./ Letargo, máscaras, humo./ Rezos, rezos, rezos, rezos…. Y el cuaderno titulado El preso no tiene más calendario que ese trozo de papel hallado, de Luisa Oneida Landín (Jibacoa, La Habana, 1951), diseñado en estrofas donde la décima se abre en grupos de cinco versos, que la escritora esgrime contra el encierro: oh gélida pared, pluma donde se fragua mi suerte,/ puede que absuelva mi muerte esta causa de ser suma./ noche que al reo consuma su inocencia de ser llanto/ lastra su verdad, su manto por los caminos del perro./ el hombre también es hierro cuando se obliga de tanto.

En El paso efímero, texto con que alcanzó el tercer premio, Gladys C. Delgado (Ciudad de La Habana, 1954) aborda con ironía la existencia interpersonal: Qué máscara llevas puesta/ vas de clown de monaguillo/ quién viste de Pepe Grillo/ en esta azarosa fiesta/ Al son de qué rara orquesta/ bailamos si te saludo/ con un susurro me anudo/ el mascarón de ángel bueno/ y te doy de mi veneno/ sólo porque estás desnudo.

Diusmel Machado (Guáimaro, Camagüey, 1975) con Abstemio de la gloria (segundo lugar) anuncia una conducta vital: Pero yo no quiero red/ ni trucos, virtud ni gracia./ No me conforma la audacia/ que estremece la pared/ del miedo. Quiero la sed./ La libertad sin clemencia./ No importa la reverencia/ olímpica. No el licor/ que me somete al amor./ Yo prefiero la abstinencia.

Finalmente, el primer premio, Arístides Valdés Guillermo (Corralillo, Villa Clara, 1960), médico en el policlínico de su pueblo, con obra poética ya reconocida y publicada, con sus Doce apuntes de un náufrago al inicio del milenio, canta al hombre sufriente en su aislamiento: Ya no hay remos. Al garete/ pasa un madero. Me cubro/ con las pieles que lucubro/ del viento atroz. Yo no quiero/ derivar, como un madero,/ por los mares que descubro. Y en su doliente discurso trasunta una filiación martiana que lo salva del naufragio: Estalla el trueno. Conozco/ su gravedad, su argumento,/ y en la fábula que invento/ cada minuto es más hosco./ Una voz que reconozco/ sobre mi pecho retumba./ El rayo reluce: zumba/ el viento por el cortijo,/ y yo sé que sólo el hijo/ me hará escapar de la tumba.

Un examen similar al efectuado hasta aquí, si se extendiera a las ediciones cuarta y quinta del concurso nacional Ala Décima, ganadas respectivamente por la tunera-camagüeyana Odalys Leyva y por el tunero Freddy Laffita, arrojaría sólo nuevas demostraciones de la tendencia temática que hemos querido ejemplificar, a partir de las experiencias de este joven certamen.

Resumiendo, una verdad parece abrirse paso en la décima escrita actual: se asienta y diversifica en enfoques la preferencia por la existencialidad como rumbo temático, con marcada tendencia hacia las angustias existenciales.

Y uno se siente tentado a arriesgar una especulación: ¿Estamos sólo ante las desgarraduras del paso humano por la vida? ¿No serán además, como subtexto, las desgarraduras de la propia décima preterida? ¿El náufrago es sólo el hombre, o es también la décima aislada?

LA CRÍTICA ANTE UNA ENCRUCIJADA

Creo que para nadie es un secreto que sobran dedos de una mano para contar a quienes sistemáticamente hacen, en órganos de prensa de alcance nacional, ejercicio de crítica literaria en torno a la décima escrita. Eso es definitivamente lamentable.

Las causas habría que buscarlas –en un análisis que no se ha hecho y que merece el debido detenimiento- en la subestimación de la estrofa, en el menor nivel estético que acusó la espinela escrita en décadas recientes en comparación con el versolibrismo y en las serias reducciones que ha tenido la prensa plana, por razones antes expuestas, en la década de los 90, justamente cuando la décima escrita alcanzó un nivel de experimentación, renovación y proliferación nunca antes visto.

Otro asunto es ver si lo que se hace –insuficiente en su magnitud, como hemos dicho- se hace con la hondura deseable. En ello interviene a mi juicio un factor: el crítico o comentarista de una obra escrita en décimas está colocado en la encrucijada de a qué dedicar en lo fundamental el poco espacio disponible, si a hacer un examen diseccionador del texto en profundidad, para beneficio indudable de entendidos y apasionados de esta disciplina, o a aprovechar para subrayar sus excelencias como punta visible de un iceberg en su mayor volumen sumergido, para beneficio de la generalidad de los lectores, de la cultura general del país, que padece aún una buena dosis de desconocimiento de lo que está pasando con la décima escrita en Cuba.

Compréndase de paso que en materia de información de sus alcances, la décima oral improvisada –que también padece la casi inexistencia de una crítica especializada- está por naturaleza en posición más cómoda que la décima escrita, puesto que la primera, como modalidad de escena y espectáculo, es de realización inmediata, mientras que la segunda tiene que esperar por el largo proceso –de meses y hasta de años- de realización editorial. Un libro importante como El racimo y la estrella, de Roberto Manzano, que resultó Premio de Décima en el concurso 26 de Julio de 1993, no vio la luz sino hasta el año 2001.

Cuando un libro de décimas –premiado o no- sale de la imprenta, es apenas un reflejo de la obra de un autor que ya puede andar por más elevados alcances, y es apenas un guiño luminoso de todo un caudal desconocido por la mayoría.

Téngase en cuenta, además, ya que antes hablamos de concursos, que en estos momentos por cada título que se premia en un certamen de décimas, al decir de muchos integrantes de sus jurados, quedan al menos entre tres y cinco títulos que no sólo “pudieran ser publicados”, sino que “es una lástima que no puedan ser publicados”. Cuando un libro de décimas sale de la imprenta, es menos que la punta de un iceberg. Y ese fenómeno debiéramos tenerlo más en cuenta al concebir el ejercicio de la crítica y el comentario literarios.

Creo que hay que buscar un equilibrio entre los dos reclamos que tiene ante sí el crítico o comentarista, y ese equilibrio pasa, necesariamente, por el perfil de la publicación de que se trate. No es lo mismo hacer un comentario sobre un libro de décimas para un periódico o revista de perfil informativo general, que hacerlo para una publicación especializada en literatura. Pero en ambos casos hay que buscar ese equilibrio, porque aun en la publicación más especializada es necesario no desconocer la falta de información que hay en cuanto a las ganancias estéticas que hoy puede mostrar la décima escrita a lo largo y ancho del país.


MANZANO Y LA TIERRA DE LA POESÍA

(Trabajadores, 14 de julio del 2003, p. 10)

Muchas veces un poemario ve la luz cuando ya el autor transita por pesquisas líricas mucho más elevadas.

Eso sucede con El racimo y la estrella (Ediciones Unión, 2002), libro que mereció el premio de décima del concurso 26 de Julio en 1993, justamente la última vez que ese certamen convocó, como género, a la estrofa de diez versos.

De allá a acá, el poeta, Roberto Manzano Díaz (Ciego de Avila, 1949), ha publicado cuatro libros: Canto a la sabana (Ediciones Unión, 1996); Tablillas de barro (Colección Pinos Nuevos, Letras Cubanas, 1996); Transfiguraciones (Premio José Jacinto Milanés, Ediciones Vigía, Matanzas, 1999); y Tablillas de barro II (Premio Adelaida del Mármol, Ediciones Holguín, 2000); todos ellos con predominio de una densidad poética admirable y un desempeño tropológico estremecedor. Veámoslo en los versos finales de uno de los textos del último título mencionado:

...epifanía de la sangre, con qué pífanos locos/ se podría cantar esta totalidad tan jubilosa?/ Qué músicos fantásticos detendrían lo que atardece?/ Porque siempre atardece, siempre llega la tarde/ con sus yeguas oscuras a pastar la yerba muda del corazón,/ y entonces en los dientes del recuerdo/ se comienza a rumiar la luz como un pan verde!

En el plano ideotemático, El racimo y la estrella, como Canto a la sabana, forma parte de una zona de la obra de Manzano que se inscribe en la llamada poesía de la tierra, corriente lírica que desarrollaron con eficacia poetas avileños y de otras provincias en los años 70, de cuyos exponentes más valiosos se ha hablado poco, mientras que sí se ha criticado con bastante asiduidad los meandros menos felices de ese arroyo, que fueron a parar a declives literarios como el tojosismo, manejo basto y repetitivo de los referentes propios del asunto campestre.

Las espinelas de El racimo y la estrella (como los versos libres de Canto a la sabana) se afincan en lo mejor y más logrado de la poesía de la tierra: el ámbito no como fin expositivo, sino como punto de partida reflexivo y revelador de nuevos -a veces insospechados- horizontes. El propio Manzano lo anuncia en las palabras con que, como pórtico, inaugura el volumen:

"Estas décimas movilizan un universo hacia una dirección de espíritu, suministrándole a cada astilla de árbol un sentido. Son un lexicón. Pero siempre el pivote copernicano es el sujeto, quien irradia la música.

"El camino es la visión central. El caminante es el protagonista del drama del mundo..."

De El dialogante del sol, última de las tres secciones en las cuales se ordenan los más de dos centenares de décimas que integran el libro, tomo la primera estrofa, para dar fe de la concreción del aviso que el autor nos da en el pórtico:

Ahora con fibra y cendal./ Traslúcido, me enmaniguo./ De qué forjador antiguo/ erguir el verde cristal?/ Solidario ya, y gremial;/ almendrado, por lo vasto./ Atorbellinado engasto/ el celaje y el abismo,/ y alzo el cielo hacia si mismo/ con los espejos del pasto.

De modo que, aunque el bardo ande ya por otros rumbos -a los cuales arribó, desde luego, gracias también a estos senderos-, es de agradecer, con la publicación de El racimo y la estrella, este volver la vista a un estelar momento -diez años atrás- en la obra poética de Roberto Manzano (su quehacer como crítico, investigador y profesor de literatura es otro asunto), y con ello acceder a un interesante propósito -poco conocido y menos estudiado- que movilizó en su tiempo, cercano todavía, a un grupo de poetas que sintieron en el entorno rural el llamado del Parnaso.


MUEREN DE ENVIDIA POETAS DEL XVIII ESPAÑOL

(Trabajadores, 13 de mayo del 2002, p. 12)

Como es sabido, tras el auge alcanzado por la décima en el XVII -Siglo de Oro español- vino el declive. La siguiente centuria fue testigo de un casi total abandono de la estrofa, a causa, sobre todo, de su abusivo empleo para temas jocosos de poca monta, lo que motivó el desdén -erróneo, por supuesto- de la mayoría de los poetas "cultos".

Si José Antonio Vilaseca (Guanabacoa, 1963) hubiera vivido -y escrito- en la España dieciochesca, eso no habría ocurrido. Con su capacidad para dotar a la espinela de una óptica humorística e irreverente a partir de un manejo lexical y tropológico de altos quilates, aquel desaire no hubiera tenido lugar. Digo, si en tal trance a Vilaseca no lo hubieran incinerado los seculares herederos de la Santa Inquisición.

De todo esto da fe El libro de los cánticos (Editorial Unicornio, La Habana, 2001), volumen de décimas que mereció el premio en el concurso nacional de poesía Félix Pita Rodríguez en 1999. En él, los sagrados salmos davídicos de la tradición hebrea y cristiana son el corpus referencial (prototexto, al decir de los estudiosos de la llamada dominante cultural de la posmodernidad) para una relectura poética que deviene rebeldía desacralizadora enfilada a la mejor función purificadora y liberadora del humor.

Así, en su Cántico 151/ Oración por las esperanzas idas, dice: Pensé volar al deshielo/ de la mugre que me amarra/ al péndulo de una garra/ llovida en el desconsuelo/ creí volcar en el cielo/ mis danzas de lo caído/ el cáliz de lo sufrido/ multiplicado entre dos/ y no sabía que Dios/ me odiaba por aturdido.

Que un decimario gane un certamen de poesía en general habla mucho de la altura estética alcanzada -ya desde fines de los 80 y sobre todo en los 90- por la estrofa nacional. Pero que tal resultado se obtenga con una obra de propensión burlesca, revela haber aceptado antes un difícil reto, del cual su autor ha salido holgadamente airoso.

Como en toda buena obra humorística, hay aquí un trasfondo de valor humanístico. En su poema titulado Cántico 167/ Plegaria pidiendo huesos nuevos/ (Tengo una artritis...) critica las conductas humanas no concordantes con el nivel de civilización alcanzado por el hombre: Qué sé yo no evoluciono/ luzco gorila raquítico/ ¡aleluya el Paleolítico!/ me narcotiza el ozono/ perdí las luces soy mono/ la Chita del celuloide/ me agota lo paranoide/ que la vida desorbita/ quiera Dios Darwin repita/ mi aspiración antropoide.

Vilaseca había merecido, también en 1999, el Premio Farraluque de literatura erótica con décimas aquí incluidas. La embestida disparatada e hilarante contra la rigidez o la desmesura en la actitud ante lo sexual halla en este libro su espacio. Veámoslo en una de las décimas del apócrifo titulado First and última letter del apóstol San Candela to the egipcios, donde el figurado santo se dirige a los pecadores:

¿Qué os diré? si sois culpables/ de un colmenar de embarazos/ contranatura si a plazos/ semen vendéis en amables/ falos corsarios mutables/ three hundred seven pulgadas/ de santidades aladas/ the knives are very enormes/ si os fuisteis tras fusiformes/ caídas descortinadas...

Con El libro de los cánticos no sólo se prestigia el referido certamen, la Editorial Unicornio y la décima del país, sino además se han empuñado lanzas contra el mito del divorcio entre la risa y la ascensión espiritual. En sus tumbas, estarán muriéndose de envidia los poetas del XVIII español que no entrevieron una tal posibilidad.


UN FRESCO DE NUESTRA DÉCIMA

(Trabajadores, 14 de agosto de 1995, p. 11)

Mucho, pero mucho más que lo que suele imaginar el lector común, es lo que en estos años de período especial ha venido haciéndose en provincias y municipios de todo el país –por entidades editoriales y aun por otras que no lo son- en materia de ediciones de modesta tirada.

Lo que sí no es difícil intuir detrás de estos breves libros y plaquettes, dadas las actuales limitaciones materiales, es la indoblegable perseverancia de los editores, gracias a cuyos desvelos al menos una parte del siempre vivo quehacer literario, sobre todo de los autores menos promovidos, no ha quedado definitivamente confinado al retiro de las gavetas.

Que la magnitud de tales realizaciones sea inimaginada es cosa lógica: a la obligada insuficiencia de las tiradas se suma lo reducido de los espacios para su difusión. En la acera opuesta, si algo ha aliviado, ha sido la presencia de estas obras en las bibliotecas, unido a un mayor protagonismo de estas en el trabajo cultural comunitario.

Y hay, entre estos títulos, algunos cuyo relieve nos hace lamentar aún más su escasa propagación. Es el caso del volumen que tengo entre las manos: Poetas del mediodía, antología que agrupa a 37 decimistas de todos los confines de la isla y que nos regala ahora la Editorial Sanlope, de Las Tunas.

No es casual que sea tunero el nacimiento de tal selección. Sus artífices, Carlos Chacón y Antonio Gutiérrez, nos lo explican así en las primeras páginas:

“En su trascender todo concurso convoca un coro ditirámbico, y el que brinda homenaje al bardo más popular de la pasada centuria en Cuba: Juan Cristóbal Nápoles Fajardo, ha nucleado durante los festejos cucalambeanos de los últimos años, un numeroso grupo poético casi o totalmente desconocido en el país, que de manera callada y laboriosa trabaja desde la ineditez con rigor y exigencia estética, propiciando en sus textos múltiples excelencias temático-formales, estilos propios, madurez lírica, pero ante todo, los aciertos en el tratamiento de la estrofa que mejor identifica las raíces cubanas.”

De esa cantera de partícipes amantes de la espinela, surgió la apretada muestra que nos entrega Poetas del mediodía, y el resultado es un mosaico en que se palpa la vitalidad y la altura estética de que goza hoy el género entre nosotros.

A más de su extensión territorial –hay autores de todas las provincias en la obra- y su abanico etáreo –desde voces veteranas hasta las veinteañeras- cautiva este concilio por la infinita variedad de cuerdas que se pulsan a lo largo del centenar de páginas. Asombra su polifonía, y alegra el vigor poético que se percibe en cada mano.

Rebasa pues las virtudes, siempre saludables, de un esfuerzo local esta antología, para alcanzar sin duda un más alto designio: el de ofrecer un fresco –de difícil acceso en sus mil ejemplares- del momento que vive la décima cubana.


SANLOPE TIENE LA RAZÓN

(Trabajadores, 5 de agosto de 1996, p.10)

La Editorial Sanlope, de Las Tunas, es una de las varias de provincias que marchan a la vanguardia en el empeño de mantener la producción de libros (en modestas ediciones y tiradas modestas) contra viento y marea.

Ahora, a propósito de la Jornada Cucalambeana, entre otros títulos ha dado a la luz El mundo tiene la razón, poemario a dos manos de Ronel González y José Luis Serrano, texto que obtuvo el Premio Cucalambé de décima escrita el pasado año. Sus autores, ambos holguineros de 25 años, merecieron entonces el alto galardón entre una decena de libros concursantes de cercana calidad.

Waldo González López, presidente del jurado en aquel certamen, señala en el prólogo a El mundo… características que lo sitúan en la avanzada del actual movimiento renovador de la espinela, entre ellos la ruptura del esquema gráfico-sintáctico-sonoro del repentismo y de la décima llamada clásica, y por otra parte, referencias culturales de dimensión universal, no sólo en los dominios de la literatura, sino además relacionados con otras manifestaciones de la creación artística como la plástica, la música, el teatro, el cine, y también con ciencias como la historia y la filosofía, “alejándose así del chovinismo y color local que tanto han afectado a esta estrofa”, al decir de Waldo.

En apoyo a lo antes dicho, yo añadiría, a propósito del apuntado marco referencial, que su manejo por los autores –ingenio traspasado de una fina ironía- no es simple rejuego culto, sino relectura novedosa de contextos para una nueva interpretación del mundo actual, con sus desgarramientos existenciales. En ello reside su mayor valía poética y su mayor virtud renovadora.

Me remito, a manera de ejemplo, a las dos décimas enlazadas de José Luis con que se abre el volumen, antes aparecidas en la antología Poetas del mediodía, también publicada por Sanlope:

En un lugar de La Mancha/ de cuyo nombre no quiero/ acordarme un caballero/ traté de ser Mi avalancha/ justiciera fue la ancha/ tristeza de unos gigantes/ que huyeron hacia distantes/ leyendas/ Hoy mi destino/ es desandar el camino/ pensando en los rocinantes/ que no tendré/ Peregrino/ de tristísimos aciertos/ sigo desfaciendo entuertos/ por doquier El desatino/ siempre cambia de molino/ (siempre cambia)/ Agonizantes/ somos cuerdos los andantes/ (somos cuerdos)/ y al final/ todo es un sucio ritual/ que nunca escribió Cervantes

Un libro de poesía a dos manos, aunque no es cosa nueva, siempre mueve a interrogantes. (Tanto nos cuesta a los poetas ponernos de acuerdo). Al propio José Luis le pregunté el plan seguido por él y por Ronel, en favor de una obra común, coherente y armónica como esta.

—Estábamos los dos pasando por etapas existenciales parecidas —me dijo— y esto favorecía la identificación entre los dos. Trasmitíamos en la misma frecuencia y así fuimos reuniendo lo que hacíamos. Llegamos a tener un centenar de décimas, luego fuimos seleccionando las que nos parecían mejores para conformar el libro.

Bienvenido, pues, El mundo… de Ronel y José Luis, para beneficio de alto vuelo de la décima escrita.


VOZ QUE VIENE DE SUS SITIOS

(Trabajadores, 8 de septiembre de 1997, p. 10)

Para quienes han seguido con atención el movimiento renovador que ha experimentado en los últimos años la décima escrita del país, no cabe duda de que en ese proceso ha desempeñado un notable papel promocional el concurso nacional Cucalambé.

A resultas de ese certamen han sido publicados libros como Robinson Crusoe vuelve a salvarse (de los habaneros Alexis Díaz Pimienta y David Mitrani, premio en 1993) y El mundo tiene la razón (escrito a dos manos por Ronel González y José Luis Serrano, de Holguín, y premiado en 1995), por sólo citar dos ejemplos donde a la riqueza de un discurso elevado se unen importantes audacias formales, sin menoscabo de la estructura de la estrofa clásica.

Ahora aparece Sitios de la voz, merecedor del galardón el pasado año, bajo la firma de Agustín Serrano (Velazco, Holguín, 1958), que atesoraba ya un premio en el concurso Vicente Espinel (1995), menciones en otras lizas literarias, poemas publicados en revistas locales y nacionales, y su inclusión en la antología Poetas del mediodía (Editorial Sanlope, 1995).

No está en el atrevimiento formal precisamente el encanto particular de Sitios de la voz, sino en el discurso a un tiempo elegante, agudo y descubridor que obra el hallazgo de la visión nueva en el residuario de los orígenes rurales, tamizados por el tiempo y recompuesto con ribetes otros en la memoria cargada de nostalgia y angustias por los años irrecuperables: El tiempo su enredadera/ que me ahoga Pierdo el alba;/ grito pero nadie salva/ mis recuerdos de la hoguera.

No de balde el vocablo-núcleo del título, sitios, que en su doble acepción (lugar y casa de campo) metafóricamente empleado aquí, parece revelar (¿o confesar?) la fuente campesina donde bebió la infancia del poeta.

Pero si esa fidelidad raigal trasciende del patrimonio personal que maneja, más curiosa quizá es la herencia que se aprecia en la propia factura de su decir: Hay limpidez de arroyo y frescura de follaje en estos versos, al tiempo que permiten intuir una apropiación visceral de la mejor poesía contemporánea, para desembocar en un conjunto orgánico y auténtico, de madura serenidad de lago que no resiste estridencias. Léase a propósito su décima Réquiem, donde el fuego hogareño –sagrada institución de la casa campesina- asume un protagonismo poético en la relación entre lo ido e irrecuperable, y lo nuevo que lo reemplaza:

La casa es una pradera/ donde se queman los sueños;/ el viejo fogón los leños/ de mi niñez incinera./ Quedó atrás la primavera/ de inocente fantasía./ El tiempo en su travesía/ enciende la adolescencia/ y una leve transparencia/ susurra en la lejanía


AVISO DEL PODIO

(Trabajadores, 14 de septiembre de 1998, p. 11)

Estos dos libros arden en las manos, de purísima fiebre existencial. Son recientes entregas de la Editorial Sanlope, de Las Tunas, que en cada Jornada Cucalambeana aporta a esa fiesta las obras que premió la edición anterior del concurso nacional Cucalambé, el certamen actual de mayor envergadura para poemarios concebidos en décimas.

Gracias a ese empeño editorial –florecido de año en año bajo desvelos sin cuento- tenemos ahora, entre otros nuevos títulos, estos Sueños sobre la piedra, que mereció el galardón en 1997, y este Decálogo del retorno, que obtuvo entonces un premio especial instituido bajo el rótulo de XXX Jornada Cucalambeana.

El autor de Decálogo…, Antonio Gutiérrez Rodríguez (Las Tunas, 1950), conocido por anteriores y cercanos lauros y una labor ya profusa en poesía, crítica e investigación, nos regala aquí un volumen de espinelas serenas, no por ello menos grávidas de angustias existenciales -¿o quizá por lo mismo?-, catarsis de lo vivido en que desembocan encuentros y desencuentros, conciertos y desconciertos del camino.

Se sirve para ello, con eficacia, de un clásico recurso de la décima: La glosa, reiterada en el volumen, obra en favor de su unidad no sólo en tanto fórmula, sino más en su esencia: ese volver la vista a los meandros de la propia trayectoria, acompañado de tales preferencias, parece atestiguar también la deuda y el homenaje que el poeta suma amorosamente al inventario.

Veámoslo en esta bella estrofa que Antonio Gutiérrez cierra con un verso de León de Greiff:

Vienen músicos, remotos,/ vienen alertas, osados;/ su música es de cruzados/ acordes, raros, ignotos./ Vienen con los ojos rotos/ de andar tragándose el mundo./ Arriban, y en un segundo/ mis versos cogen dispersos/ y van grabando en mis versos/ el alma toda del mundo.

Sueños…, libro que obtuvo el premio en la referida edición del Cucalambé, responde a la firma de Alberto Garrido Rodríguez (Santiago de Cuba, 1966), autor con bien ganado sitio en las últimas promociones de poetas y narradores cubanos, por sus títulos publicados en verso y narrativa, y por los galardones recibidos, entre ellos el del certamen nacional Cuentos de amor 1993, la beca de creación que otorga la Asociación de Escritores de la UNEAC (1997) y el premio nacional de novela erótica La llama doble en 1998.

Con Sueños sobre la piedra, Alberto Garrido da testimonio de su tiempo universal, desde una óptica descarnada y doliente, cuya inevitable irreverencia elude los desmanes de la palabra para ofrecernos, exactamente, el siempre reverenciable pálpito de la desgarradura. Y ahí, la génesis de su altura: poesía inquietante, y por lo mismo alumbradora. Quema y estremece, y si no cura, al menos salva, en cuanto avisa y apuesta, siquiera en el rincón último del pecho, por la esperanza. Dice Alberto, por ejemplo:

Cuánto Judas de Kerioth/ vacila ante el Alfarero/ cuánto venderse postrero/ como sangre de Van Gogh/ Bebe saca del efod/ el rollo amargo Después/ separa cizaña y mies/ (escoge un color de suerte)/ Más profundo que la muerte/ es el amor Dixit est.

Un poemario, además, de filiación vallejiana que es, por cierto, más que referencial, orgánica: sus frecuentes citas del gran peruano no son de valor alusivo –lo cual no sería demérito-, sino el saldo de honda asimilación que legitima el manejo, como propios, de los versos del poeta de Santiago de Chuco. Alberto da fe de ello, desde la primera décima de Sueños… ateniéndose en la cita, más que al orden exacto de las palabras, a la esencia visceral de la emoción vallejiana:

No suene Dios su campana/ linde por linde en la criba/ yo sufro de más arriba (…)

Un poemario, en fin, que nos avisa un escalón más alto en el actual proceso de evolución de la décima escrita del país, la más elevada —literariamente— del mundo hispanohablante.

Lástima sólo de la aún reducida tirada –mil ejemplares- por las causas materiales de sobra conocidas. Alcance insuficiente, sobre todo si convenimos en que lo que pasa hoy con la décima escrita cubana es suceso cultural de envergadura, lamentablemente poco conocido. Pero con todo –también hay que decirlo- son tiradas superiores a las que fueron posibles para los premios Cucalambé de años atrás.

Y eso apunta —como tanto— a la esperanza.


AULLIDOS A LO INAPRESABLE

(Trabajadores, 7 de febrero del 2000, p.11)

Como un libro cuyo autor prefirió no escribirlo, sino soñarlo, califica Carlos Esquivel Guerra (Elia, Las Tunas, 1968) su poemario Perros ladrándole a Dios, que recibió en 1998 el premio del concurso nacional Cucalambé y en 1999 dio a la luz la Editorial Sanlope.

Sin embargo, lo onírico, presente en la obra como ingrediente vital de la magia poética, no le resta enraizamiento en la realidad más palpable (y hasta en la cotidianidad). El decimario de Esquivel transpira, en su esencia, una visceral rebeldía ante las adversidades del drama existencial contemporáneo, con lo cual su propuesta literaria toma partido en la controversia vida/muerte (no siempre tan delineada y definible como parece) y apuesta decididamente por la búsqueda.

Versos hilvanados por una voz auténtica y voluntariosa, Perros ladrándole a Dios delata desgarramientos vivenciales –que acaso sorprendan por la juventud del poeta- donde lo lírico y lo épico, cayendo al través de un tamiz de valía filosófica, se entrelazan en el a menudo inefable surtidor del hombre, para partir en cada página en pos de las verdades más recónditas.

Un examen formal del conjunto lo ubica, por derecho propio, entre los más lúcidos empeños actuales de renovación del molde estrófico espineliano, si bien en su caso las mayores audacias están en el fondo del discurso y no en las estructuras, que no violenta más allá de lo imprescindible para la consumación del acto poético. Un volumen, además, cuyo nivel estético confiesa un meticuloso cincelado literario.

En opinión del editor, se trata de “uno de los mejores cuadernos entre los muchos de indudable calidad” que han merecido este galardón, el más alto a la décima escrita en Cuba. Me sumo al aserto, en favor de estos vehementes aullidos del alma hacia lo inapresable: La muerte sabe que ya/ no es la muerte sino el rostro/ donde en la madre me postro/ el regreso que no está/ La muerte no ocurrirá/ la muerte es la propia voz/ la sangre el cuerpo la tos/ los ojos también la sombra/ La muerte es la que nos nombra/ Perros ladrándole a Dios.


OSCILACIONES DE LA BÚSQUEDA

(Trabajadores, 8 de enero del 2001, p.11)

Entre los libros publicados en el 2000 por la tunera Editorial Sanlope está, como es costumbre, el decimario premiado en el concurso Cucalambé del año anterior.

Con esta leve oscilación del péndulo es la opera prima de un poeta novel: Yunior Felipe Figueroa (Cacocum, Holguín, 1977), y al decir de Ronel González en el prólogo “si bien no es un libro instaurador ni un texto que define la poética de su joven autor, da fe de la voluntad comunicativa de Yunior, de quien inobjetablemente habrá que esperar futuras y más elevadas intensidades, en tanto su madurez lo posibilite”.

Es, por ello mismo, una obra de (auto)búsquedas, y ese afán de hallazgo recorre sus páginas con elegancia y hondura que sorprende por el nivel de experiencias que a priori se atribuye a la etapa germinal de un ser humano. Dice Yunior en una de sus décimas: Hoy interrogo a la esfinge./ No responde. ¿Por qué calla?/ ¿Acaso será que no halla/ su propia voz? ¿Por qué finge/ no escuchar cuando restringe/ mi soledad? ¿Es que apuesta/ a verme perdido en esta/ nostalgia? ¿Si es mi testigo/ y miente cómo prosigo/ sin conocer la respuesta?

Con esta leve… es también un conjunto de saludable unidad tonal (quizá demasiado parejo para mi gusto) donde la pasión vivencial se vierte con dominio técnico en el molde estrófico de diez versos, ya en los clásicos octosílabos espinelianos, ya en endecasílabos o en alejandrinos.

La edición y diseño, bien cuidados y de muy atractiva presencia, revelan la profesionalidad con que la casa editorial tunera está aprovechando los más recientes recursos, satisfacción que después hemos sentido en otros volúmenes resultantes del quehacer del libro en la tierra de Vicente García.


EXAMEN DE POESÍA

(Trabajadores, 5 de agosto del 2002, p.10)

Si una virtud resulta evidente en Examen de fe es su sólida coherencia en el plano ideotemático. Con el libro, ahora publicado por la tunera Editorial Sanlope, alcanzó José Luis Serrano (Holguín, 1971) el Premio Iberoamericano Cucalambé de décima escrita, en su edición del año 2001.

Creo que nunca antes un poemario, aceptando el desafío estrófico de la espinela y sin violentar casi su tradicional esquema gráfico-sintáctico-sonoro, había logrado tal despliegue del alto pensamiento "fijo entre dos temas esenciales: la muerte y el conocimiento", para decirlo con palabras del prologuista y presidente del jurado, Francisco de Oráa, Premio Nacional de Literatura.

Veámoslo en esta admirable pieza del conjunto: Peldaños. Puertas. El muerto/ cruza la implacable línea./ La certidumbre apolínea./ El fáustico desconcierto./ ¿Dónde está Dios? ¿en lo abierto?/ ¿en lo cerrado? ¿en la amada/ crucifixión? ¿en la espada/ del vencedor o el vencido?/ ¿Dónde está Dios? ¿Dios ha sido/ la concreción de la Nada?

Paradójicamente, el deliberado eclecticismo de la obra participa del virtuosismo de unidad que antes apunté: Es la obra en que el sujeto lírico, obsedido por el misterio y la filosofía —como diría Villena desde su Hexaedro rosa— transita de la anunciada tutela de Federico Nietzsche ("Lo grande del hombre es que es un puente y no una meta...") a otros rumbos del pensamiento filosófico universal para no alinearse con ninguno a ciegas y seguir apostando, finalmente, por la búsqueda.

Un enfoque similar -aquí en un plano ético y estético más elevado- tenían ya sus dos títulos anteriores (Bufón de Dios y Aneurisma, merecedores en sus momentos de sendos galardones), que ahora con Examen de fe encuentran el broche de cierre a la trilogía que el autor ya había anunciado en entrevista publicada el pasado año en estas páginas.

En su prólogo a Examen..., De Oráa lo califica como "una suma de las perplejidades del hombre", adecuando la expresión de Borges acerca de la filosofía. En lo más inmediato, es también -como su título avisa- reconocimiento agudo de su tiempo y de la utilidad de la vocación humanista del poeta en su tránsito por aquél.

El poeta no tiene respuestas. Pero sabe del valor humano de la pregunta para la perfectibilidad del hombre y de su mundo, y convoca a no renunciar a la pesquisa como condición para el mejoramiento humano ("el dorado sueño", más importante incluso que la buscada piedra, en el poema El minero, de Naborí). Y da fe de su certidumbre en la aparición de la contesta a tanta indagación: Alguien tendrá que escribir/ (a pesar de Dios y el diablo)/ las sílabas del vocablo/ que no pudimos decir.


NO SÓLO UN LIBRO PARA QUERER LEER

(Trabajadores, 9 de febrero del 2004, p.10)

Dicen que a la tercera va la vencida. Y dice María de las Nieves que parece que es verdad, porque en su caso se cumplió: Después de alcanzar dos sucesivas menciones (2000 y 2001) en el concurso iberoamericano Cucalambé, en el 2002 obtuvo el premio con su libro Otra vez la nave de los locos.

Pero antes de esa tríada de aciertos culminados en cetro, ya María de las Nieves Morales Cardoso (Ciudad de La Habana, 1969) había recibido otros lauros como el Premio Décima Joven de Cuba en 1999 (con el texto Retablo de saudade, publicado en folleto al año siguiente por Sanlope) y el primer premio en el concurso nacional de décimas Francisco Pereira.

Tal secuencia de resultados, sin embargo, no resta un ápice al asombro que nos trae Otra vez la nave de los locos, volumen de equilibrio entre la madurez en el empleo del instrumental poético en molde tan difícil como la décima, y la frescura que emerge del desenfado con que aborda la sustancia poética, ya en asuntos dramáticos (la muerte, las pérdidas, la nostalgia), ya en la órbita amorosa que asume lo erótico con soltura pero sin desenfrenos.

Como muestra de lo primero, vaya esta estrofa en versos endecasilábicos, bajo el título Poema para no ser leído a mi padre, conmovedor por el drama que recoge: Mi padre se ha calzado la tristeza/ como un zapato estrecho. Me pregunta/ sobre qué abismo duerme la difunta/ mitad que le acompaña en su cabeza./ Salobre de esperar, nadie lo besa./ Nadie deshoja un verso a la gastada/ terquedad de sus manos. Qué apagada/ su ambigua desnudez ya sin destino.// Mi padre abre sus huesos al camino/ y Dios muriendo así, como si nada.

Hay más a lo largo del conjunto; mucho más que mueve a la fascinación con que presenciamos la obra de arte. El de la palabra, en el caso de estos textos, respaldada en lo gráfico por una cuidadosa edición de Alberto Garrido, diseño de Didier Nadal y bella cubierta de Yoel Almaguer.

María de las Nieves Morales (además de poetisa, sicóloga y ajedrecista; narradora oral y declamadora como mitad del dúo Ad Líbitum, junto a su esposo Leonel Pérez, ambos miembros del Grupo Ala Décima) nos ha entregado con Otra vez la nave… no sólo un libro para querer leer. También un libro para querer tenerlo.


DE UNA MANO DIESTRA

(Trabajadores, 6 de septiembre del 2004, p.11)

Tal vez uno de los saldos del actual proceso de revitalización de la décima escrita en Cuba sea descalificar la tendencia de los escritores españoles del siglo XVIII de negar a la estrofa valor estético por la frecuencia con que la tradición oral la empleaba para temas satíricos o humorísticos allegados a la inmediatez social.

Varios decimarios cubanos de la década de los 90 parecen corroborar tal presunción con pasajes donde la ironía y el humor, con elevado nivel escritural, trasuntan rebeldía contra angustias y males epocales. Tal es el caso, entre otros, de Robinson Crusoe vuelve a salvarse (Alexis Díaz Pimienta y David Mitrani, Premio Nacional Cucalambé 1993, Editorial Sanlope 1994); El libro de los cánticos (José Antonio Vilaseca, Premio Félix Pita Rodríguez 1999, Editorial Unicornio 2001); y Mi carne cruda (Giraldo Segura, Premio Ala Décima 2001, Ediciones Hipocampo 2002).

Ahora vuelve Alexis sobre estos rumbos con Confesiones de una mano zurda, obra que mereció el Premio Iberoamericano Cucalambé en el 2003 y que dio a la luz la tunera Editorial Sanlope.

Alexis Díaz Pimienta (Ciudad de La Habana, 1966) nos entrega con este conjunto un fresco de la actualidad humana –a un tiempo, universal y nacional; a veces, marcadamente habanera- donde su vigoroso lirismo entabla complicidad, poniéndolas a su servicio, con sus conocidas excelencias de narrador y repentista:

El M-6 alborota/ las losas que ilustró Amelia./ David sale de Coppelia/ desnudo y nadie lo nota./ Un extranjero rebota/ sobre una grupa nocturna/ y le gusta, se embadurna/ de esa negritud cutánea:/ mixtura mediterránea,/ plebiscito ante esta Urna/ cuidada por Afrodita/ y Safo y Anaïs Nin/ y Ochún, Changó, el Yan y el Ying...

Páginas cimeras de la cultura cubana y universal encuentran en el decimario resonancias de fina evocación:

Bola ríe, Rita trata de que le compren maní, y Bola duerme a un negrito como él... No necesito nada más... Ya están aquí... Aplausos (¡Lo conseguí!) Aplausos. Les doy la mano. Los beso. ¿Mezzosoprano? ¿Tenor ronco? Ah, sí, perdón... Se van. Pero en el rincón ríe, llora, aplaude el piano.

¿Coloquialismo posmoderno? Puede ser. Dejo eso para el futuro y sus manías clasificadoras. Por ahora, un libro que se lee con deleite y conmoción. Un libro que aporta sus virtudes a los saldos de que hablé en el párrafo primero. Un libro que aborda la inmediatez y la trasciende hacia los inmitigables afanes del hombre, mediante una mano zurda que ante el espejo confiesa:

Frente al vidrio me sentí/ por primera vez derecha./ Y me quedé insatisfecha,/ y torpe y zocata y...