A propósito
del aniversario 500
de San Cristóbal
de La Habana
Dos poemas de Donde dice primavera y es otoño (Premio
Juegos Florales de Matanzas 2006; Edic. Matanzas, 2007; segunda edición:
colección La puerta de papel, Edit. Letras cubanas, La Habana, 2009), de Pedro
Péglez González (Jesús del Monte, La Habana, 1945).
Foto: Yimel Díaz Malmierca.
En La Habana del siglo XVI, desde
el Castillo de la Fuerza
y mirando al marítimo horizonte, Isabel de Bobadilla esperaba en vano día a día
el regreso de su esposo, Hernando de Soto. Así se transformó, según el mito, en
la Giraldilla que corona desde hace siglos la fortaleza. En el siglo XXI, el
dios Pan, acaso reencarnación del aventurero, busca afanosamente en La Habana a
su Giraldilla.
PAN CONTEMPLANDO LA HABANA
(Está
lloviendo en La Habana),
ahora que estoy diluviando en la ciudad.
Estoy yo viendo La Habana
porque al yo ver, puede ser
que le nazca otra mujer
a su pasión de temprana
nodriza. O a mi ventana
de flautista sin edad
le amanezca otra piedad
más prónuba. Otro conjuro
de muchacha sobre el muro.
Yo viendo estoy la Ciudad.
Ella debe de ser una
mujer poblada de rostros:
Yo bebo de sus calostros
como un poseso de luna.
Ella debe de ser una
hidra distinta a la eterna
leyenda. Otra hidra tierna
de seno multiplicado
que Hércules hubiera amado
en la laguna de Lerna.
Ella puede ser mejilla
que aguarda, azul, al guerrero,
bajo el grávido sombrero
de Isabel de Bobadilla.
(¿Fue una sola Giraldilla?
Beatriz Jústiz de Santa Ana
desmiente. Oíd la campana
de su dolida expresión.
Muchas Giraldillas son
las guardianas de La Habana).
La Ciudad, historia aparte,
puede ser una muchacha
que no supo de la hilacha
de su saya en mi estandarte.
No conoció el núbil arte
de su foto entre mi pecho
y la montaña. Ni el techo
que la escuchó darme sus
maneras de ser Jesús
del Monte sobre mi lecho.
Puede ser la novia ilusa
que me imaginó más diestro
y no concibió en el estro
feliz de mi arenga obtusa
que no buscara en su blusa
los dos pasajes al cielo.
(Mientras, San Lázaro en celo
movía, gris, la cabeza
y adivinaba la artesa
de adioses en un pañuelo).
He de hallarla bajo el puente,
el puente del Almendares,
con un vestido a lunares
en flor, quemando mi urgente
piel de amar. O de repente,
de repente
será esa
que de
Coppelia regresa
resuelta en
llanto a decir
que se acaba
el porvenir
por donde el
Vedado empieza.
Puedo verla
en la Manzana
de Gómez,
bajo otro brazo,
como Eva
discreta al paso
que oculta
súbita gana
con aire de
porcelana.
(Si anoche,
en deshabillé,
era una flor
de crepé
lasciva, rosa
y ambigua,
ahora es La Habana antigua
de Federico
Miahlé).
Ah Ciudad,
cómo te instalas
mujer de
música y fiero
ademán del
Barrio Obrero
que no
condenó mis alas.
No debieron
de ser ralas
mis aguas en
su cornisa
sedienta de
húmeda brisa,
si su
reposado afán
hacia este
huidizo Pan
pregunta por
mi camisa.
Ah Ciudad,
cuánto te atreves
a ser
mujer-maravilla
que desaira
sin sombrilla
las lluvias
de todo jueves.
Perdonadme
tantas nieves
desfalleciendo
en su cruz.
Perdonad mi
ausencia en sus
filantropías
sin credo.
Pero no
puedo, no puedo,
no puedo
aliviar su luz.
Y Habana
puede ser una
mujer ardida
de blanco
que destejió
sobre un banco
mi espera.
Pero la luna
de la muerte
urdió una duna
sobre su
miel. Ahora es vana
la Parca con su hebra arcana.
Porque al yo
ver, puede ser
que renazca
esta mujer.
Estoy yo
viendo La Habana.
PAN A LA
ESPERA DE GIRALDILLA
La Habana me está mirando
con ojos de yerbabuena.
Me aplaude. Aplaude la pena
de mármoles que desando
cada vez que lluevo. Cuando
me desangran los perfiles
del sol. Pero soy abriles
y me encamino a noviembre.
Disuelta flor unimembre
no puede oír mis candiles.
La Ciudad me está mirando
con labios de Prima Vera.
Y Nicolás desespera
por ver tanto verso blando
en este bastón de mando
fuera del tiempo. Ahora llueve
pero de otro modo leve
y brutal. La
Habana ríe
y el báculo se deslíe
en un reguero de nieve.
La Habana me está mirando.
Su voz encoge los hombros
y yo busco en los escombros
un jardín de fuego. ¿Cuándo
apagó su llama el bando
azulado de septiembre?
¿No hay semilla que resiembre
su ojo verde de utopía?
Pero yo soy mediodía
y ya me cerca diciembre.
La Ciudad me está mirando
con serpentinas de diabla.
Desnuda sobre una tabla
de sándalo, asume el mando
de mi sexo. Va poblando
mi soledad de otro traje
de espejismos. Su equipaje
sin recato de sayuela
me va estrujando una estela
de seducción y de encaje.
La Habana me está mirando
con ojos de niña aviesa.
Mi semillero tropieza
con su bosque: Marlon Brando
no es el de entonces. Abando-
nada feliz da su unción
a mi asustada misión
de San Francisco de Asís.
(En el aire lleno mis
pulmones de Malecón).
La Ciudad me está mirando.
Y ya no sé si soy Pan
o el fantasma de Tristán
de Jesús Medina. Un bando
real me anuncia el nefando
epitafio de la espera:
Magdalena de Junquera
decididamente ha muerto.
Y yo me fundo en el puerto
porque La
Habana no muera.
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