jueves, 7 de noviembre de 2019

Pedro Péglez y el duende de la poesía


Una crónica de Jesús Arencibia




Si hay un nombre del campo poético […] que reúne en
su vida y obra toda un área de creación, capital para
la justicia y el entendimiento global de la escena lírica
cubana actual, es el de Pedro Péglez González (La Habana, 1945)



Era sábado, 21 de enero de 2006. Me hallaba cursando el último semestre de la carrera de Periodismo en la Universidad de La Habana, y tuve la dicha de ser convocado por ese genio irrepetible de la prensa —Guillermo Cabrera Álvarez— para asistir, junto a una pequeña guerrilla de entusiastas, a la fundación de una tertulia en la ciudad de Matanzas.

El Guille, a la sazón Director del Instituto Internacional de Periodismo José Martí, gozaba en aquel momento de una popularidad insólita entre los lectores del país, gracias a su columna “Tecla Ocurrente”, surgida en 2001 en Juventud Rebelde, y a la cual le habían comenzado a nacer, espontáneamente —a partir de 2005— peñas de seguidores en toda la nación. La de la Atenas de Cuba era, de hecho, la 5ta en organizarse, después de las de La Habana, Santa Clara, Holguín y Cienfuegos.

Entre la variopinta comitiva de unas 15 personas que partiría de La Capital para llegar al bautizo nadie sobresalía más que un dúo de periodistas de diminuta estatura, natural simpatía y enciclopédico saber, que eran, además, excelentes decimistas: Luis Hernández Serrano y Pedro Péglez González.

A Luisito, carisma chispeante, ojo atento a las curiosidades, despiste y nobleza a flor de piel, lo conocía y admiraba desde una breve práctica estudiantil en el periódico de la UJC. Pero Péglez, silenciosa fraternidad, voz pausada y profunda, parsimonia de monje, resultaba todo un descubrimiento.

La tertulia transcurrió de maravillas en el museo Palacio de Junco. Como había previsto Guillermo, sus colegas de tantos años no le fallaron, y fueron, desde su reducido tamaño, el encanto de mayor altura del encuentro. En sus labios vibró la anécdota chistosa, la crónica apasionada y, con especial relumbre, la “viajera peninsular”.

Al regreso, vencidas las barreras de edad y confianza, y sobreponiéndonos al traqueteo del transporte, comencé una charla con Péglez que, 13 años después, no ha terminado. Por supuesto, en este diálogo intenso con momentos de pausa, mi especialidad ha sido escuchar y aprender. Pulso la tecla Décima y allá va la disertación. Rozo el botón Arte y no se demora la clase, sugiero el foco Historia de Cuba, o Historieta, o Periodismo, o Crónica, o Latinoamérica, y el poeta-pedagogo, casi sopesando los vocablos como los sabios asiáticos, me ilustra risueño.

Mientras mi curso libre a distancia fue progresando, supe, con renovada admiración, que no era el único matriculado en tan singular escuela. Escritores, investigadores, colegas de la prensa, amigos allende los mares, comparten el aula virtual conmigo y, cuando los encuentros literarios lo han permitido, nos hemos sentado pupitre con pupitre a oírle el corazón al maestro.

Palabra tras palabra, he ido comprendiendo que el imán de la poesía, el duende o diablillo de esta forma de ser y hacer, tiene que ver mucho con la coherencia vital de este hombre. Y no me refiero únicamente a sus dos premios iberoamericanos Cucalambé, sus libros de verso libre, sus tomos de crónicas periodísticas, su rostro en antologías nacionales y foráneas. Tampoco aludo a esa catedral, su sitio web Cuba Ala Décima, reservorio de información digital más grande que hay sobre esta forma estrófica, con más de 5000 entradas publicadas; donde, por solo citar un ejemplo, están disponibles los resultados y poemas ganadores de cuanto concurso sobre este molde creativo se celebra en la Isla y más allá. No estoy pensando en exclusivo en su presencia como conferencista, panelista o jurado en disímiles eventos del acontecer literario antillano, ni en la perseverancia con que centró por 25 años una peña comunitaria semanal en la Biblioteca Tina Modotti, de Alamar

Más que todo eso, que no es poco, viene a mi mente una y otra vez, el callado tesón con el que, él solo, ha fabricado un templo itinerante de la humildad poética.

Aquel día de 2006, mientras regresábamos de Matanzas y yo lo acribillaba fastidiosamente a preguntas, evocó varias veces a Jesús Orta Ruiz (Naborí) —su Dios tutelar— , y me dijo que había un título en la obra naboriana que resumía el espíritu con que uno debe acercarse y compartir la creación lírica. Se trata de esa frase del campo cubano con la que se invita a los demás, siempre de pie, a la honrada y pobre vivienda: “Entre y perdone usted”.

Gracias, Padre, ya entramos. Y, créeme, no hay nada que perdonar.



Versión original:







1 comentario:

Mariana Pérez Pérez dijo...

Péglez es mi hermano, el apellido lo indica, aunque no lo sea de sangre. Hay algo que nos ha unido: la pasión por la décima, y la poesía en general, por la cubanía raigal.
Pero Péglez es más que poética, es amor por la gente, pureza de alma. Péglez vive para sus amistades, no para sí. Gracias, Jesús, por tu crónica. Gracias, hermano Pedro, por existir y entregarte a nosotros.