Una crónica de Jesús Arencibia
En enero del 2018, XIX
Encuentro Nacional Ala Décima.
Foto: Tamara
Gispert Galindo
Tomado de El
Caimán Barbudo
Si hay un
nombre del campo poético […] que reúne en
su vida y
obra toda un área de creación, capital para
la
justicia y el entendimiento global de la escena lírica
cubana
actual, es el de Pedro Péglez González (La Habana, 1945)
Era sábado,
21 de enero de 2006. Me hallaba cursando el último semestre de la carrera de
Periodismo en la Universidad de La Habana, y tuve la dicha de ser convocado por
ese genio irrepetible de la prensa —Guillermo
Cabrera Álvarez— para asistir, junto a una pequeña guerrilla de
entusiastas, a la fundación de una tertulia en la ciudad de Matanzas.
El
Guille, a la sazón Director del Instituto Internacional de Periodismo José
Martí, gozaba en aquel momento de una popularidad insólita entre los lectores
del país, gracias a su columna “Tecla Ocurrente”, surgida en 2001 en Juventud
Rebelde, y a la cual le habían comenzado a nacer, espontáneamente —a partir
de 2005— peñas de seguidores en toda la nación. La de la Atenas de Cuba era, de
hecho, la 5ta en organizarse, después de las de La Habana, Santa Clara, Holguín
y Cienfuegos.
Entre la
variopinta comitiva de unas 15 personas que partiría de La Capital para llegar
al bautizo nadie sobresalía más que un dúo de periodistas de diminuta estatura,
natural simpatía y enciclopédico saber, que eran, además, excelentes decimistas:
Luis
Hernández Serrano y Pedro
Péglez González.
A Luisito, carisma
chispeante, ojo atento a las curiosidades, despiste y nobleza a flor de piel,
lo conocía y admiraba desde una breve práctica estudiantil en el periódico de
la UJC. Pero Péglez, silenciosa fraternidad, voz pausada y profunda, parsimonia
de monje, resultaba todo un descubrimiento.
La tertulia
transcurrió de maravillas en el museo Palacio de Junco. Como había previsto
Guillermo, sus colegas de tantos años no le fallaron, y fueron, desde su
reducido tamaño, el encanto de mayor altura del encuentro. En sus labios vibró
la anécdota chistosa, la crónica apasionada y, con especial relumbre, la
“viajera peninsular”.
Al regreso,
vencidas las barreras de edad y confianza, y sobreponiéndonos al traqueteo del
transporte, comencé una charla con Péglez que, 13 años después, no ha
terminado. Por supuesto, en este diálogo intenso con momentos de pausa, mi
especialidad ha sido escuchar y aprender. Pulso la tecla Décima y allá va la
disertación. Rozo el botón Arte y no se demora la clase, sugiero el foco
Historia de Cuba, o Historieta, o Periodismo, o Crónica, o Latinoamérica, y el
poeta-pedagogo, casi sopesando los vocablos como los sabios asiáticos, me
ilustra risueño.
Mientras mi
curso libre a distancia fue progresando, supe, con renovada admiración, que no
era el único matriculado en tan singular escuela. Escritores, investigadores,
colegas de la prensa, amigos allende los mares, comparten el aula virtual
conmigo y, cuando los encuentros literarios lo han permitido, nos hemos sentado
pupitre con pupitre a oírle el corazón al maestro.
Palabra tras
palabra, he ido comprendiendo que el imán de la poesía, el duende o diablillo
de esta forma de ser y hacer, tiene que ver mucho con la coherencia vital de
este hombre. Y no me refiero únicamente a sus dos premios iberoamericanos
Cucalambé, sus libros de verso libre, sus tomos de crónicas periodísticas, su
rostro en antologías nacionales y foráneas. Tampoco aludo a esa catedral, su
sitio web Cuba Ala Décima, reservorio de
información digital más grande que hay sobre esta forma estrófica, con más de
5000 entradas publicadas; donde, por solo citar un ejemplo, están disponibles
los resultados y poemas ganadores de cuanto concurso sobre este molde creativo
se celebra en la Isla y más allá. No estoy pensando en exclusivo en su
presencia como conferencista, panelista o jurado en disímiles eventos del
acontecer literario antillano, ni en la perseverancia con que centró por
25 años una peña comunitaria semanal en la Biblioteca Tina Modotti, de Alamar…
Más que todo
eso, que no es poco, viene a mi mente una y otra vez, el callado tesón con el
que, él solo, ha fabricado un templo itinerante de la humildad poética.
Aquel día de
2006, mientras regresábamos de Matanzas y yo lo acribillaba fastidiosamente a
preguntas, evocó varias veces a Jesús Orta Ruiz (Naborí) —su Dios tutelar— , y
me dijo que había un título en la obra naboriana que resumía el espíritu con
que uno debe acercarse y compartir la creación lírica. Se trata de esa frase
del campo cubano con la que se invita a los demás, siempre de pie, a la honrada
y pobre vivienda: “Entre y perdone usted”.
Gracias,
Padre, ya entramos. Y, créeme, no hay nada que perdonar.
Versión
original:
1 comentario:
Péglez es mi hermano, el apellido lo indica, aunque no lo sea de sangre. Hay algo que nos ha unido: la pasión por la décima, y la poesía en general, por la cubanía raigal.
Pero Péglez es más que poética, es amor por la gente, pureza de alma. Péglez vive para sus amistades, no para sí. Gracias, Jesús, por tu crónica. Gracias, hermano Pedro, por existir y entregarte a nosotros.
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