viernes, 27 de marzo de 2020

Alexis Díaz-Pimienta: Réquiem por Juan Padrón


Y hay más sonrisas que lloros

El destacado poeta, narrador, investigador y profesor Alexis Díaz-Pimienta rinde homenaje al relevante cineasta e historietista Juan Padrón, creador de Elpidio Valdés, tras su dolorosa pérdida física

Juan Padrón en marzo del 2008, ocasión en que recibió el Premio Nacional de Cine. Foto: Kaloian Santos.

—¿Que ha muerto quién? ¿Juan Padrón?
¿Tú estás loco, bro? ¿Qué dices?
¡No me toques las narices!
¡Seguro es “fake new”? —¿¡Perdón!?
Lo han dicho en televisión.
Y en Internet. —¿Padroncito?
¿El de Vampiros…? ¿Juanito?
¿Cómo? ¿El de Elpidio Valdés?
¡La Muerte qué tonta es!
¡Qué chiste tan mal escrito!

Miro hacia atrás. Soy pequeño.
Tengo ocho, diez, once años.
Y otros de varios tamaños
comparten mi infancia y sueño.
Entro en el cine. Me adueño
de una butaca vacía.
Cine Rex. Interior Día.
Cientos de niños sentados.
¡Hay dibujos animados!
¡Hay chistes con poesía!

Rex. Dúplex o Cinecito.
Da igual. Es nuestra niñez
y es nuestro Elpidio Valdés
(más real que “muñequito”).
Todo es perfecto. Hay un rito
de dibujo y carcajada
que deja la infancia untada
de historia e ingenuidad.
Todos tenemos la edad
de la inocencia. ¡Sagrada!

Y hay un señor (dibujante)
al que llaman Juan Padrón
que nos hipnotiza con
su mezcla de comediante
y poeta delirante,
de historietista “volado”
e historiador adaptado
a la tinta y al grafito.
Juan Padrón. Padrón. Juanito.
Un ser humano “animado”.

¡Y ahora huérfanos! ¡De madre!
Más de una generación
ahora es huérfana (“Padrón”:
superlativo de padre).
Cuadro a cuadro. Encuadre a encuadre.
Dibujos inteligentes.
Juan, como en tantos ambientes
creaste tus acertijos,
dejas millones de hijos
de apellidos diferentes.

Hijos de muchas edades.
Hijas de distintas razas.
Hijos en todas las casas
de diferentes ciudades.
¡Animadas amistades
que hoy reímos de dolor!
Pues la liturgia mayor
ante este, tu último viaje,
es volverte un personaje
de tu obra, animador.

Tú eres Elpidio Valdés.
Y María Silvia. Y Rezoplez.
Y es natural que te acoples
en tantos, Juan, a la vez.
Tú eres Palmiche después.
Y un trompeta. Y una anciana.
Tú eres la negra africana.
Y el soldado. Y el guajiro.
Tú eres el mayor vampiro
de las calles de La Habana.

¿ Se fue el último mambí?
¿Murió el pillo manigüero?
¿Aquel chico matancero?
¿El de los vampiros? ¿Sí?
¿Quién lo dijo? No lo vi.
¿Dónde y cuándo falleció?
¿Que la Parca lo llamó?
¿Que se ha muerto? ¡Deja, deja!
—Ay, ño, María Silvia… ¡vieja!
—¡Infamia, calumnia! ¡Nooo!

Esto debe ser trucaje
de cine de animación.
Trucos de televisión,
diablura de personaje.
A Juan le encanta el pillaje
y de algo seguro estoy:
como ni siquiera hoy
se puede quieto quedar,
asalta el tren militar
y luego asalta el convoy.

Y con manigüeros, pillos
y toda su tropa entera
va contra la cañonera
y contra los rayadillos.
Ahora busca atajos, trillos
para todas las edades
y entre esas inmensidades
donde somos diminutos
en lugar de “filminutos”
hará “film-eternidades”.

Lo veo. Pícara risa,
carita de “yo no fui”,
tocando el clarín mambí
y ajustando su camisa.
Lo veo, estampa mambisa
recorriendo toda Cuba.
Y un español (máuser y uva)
que quiere un himno tocar
y comienza a protestar:
—Solo ha quedado la tuba.

—Ey, maldito manigüero,
pillo, insurrecto, mambí…
¿Adónde vas? ¡Ven aquí!
Toma machete y sombrero.
¡Busca a Elpidio en el potrero!
¡Anúdate la camisa!
Y al ver que no tiene prisa
alguien grita desde España
—¡Apague, apague mi caña!”
Y él se parte de la risa.

La Muerte lo ve llegar
pero no lo reconoce.
Juan y Elpidio y diez o doce
mambises la ven pasar.
La Muerte comienza a hablar
pero nadie le hace caso.
La Muerte da un frío paso
Y habla en inglés (“brother, síster”)
Y Elpidio-Juan: —Bueno, míster,
ehhhh… ¡la suya por si acaso!

—No se queje más, compay,
no se queje demasiado
que aquí tos hemos tirado
con fusiles peores… —¡Ayyyy!
—Pero bueno… ¿Ay o no hay?
Y Oliverio: —Mala suerte.
—¡Señorita! —gritan fuerte.
—¿Quién es? –la joven repuso.
—El imbécil que le puso
bandera blanca a la Muerte.

Celedonio y Oliverio
(dos tipos “fuera de serie”)
repiten a la intemperie:
—Ian, no te pongas tan serio.
La Muerte tiene criterio,
dicen, mas se ve nerviosa
cuando oye la voz graciosa
de Juanito en la otra orilla:
—Tráiganme clavo o puntilla,
mi rifle usa cualquier cosa.

—Mi rifle dispara clavo,
cuchara, pluma, herradu…
—¿Oyes lo que dice?, ¡Offfú!
¡Ese Juanito es un bravo!
Juan dispara y boca y cabo
humean en el encuentro.
Dispara a un lado y al centro.
Y de pronto oyen: —¡Compays!
—¡Este… hombre… ¡Paren que vais
a matar a uno aquí adentro!

Y ante la voz del doctor
que cuenta que Juan se ha ido;
y ante el rostro compungido
de otros a su alrededor,
—¡Mamacita, qué dolor!
se oye a una joven diciendo.
—¡Qué dolor! —sigue sufriendo.
Y alguien, frente a su congoja:
— ¿Qué te duele, Pelirroja?
—A mí ná, estoy traduciendo.

María Silvia y Media Cara
chocan los cinco, riéndose.
Rezoplez silba, sintiéndose
una sensación muy rara.
María Silvia no declara.
Ni habla ningún rayadillo.
Solo la Muerte en un trillo:
—¡Maldito mambí!, diablura,
en la próxima aventura
lo voy a hacer picadillo!

Y cuando escuchan aquello
Elpidio y Padrón, los dos,
dicen a una sola voz:
—¡Corneta, toque a degüello!
La Muerte ante el atropello
recula unos cuantos pasos
y algunos diablillos rasos
le dicen: —Ñooooo, estos guajiros
na má que oyen los tiros
y «asarrrtan» a machetazos.

—Pero… ¡qué susto, Josú!
—Generá, tranquilo usté,
que lo vamo a hacé puré
e talco… —¡Qué bueno, tú!
Se oye el musical menú
de una trompeta inspirada.
Y la Muerte, despistada,
pregunta (porque le escuece):
—Pero, ¿qué ha tocado ese?
Y le dicen: —¡Retiradaaaaaa!

Juan quiere irse. —¡Adiós, el Mío!
—¡Muchachooooo, no seas salao!
¡Venga pacá, condenao,
que tú solo estás herío!
Todo es un caos, un lío.
Entonces la Muerte, jura
que en la próxima aventura
“lo vamos a hacer papilla,
papillita de tortilla,
puré de talco” —¡Qué hartura!

La Muerte, con su inmodestia,
de pronto dice: —Consorte,
esto no hay quien lo soporte…
Juan ahí… Y uno… de bestia.
Nos da risa su molestia
al hablar sobre el mambí.
Juan Padrón, tranquilo, ahí,
dormido (o como durmiendo)
—Y la tal Muerte comiendo
m… mandarinas por ahí.

La Muerte empieza a gritar
entre disparos lejanos:
–¡Pa’lante, leones hispanos,
no os dejéis provocaarrr!
La Muerte empieza a llorar
y farfulla en un desliz:
–Una afilando feliz
la guadaña que más quiere,
Y ahora va Juan… y no muere.
¡Ay, qué país! ¡Qué país!

–Oye, Muerte, están diciendo,
ya no sé por qué motivo
que Juan Padrón sigue vivo.
–¡Bestia, qué estamos comiendo!
Todo se va confundiendo.
La propia Muerte se aterra
y poniendo un pie en la tierra
mira hacia Palmiche y:
–¡Palmiche, cará! ¡Ese sí
es un caballo de guerra!

“¡Me lo tengo que llevar!”
(piensa en voz alta la Muerte).
La mía, qué mala suerte.
Qué difícil trabajar
como Muerte y no lograr
llevarse a este “compañero”.
Insistiré. Yo lo quiero.
Lo necesito. Lo juro.
Yo he traicionado muy duro
Pa’ ganarme ese dinero.

Media Cara está muy triste.
Y María Silvia. Y Cortico.
Rezoplez, tristón y pico.
Celedonio ya ni existe.
La Muerte en matar insiste.
Hace al catalejo un zoom.
Saca el rifle (arma común)
Y… –¡Elpidiooooo! –grita otra vez.
–¿Quién llama a Elpidio Valdés?
–Etta que ‘ta acá atrá’… ¡¡PUM!!

—¡Corneta, toque a reír!
–¡A la orden, mi Coronel!
–¡Corneta, risa a granel!
–¡A la orden! ¡Viva el vivir!
–¡Corneta, toque a seguir!
–¡Corneta, toque reencuentro!
–¿Qué hago, Muerte? ¿Salgo o entro?
–¿Pero por qué disparáis?
Este… Hombre… ¡Que lo váis
matar a uno aquí adentro!

¿Que ese pillo manigüero
seguirá vivo en la gente?
¿Que el tal Juanito se siente
vivo, eterno, guerrillero?
¡Ayyyy!, ¡Bandido, bandolero!
¡Qué mal rato! ¡Me pellizco!
Vaya animado tan bizco.
Pero esto se va a acabar.
¡Ahora vamos a bajar
y lo haremos “dizzzco”, “dizzzco”!

—¿Y qué pasó? Ni pregunten.
Todo parecía un juego.
De pronto: —¡Preparen!… ¡fuego!
(¡Ñó! Se me olvidó el “apunten”).
Y los panchos: —¡No se junten
con las sombras poco humanas!
Y la Muerte (con sus ganas
de “empadronarse”), gritando:
—¡Mambises, bestiaaaaaa… ¡Hasta cuándo!
¡Que no tiréis con ventanas!

Y ahora Cuba confinada.
Y Elpidio, con seis o siete:
—Caballeros, al machete
y con la luz apagada.
Eso del COVID no es nada,
dice el eterno mambí.
María Silvia dice, sí,
con carita de confronta.
Y agrega: —Oye, Muerte, tonta,
que la candela es aquí.

—¿Juan ha muerto!? ¡No sé yo!
No se fíen, quietos, ¡contra!
porque ese tipo es recontra
-súper-peligroso, ¿O no?,
No se embarquen… Quietos, oh,
no se embarquen más, mi gente.
Y alguien dice de repente:
—Que La contrainteligencia
es la contra-inteligencia,
chavá… Sé má inteligente.

Y María Silvia salió
y cantó: —¡España, España,
don Rezoplez no se baña,
el jabón se le acabó.
La Muerte que mal quedó.
La Muerte triste, nerviosa.
—Tanto lío y tanta cosa
pa’ que lo engañen a uno
como a un chino… Y qué oportuno:
Él-pidió paz… y ahí reposa.

Mas de pronto, se oye un grito
de acento largo y rajao:
—¡Párate ahí, condenao,
que tú ta’ herío, Juanito!
Pero se abre el infinito.
La Habana se pone oscura.
Y Juan dice, con voz dura:
—Me voy, esto es lo que hay.
¡Ya nos veremos, compay,
en la próxima aventura!

Mas nadie quiere creer
que Juan Padrón, Padroncito,
va a cometer “el delito”
terrible de des-nacer.
Y cuando empieza a doler,
cuando ya pesa el vacío,
el mismo grito sombrío
de San Antonio a Maisí:
—¡Muchacho, párate ahí
que tú solo estás herío!

Y hay más sonrisas que lloros
(de corto y largo metraje).
Y Juan, hombre y personaje,
habla solo y le hacen coro
desde la Torre del Oro
hasta el Pan o el Escambray:
—¿Que más vida ya no hay?
¿Que este adiós hay que creerlo?
Pues… Eso habría que verlo…
¡Hasta la vista, compay!







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