Un canto por Rodrigo
Nos
reporta la poetisa e investigadora Mariana Pérez Pérez,
fundadora y conductora de la tertulia La
décima es un árbol y
representante del Grupo Ala
Décima en la provincia de Villa Clara
UN
CANTO POR RODRIGO RODRÍGUEZ GÓMEZ
Cada
año en el mes de junio la tertulia «La décima es un árbol» se dedica a cuidar
el arte de poetas que ya no pueden acompañarnos. Esta vez decidimos llevar a
nuestra sala, en el Museo de Artes Decorativas, la memoria de otro de ellos,
pero no al poeta muerto, sino al que conocí hace once años y por quien
publiqué, en el boletín Guamo, la
crónica breve «Postales y tradición: la décima de Rodrigo Rodríguez Gómez», (1)
así como una selección de sus décimas en un número posterior. (2) Y
precisamente la lectura de la crónica nos lo devolvió vivo, sobre todo porque
sus familiares estaban sentados al frente: la nieta y su esposo, un sobrino, y
aquella bebé que conocí en brazos de su madre, cuando visité a Rodrigo, que
ahora es una muchachita espigada.
Rodrigo, en una antigua foto de familia.
En
la apertura, José Luis Martínez cantó las décimas «1916-2008» del poeta
homenajeado. Inmediatamente, en la presentación, después de explicar por qué le
rendíamos tributo, leí «No dejes tu amor guajiro», espinelas dedicadas a él en
1963 por su gran amigo Leoncio Yanes; momento que aproveché para saludar a
Elba, la hija de este, porque ella es la representación viva de nuestro
inspirador.
Como
el Día de los Padres no debe encerrarse en una sola fecha del año también fue
traído a la tertulia con las décimas «Avienta el pecho, Dador», (3) dedicadas a
mi padre, quien formó parte del grupo fundador de la tertulia el 21 de
septiembre de 2007.
Zamora y Orlando.
Después
de la crónica y de algunos comentarios de quienes conocieron a Rodrigo, le
cantaron los poetas Allán Valdés Montanés, Saturnino «Tata» Landín Pérez y
Orlando Ojeda, acompañados por el tres de Luis Zamora. Y, para no interrumpir
el orden del programa, leí dos postalitas del homenajeado: «Luna» y «El Puente
Amarillo»; pero como los poetas siempre dialogamos en un inacabable discurso
intertextual, me atreví a leer dos décimas casi improvisadas que hablan de ese
puente y de los ríos santaclareños (ahora que la ciudad se acerca a su
aniversario trescientos treinta). Estas décimas provocaron comentarios de
preocupación ambientalista por parte del público.
En
la tertulia hay dos secciones permanentes, que esta vez ocuparon los momentos
finales. Se comentó el Catálogo rimado
Nº 138 y cada autor presente leyó sus poemas: Fernando González Castro, Paulina
Álvarez Muñoz, Eloísa Font Ortega y la anfitriona. Por su parte, el
Especialista Principal del Museo, MsC. Jesús Llorens León, presentó «La pieza
del mes», un cuadro excelente nombrado «Frutas de Cuba» (1928) del pintor Juan
Gil García (Madrid, 1876 – La Habana, 1932). Y los repentistas, casi saboreando
esas frutas que parecen reales, improvisaron sus décimas.
Cuando
miramos el reloj eran las seis, el tiempo había pasado sin darnos cuenta. Y los
descendientes de Rodrigo Rodríguez Gómez se marcharon agradecidos de que su
familiar siguiera viviendo en la poesía.
Mariana
Enriqueta Pérez Pérez
Santa
Clara, 24 de junio de 2019
NOTAS:
1.-
PÉREZ PÉREZ, MARIANA, «Postales y tradición: la décima de Rodrigo Rodríguez
Gómez». Guamo (Santa Clara) 2 (22): 3-5, dic. 2008.
2.-
RODRÍGUEZ GÓMEZ, RODRIGO, «Poesía». Guamo (Santa Clara) 3 (25): 12-13, mar.
2009.
3.-
PÉREZ PÉREZ, MARIANA, «Avienta el pecho, Dador». Boletín Cultural Cartacuba
(Santa Clara) 34:15, jun. 2002.
POSTALES
Y TRADICIÓN:
LA
DÉCIMA DE RODRIGO RODRÍGUEZ GÓMEZ
Por
Mariana Pérez Pérez
Él
todavía está ahí. En su callecita del reparto Camacho, en Santa Clara. Yo lo vi
muchas veces, pero lo había olvidado con los años. Forma parte de un grupo de
poetas negados a cambiar su décima tradicional, la de las canturías guajiras,
la del verso llano, la que rinde culto permanente a El Cucalambé. Él siempre
estuvo en el lado de Leoncio Yanes; yo estaba en otro lugar. La vanidad, la
inexperiencia y la filiación generacional me alejaban de aquellos «viejitos»,
aunque personalmente continuaba, sin reconocerlo, por los caminos más antiguos
de lo que, para mi ignorancia, era poesía. Por ese tiempo no me interesaba la
décima, la cual, en verdad, ya mostraba síntomas de agotamiento. Y entonces
vinieron los más jóvenes, con sus cambios, con su tropología intrincada, con
sus encabalgamientos excesivos. Los mayores quedaron en silencio y, poco a poco,
la muerte iba reclamándolos. Mientras, yo seguía en la zona intermedia, lejos
de unos y de otros.
En
la década final del siglo xx, bajo tantas contingencias, los polos de la décima
escrita comenzaron a buscar un ecuador equilibrado, y la décima oral –con una
nueva promoción de poetas repentistas–
elevó sus contenidos para aproximarse a la creación de la escritura. El
nuevo siglo nos ofrece una poesía escrita en décimas más rica, diversa, que
obedece al gusto y estilo de cada autor, pero se mantiene un intercambio
fructífero entre las distintas promociones de poetas; existe tolerancia y
todos, los mayores y los más jóvenes, desembocan en un centro de gravedad donde
la ganancia es para la estrofa de diez versos.
Año
2002: comencé a investigar el movimiento de la décima escrita en Villa Clara a
partir de 1959. Entonces conocí verdaderamente a esos que veía, durante los
encuentros debates de talleres literarios –—finales de los años setenta y
década de los ochenta— como un grupo muy lejano. A través de su escritura, supe
mejor quién era Leoncio Yanes Pérez (1908-1987); pero también pude acercarme a
Joaquín Díaz-Marrero Torres (1903-1983), Andrónico Cruz Luna (1918-1994) y
Rodrigo Rodríguez Gómez (1916), a los cuales solo conocía de vista.
Varios
amigos y vecinos de Rodrigo Rodríguez Gómez me alertaron de su presencia en una
callecita del reparto Camacho; muchos planes para ir a su casa nunca se
realizaron. El domingo 22 de septiembre del 2008, Elba Yanes —hija de Leoncio—
me llevó a conocerlo. Estaba dormido en
su butaca y nos daba pena despertarlo. Algo aturdido por el sueño nos recibió;
Elba se hizo reconocer, me presentó, y vi la alegría en su rostro. La
conversación duraría cerca de tres horas.
Él
sigue aquí, entre nosotros; lo que sucede es que, a veces, los achaques de la
edad van escondiendo a los mayores en sus hogares, y dejan de sentirse en la
vida social. Pero Rodrigo Rodríguez Gómez, con sus 92 años, continúa ligado a
la décima. Me muestra un cuaderno repleto de lo que él llama «Postalitas», y me
dice que el primer domingo de cada mes, en el gimnasio de la Carretera a
Malezas, por la tarde, dirige la peña campesina
«El Cucalambé». Nació el 13 de marzo de 1916, en la calle «José Gregorio
Rodríguez» del reparto donde vive actualmente, aunque pasó toda su infancia y
parte de su juventud en el campo, en Malezas. Comenzó a escribir sus décimas a
la edad de dieciséis o diecisiete años, además de participar como repentista en
las fiestas campesinas. Alrededor del año 1927 sintió el impulso de darse a conocer
en La Política Cómica, publicación
periódica que salía los sábados, pero temía que publicaran su décima en la
sección «Inspírate vate indiano», donde eran incluidos los malos poetas;
finalmente se decidió, después tuvo mucho miedo al recibir el periódico pero,
afortunadamente, vio su décima en primera plana. Todavía puede dictarla de
memoria: Deseo a cada trovero / en el
comienzo del año / libre de penas y daño /un porvenir placentero. / Un éxito
verdadero / para que puedan triunfar, / y que llegue a progresar / el más rico
y el más pobre, / y la Caridad del Cobre / vele por su bienestar.
Es
un gran conversador y tiene buena memoria, si bien las fechas exactas se le
escapan. Recuerda un almuerzo, en Camajuaní, donde conoció al Indio
Naborí; Rodrigo improvisó con un poeta
de apellido Torres que venía acompañando a aquel. Junto con Leoncio Yanes, fue
a Camagüey (en 1960) para asistir al Primer Encuentro Nacional de Poetas y
Artistas Revolucionarios, convocado por Nicolás Guillén. Dice que era amigo del
poeta cienfueguero Luis Gómez, y que se encontraban en la barbería «El Parnaso»
—en la Plaza del Mercado de Santa Clara— donde se reunían tanto los poetas de
la región como los que pasaban por ella. Por los años treinta actuó en el
teatro La Caridad junto a Rafael Castilla, otro repentista que «tenía buena
voz». Fue fundador de la Universidad Central de Las Villas, en cuya Biblioteca
Central trabajó durante veinte años, de modo que recordamos algunos amigos
comunes que han pasado por ésta. En Quemado de Güines conoció a Emiliano
Sardiñas, quien entonces era muy joven; durante el regreso, en el auto de otro
poeta, Erasmo Núñez, comentaron que era un excelente improvisador y llegaría
lejos en el oficio.
Mientras
conversamos, bebemos café; la biznieta mayor hace pompas de jabón, la más
pequeñita —de seis meses— toma la merienda en el pecho de su mamá, después Elba
le canta y ella la atiende con una mirada muy inteligente, heredada de su
bisabuelo tal vez; yo sigo hojeando el cuaderno de Rodrigo y leo en voz alta
algunas de sus «Postalitas», selecciono las que me gustan más y las copio en mi
libreta... Todo casi a la vez. Pasadas las cinco, nos despedimos con el
compromiso de nuevos encuentros.
Ahora
puedo decir que Rodrigo Rodríguez Gómez sigue vivo, en su callecita del reparto
Camacho, con «Postales» que hablan de Martí, de la Revolución, de las fechas
históricas, pero también de la luna, del «Astro Rey», del amor, de sus biznietas, del libro, de la cultura,
del sinsonte, y hasta de las discriminadas, pero útiles, tiñosas... Las
postales de Rodrigo son palabras vivas dentro de una sencillez que él prefiere
y defiende, aunque sabe que ya la décima usa otros ropajes: Yo vivo en este planeta / en constante
evolución / recostado en el balcón / de mis sueños de poeta. / Ya rebasada la
meta, / mi lenguaje se acomoda. / Mientras la décima toda / estrena un nuevo
ropaje, / la nuestra se pone un traje / ya viejo, fuera de moda. Lamento
contradecirlo. No existe un traje «viejo» ni «fuera de moda”» en la décima,
simplemente es un ropaje tradicional, que forma parte del repentismo, de la cultura popular, y por tanto, no debemos
echarlo al olvido. Antes, cuando mi vanidad juvenil y mi inexperiencia no me
permitían comprenderlo, yo estaba en la orilla opuesta de aquellos poetas
mayores en edad. Hoy me acerco desprejuiciadamente a su creación y me siento
feliz de mostrársela al mundo. No importa la forma del traje, su valor
dependerá de que Rodrigo Rodríguez Gómez continúe vivo dentro de él por muchos
años.
«POSTALES» DE RODRIGO RODRÍGUEZ GÓMEZ
1916-2008
Hoy
cumplo noventa y dos
años
de existencia plena
con
la bendición serena
que
me ha concedido Dios,
y
voy de la vida en pos
sin
perder ningún segundo
en
el ambiente fecundo,
por
lo que a nada le temo
mientras
permita el Supremo
que
yo viva en este mundo.
Y
voy siguiendo el camino
que
de lo insano me alerta
con
la inspiración despierta
del
poeta campesino.
Mantengo
así lo divino
que
he podido concebir
y
hasta podrán recibir,
como
siempre, mis lecciones
las
nuevas generaciones
del
mundo que ha de venir.
(13-marzo-2008)
LA
LUNA
La
luna, la luna hermosa
en
noches claras de enero
nos
ilumina el sendero
con
su luz maravillosa.
Es
lámpara poderosa
alumbrando
los alcores,
y
allá en los tiempos mejores
de
la juventud que aflora
se
convierte en detectora
de
unos ocultos amores.
(Verano,
2007)
EL
PUENTE AMARILLO
Ayer
pasé por el puente
que
Amarillo se llamó
en
un tiempo que pasó
y
que tengo muy presente.
Y
evoqué la floreciente
vegetación
de aquel plan,
y
hoy los que pasan verán
cómo
a su libre albedrío
se
están bañando en el río
las
flores de framboyán. [Sic.]
(Junio
2007)
POSTALES
PARA RODRIGO,
DESDE
EL «PUENTE AMARILLO»
A la memoria de Rodrigo Rodríguez
Gómez
Usted
vio amarillo el puente, (1)
ahora
yo lo veo oscuro
sobre
un río sin futuro
de
ciudad convaleciente.
El
tiempo como la gente
vive
su prisa inmadura.
Nada
es limpio. El agua pura
perdió
el rumor, los afanes:
bajo
aquellos flamboyanes
solo
corre la basura.
Con
cuánto dolor persigo
una
música allá abajo,
donde
mudo yace el gajo
sin
flores ni luz, Rodrigo.
Y
del Bélico (2) ni digo,
pobre
surco de alquitrán.
Hacia
los mares no van
las
desvaídas corrientes:
solo,
en piedras indigentes,
perdió
el poder de su imán.
Mariana
Enriqueta Pérez Pérez
20-6-2019
NOTAS:
1.- Puente sobre el río Cubanicay, en la carretera a Sagua.
2.- Se dice que el poeta Gabriel de la Concepción Valdés «Plácido» lo llamó
así porque en sus orillas existía mineral de imán, símbolo guerrero, y crecían laureles, símbolo de victoria.
EN NUESTROS ARCHIVOS:
—Entre los numerosos lauros
alcanzados por Mariana están el Gran
Premio en el VIII concurso Décima al filo 2015 y el Premio
del X concurso nacional de glosas Jesús Orta Ruiz, Indio Naborí, 2018.
MÁS SOBRE LA DÉCIMA EN ESTA PROVINCIA:
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