soledad del poeta
Por Roberto Manzano
Con motivo del Premio Nicolás Guillén, que el que escribe estas líneas obtuviera en el
Pero ahora recupero de allí tres preguntas, que me parecen la mar de interesantes (creo sinceramente que lo respondido no agota ni por asomo el insondable horizonte que ellas suscitan), incluyo las respuestas de entonces, y me ofrezco a mí mismo, con la venia de Riverón, la oportunidad de comentarlas nuevamente. De todos modos, ¿qué exhaunción puede haber en una interrogación sobre poesía? Por muy detenida o afilada que sea la aproximación, hay siempre en su belleza esquiva, en su huidiza totalidad, un aire fugitivo, un desdibujo del contorno que quiere apresarse que deja entre los dedos la herida silenciosa de un fracaso.
En una frase extrañamente amarga, el ruso Alexander Blok afirmaba que, de todos los géneros literarios, es la poesía la que se encuentra más cerca del cielo. Pero ―añadía―, ese mismo empeño en lo sublime, la aleja del lector común, y le permite apenas un pequeño grupo de fieles, como una cofradía que jamás se hace demasiado amplia. ¿Qué dirías tú mismo, casi ochenta años después?
Cuánto he admirado siempre a Blok, y me satisface que lo cites, porque siempre resulta exacto y provocador, aunque sea amargo lo dicho. En efecto: la poesía es como la escala de Jacob, por la que se puede subir al cielo. Pero siempre hay que reñir en lo oscuro con los ángeles, que resultan ser terribles, y de cuyos forcejeos heroicos uno queda renqueando para siempre. La sacralidad del sitio donde uno ha peleado con lo divino ―que es el espacio del poema― sólo es visible enteramente para unos pocos, como una especie de milicia muy escogida, que han tenido de algún modo experiencias semejantes o poseen el don de comprenderlas sin necesidad de vivencias directas. Esto es cierto como un puño. Lo confirma el hecho de que en realidad son los poetas los que legitiman a los poetas.
Pero también es verdad que es posible ampliar el círculo. Queda mucha gente en los márgenes que pudiera, con una pizca de entrenamiento y buena voluntad, penetrar con éxito en el espacio poemático, esa arena misteriosa desde donde el creador asciende por la escala. No se escribe poesía verdadera sin la presencia de muchos en la voz propia, sin el agolpe total de semejantes dentro de la más afilada soledad. Un poeta de fuerza es aquel cuya voz íntima resulta el espejo fervoroso de la mejor voz pública. Los poetas entran con su sensibilidad por los oscuros túneles freáticos de las comunidades a que pertenecen, y vuelven a la superficie del mundo con extraños moluscos, con peces desconocidos, con cromáticas estalagmitas. Tan extraña y portentosa cacería no es entendida muchas veces ni por aquellos que viven en el subsuelo, y mucho menos por los que acompañan a Júpiter en el áureo banquete. En esa falta de rápido entendimiento es donde radica la única soledad profunda del poeta, la que hay que sufrir en silencio, sin abandonar ni una sola de las exploraciones y sin dejar de exhibir los extraños hallazgos. Es la labor órfica de descender al fondo, con el deber supremo de regresar conduciendo hacia la luz los ojos de la belleza bienamada. Eso, ya se sabe, cuesta la vida, y en ello radica el heroísmo sin espectadores que constituye una vocación auténtica.
Leyendo tus libros uno tiende a imaginar que tu idea del poeta pasa por ciertas angustias. Si me pidieran más precisión evocaría, por supuesto, a Mallarmé, y su convicción de que, para que aflore el poema, primero la palabra tiene que destruir aquello que nombra. El mundo del poema es lexical, y no admite ya a la cosa. ¿Qué tienes que ver tú, en fin, con esta creencia que yo comparto?
Todo lenguaje poético posee una indudable opacidad, como los teóricos gustan decir sobre el aparente hecho de que en la poesía el mensaje se convierte en un fin en sí mismo. Pero esto sólo es verdad hasta cierto punto. Porque no conozco otro lenguaje que contenga tal grado de transparencia. En el poema se va de lo lexical a la cosa con una velocidad de aprehensión y un grado de visualización que no le conozco semejantes dentro de los diferentes tipos de comunicación humana. Sólo que ya el léxico no es el usual, se encuentra sometido a enormes fricciones y poderosos arcos voltaicos: es lenguaje exponencial. Ni la cosa es ya tampoco la referencial: es una imagen que tiene apoyaturas en lo real, pero que se desplaza dinámicamente por la psiquis hacia las cumbres de lo ideal.
Lo que sucede es que tenemos una visión lingüística de la poesía. Siempre pensamos en sus palabras. Incluso muchos poetas, algunos de ellos de excelente calidad, pero no interesados en meditar sobre sus instrumentos, revelan en sus comentarios que parten de un equivocado presupuesto tácito: la poesía se produce por un trabajo especial con las palabras, que constituye un desvío de la lengua convencional. Afirman que la poesía es un procedimiento que ocurre sobre todo dentro de esos límites. Ciertamente el signo lingüístico es la protoforma de lo poético, pero la imagen lírica es el verdadero signo literario. No se pueden elaborar imágenes sin palabras, en cuanto estamos hablando de un arte verbal, pero el poeta que se queda en la masa simétrica de las palabras, sin alcanzar el reino antigravitacional de la imagen, escribe irremediablemente fuera de la poesía. Configura poemas, pero no inscribe en ellos lo poético: son agregaciones lingüísticas, acaso sabiamente organizadas, tal vez con corrección y elegancia, como cabe a persona culta, de alguna sensibilidad, pero la cosmovisión ardiente y plástica de un ser sumergido hasta los tuétanos en la aventura humana y con suficiente gracia plasmadora queda absolutamente fuera de ese tramo fosforescente de comunicación que debe ser un poema cercanamente conseguido.
¿Cómo escribes, eres perezoso como la mayoría de los poetas, o has aprendido la disciplina de un diario careo con profesión?
Creo en la ergonomía artística, disciplina nueva que espera ser fundada y que atendería la descripción y el análisis del trabajo artístico. El trabajo creador, al igual que cualquier otro trabajo, se basa en una polaridad dinámica: el sujeto se encuentra frente a un objeto: el objeto trasmite resistencia, y el sujeto, movimiento ordenado. A mayor resistencia, más movimiento ordenado. Hay leyes de ergonomía, que rigen el proceso creador. Cada vez atiendo más a estas leyes, sobre cuya condición me he detenido a reflexionar en ensayos ya publicados. Trato de vencer, con cierto conocimiento de causa, los obstáculos que determinados propósitos me imponen. No siempre salgo vencedor, pero al menos ya he superado los ideologemas del romanticismo sobre la naturaleza del trabajo poético.
Pero no somos personas que se sostienen económicamente con la poesía. Tenemos una fama larga de pobretones y desheredados. Y la lucha por poner el pan sobre la mesa, impide que tengamos la libertad suficiente para desplegar a toda vela la riqueza de nuestro espíritu, que vive constreñido, cazando la oportunidad, como un águila que se ve obligada a picotear unos minúsculos granos entre el lodo. La imagen es martiana, que sabía que el arte es el cráneo donde sueña y piensa el espíritu, y comparaba siempre ese magno hervor con un nido de águilas luchando por ascender. Arrastramos las alas entre la marinería indiferente o sarcástica, como se cuenta en los poemas de Charles Baudelaire y Derek Walcott. Pero sólo en las alas de la poesía lo humano levanta el vuelo, y se propaga, y se afina, y se confirma definitivamente sobre la tierra y la mar inmensa.
NOTA A LOS LECTORES:
El poeta y escritor Roberto Manzano, columnista de Cubaliteraria, invita a sus lectores a participar más activamente en su sección Vertebraciones, enviando sus preguntas sobre aspectos específicos de la poesía como manifestación artística. Escriba a: manzano@cubarte.cult.cu para plantear sus interrogantes sobre la práctica y la teoría de dicha expresión.
Versión original en Cubaliteraria.
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