martes, 3 de marzo de 2020

Alexis Díaz-Pimienta: prólogo a Boca de lobo


¿Boca de lobo, Boca de Roly
o Ávalos des-bocado?

Tomado del blog Cuarto de Mala Música,

El poeta estadounidense Allen Ginsberg llegó a La Habana en 1965 y salió de La Habana –ya otros han dicho cómo y por qué, no viene al caso– muy poco tiempo después para no volver nunca.

El poeta argentino Jorge Bocannera ha estado en Cuba muchas veces, como ganador del Premio Casa de las Américas, como jurado del mismo premio, como poeta, como turista, como amigo.

El poeta cubano Ramón Fernández-Larrea nació en Cuba, donde se volvió desde muy joven un periodista y un poeta muy respetado en los circuitos intelectuales de la isla, poeta y periodista querido y admirado que se fue de Cuba hace varias décadas y no ha vuelto físicamente, pero que no ha dejado de estar con sus poemas y sus radiopoemas en su país de origen, siempre.

Pues bien, ninguno de los tres conoce a Roly Ávalos. Ninguno de los tres lo ha leído siquiera. Roly Ávalos (1988) es demasiado joven para Ginsberg (1926-1997); incluso para Boccanera (1952) y Fernández-Larrea (1958). Sin embargo, los tres se han encontrado en este libro, Boca de lobo, sin quererlo, sin saberlo siquiera. El poeta beat de una manera fantasmal, tangencial, subletránea; el poeta argentino y el poeta cubano compartiendo página de citas, como quien comparte asiento en una guagua o en un almendrón, cada uno sentado sobre un verso propio, aunque eso sí, de estirpe ginsbergiana.

Me explico.

Decía Pierre Genette, semiólogo francés que tampoco supo ni sabrá nunca de los versos de Roly Ávalos, que en cualquier obra literaria el paratexto es muchas veces tan importante como el texto, o sea, que las citas o exergos, las entrevistas al autor y hasta su biografía, son elementos que aportan marcas, tanto a la escritura como a la lectura que haremos del poeta en su total, y de cada texto en particular, para bien o para mal del autor y la obra. Por lo tanto, no son gratuitas ni fortuitas –nada de florituras o esnobismo literario– las citas en los libros: al contrario, son microseñales para que el lector, ese desconocido que entrará en casa ajena, no tropiece con los muebles poéticos. Por eso hay que leerlas con detenimiento, con el mismo cuidado con el que cada poeta las escoge. Y en el libro que nos atañe todo esto ocurre a niveles sutilísimos, porque el poeta ha hilado tan fino que hay que “padecer” cierta licantropía crítica –como es mi caso– para advertir el juego, los juegos, el “teje-maneje” de significados.

Para empezar, la frase “boca de lobo” es una metáfora lexicalizada que representa la oscuridad, pero a la vez el miedo, dado que lo oscuro, más que la figura del lobo mismo, significa y magnifica pavores diversos. Boca de lobo  = oscuridad = miedo. El poeta, entonces, se sumerge con sus versos en lo oscuro, en las oscuridades de su voz, de su ser, de su familia, de su ciudad, del mundo, convencido de que sus versos, y solo ellos, lo alumbrarán, lo guiarán y lo pondrán a salvo. El poeta teme –como todo poeta, dicho sea de paso– e intenta que la poesía lo mantenga a salvo, lo proteja.

Entonces, “como un aullido el corazón”, dice Jorge Boccanera en el pórtico del libro,  citado por Ávalos. Y desde allí mismo le responde Fernández-Larrea, citado también por el poeta de Luyanó: “¿pero qué es un aullido?” Y por supuesto, Allen Ginsberg, el mismísimo Ginsberg –a quien no se menciona en todo el libro, por cierto, algo muy significativo en un poemario estructurado no por secciones, sino por “aullidos”– se frota las manos en silencio con gesto beat, muy beat, como si aullara pero sin sonido, con su bocaza obscenamente abierta: lo ginsbergiano filtrado y refiltrado hasta infiltrarse en el lector sin el lector notarlo. En este libro no hay vergas ni vaginas ni drogas ni eyaculaciones ni escándalos ni juicios…, solo sombras, miedos, soledad, muerte, vientos, penumbras, oscuridades, lobos, lunas, aullidos, sillones que se mueven solos, licantropías de distinto tipo. No está Allen, pero sí está Ginsberg, aunque sospecho que ni el propio Ávalos se ha dado cuenta. Hace poco, interrogado sobre su libro, Ávalos habló de Titto Maccio Plauto y del lobo en tanto cánido, y de la boca del lobo como metáfora sobre las oscuridades, y de la poesía como herramienta para explorar “las zonas oscuras del lector”, tal vez olvidando que en tanto autor él mismo es el primer lector “oscuro” del poemario oscuro que ha alumbrado; y de que todo ese juego de luces y sombras, en él, joven poeta cubano de principios del siglo XXI, tiene iridiscencias insospechadas, provenientes de los poetas beats de finales del siglo pasado, sobre todo de Allen Ginsberg y aquel tremendo Aullido que atravesó California, Nueva York, el resto de Estados Unido, y que llegó a Cuba, por supuesto, como al resto del mundo. Un aullido que resuena aún, a pesar de Allen mismo.

Es muy significativo, por ejemplo, que este poemario comience con un poema que se intitula “6:00 P.M.”, título tan del gusto de los beats, tan necesitados ellos de dar realce poético a lo cotidiano, incluso el paso del tiempo con sus marcas numéricas –oh, aquellos poemazos de Frank O’Hara o de Hettie Jones, dejándonos saber a qué hora exacta y minuto y segundo lo estaban escribiendo–. Y de paso me pregunto, ¿quién será el Carl Salomon de Roly Avalos, quién es el poeta psiquiátrico al que este joven puede glosar y glosa en sus poemas, aún sin saberlo? ¿O en estos poemas hay un Carl Solomon colectivo, invisible también? ¿Todos somos su doppelgänger particular, los fantasmas caminando a su lado para que Avalos aúlle en blanco y negro sin sentirse tan solo y temeroso? ¿Somos sus locos evitando la cárcel? ¿Somos sus presidiarios internados voluntariamente en manicomios cotidianos, domésticos? Me consta que el tema de la locura es recurrente en la obra de Ávalos, tanto como en su vida diaria. Me consta, incluso, que, como en el verso-pórtico del gran poema de Ginsberg, Ávalos ha visto a las mejores mentes de su generación “perdidas por la locura, hambrientas histéricas desnudas”. Pero, ¿y lo carcelario y lo delincuentil? ¿Acaso su barrio, Luyanó, con sus mitos urbanos y su mala fama, es la coartada necesaria y única?

Boca de lobo –su oscuridad– evoca, aun por contraposición, a City Lights –la ciudad de las luces, la librería-editorial beat que tomó el nombre a su vez del poema cinematográfico de Chaplin– y esta evocación es otro guiño beat del libro, desde el mismo título.

“Cuando él era más joven y yo era más joven, conocí a Allen Ginsberg” escribió Williams Carlos Williams en el prólogo a Aullido, en 1956; y yo podría decir aquí lo mismo: “Cuando él era más joven y yo era más joven, conocí a Roly Ávalos”, tan joven él que aún era un niño, un negrito largo y flaco como ahora, y tan risueño y nervioso como ahora, y tan poeta, es decir, tan temeroso “del mundo exterior”, aunque lo disimulara. Y eso fue bueno. Ha sido bueno. Temer, ya lo sabemos, es una de las fuentes eternas de la poesía. Temor a todo: al amor, a la muerte, a la calle, a la vejez, a la política, a la noche, a las oscuridades de todo tipo. Temer para escribir con valentía. Temer para escribir como si no temiéramos. Así crece este libro lleno de exorcismos verbales contra el paso del tiempo y el advenimiento de la muerte de los seres queridos, contra las zonas oscuras de la sociedad cubana, y los malos amores y los amores buenos, que a veces son los que más duelen.

En uno de sus poemas el poeta dice “a esta hora las paredes aúllan de desespero” para más adelante confesar que “se me hace la boca humo”, un verso que es mucho más que un juego de palabras, porque el humo es nada, y la nada silencio, y la boca es o debe ser mucho más que boca, voz, y cuando la voz es nada en esa boca doblemente oscura, emerge el Silencio con mayúsculas, en todo su esplendor, que es, dicho sea de paso, el colmo de las oscuridades de un poeta. Y luego está el “aullido mendicante” del que habla el poeta en su Aullido primero, un aullido con el que el propio poeta advierte: “Debo ser yo, que le amputo / voces a la oscuridad”, en una declaración de principio, más que de principios. Y se dice a sí mismo, luego: “Hay, en todas las ciudades / una mujer que te olvida”, dejando al descubierto otro de sus grandes miedos: esa mujer ubicua y olvidadiza que convierte el miedo en pánico. Roly Ávalos teme y avanza a tientas, a tropezones por su propio libro y se reconoce “una sombra más”, y se dice a sí mismo “es sábado y tengo barba”, y luego a los demás, “es el silencio / pisándome los talones”, y en cada verso parece oírsele, desesperado, temeroso, intentando justificarse por ser poeta, casi pedir perdón por tener luz propia: “Soy solo el antagonismo / de mi plena oscuridad, / bordeándome, soledad, / apátrida de mí mismo”. Roly Ávalos, el poeta, canta, versa, escribe como pidiendo perdón por hacerlo, en un rejuego delirante de miedos y arrojos, de sí pero no, de luces y sombras, siempre sombras.

Sin embargo, el poema que da título al libro es un poema-homenaje a la luna, fuente de luz, la mayor fuente de luz natural en la mayor fuente de oscuridad por antonomasia: la noche. Aunque el poeta a la luna le habla en una descarada segunda persona: “Desde mis labios oscuros / yo te padezco”, dice, quejándose, en un juego antonímico fino y deleitoso. El poeta le dice a la luna, yo, poeta negro, te padezco, luz-luna; yo, poeta hecho de silencio y miedos (que vive en la boca del lobo), te padezco, luna, luz, palabra, voz, “señora”. Y entonces, desde ahí, escribe, canta, se desboca, y llega su antológico poema al viento habanero (Huellas del viento en La Habana), con algunos versos que, sueltos, bastarían para ser poemas aforísticos; y llegan redondillas que cortan el aliento cuando el miedo, o una de las caras del miedo, retrata con amargura su percepción de Cuba, esa isla tan suya, tan mía, tan nuestra:

Yo tengo un país grasiento.
Un país crucificado.
Yo tengo un país-pasado,
un país experimento…

afirmaciones que cortan la respiración, de tan amargas, de tan oscuras, pero que se quedan pequeñas cuando el poeta continúa afirmando:

Yo tengo un país-alarde
(yo tuve un país-machete),
Yo tengo un país membrete,
yo tengo un país cobarde…

para inmediatamente preguntarse a sí mismo, y al lector y al país todo, en una juego de espejos tan especular –y espectacular–como doloroso:

¿Yo tengo un país cobarde?
¿Yo tengo un país-membrete?
(¿Yo tuve un país-machete?)
¿Yo tengo un país-alarde?

devolviéndonos a la circularidad, a los juegos concéntricos en una estructura simétrica que a su vez está enmarcada dentro de un poema birrimal, recurrente, envolvente, que no deja escapar al lector y del que el poeta solo sale, diz que ileso, gracias a un verso-grúa, salvador y clarificador: “tal vez he nacido tarde”, en otra de las paradojas que atraviesa el libro: este poeta joven es un “futuro anciano” que “tal vez ha nacido tarde”.

Y en el último poema del libro regresa el toque beat en un título numérico de formato cronológico –o más bien, cronémico– 12:00 AM, en el que se nos delata otra vez la estructura circular del poemario –empieza a las 6:00 PM y acaba a las 12:00 AM; ¿reloj?, ¿boca de lobo?, ¿circularidad?–, lo que demuestra, de paso, la preocupación formal del autor, lo sopesado que está todo aquí dentro, porque este es un poemario lleno de juegos formales más o menos experimentales, hechos para avisados y avezados lectores, juegos que los ingenuos y los desprevenidos pasarán por alto.

En su poema final el poeta es tajante: “Dudo / de las enciclopedias del futuro”, porque teme no saber, ya lo ha dicho, a qué tiempo pertenece. Roly Avalos Díaz, yo tampoco lo he dicho, es habanero, tiene 31 años, es instructor de teatro, es repentista, es negro, es soltero, es derecho, no juega beisbol ni baila casino: todos datos paratextuales que marcan y determinan que este libro sea este libro y no otro, como advirtió Genette. Y Boca de lobo es su segundo libro publicado. Antes publicó en España, Mundo pañuelo (Ed. Guantanamera, Sevilla, 2017), un poemario, por cierto, que poco se parece a este.

Hay poetas que tardan mucho tiempo en encontrar una voz propia, en formársela. Y hay poetas que desde el primer libro, desde las primeras publicaciones, ya tienen una voz inconfundible. Este es el caso. Este es un libro para recorrerlo con un mechero en una mano, un fósforo, una linterna, algo que nos evite tropezones y descalabros, o en todo caso, con los ojos muy abiertos. Un libro lleno de miedos para que no temamos, que es la mejor manera.

Boca de lobo es, entonces, el segundo libro impreso y publicado de Roly Ávalos, un poemario que, por cierto, y por si alguien tiene curiosidad o le interesa, además de estar muy bien escrito y bien estructurado, lleno de aciertos y sorpresas varias (formales, léxicas, versales, filosóficas) está escrito en décimas.


Alexis Díaz-Pimienta,
Sevilla, 27 de octubre de 2019


Versión original en Cuarto de Mala Música:


MÁS SOBRE ESTE LIBRO
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PREMIOS FRANCISCO RIVERÓN:
—I concurso (1999) Viril mariposa dura, de Pedro Péglez González (La Habana, 1945).
—II concurso (2012) El libro del ángel gris, de Elizabeth Álvarez Hernández (Güines, Mayabeque, 1976).
—III concurso (2013) Fe de mí, de Juan Carlos García Guridi (Batabanó, Mayabeque, 1968).
—IV concurso (2014) Conversación con las piedras, de Luis Hernández Serrano (Calabazar, La Habana, 1943).
—V concurso (2015) Striptease de la memoria, de Elizabeth Reinosa Aliaga (Bayamo, Granma, 1988; formada como escritora en Holguín).
—VI concurso (2016) Escape del tiempo, de Carlos Ettiel Gómez Abréu (Jagüey Grande, Matanzas, 1978).
—VII concurso (2017) Errático animal, de Jorge García Prieto (La Habana, 1979).
—VIII concurso (2018) Boca de lobo, de Rolando Ávalos Díaz (La Habana, 1988).








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