jueves, 14 de noviembre de 2019

El Dios Pan a la espera de Giraldilla


A propósito del aniversario 500
de San Cristóbal de La Habana

Dos poemas de Donde dice primavera y es otoño (Premio Juegos Florales de Matanzas 2006; Edic. Matanzas, 2007; segunda edición: colección La puerta de papel, Edit. Letras cubanas, La Habana, 2009), de Pedro Péglez González (Jesús del Monte, La Habana, 1945).

 Foto: Yimel Díaz Malmierca.


En La Habana del siglo XVI, desde el Castillo de la Fuerza y mirando al marítimo horizonte, Isabel de Bobadilla esperaba en vano día a día el regreso de su esposo, Hernando de Soto. Así se transformó, según el mito, en la Giraldilla que corona desde hace siglos la fortaleza. En el siglo XXI, el dios Pan, acaso reencarnación del aventurero, busca afanosamente en La Habana a su Giraldilla.


PAN CONTEMPLANDO LA HABANA

Para Frank Upierre
(Está lloviendo en La Habana),
ahora que estoy diluviando en la ciudad.


Estoy yo viendo La Habana
porque al yo ver, puede ser
que le nazca otra mujer
a su pasión de temprana
nodriza. O a mi ventana
de flautista sin edad
le amanezca otra piedad
más prónuba. Otro conjuro
de muchacha sobre el muro.
Yo viendo estoy la Ciudad.

Ella debe de ser una
mujer poblada de rostros:
Yo bebo de sus calostros
como un poseso de luna.
Ella debe de ser una
hidra distinta a la eterna
leyenda. Otra hidra tierna
de seno multiplicado
que Hércules hubiera amado
en la laguna de Lerna.

Ella puede ser mejilla
que aguarda, azul, al guerrero,
bajo el grávido sombrero
de Isabel de Bobadilla.
(¿Fue una sola Giraldilla?
Beatriz Jústiz de Santa Ana
desmiente. Oíd la campana
de su dolida expresión.
Muchas Giraldillas son
las guardianas de La Habana).

La Ciudad, historia aparte,
puede ser una muchacha
que no supo de la hilacha
de su saya en mi estandarte.
No conoció el núbil arte
de su foto entre mi pecho
y la montaña. Ni el techo
que la escuchó darme sus
maneras de ser Jesús
del Monte sobre mi lecho.

Puede ser la novia ilusa
que me imaginó más diestro
y no concibió en el estro
feliz de mi arenga obtusa
que no buscara en su blusa
los dos pasajes al cielo.
(Mientras, San Lázaro en celo
movía, gris, la cabeza
y adivinaba la artesa
de adioses en un pañuelo).

He de hallarla bajo el puente,
el puente del Almendares,
con un vestido a lunares
en flor, quemando mi urgente
piel de amar. O de repente,
de repente será esa
que de Coppelia regresa
resuelta en llanto a decir
que se acaba el porvenir
por donde el Vedado empieza.

Puedo verla en la Manzana
de Gómez, bajo otro brazo,
como Eva discreta al paso
que oculta súbita gana
con aire de porcelana.
(Si anoche, en deshabillé,
era una flor de crepé
lasciva, rosa y ambigua,
ahora es La Habana antigua
de Federico Miahlé).

Ah Ciudad, cómo te instalas
mujer de música y fiero
ademán del Barrio Obrero
que no condenó mis alas.
No debieron de ser ralas
mis aguas en su cornisa
sedienta de húmeda brisa,
si su reposado afán
hacia este huidizo Pan
pregunta por mi camisa.

Ah Ciudad, cuánto te atreves
a ser mujer-maravilla
que desaira sin sombrilla
las lluvias de todo jueves.
Perdonadme tantas nieves
desfalleciendo en su cruz.
Perdonad mi ausencia en sus
filantropías sin credo.
Pero no puedo, no puedo,
no puedo aliviar su luz.

Y Habana puede ser una
mujer ardida de blanco
que destejió sobre un banco
mi espera. Pero la luna
de la muerte urdió una duna
sobre su miel. Ahora es vana
la Parca con su hebra arcana.
Porque al yo ver, puede ser
que renazca esta mujer.
Estoy yo viendo La Habana.



PAN A LA ESPERA DE GIRALDILLA


La Habana me está mirando
con ojos de yerbabuena.
Me aplaude. Aplaude la pena
de mármoles que desando
cada vez que lluevo. Cuando
me desangran los perfiles
del sol. Pero soy abriles
y me encamino a noviembre.
Disuelta flor unimembre
no puede oír mis candiles.

La Ciudad me está mirando
con labios de Prima Vera.
Y Nicolás desespera
por ver tanto verso blando
en este bastón de mando
fuera del tiempo. Ahora llueve
pero de otro modo leve
y brutal. La Habana ríe
y el báculo se deslíe
en un reguero de nieve.

La Habana me está mirando.
Su voz encoge los hombros
y yo busco en los escombros
un jardín de fuego. ¿Cuándo
apagó su llama el bando
azulado de septiembre?
¿No hay semilla que resiembre
su ojo verde de utopía?
Pero yo soy mediodía
y ya me cerca diciembre.

La Ciudad me está mirando
con serpentinas de diabla.
Desnuda sobre una tabla
de sándalo, asume el mando
de mi sexo. Va poblando
mi soledad de otro traje
de espejismos. Su equipaje
sin recato de sayuela
me va estrujando una estela
de seducción y de encaje.

La Habana me está mirando
con ojos de niña aviesa.
Mi semillero tropieza
con su bosque: Marlon Brando
no es el de entonces. Abando-
nada feliz da su unción
a mi asustada misión
de San Francisco de Asís.
(En el aire lleno mis
pulmones de Malecón).

La Ciudad me está mirando.
Y ya no sé si soy Pan
o el fantasma de Tristán
de Jesús Medina. Un bando
real me anuncia el nefando
epitafio de la espera:
Magdalena de Junquera
decididamente ha muerto.
Y yo me fundo en el puerto
porque La Habana no muera.


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