martes, 17 de febrero de 2015

La incómoda certeza de la soledad


Presentación del cuaderno
Premio Ala Décima 2014

En el encuentro por los quince del Grupo Ala Décima y premiación de su XV concurso nacional —también saludo de la agrupación a la 24 Feria Internacional del Libro, efectuado el 2 de febrero en la peña semanal de la biblioteca Tina Modotti, en Alamar, municipio de La Habana del Este, fue presentado en forma de folleto el cuaderno Oda al jinete del caballo blanco, de Lisy García Valdés (Santa Clara, Villa Clara, 1973), merecedor del Premio Ala Décima 2014. Las palabras para darlo a conocer estuvieron a cargo del poeta Isbel Díaz Torres, editor y diseñador de esta reducida edición, quien fuera además integrante del jurado del XIV concurso nacional Ala Décima 2014.


LA INCÓMODA CERTEZA DE LA SOLEDAD
 

Miré al cielo / y vi la nada. Así inicia Lisy García Valdés su agónico pase de revista, su mirada escrutadora por la superficie de una ciudad arrasada por la soledad, la pobreza. Y es en ese paisaje donde aparece el hombre, un hombre: personaje de bordes inasibles que encarna a un tiempo la humanidad toda, a sí misma, y al otro. Se trata de un ente capaz de la autodestrucción: derroche eterno y mentira, impiedad que saja la piel de otro; ser mitológico que la autora interpela una y otra vez. Pareciera un despropósito esta insistencia de diálogo con el hombre-olvido, hombre-descuido, que le cierra la puerta, principal responsable de esa noche pesada que es el signo de su actual existencia. Es más, pareciera un acto masoquista, que busca un lento padecer abandonada como está en esa pradera desierta.

Mas ese hombre, ese jinete de caballo blanco también será quien dé las primeras pistas para la luz. Por este vía crucis ha de llegarse a la ya clásica comprensión de cuán solos estamos sobre este planeta. Cada uno, cada una, tendrá en su momento que comprender algo simple y terrible: quizás sea la muerte la cosa más segura que podamos aprehender.

Y este pensamiento me sorprendió ¿por qué hoy? mientras avanzaba en ese progresivo ascenso que significa esta oda. El autor o autora, desconocido por mí en aquel momento, arribaba a la incómoda certeza de su soledad: Nadie llega, el vacío embiste.

A través de un cuerpo frágil, en unas estrofas esmirriadas y maltrechas, se imprimían en mis pupilas unos versos audaces, dotados de la suficiente limpieza como para traspasar la frivolidad del juego literario, de las convenciones y normas, y hacer llegar el atormentado mensaje del desamparo. Es tal la lucidez de esta poetisa, que no necesita de imágenes demasiado rebuscadas para salir airosa en este reto que significa adentrarse en tales búsquedas filosóficas. Me perdí buscando tu mano, dice en su último verso; y uno completa la espira luminosa, y se pierde también en esa nada, ese vacío, esa noche, esa pradera desierta.

Me niego a banalizar esta entrega de Lisy, pretendiendo un símil con la imagen de una Penélope cualquiera en erótica espera de su galán. Aunque este bien pudiera ser un poema de amor, el profético jinete con la muerte en los brazos que lo recorre no es el héroe. La heroína es aquella que ha logrado al fin despreciarlo, e inventarse sobre el alpiste.

Sobre la propuesta formal de este cuaderno ¿qué decir? Escasas son las veces en la literatura cubana contemporánea donde la heterometría funciona con tal coherencia de forma y contenido (ahora mismo viene a mi mente el delicioso cuaderno La hilacha, del consagrado Roberto Manzano). Una especial belleza emana de este entrecortado discurso de Oda al jinete…, donde una exquisita selección de metros, combinado con una serie de asonancias internas muy bien colocadas, logran propiciar un avance fluido, con reminiscencias musicales más que disfrutables.

Pero lo más destacable en este caso es una admirable sobriedad, por encima de todo efectismo o juego gratuito. Lisy no se deja llevar por el entusiasmo escritural de la acrobacia. Decir, en su caso, es a la vez sinónimo y antónimo de evangelizar: trae consigo una noticia muy importante, aunque esta no sea precisamente una buena noticia. Para ello no hay que andarse con rodeos o cornucopias, sino dar fe de la agonía propia, ese no llegar. Y ya sabemos: toda agonía entraña cierta divinidad.

De tal modo, Lisy García Valdés ha arriesgado sus cartas, a contrapelo de puristas y metrónomos; pero no caben dudas: ha escogido la décima, ese recipiente infinitamente dúctil capaz de deformarse sosteniblemente sin romperse. Y ese acto audaz, después de entender que será incomprendida y señalada, que el jinete del caballo blanco no la salvará; no puede ser otra cosa que un acto poético.


La Timba, 1 de febrero de 2015




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