martes, 27 de enero de 2009




Ramiro
Guerra
Sánchez:
Pasión
y cubanía

Entre sus muchos aportes
como intelectual,
fue poeta decimista




Por Juan Carlos García Guridi

Historiador, pedagogo, sociólogo y economista, Ramiro Guerra Sánchez es uno de los más ilustres intelectuales cubanos de la vigésima centuria. Nacido el 31 de enero de 1880, en el cafetal Jesús Nazareno, situado en las afueras del municipio habanero de Batabanó, pasó su niñez y juventud presenciando la devastación resultante de la gesta independentista de 1895-98, en la cual participaron muchos de sus familiares y él mismo adolescente.

A pesar de que con excesiva modestia se autocalificaba “maestro improvisado”, aprobó los exámenes establecidos para alcanzar el bachillerato, y consiguió, en 1900, ingresar en el Curso Especial para Maestros que ofreció la Universidad de Harvard, Cambridge, en Estados Unidos.

En lo adelante —y para no detenernos en cada uno de sus múltiples aportes, por considerar que más que no ser objeto de nuestro trabajo, son merecedores de una investigación más rigurosa—, son tales sus desvelos científicos que según Julio Le Riverend en ocasión del centenario de su natalicio: introduce en el cuadro de la historia general de Cuba los hechos económicos, sociales y culturales y sus génesis, así como sus relaciones a la manera de componentes o partes de la totalidad del proceso; aun más, reflejando la propensión positivista de indagar en el “ser nacional”, propone explicaciones de la psicología social cubana. En suma, persigue la aprehensión total del proceso histórico, con lo cual deja abierto un camino todavía hoy por recoger, pero como exigencia marxista-leninista de una visión integrada de la sociedad.

Como pedagogo fue tal su relevancia que basta añadir que otro hombre prominente, Ernesto García Alzola, dijo de él: Para hallar otro cubano, antes de la Revolución, que pudiera comparársele en este terreno tendríamos que acudir a Luz y Caballero; y ya en nuestro siglo, todos quedan inferiores a su grandeza. Sin temor a la hipérbole, se puede afirmar que Ramiro Guerra ha sido, por el conjunto de sus trabajos educativos, el crítico más sobresaliente de nuestra educación, aunque se haya limitado al nivel elemental y, en éste, a los problemas de la macroestructuctura más que a los científicos de la enseñanza, en los que sobresale Aguayo.

Con estas dos autorizadas opiniones podemos conformarnos un criterio del autor de obras imprescindibles como Manual de Historia de Cuba, Mudos Testigos y La expansión territorial de los Estados Unidos a expensas de España y de los países hispanoamericanos.

Del patriota cabal que fue —so pena de su filiación no marxista— da fe la totalidad de sus obras, sin duda alguna revolucionaria en cualquier sentido del término; y una actitud suya poco conocida en ocasión de la Protesta de los Trece, de la cual Juan Marinello ofrece testimonio en las páginas de Bohemia: La alarma levantada por la censura inusual alcanzó a círculos y actividades que parecían adormecidos en la complicidad jugosa. Tiene mucho sentido que fuera un hombre de la ubicación de Ramiro Guerra, quien, desde su tribuna del Diario de la Marina, anunciase el “estado de sitio” a los enemigos del pueblo. Sus palabras traspasaban lo anecdótico, llegando al fondo del suceso. […] En la advertencia del autor de Azúcar y Población en Las Antillas a los responsables del desastre late una buida interpretación de la insurgencia juvenil que alzaba, de improviso, sus banderas. En sus palabras se toca un complejo de culpa de muy ancho radio. Nadie quedaría en lo adelante libre del examen justiciero, nadie, proclamaba, “se sentiría seguro en la posesión de una reputación legítima”.

Constantemente reafirma su amor por lo cubano. Cuenta él mismo, refiriéndose al capitán del Ejército Libertador Máximo Dubouchet, amigo de la familia: Recuerdo —tendría Ramiro 15 ó 16 años— que en cierta ocasión llegó a caballo con varios insurrectos más y el Delegado del Gobernador Civil de la Revolución en la provincia de la Habana Francisco Nin y Mendive. Este sabía que yo hacía décimas, y me había pedido una dedicada a él, sin que se la hubiese hecho y al ver mi carretón cargado, entre otras cosas de aguacates, próximo a salir para Quivicán, me dijo riéndose: “Ahora me improvisas una décima o te hago botar los aguacates”. Yo sabía que era una broma, pero deseando complacerlo, le improvisé la décima siguiente: Ya que por la libertad / Luchas en fieros combates, / Déjame los aguacates / Delegado, por piedad, / Que es tal mi necesidad / Y es tan grande mi pobreza / Que si aquí con entereza / Me los hace usted botar / Prefiero que me haga ahorcar / O me arranque la cabeza. Y con su modestia característica añade a continuación: Podrá esta décima de compromiso parecer ramplona y estar llena de ripios, pero al delegado le pareció muy buena o me quiso halagar diciéndomelo […].

Y, al parecer, a la hora escribir este episodio en Por las veredas del pasado, Ramiro estaba conciente del asonante acusado por su estrofa e intentó llamarnos la atención de ello. No obstante, su pasión por la décima quedó patentizada en 1911, cuando en Cuba Pedagógica, revista fundada él mismo, publicó un interesante trabajo titulado ”La poesía popular cubana en la escuela primaria”, donde plantea: por atavismo acaso, o porque el barniz de cultura que he logrado adquirir, no ha llegado a modificar en mí las tendencias y los sentimientos formados en los primeros años de mi vida, pasados en el campo; para más adelante expresar con agudeza: es lo cierto que amo profunda […] y sinceramente las cosas de mi tierra —no me avergüenzo de decirlo— y entre ellos los cantos rústicos y sencillos de nuestros guajiros, en los cuales muchas veces encuentro más sentimientos, más vida y más poesía, que en las sutiles y alambicadas elucubraciones de muchos poetas psicólogos, escépticos y modernistas que hemos padecido y que por mucho tiempo padeceremos si Dios y una crítica digna de tal nombre no lo remedian eficaz y prontamente.

Es curioso cómo alerta sobre una situación que todavía subsiste de algún modo en las letras cubanas; al tiempo que su sola incursión en la décima oral improvisada y cantada dignifica toda una tradición.

Fallecido, en La Habana, el 29 de octubre de 1970, para Ramiro Guerra Sánchez la poesía popular fue casi nuestra única literatura nacional, y advirtió no sólo en ella una capacidad de “cubanización”, sino que le atribuyó un poderoso factor de educación cívica y cultura moral.



Publicado en Trabajadores

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