Presentación del cuaderno
Premio Ala Décima 2014
En el encuentro
por los quince del Grupo Ala Décima y premiación de su XV concurso nacional
—también saludo de la agrupación a la 24 Feria
Internacional del Libro—, efectuado
el 2 de febrero en la peña
semanal de la biblioteca
Tina Modotti, en Alamar,
municipio de La Habana
del Este, fue presentado en forma de folleto el cuaderno Oda
al jinete del caballo blanco, de Lisy García Valdés
(Santa Clara, Villa Clara, 1973), merecedor del Premio
Ala Décima 2014. Las palabras para darlo a conocer estuvieron a cargo del
poeta Isbel
Díaz Torres, editor y diseñador de esta reducida edición, quien fuera
además integrante del jurado
del XIV concurso nacional Ala Décima 2014.
LA INCÓMODA CERTEZA DE LA
SOLEDAD
Miré al cielo / y vi la nada. Así inicia Lisy García Valdés
su agónico pase de revista, su mirada escrutadora por la superficie de una
ciudad arrasada por la soledad, la pobreza. Y es en ese paisaje donde aparece el hombre, un hombre: personaje de bordes inasibles que encarna a un tiempo la
humanidad toda, a sí misma, y al otro. Se trata de un ente capaz de la
autodestrucción: derroche eterno y mentira,
impiedad que saja la piel de otro;
ser mitológico que la autora interpela una y otra vez. Pareciera un
despropósito esta insistencia de diálogo con el hombre-olvido, hombre-descuido,
que le cierra la puerta, principal responsable de esa noche pesada que es el
signo de su actual existencia. Es más, pareciera un acto masoquista, que busca un lento padecer abandonada como está en
esa pradera desierta.
Mas ese hombre, ese jinete de caballo
blanco también será quien dé las primeras pistas para la luz. Por este vía
crucis ha de llegarse a la ya clásica comprensión de cuán solos estamos sobre
este planeta. Cada uno, cada una, tendrá en su momento que comprender algo
simple y terrible: quizás sea la muerte la cosa más segura que podamos aprehender.
Y este pensamiento me
sorprendió ¿por qué hoy? mientras
avanzaba en ese progresivo ascenso que significa esta oda. El autor o autora, desconocido
por mí en aquel momento, arribaba a la incómoda certeza de su soledad: Nadie llega, el vacío embiste.
A través de un cuerpo
frágil, en unas estrofas esmirriadas y maltrechas, se imprimían en mis pupilas
unos versos audaces, dotados de la suficiente limpieza como para traspasar la
frivolidad del juego literario, de las convenciones y normas, y hacer llegar el
atormentado mensaje del desamparo. Es tal la lucidez de esta poetisa, que no
necesita de imágenes demasiado rebuscadas para salir airosa en este reto que
significa adentrarse en tales búsquedas filosóficas. Me perdí buscando tu mano, dice en su último verso; y uno completa
la espira luminosa, y se pierde también en esa nada, ese vacío, esa noche, esa
pradera desierta.
Me niego a banalizar esta
entrega de Lisy, pretendiendo un símil con la imagen de una Penélope cualquiera
en erótica espera de su galán. Aunque este bien pudiera ser un poema de amor, el profético jinete con
la muerte en los brazos que lo recorre no es el héroe. La heroína es aquella
que ha logrado al fin despreciarlo, e inventarse
sobre el alpiste.
Sobre la propuesta formal de
este cuaderno ¿qué decir? Escasas son las veces en la literatura cubana
contemporánea donde la heterometría funciona con tal coherencia de forma y
contenido (ahora mismo viene a mi mente el delicioso cuaderno La
hilacha, del consagrado Roberto
Manzano). Una especial belleza emana de este entrecortado discurso
de Oda al jinete…, donde una
exquisita selección de metros, combinado con una serie de asonancias internas
muy bien colocadas, logran propiciar un avance fluido, con reminiscencias
musicales más que disfrutables.
Pero lo más destacable en
este caso es una admirable sobriedad, por encima de todo efectismo o juego
gratuito. Lisy no se deja llevar por el entusiasmo escritural de la acrobacia. Decir, en su caso, es a la vez sinónimo
y antónimo de evangelizar: trae
consigo una noticia muy importante, aunque esta no sea precisamente una buena
noticia. Para ello no hay que andarse con rodeos o cornucopias, sino dar fe de
la agonía propia, ese no llegar. Y ya
sabemos: toda agonía entraña cierta divinidad.
De tal modo, Lisy García Valdés
ha arriesgado sus cartas, a contrapelo de puristas y metrónomos; pero no caben dudas: ha escogido la décima, ese
recipiente infinitamente dúctil capaz de deformarse sosteniblemente sin
romperse. Y ese acto audaz, después de entender que será incomprendida y
señalada, que el jinete del caballo blanco no la salvará; no puede ser otra
cosa que un acto poético.
La Timba, 1 de febrero de
2015
INFORMACIÓN RELACIONADA:
No hay comentarios:
Publicar un comentario