jueves, 4 de julio de 2019

La décima es un árbol de junio


Un canto por Rodrigo

Nos reporta la poetisa e investigadora Mariana Pérez Pérez, fundadora y conductora de la tertulia La décima es un árbol y representante del Grupo Ala Décima en la provincia de Villa Clara

UN CANTO POR RODRIGO RODRÍGUEZ GÓMEZ

Cada año en el mes de junio la tertulia «La décima es un árbol» se dedica a cuidar el arte de poetas que ya no pueden acompañarnos. Esta vez decidimos llevar a nuestra sala, en el Museo de Artes Decorativas, la memoria de otro de ellos, pero no al poeta muerto, sino al que conocí hace once años y por quien publiqué, en el boletín Guamo, la crónica breve «Postales y tradición: la décima de Rodrigo Rodríguez Gómez», (1) así como una selección de sus décimas en un número posterior. (2) Y precisamente la lectura de la crónica nos lo devolvió vivo, sobre todo porque sus familiares estaban sentados al frente: la nieta y su esposo, un sobrino, y aquella bebé que conocí en brazos de su madre, cuando visité a Rodrigo, que ahora es una muchachita espigada.

 Rodrigo, en una antigua foto de familia.

En la apertura, José Luis Martínez cantó las décimas «1916-2008» del poeta homenajeado. Inmediatamente, en la presentación, después de explicar por qué le rendíamos tributo, leí «No dejes tu amor guajiro», espinelas dedicadas a él en 1963 por su gran amigo Leoncio Yanes; momento que aproveché para saludar a Elba, la hija de este, porque ella es la representación viva de nuestro inspirador.

Como el Día de los Padres no debe encerrarse en una sola fecha del año también fue traído a la tertulia con las décimas «Avienta el pecho, Dador», (3) dedicadas a mi padre, quien formó parte del grupo fundador de la tertulia el 21 de septiembre de 2007.

Zamora y Orlando.

Después de la crónica y de algunos comentarios de quienes conocieron a Rodrigo, le cantaron los poetas Allán Valdés Montanés, Saturnino «Tata» Landín Pérez y Orlando Ojeda, acompañados por el tres de Luis Zamora. Y, para no interrumpir el orden del programa, leí dos postalitas del homenajeado: «Luna» y «El Puente Amarillo»; pero como los poetas siempre dialogamos en un inacabable discurso intertextual, me atreví a leer dos décimas casi improvisadas que hablan de ese puente y de los ríos santaclareños (ahora que la ciudad se acerca a su aniversario trescientos treinta). Estas décimas provocaron comentarios de preocupación ambientalista por parte del público.

En la tertulia hay dos secciones permanentes, que esta vez ocuparon los momentos finales. Se comentó el Catálogo rimado Nº 138 y cada autor presente leyó sus poemas: Fernando González Castro, Paulina Álvarez Muñoz, Eloísa Font Ortega y la anfitriona. Por su parte, el Especialista Principal del Museo, MsC. Jesús Llorens León, presentó «La pieza del mes», un cuadro excelente nombrado «Frutas de Cuba» (1928) del pintor Juan Gil García (Madrid, 1876 – La Habana, 1932). Y los repentistas, casi saboreando esas frutas que parecen reales, improvisaron sus décimas.

 Familiares de Rodrigo.

Cuando miramos el reloj eran las seis, el tiempo había pasado sin darnos cuenta. Y los descendientes de Rodrigo Rodríguez Gómez se marcharon agradecidos de que su familiar siguiera viviendo en la poesía.

Mariana Enriqueta Pérez Pérez
Santa Clara, 24 de junio de 2019


NOTAS:

1.- PÉREZ PÉREZ, MARIANA, «Postales y tradición: la décima de Rodrigo Rodríguez Gómez». Guamo (Santa Clara) 2 (22): 3-5, dic. 2008.

2.- RODRÍGUEZ GÓMEZ, RODRIGO, «Poesía». Guamo (Santa Clara) 3 (25): 12-13, mar. 2009.

3.- PÉREZ PÉREZ, MARIANA, «Avienta el pecho, Dador». Boletín Cultural Cartacuba (Santa Clara) 34:15, jun. 2002.


POSTALES Y TRADICIÓN:
LA DÉCIMA DE RODRIGO RODRÍGUEZ GÓMEZ

Por Mariana Pérez Pérez

Él todavía está ahí. En su callecita del reparto Camacho, en Santa Clara. Yo lo vi muchas veces, pero lo había olvidado con los años. Forma parte de un grupo de poetas negados a cambiar su décima tradicional, la de las canturías guajiras, la del verso llano, la que rinde culto permanente a El Cucalambé. Él siempre estuvo en el lado de Leoncio Yanes; yo estaba en otro lugar. La vanidad, la inexperiencia y la filiación generacional me alejaban de aquellos «viejitos», aunque personalmente continuaba, sin reconocerlo, por los caminos más antiguos de lo que, para mi ignorancia, era poesía. Por ese tiempo no me interesaba la décima, la cual, en verdad, ya mostraba síntomas de agotamiento. Y entonces vinieron los más jóvenes, con sus cambios, con su tropología intrincada, con sus encabalgamientos excesivos. Los mayores quedaron en silencio y, poco a poco, la muerte iba reclamándolos. Mientras, yo seguía en la zona intermedia, lejos de unos y de otros.

En la década final del siglo xx, bajo tantas contingencias, los polos de la décima escrita comenzaron a buscar un ecuador equilibrado, y la décima oral –con una nueva promoción de poetas repentistas–  elevó sus contenidos para aproximarse a la creación de la escritura. El nuevo siglo nos ofrece una poesía escrita en décimas más rica, diversa, que obedece al gusto y estilo de cada autor, pero se mantiene un intercambio fructífero entre las distintas promociones de poetas; existe tolerancia y todos, los mayores y los más jóvenes, desembocan en un centro de gravedad donde la ganancia es para la estrofa de diez versos.

Año 2002: comencé a investigar el movimiento de la décima escrita en Villa Clara a partir de 1959. Entonces conocí verdaderamente a esos que veía, durante los encuentros debates de talleres literarios –—finales de los años setenta y década de los ochenta— como un grupo muy lejano. A través de su escritura, supe mejor quién era Leoncio Yanes Pérez (1908-1987); pero también pude acercarme a Joaquín Díaz-Marrero Torres (1903-1983), Andrónico Cruz Luna (1918-1994) y Rodrigo Rodríguez Gómez (1916), a los cuales solo conocía de vista.

Varios amigos y vecinos de Rodrigo Rodríguez Gómez me alertaron de su presencia en una callecita del reparto Camacho; muchos planes para ir a su casa nunca se realizaron. El domingo 22 de septiembre del 2008, Elba Yanes —hija de Leoncio— me llevó a conocerlo. Estaba dormido  en su butaca y nos daba pena despertarlo. Algo aturdido por el sueño nos recibió; Elba se hizo reconocer, me presentó, y vi la alegría en su rostro. La conversación duraría cerca de tres horas.

Él sigue aquí, entre nosotros; lo que sucede es que, a veces, los achaques de la edad van escondiendo a los mayores en sus hogares, y dejan de sentirse en la vida social. Pero Rodrigo Rodríguez Gómez, con sus 92 años, continúa ligado a la décima. Me muestra un cuaderno repleto de lo que él llama «Postalitas», y me dice que el primer domingo de cada mes, en el gimnasio de la Carretera a Malezas, por la tarde, dirige la peña campesina  «El Cucalambé». Nació el 13 de marzo de 1916, en la calle «José Gregorio Rodríguez» del reparto donde vive actualmente, aunque pasó toda su infancia y parte de su juventud en el campo, en Malezas. Comenzó a escribir sus décimas a la edad de dieciséis o diecisiete años, además de participar como repentista en las fiestas campesinas. Alrededor del año 1927 sintió el impulso de darse a conocer en La Política Cómica, publicación periódica que salía los sábados, pero temía que publicaran su décima en la sección «Inspírate vate indiano», donde eran incluidos los malos poetas; finalmente se decidió, después tuvo mucho miedo al recibir el periódico pero, afortunadamente, vio su décima en primera plana. Todavía puede dictarla de memoria: Deseo a cada trovero / en el comienzo del año / libre de penas y daño /un porvenir placentero. / Un éxito verdadero / para que puedan triunfar, / y que llegue a progresar / el más rico y el más pobre, / y la Caridad del Cobre / vele por su bienestar.

Es un gran conversador y tiene buena memoria, si bien las fechas exactas se le escapan. Recuerda un almuerzo, en Camajuaní, donde conoció al Indio Naborí;  Rodrigo improvisó con un poeta de apellido Torres que venía acompañando a aquel. Junto con Leoncio Yanes, fue a Camagüey (en 1960) para asistir al Primer Encuentro Nacional de Poetas y Artistas Revolucionarios, convocado por Nicolás Guillén. Dice que era amigo del poeta cienfueguero Luis Gómez, y que se encontraban en la barbería «El Parnaso» —en la Plaza del Mercado de Santa Clara— donde se reunían tanto los poetas de la región como los que pasaban por ella. Por los años treinta actuó en el teatro La Caridad junto a Rafael Castilla, otro repentista que «tenía buena voz». Fue fundador de la Universidad Central de Las Villas, en cuya Biblioteca Central trabajó durante veinte años, de modo que recordamos algunos amigos comunes que han pasado por ésta. En Quemado de Güines conoció a Emiliano Sardiñas, quien entonces era muy joven; durante el regreso, en el auto de otro poeta, Erasmo Núñez, comentaron que era un excelente improvisador y llegaría lejos en el oficio. 

Mientras conversamos, bebemos café; la biznieta mayor hace pompas de jabón, la más pequeñita —de seis meses— toma la merienda en el pecho de su mamá, después Elba le canta y ella la atiende con una mirada muy inteligente, heredada de su bisabuelo tal vez; yo sigo hojeando el cuaderno de Rodrigo y leo en voz alta algunas de sus «Postalitas», selecciono las que me gustan más y las copio en mi libreta... Todo casi a la vez. Pasadas las cinco, nos despedimos con el compromiso de nuevos encuentros.

Ahora puedo decir que Rodrigo Rodríguez Gómez sigue vivo, en su callecita del reparto Camacho, con «Postales» que hablan de Martí, de la Revolución, de las fechas históricas, pero también de la luna, del «Astro Rey», del amor,  de sus biznietas, del libro, de la cultura, del sinsonte, y hasta de las discriminadas, pero útiles, tiñosas... Las postales de Rodrigo son palabras vivas dentro de una sencillez que él prefiere y defiende, aunque sabe que ya la décima usa otros ropajes: Yo vivo en este planeta / en constante evolución / recostado en el balcón / de mis sueños de poeta. / Ya rebasada la meta, / mi lenguaje se acomoda. / Mientras la décima toda / estrena un nuevo ropaje, / la nuestra se pone un traje / ya viejo, fuera de moda. Lamento contradecirlo. No existe un traje «viejo» ni «fuera de moda”» en la décima, simplemente es un ropaje tradicional, que forma parte del repentismo, de  la cultura popular, y por tanto, no debemos echarlo al olvido. Antes, cuando mi vanidad juvenil y mi inexperiencia no me permitían comprenderlo, yo estaba en la orilla opuesta de aquellos poetas mayores en edad. Hoy me acerco desprejuiciadamente a su creación y me siento feliz de mostrársela al mundo. No importa la forma del traje, su valor dependerá de que Rodrigo Rodríguez Gómez continúe vivo dentro de él por muchos años.

 «POSTALES» DE RODRIGO RODRÍGUEZ GÓMEZ

1916-2008

Hoy cumplo noventa y dos
años de existencia plena
con la bendición serena
que me ha concedido Dios,
y voy de la vida en pos
sin perder ningún segundo
en el ambiente fecundo,
por lo que a nada le temo
mientras permita el Supremo
que yo viva en este mundo.

Y voy siguiendo el camino
que de lo insano me alerta
con la inspiración despierta
del poeta campesino.
Mantengo así lo divino
que he podido concebir
y hasta podrán recibir,
como siempre, mis lecciones
las nuevas generaciones
del mundo que ha de venir.

(13-marzo-2008)


LA LUNA

La luna, la luna hermosa
en noches claras de enero
nos ilumina el sendero
con su luz maravillosa.
Es lámpara poderosa
alumbrando los alcores,
y allá en los tiempos mejores
de la juventud que aflora
se convierte en detectora
de unos ocultos amores.

(Verano, 2007)


EL PUENTE AMARILLO

Ayer pasé por el puente
que Amarillo se llamó
en un tiempo que pasó
y que tengo muy presente.
Y evoqué la floreciente
vegetación de aquel plan,
y hoy los que pasan verán
cómo a su libre albedrío
se están bañando en el río
las flores de framboyán. [Sic.]

(Junio 2007)



POSTALES PARA RODRIGO,
DESDE EL «PUENTE AMARILLO»

A la memoria de Rodrigo Rodríguez Gómez


Usted vio amarillo el puente, (1)
ahora yo lo veo oscuro
sobre un río sin futuro
de ciudad convaleciente.
El tiempo como la gente
vive su prisa inmadura.
Nada es limpio. El agua pura
perdió el rumor, los afanes:
bajo aquellos flamboyanes
solo corre la basura.

Con cuánto dolor persigo
una música allá abajo,
donde mudo yace el gajo
sin flores ni luz, Rodrigo.
Y del Bélico (2) ni digo,
pobre surco de alquitrán.
Hacia los mares no van
las desvaídas corrientes:
solo, en piedras indigentes,
perdió el poder de su imán.

Mariana Enriqueta Pérez Pérez
20-6-2019


NOTAS:

1.- Puente sobre el río Cubanicay, en la carretera a Sagua.

2.- Se dice que el poeta Gabriel de la Concepción Valdés «Plácido» lo llamó así porque en sus orillas existía mineral de imán, símbolo guerrero,  y crecían laureles, símbolo de victoria.



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