2011 y 1812: alegría en
la tertulia,
un comentario a propósito
La tertulia La décima es un árbol de Mariana Pérez Pérez, ahora mediante Facebook a causa de la COVID-19, tiene como invitada a la poetisa Olimpia Pombal Duarte en su sesión virtual de este viernes 30 de julio
2011 Y 1812: ALEGRÍA PARA EL ÁRBOL
El XI
concurso nacional Ala Décima,
correspondiente al 2011, resultó todo un acontecimiento para los contertulios
de La
décima es un árbol: El lauro principal, el Premio
Ala Décima 2011,
correspondió a Caridad
González Sánchez por
su texto Diatriba, y el segundo
lugar, titulado ese año
Premio Especial Aniversario 50 de Ada Elba Pérez, lo mereció Olimpia
Pombal Duarte por su poema 1812.
Y que conste: Ese año en el jurado no había ningún villaclareño, aparte del
riguroso trabajo bajo seudónimo con que nuestros jurados examinan los conjuntos
poéticos aspirantes. Ahora que Olimpia es la escritora invitada en el capítulo
de turno de esa querida tertulia de nuestra hermana Mariana, la dirección del Grupo
Ala Décima aprovecha para
felicitarlas con un abrazo apretado —que se extienda a todos los participantes—
y compartimos aquel extenso y hermoso poema de la huésped principal del espacio
en este día. Lo reproducimos tal y como se publicó entonces, cumpliendo la
convocatoria, en nuestra sección Premiosala.
1812
Olimpia Pombal Duarte
Premio
especial Ada Elba Pérez
XI concurso nacional
Ala Décima (2011)
JURADO:
Olga
Lidia Pérez
Isbel Díaz Torres
Julio
Alberto Cumberbatch
1812
Es Tchaikovsky, su obertura,
la que inunda mis sentidos
con alegrías, gemidos,
angustias… La partitura
no le permite ruptura
a ninguna imagen, cuáles
más vívidas y raigales;
historia en notas; escalas
y arpegios que sueñan alas
atenaicas ya inmortales.
Todo un espejo de trigo
ondula tras los primeros
acordes. Tibios senderos
serpentean al abrigo
de mis ensueños. Testigo
de esta paz imaginada
es el adagio que en cada
clave me impulsa tenaz
a vivir en una audaz
ilusión insospechada.
De pronto un tímpano truena.
Con sus cien ojos la Fama
indiferente proclama
un gris-azul que cercena
el libre albedrío, y llena
de humillación a la Russ;
el miedo carga su cruz
y ríos, isbas, trigales
quedan vacíos. Metales
y cuerdas gimen sin luz.
¡La
Marsellesa…! Levanta
sombras de vientos oscuros
y alucinantes. Los muros
quiebran su dura garganta
mientras ella canta, canta
un canto de espada y fuego.
Sólo exige, no es un ruego;
trompetas y oboes gritan;
falsos deberes se agitan
por un apetito ciego.
Y tras mis ojos cerrados
la música vibra; viola
el hilo que da una sola
opción para los soldados;
las trompas lanzan mezclados
fusiles y hombres; la tierra
huele a ansiedad y se aferra
al soplo de su destino:
se repliegan. Borodino
abre su faz a la guerra.
El dulce triángulo ajusta
su tono al de los violines.
¿Son las troikas? ¿Son maitines?
¿Quizás rezos? ¡Cómo asusta
huir por la senda injusta
de los vencidos! Se van.
Sus huellas dejan sin pan
por donde avanza el Gran Corso
que va apretando su torso
en estúpido ademán.
El pandero… ¡qué sutil
borda los aires gitanos,
como si atara lejanos
recuerdos en un atril!
Su ritmo, casi infantil,
envuelve a las tropas rusas;
los bajos arrastran fusas
que descienden, claman, rugen;
los pies en el fango crujen
y rompen sombras obtusas.
De nuevo cuerdas y vientos
sollozan. Francia ha plantado
sus colores, y llevado
a Rusia sangre y lamentos.
Mal podrían pensamientos
de conquista, triunfo y gloria
dejar alegre memoria.
Cayó Borodino, pero
hay sonidos de un ligero
sabor a duda en la Historia.
¿Y qué me dicen ahora
los metales? Con sus voces
parece que invocan dioses
guerreros. Llegó la hora;
marchan los galos y llora
el suelo bajo sus pies.
“¡Allons enfants!” A través
de esta música percibo
la firmeza del argivo
ancestral. ¿Sueño tal vez?
Por mi sangre y nervios vuelan
veloces los pentagramas
impregnados de humo y llamas
que abrasan Moscú, y deshielan
paredes por donde rielan
las primicias del invierno;
toda la orquesta un infierno
dibuja sobre el Moscova
mientras la Historia
se roba
a sí misma un aire eterno.
De todas las cuerdas brotan
fantasmas de bordes recios
que alertan cuando los necios
entre tizones se agotan
sin más botines. Ya azotan
ventiscas rudas. La nieve
esconde su rostro aleve
en árboles y callejas;
las violas susurran quejas…
pero el francés no se mueve.
Helados soplos de cierzo
aúllan en la taigá;
la nieve es como un maná
que danza sobre el scherzo
en su orquesta. Blanco y terso
noviembre llega. Remotas
reminiscencias de notas
descienden. ¡Francia se marcha
cargando botín, escarcha
y tristes espaldas rotas!
Ya se van, pero el espanto
hace presa en su camino.
Un General concertino
terrible, implacable; manto
de muerte blanca sin llanto
los abate: es Aquilón
que ruge en las cuerdas con
torpe fiereza. Hambre y hielo
muerden los cuerpos; el cielo
desnuda su compasión.
Campanas, ventiscas, muerte;
alegría de los rusos,
dolor para los intrusos.
¡Qué trágica siembra inerte
de medio millón! Un fuerte
allegro teje una danza
sin confines. Cuando alcanza
su majestuoso final,
creo ver el Santo Grial
que derrama la esperanza.
Olimpia Pombal Duarte (Remedios, Villa Clara, 1935).
EN NUESTROS ARCHIVOS:
— El
insólito caso de La décima es un árbol. En Santa Clara, su experiencia.
— Yudith
Ruiz regresó con El regreso. Sorpresa
en el Catálogo Rimado 152 de la tertulia La décima es un árbol.
— Lidia
Meriño como escritora invitada en La décima es un árbol.
MÁS SOBRE LA DÉCIMA EN ESTA PROVINCIA:
VILLA
CLARA
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