Lo festejó con décimas
El pasado mes cumplió la víspera de los 70 el reconocido cantautor, compositor y poeta Pedro Luis Ferrer (1952, Yaguajay, Sancti Spíritus), y publicó en su perfil de Facebook este poema que compartimos junto a su simpática reflexión
Hoy arribo al sexagésimo noveno «17 de septiembre» que tanta fiesta me ha justificado. Sí, porque me enseñaron -como a todos- a festejar «cada año que se suma», omitiendo el contrasentido de que «es el mismo año que se resta»: una verdad de perogrullo que me hizo percibir tempranamente el envés de todo mi derredor.
Ciertamente, hay ideas que se asimilan como brotes irreales, por más que la vidorra concreta y palpable confirma a cada paso los misterios de la existencia: nadie puede negar que Dios habita, al menos, en la conciencia humana. ¿Será acaso su almática manera de existir?
Un día como hoy, Hilda Montes y Rodolfo Ferrer fueron mis padres. Y aunque parecerá una tontería comentar que ese mismo día fui su hijo, o que fui hermano de mi hermano mayor; y él, hermano mío (y siguiendo esa flecha tomaríamos un rumbo interminable de relaciones que se estrenan mutuamente con nuestra llegada al mundo), pocas veces nos detenemos a pensar en esa brecha iniciadora de reciprocidades. Es lo que ocurre cuando dejamos temporalmente la nada: esa esencia que concebimos como el «no ser». (¡Ño, qué clase de enredo!) Lo cierto es que mis padres, que hoy celebrarían otro aniversario de ser mis padres, ya retornaron físicamente a esa «nada», mientras gravitan espiritualmente en mi recuerdo.
Es la memoria la única tabla salvadora de nuestros más sagrados afectos: el milagro que los mantiene en nosotros, aunque ya no estén íntegramente en carne y hueso. Nuestro innato egoísmo no les permite continuar tranquilamente el rumbo hacia el éter elástico descrito por Einstein.
Por eso, es atinado afirmar que podemos mutar a la plena espiritualidad, a esa existencia sin cuerpo -que es lo que significa «alma»-, réplicas en la memoria de otros seres, en las palabras que nos sustituyen acústica o caligráficamente, como siluetas impresas por la luz. Ahí ondularemos como fantasmas involuntarios, mientras quede alguien que nos sujete en su conciencia. Solo el olvido nos libera de ese imán psíquico, para seguir el curso ignoto y eternal.
Ya soplé las velitas del ensueño.
Ahora: ¡a picar el pastel!
DÉCIMAS POR MI CUMPLEAÑOS
Llego a los
sesenta y nueve
-una vela pa setenta-
quietecito en la tormenta
y calentito en la nieve.
Es la eternidad más breve
que Natura me ha cedido:
me gano el tiempo perdido
retornando a la niñez
que es como hacer al revés
el mismito recorrido.
Subiendo me
vengo abajo,
y cuando voy en picada
se levanta mi plomada
mariposeando en el gajo,
silenciosa cual badajo
en campanario de pluma...
Mientras más tiempo consuma
más volveré al punto ido
donde mi primer latido
se hizo pulso en la yagruma.
Así, de
pronto, no nazco
y prosigo en la energía
que deambula poesía
como polvo de peñasco
sobre pulpa de damasco
en una boca de hiel
para brindarle la miel
que se agrupa en mi colmena:
expandiendo la cadena
doy mi espíritu a granel.
Este viaje
regresivo
al punto de inexistencia
solo requiere la ciencia
de sumar en el olvido,
restando lo más querido
del infinito impalpable,
desatando cada cable
que sujeta al pensamiento:
ese rígido argumento
de la sensación estable.
Qué bonito
ser el viento
en este día sin nacer,
de regreso a la mujer
que alumbró mi nacimiento;
des-vivir sano y contento,
des-engendrado en la nada:
esperma depositada
en la espuma del jabón...
sin tener un corazón
pendiente de la alborada.
14 de la septiembre de 2021
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