o Ávalos des-bocado?
Tomado del blog Cuarto
de Mala Música,
del poeta Alexis
Díaz-Pimienta
El poeta estadounidense Allen Ginsberg llegó a La Habana en 1965 y salió
de La Habana –ya otros han dicho cómo y por qué, no viene al caso– muy poco
tiempo después para no volver nunca.
El poeta argentino Jorge Bocannera ha estado en Cuba muchas veces, como
ganador del Premio Casa de las Américas, como jurado del mismo premio, como
poeta, como turista, como amigo.
El poeta cubano Ramón Fernández-Larrea nació en Cuba, donde se volvió
desde muy joven un periodista y un poeta muy respetado en los circuitos
intelectuales de la isla, poeta y periodista querido y admirado que se fue de
Cuba hace varias décadas y no ha vuelto físicamente, pero que no ha dejado de
estar con sus poemas y sus radiopoemas en su país de origen, siempre.
Pues bien, ninguno de los tres conoce a Roly Ávalos. Ninguno de los tres
lo ha leído siquiera. Roly Ávalos (1988) es demasiado joven para Ginsberg
(1926-1997); incluso para Boccanera (1952) y Fernández-Larrea (1958). Sin
embargo, los tres se han encontrado en este libro, Boca de lobo, sin quererlo, sin saberlo siquiera. El poeta beat de una manera fantasmal,
tangencial, subletránea; el poeta argentino y el poeta cubano compartiendo
página de citas, como quien comparte asiento en una guagua o en un almendrón,
cada uno sentado sobre un verso propio, aunque eso sí, de estirpe ginsbergiana.
Me explico.
Decía Pierre Genette, semiólogo francés que tampoco supo ni sabrá nunca
de los versos de Roly Ávalos, que en cualquier obra literaria el paratexto es
muchas veces tan importante como el texto, o sea, que las citas o exergos, las
entrevistas al autor y hasta su biografía, son elementos que aportan marcas,
tanto a la escritura como a la lectura que haremos del poeta en su total, y de
cada texto en particular, para bien o para mal del autor y la obra. Por lo
tanto, no son gratuitas ni fortuitas –nada de florituras o esnobismo literario–
las citas en los libros: al contrario, son microseñales para que el lector, ese
desconocido que entrará en casa ajena, no tropiece con los muebles poéticos.
Por eso hay que leerlas con detenimiento, con el mismo cuidado con el que cada
poeta las escoge. Y en el libro que nos atañe todo esto ocurre a niveles
sutilísimos, porque el poeta ha hilado tan fino que hay que “padecer” cierta
licantropía crítica –como es mi caso– para advertir el juego, los juegos, el
“teje-maneje” de significados.
Para empezar, la frase “boca de lobo” es una metáfora lexicalizada que
representa la oscuridad, pero a la vez el miedo, dado que lo oscuro, más que la
figura del lobo mismo, significa y magnifica pavores diversos. Boca de
lobo = oscuridad = miedo. El poeta,
entonces, se sumerge con sus versos en lo oscuro, en las oscuridades de su voz,
de su ser, de su familia, de su ciudad, del mundo, convencido de que sus
versos, y solo ellos, lo alumbrarán, lo guiarán y lo pondrán a salvo. El poeta
teme –como todo poeta, dicho sea de paso– e intenta que la poesía lo mantenga a
salvo, lo proteja.
Entonces, “como un aullido el corazón”, dice Jorge Boccanera en el
pórtico del libro, citado por Ávalos. Y
desde allí mismo le responde Fernández-Larrea, citado también por el poeta de
Luyanó: “¿pero qué es un aullido?” Y por supuesto, Allen Ginsberg, el mismísimo
Ginsberg –a quien no se menciona en todo el libro, por cierto, algo muy
significativo en un poemario estructurado no por secciones, sino por
“aullidos”– se frota las manos en silencio con gesto beat, muy beat, como si
aullara pero sin sonido, con su bocaza obscenamente abierta: lo ginsbergiano
filtrado y refiltrado hasta infiltrarse en el lector sin el lector notarlo. En
este libro no hay vergas ni vaginas ni drogas ni eyaculaciones ni escándalos ni
juicios…, solo sombras, miedos, soledad, muerte, vientos, penumbras,
oscuridades, lobos, lunas, aullidos, sillones que se mueven solos, licantropías
de distinto tipo. No está Allen, pero sí está Ginsberg, aunque sospecho que ni
el propio Ávalos se ha dado cuenta. Hace poco, interrogado sobre su libro,
Ávalos habló de Titto Maccio Plauto y del lobo en tanto cánido, y de la boca
del lobo como metáfora sobre las oscuridades, y de la poesía como herramienta
para explorar “las zonas oscuras del lector”, tal vez olvidando que en tanto
autor él mismo es el primer lector “oscuro” del poemario oscuro que ha
alumbrado; y de que todo ese juego de luces y sombras, en él, joven poeta
cubano de principios del siglo XXI, tiene iridiscencias insospechadas,
provenientes de los poetas beats de
finales del siglo pasado, sobre todo de Allen Ginsberg y aquel tremendo Aullido que atravesó California, Nueva
York, el resto de Estados Unido, y que llegó a Cuba, por supuesto, como al
resto del mundo. Un aullido que resuena aún, a pesar de Allen mismo.
Es muy significativo, por ejemplo, que este poemario comience con un poema
que se intitula “6:00 P.M.”, título tan del gusto de los beats, tan necesitados ellos de dar realce poético a lo cotidiano,
incluso el paso del tiempo con sus marcas numéricas –oh, aquellos poemazos de
Frank O’Hara o de Hettie Jones, dejándonos saber a qué hora exacta y minuto y
segundo lo estaban escribiendo–. Y de paso me pregunto, ¿quién será el Carl
Salomon de Roly Avalos, quién es el poeta psiquiátrico al que este joven puede
glosar y glosa en sus poemas, aún sin saberlo? ¿O en estos poemas hay un Carl
Solomon colectivo, invisible también? ¿Todos somos su doppelgänger particular, los fantasmas caminando a su lado para que
Avalos aúlle en blanco y negro sin sentirse tan solo y temeroso? ¿Somos sus
locos evitando la cárcel? ¿Somos sus presidiarios internados voluntariamente en
manicomios cotidianos, domésticos? Me consta que el tema de la locura es
recurrente en la obra de Ávalos, tanto como en su vida diaria. Me consta,
incluso, que, como en el verso-pórtico del gran poema de Ginsberg, Ávalos ha
visto a las mejores mentes de su generación “perdidas por la locura,
hambrientas histéricas desnudas”. Pero, ¿y lo carcelario y lo delincuentil?
¿Acaso su barrio, Luyanó, con sus mitos urbanos y su mala fama, es la coartada
necesaria y única?
Boca de lobo –su oscuridad–
evoca, aun por contraposición, a City Lights –la ciudad de las luces, la
librería-editorial beat que tomó el
nombre a su vez del poema cinematográfico de Chaplin– y esta evocación es otro
guiño beat del libro, desde el mismo
título.
“Cuando él era más joven y yo era más joven, conocí a Allen Ginsberg”
escribió Williams Carlos Williams en el prólogo a Aullido, en 1956; y yo podría decir aquí lo mismo: “Cuando él era
más joven y yo era más joven, conocí a Roly Ávalos”, tan joven él que aún era
un niño, un negrito largo y flaco como ahora, y tan risueño y nervioso como
ahora, y tan poeta, es decir, tan temeroso “del mundo exterior”, aunque lo
disimulara. Y eso fue bueno. Ha sido bueno. Temer, ya lo sabemos, es una de las
fuentes eternas de la poesía. Temor a todo: al amor, a la muerte, a la calle, a
la vejez, a la política, a la noche, a las oscuridades de todo tipo. Temer para
escribir con valentía. Temer para escribir como si no temiéramos. Así crece
este libro lleno de exorcismos verbales contra el paso del tiempo y el
advenimiento de la muerte de los seres queridos, contra las zonas oscuras de la
sociedad cubana, y los malos amores y los amores buenos, que a veces son los
que más duelen.
En uno de sus poemas el poeta dice “a esta hora las paredes aúllan de
desespero” para más adelante confesar que “se me hace la boca humo”, un verso
que es mucho más que un juego de palabras, porque el humo es nada, y la nada
silencio, y la boca es o debe ser mucho más que boca, voz, y cuando la voz es
nada en esa boca doblemente oscura, emerge el Silencio con mayúsculas, en todo
su esplendor, que es, dicho sea de paso, el colmo de las oscuridades de un
poeta. Y luego está el “aullido mendicante” del que habla el poeta en su Aullido
primero, un aullido con el que el propio poeta advierte: “Debo ser yo, que
le amputo / voces a la oscuridad”, en una declaración de principio, más que de
principios. Y se dice a sí mismo, luego: “Hay, en todas las ciudades / una
mujer que te olvida”, dejando al descubierto otro de sus grandes miedos: esa
mujer ubicua y olvidadiza que convierte el miedo en pánico. Roly Ávalos teme y
avanza a tientas, a tropezones por su propio libro y se reconoce “una sombra
más”, y se dice a sí mismo “es sábado y tengo barba”, y luego a los demás, “es
el silencio / pisándome los talones”, y en cada verso parece oírsele,
desesperado, temeroso, intentando justificarse por ser poeta, casi pedir perdón
por tener luz propia: “Soy solo el antagonismo / de mi plena oscuridad, /
bordeándome, soledad, / apátrida de mí mismo”. Roly Ávalos, el poeta, canta,
versa, escribe como pidiendo perdón por hacerlo, en un rejuego delirante de
miedos y arrojos, de sí pero no, de luces y sombras, siempre sombras.
Sin embargo, el poema que da título al libro es un poema-homenaje a la
luna, fuente de luz, la mayor fuente de luz natural en la mayor fuente de
oscuridad por antonomasia: la noche. Aunque el poeta a la luna le habla en una
descarada segunda persona: “Desde mis labios oscuros / yo te padezco”, dice,
quejándose, en un juego antonímico fino y deleitoso. El poeta le dice a la
luna, yo, poeta negro, te padezco, luz-luna; yo, poeta hecho de silencio y
miedos (que vive en la boca del lobo), te padezco, luna, luz, palabra, voz,
“señora”. Y entonces, desde ahí, escribe, canta, se desboca, y llega su
antológico poema al viento habanero (Huellas
del viento en La Habana), con algunos versos que, sueltos, bastarían para
ser poemas aforísticos; y llegan redondillas que cortan el aliento cuando el
miedo, o una de las caras del miedo, retrata con amargura su percepción de
Cuba, esa isla tan suya, tan mía, tan nuestra:
Yo tengo un país grasiento.
Un país crucificado.
Yo tengo un país-pasado,
un país experimento…
afirmaciones que cortan la respiración, de tan amargas, de tan oscuras,
pero que se quedan pequeñas cuando el poeta continúa afirmando:
Yo tengo un país-alarde
(yo tuve un país-machete),
Yo tengo un país membrete,
yo tengo un país cobarde…
para inmediatamente preguntarse a sí mismo, y al lector y al país todo,
en una juego de espejos tan especular –y espectacular–como doloroso:
¿Yo tengo un país cobarde?
¿Yo tengo un país-membrete?
(¿Yo tuve un país-machete?)
¿Yo tengo un país-alarde?
devolviéndonos a la circularidad, a los juegos concéntricos en una
estructura simétrica que a su vez está enmarcada dentro de un poema birrimal,
recurrente, envolvente, que no deja escapar al lector y del que el poeta solo
sale, diz que ileso, gracias a un verso-grúa, salvador y clarificador: “tal vez
he nacido tarde”, en otra de las paradojas que atraviesa el libro: este poeta
joven es un “futuro anciano” que “tal vez ha nacido tarde”.
Y en el último poema del libro regresa el toque beat en un título numérico de formato cronológico –o más bien,
cronémico– 12:00 AM, en el que se nos
delata otra vez la estructura circular del poemario –empieza a las 6:00 PM y
acaba a las 12:00 AM; ¿reloj?, ¿boca de lobo?, ¿circularidad?–, lo que
demuestra, de paso, la preocupación formal del autor, lo sopesado que está todo
aquí dentro, porque este es un poemario lleno de juegos formales más o menos
experimentales, hechos para avisados y avezados lectores, juegos que los
ingenuos y los desprevenidos pasarán por alto.
En su poema final el poeta es tajante: “Dudo / de las enciclopedias del
futuro”, porque teme no saber, ya lo ha dicho, a qué tiempo pertenece. Roly
Avalos Díaz, yo tampoco lo he dicho, es habanero, tiene 31 años, es instructor
de teatro, es repentista, es negro, es soltero, es derecho, no juega beisbol ni
baila casino: todos datos paratextuales que marcan y determinan que este libro
sea este libro y no otro, como advirtió Genette. Y Boca de lobo es su
segundo libro publicado. Antes publicó en España, Mundo pañuelo (Ed.
Guantanamera, Sevilla, 2017), un poemario, por cierto, que poco se parece a
este.
Hay poetas que tardan mucho tiempo en encontrar una voz propia, en
formársela. Y hay poetas que desde el primer libro, desde las primeras
publicaciones, ya tienen una voz inconfundible. Este es el caso. Este es un
libro para recorrerlo con un mechero en una mano, un fósforo, una linterna,
algo que nos evite tropezones y descalabros, o en todo caso, con los ojos muy
abiertos. Un libro lleno de miedos para que no temamos, que es la mejor manera.
Boca de lobo es, entonces, el segundo libro impreso y publicado
de Roly Ávalos, un poemario que, por cierto, y por si alguien tiene curiosidad
o le interesa, además de estar muy bien escrito y bien estructurado, lleno de
aciertos y sorpresas varias (formales, léxicas, versales, filosóficas) está escrito en décimas.
Alexis Díaz-Pimienta,
Versión original en Cuarto de Mala Música:
MÁS SOBRE ESTE LIBRO
EN NUESTROS ARCHIVOS:
PREMIOS FRANCISCO RIVERÓN:
—I concurso (1999) Viril
mariposa dura, de Pedro
Péglez González (La Habana, 1945).
—II concurso (2012) El
libro del ángel gris, de Elizabeth Álvarez
Hernández (Güines, Mayabeque, 1976).
—III concurso (2013) Fe
de mí, de Juan
Carlos García Guridi (Batabanó, Mayabeque, 1968).
—IV concurso (2014) Conversación
con las piedras, de Luis
Hernández Serrano (Calabazar, La Habana, 1943).
—V concurso (2015) Striptease
de la memoria, de Elizabeth
Reinosa Aliaga (Bayamo, Granma, 1988;
formada como escritora en Holguín).
—VI concurso (2016) Escape
del tiempo, de Carlos
Ettiel Gómez Abréu (Jagüey Grande, Matanzas, 1978).
—VII concurso (2017) Errático
animal, de Jorge
García Prieto (La Habana, 1979).
—VIII concurso (2018) Boca de lobo, de Rolando
Ávalos Díaz (La Habana, 1988).
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