Comentario
sobre el libro
Con diez que se quieran bien
Tomado de La Gaceta de
Cuba
A pesar de
que cualquier manual de redacción periodística recomienda no comenzar (ni
terminar) los textos con largas citas, no puedo sustraerme de pedir prestado un
extenso párrafo al Maestro Roberto
Manzano para iniciar esta reseña:
«Si hay un
nombre del campo poético cubano que reúne en su vida y obra toda un área de
creación, capital para la justicia y el entendimiento global de la escena
lírica cubana actual es el de Pedro
Péglez González (La
Habana, 1945). No solo es uno de los cultivadores de la décima escrita
esenciales de los últimos tiempos, sino también su promotor más leal y eficaz.
Disfruta de respeto y admiración en todo el país y mucho más allá del país (…).
Nadie tan autorizado (…) para hablar de las circunstancias, los valores, las
figuras, las maneras, los obstáculos, las ganancias, los itinerarios y los
horizontes de la extraordinaria poesía que se ha escrito en décimas siempre y
ahora mismo entre nosotros».
Con la
habitual capacidad de síntesis del extraordinario poeta y educador que es, Manzano
introduce así el que considero plato fuerte de Con
diez que se quieran bien. Acercamientos a la actual décima escrita cubana
(Editorial José
Martí, 2017), una entrevista en la que, aprovechando las sagaces
preguntas del pedagogo, Péglez desarrolla, con profundo calado
ensayístico, su visión sobre la creación decimística en nuestros lares, a la
par que confiesa, casi disculpándose por hablar de sí mismo, su apuesta vital
por esta forma creativa.
Además de ese
enjundioso diálogo, publicado originalmente en la revista Amnios,
y ahora colocado con inteligencia como cierre del libro, Con
diez que se quieran bien… reúne comentarios, miniensayos y reseñas
publicados por Péglez desde la década del 90 hasta la
actualidad, para dar cuenta de la ruta existencial de la estrofa, esa que,
según dicen que dijo José
Fornaris, constituye el molde poético consustancial a nuestro pueblo. No en
balde refiriéndose a esta hechura lírica, la también poetisa y académica Mirta Aguirre sintetizó, en
versos que a juicio del erudito Virgilio
López Lemus valen por
un ensayo: «porque ella nació primero/ y nuestro pueblo después».
Un motivo
recurrente en la extensa e intensa creación lírica de Péglez es el del abad y la abadía. Quien se
asome a las líneas de este volumen podrá advertir, como en un recogimiento de
alma, que eso ha sido para el autor su devoción por la décima: una fecunda
misión de monasterio, en la que, como buen padre, ha ido sacrificando todo,
especialmente su tiempo, en función de que irradie más allá de cualquier
frontera el sol rotundo de la «viajera peninsular».
Sin
estridencias, sin poses, «sin llamar al mundo para que lo vea», como reza el
precepto martiano, este Poeta de figura diminuta y recia estirpe, ha ido
labrando un campo de análisis en torno al complejo artístico-cultural (como él
prefiere denominarlo) de la creación en estrofas de diez versos. Y dicho campo,
con surcos visibles en el la página cultural del semanario Trabajadores
y en el sitio web Cuba Ala Décima, que ahora, gracias al libro, podemos
apreciar de conjunto, pone al descubierto los principales frutos y las
poderosas malezas que día a día enfrentan los que aman la forma expresiva que
dignificó Jesús
Orta Ruiz (el Indio Naborí),
en el siglo XX. No en balde a esta figura tutelar está dedicado el volumen.
Dentro de los
núcleos conceptuales diseccionados por Péglez destaca el que ha denominado: revitalización de la décima escrita cubana
contemporánea, proceso que, considera, se extiende desde la década del 80
del pasado siglo hasta nuestros días, con periodos de mayor intensidad que
otros, pero siempre en espirales ascendentes y gananciosas para la poesía
cubana toda.
No escapan al
ojo clínico del analista las esenciales figuras, instituciones, eventos y
movimientos que, al interior del citado complejo, han ido multiplicando en más
tres décadas el radio de acción de la décima, como tampoco las fuertes barreras
de prejuicios, olvido, utilización instrumental-propagandística y falta
oportuna de promoción y jerarquización que ha debido vencer esta vertiente del
lirismo.
De igual modo
el libro es valioso testimonio de la sorda lucha entre «el fantasma del
menosprecio con que cierta zona de la intelectualidad cubana ha tratado
históricamente a nuestra estrofa» y el «terco amor» de otra zona de los
intelectuales: quienes la cultivan y/o defienden. Entre estos últimos destaca, singularmente,
la fraternidad que define al movimiento agrupacional de los escritores,
cualidad que —bien razona Péglez—, se traduce en enriquecimiento
espiritual constante.
Y si alguien
puede dar fe de ese enriquecimiento es él, porque conoce y ha apoyado como
ningún otro cultor o investigador, desde el más minúsculo taller literario
decimístico en un municipio intrincado del país hasta los más refulgentes
eventos, con carácter iberoamericano, que incluyen a la estrofa. Aunque no lo
diga, porque un abad nunca menciona su propia cosecha, la agrupación que él
dirige, el Grupo
Ala Décima, así como el concurso anual auspiciado por este —entre los más
prestigiosos del panorama literario del país— y, especialmente, el mencionado
espacio en Internet: Cuba Ala Décima, con más de 4000 reseñas sobre este
cauce creativo —mayor reservorio de información digital al respecto en
Iberoamérica—, constituyen baluartes insoslayables a la hora de hacer balance
de lo que ha sido y podría ser la forma elevada por Juan
Cristóbal Nápoles Fajardo (El Cucalambé) en el siglo XIX cubano.
Periodista y
actual Jefe de Redacción del periódico de la CTC, militante antidogmático del
pensamiento emancipador, historietista, bardo multilaureado en concursos (con
dos Premios
Iberoamericanos Cucalambé en su currículo), hombre y amigo respetado
en tertulias y espacios de pensamiento y poesía a la largo de la Mayor de las
Antillas y allende los mares, Péglez debía tener publicado hace mucho,
entre su ya amplia bibliografía, este volumen. Por tanto, es de agradecer
hondamente a la Editorial José
Martí que haya hecho, al fin, justicia poética con darlo a la luz,
aun cuando sea en letra diminuta y con papel de tan mala calidad.
Y no digo
más, que un reseñador solo debe re-pasar algunas señas. Cierro, como abrí, con
una máxima del profesor Manzano,
a la que se afilia naturalmente Pedro
Péglez González: «La
mejor poesía es querernos». Con
diez… son páginas para eso, para querer y querernos.
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