Publicamos
texto suyo casi inédito
Nuestro padre espiritual, Jesús Orta Ruiz, el Indio Naborí, cumple 98 años, y publicamos su conferencia casi inédita Autobiografía de un improvisador
Foto: Ricardo López Hevia
Su envío agradecemos al gesto fraterno del poeta Fidel Antonio Orta Pérez, director de la Oficina de Investigación y Promoción Cultural Jesús Orta Ruiz, quien al hacérnoslo llegar explicó que se trata de una conferencia que Naborí dictó en Las Palmas de Gran Canaria el 10 de octubre de 1998. Y añadió Fidel Antonio: “Me parece de suma importancia contar con esta joya patrimonial para celebrar el 98 cumpleaños del poeta (…) ha tenido una sola impresión, que se hizo precisamente en Las Palmas (…) en esa misma fecha, octubre de 1998, fue que se escogió el 30 de septiembre para celebrar el Día de la Décima Iberoamericana”. Nuestra infinita gratitud al hermano Fidel Antonio.
AUTOBIOGRAFÍA DE UN IMPROVISADOR
Por Jesús Orta Ruiz (Indio Naborí)
CONFERENCIA INAUGURAL
VI Encuentro-Festival de la Décima y el Verso Improvisado (Las Palmas de Gran Canaria, España, 10 de octubre de 1998)
Dr. Maximiano Trapero, eminente filólogo y Presidente del VI Festival Iberoamericano de la Décima, estudiantes y profesores universitarios, investigadores titulares, folcloristas, músicos del pueblo y poetas orales. Participantes todos:
Perdonen que no haya podido, por mi falta de visión, escribir una ponencia y traerla aquí y leerla ante ustedes, porque las palabras improvisadas corren a veces el riesgo de la infidelidad de la memoria, el desorden de las ideas y la falta de síntesis. Sin embargo, por complacer a mi amigo y maestro Maximiano Trapero, haré un esfuerzo y les contaré cómo nació y se desarrolló en mí el arte de la improvisación poética.
Antes de iniciar mi sencillo relato, apoyado por algunos estudios y reflexiones, quiero saludar al glorioso pueblo español, cumplido ya el V Centenario del Descubrimiento de América, uno de los hechos más trascendentes de la historia del mundo. Hubo, claro está, errores graves en la gran hazaña, pero el corazón español no hay que buscarlo en la crueldad de aquel sistema, sino en el pecho del Fray Bartolomé de Las Casas y en el mestizaje americano, donde los españoles muestran que han sido los únicos conquistadores que, sin discriminar, se funden a sus conquistados, fomentan familias permanentes en las tierras nuevas y hasta han sido capaces de morir por el ideal de sus hijos y nietos criollos. Permítanme expresar este sentimiento en una décima que improvisé el 12 de octubre de 1946:
España, querida
España,
andas en la
sangre mía,
te busco en
la geografía
y apareces
en mi entraña.
Para mí no
eres extraña,
aun
cambiando mi color
desde aquel
conquistador
que,
sediento de un tesoro,
vino a
conquistar el oro
y lo
conquistó el amor.
Entremos, pues, en la modesta AUTOBIOGRAFÍA DE UN IMPROVISADOR.
Nací el 30 de septiembre de 1922, en el seno de una familia campesina de lejano origen andaluz, por la línea paterna, y canario, por la línea materna. Hijo del montero Eduardo Orta y la campesina María Ruiz, heredé las costumbres y la cultura de los campos de Cuba, especialmente las tonadas, la décima y el repentismo. Otro punto de partida no pudo ser el de mi poesía, ensanchada con el tiempo y el estudio.
Es fenómeno natural que algunos seres humanos vengan al mundo con ciertas propiedades psíquico-somáticas que pueden favorecer sus aptitudes en el trabajo, en el arte, la literatura o la ciencia. Son como las plantas que, surgiendo de idéntica o semejante semilla, crecen con el riego, la lluvia, la poda, el abono y otros elementos ecológicos.
Entre las facilidades que la naturaleza ha dado al repentismo hispanoamericano está el octosílabo. Es el verso más antiguo del idioma español. Tiene sus raíces, valga el criterio del profesor Tomás Navarro, en la medida básica de los agrupamientos fónicos de nuestra lengua. De ahí que aparezca constantemente en el curso de nuestras conversaciones, abunde en los refranes y proverbios y sea la métrica de innumerables tonadas populares campesinas. Verso de menos exigencia acentual, se acomoda con más facilidad a la rapidez del canto improvisado. No en balde las estrofas utilizadas por los repentistas de habla hispana son generalmente octosilábicas: cuartetas, redondillas, romances, quintillas, sextillas, coplas reales y espinelas.
Comencé mi aprendizaje del octosílabo mientras mi madre me dormía entre sus brazos cantándome décimas, cuartetas o redondillas del folclor campesino cubano. Esas fueron y no otras mis nanas y, a medida que fui creciendo, la fijación de esa música se hizo más entrañable en mí. La mayoría de mis familiares y vecinos apoyaban su hablar cotidiano con antiguos refranes octosilábicos.
Décimas cantaba mi padre pastoreando el ganado, décimas cantaba mi hermana lavando a la sombra de un árbol, y no se daba una canturía o guateque en mi casa u otra casa de la finca colindante donde yo no estuviera como fiel oyente. Me contaban mis hermanos mayores, que yo, sin más que cinco o seis años, centraba toda mi atención en la música y en la improvisación, totalmente desentendido de los juegos que en la calle o el patio disfrutaban la mayoría de los niños. Se diría que estaba repitiendo con los labios las décimas que escuchaba. Más de una vez mi hermana Adelaida se preocupó al ver que yo temblaba. Era una rara emoción que me producía el laúd, al cual me acercaba y lo observaba como si le estuviera buscando el alma. No demoré mucho en cantar décimas, cuartetas o redondillas de las que oía en mis contornos. Entre éstas, aprendí una controversia folclórica que los campesinos del lugar denominaban El perro y el gato. Eran diez redondillas que mi padre, gustador del contrapunto, hizo que el vecinito Reynaldo Díaz y yo la cantásemos. Era de ver cómo los labradores y obreros se agrupaban y se entusiasmaban con la polémica inocente, no obstante ya sabérsela de memoria.
En uno de estos encuentros míos con Reynaldo, al final de la competencia, hice mi revelación como repentista, improvisando mi primera redondilla. Cuando él me dijo su ya consabida cuarteta:
Yo soy el perro y tú el gato
que entramos en discusión,
pero con la condición
que si me arañas te mato.
Los presentes esperaban mi también consabida respuesta que era:
Cantador que se dilata
conmigo no forma coro:
si tiene garganta de oro
yo se la pongo de lata.
Pero se sorprendieron cuando le respondí de un modo totalmente distinto al habitual y más ajustado al tema:
No eres perro, no soy gato
ni entramos en discusión:
esta es una reunión
y vine a pasar un rato.
La antigua controversia que mi padre nos enseñó a Reynaldo y a mí llegada a él por tradición oral, es testimonio indudable de que la estrofa de cuatro versos octosílaba (cuarteta o redondilla) antecedió a la décima como letra fija del punto cubano.
De ahí que no pocos campesinos llamen todavía cuarteta a la décima. Un ejemplo de ello lo da nuestro gran poeta Agustín Acosta cuando en su poema La zafra (1925) pone en la voz de un carretero una décima de amor a la cual el cantor cañero llama cuarteta:
Yo nunca podré aspirar
a darte un beso de amor:
tú conoces mi dolor
y no lo quieres calmar.
Te vas al pueblo a bailar
y no te acuerdas de mí,
de mí que me quedo aquí
y que como buen poeta
te dedico esta cuarteta
que he sacado para ti.
A partir de la primera redondilla improvisada por mí, improvisé otras de temas circunstanciales, domésticos y de otros asuntos, que me fueron facilitando más tarde la entrada al dominio de la espinela, porque todo, por ley cognoscitiva, va de lo simple a lo complejo. En cuanto a la décima, históricamente su desarrollo ha sido así; la primera estrofa española fue la cuarteta o redondilla, siglos antes de que surgiese la espinela.
A mi pleno dominio de la décima contribuyeron ciertos elementos culturales añadidos al folclor, heredados por mi familia campesina. Interesantes fueron para mí las tertulias hogareñas en que mi hermana Adelaida leía a sus padres y a sus cuatro hermanos menores, las décimas de La política cómica, semanario humorístico, así como las de La lira criolla, un decimario popular de atractiva portada nativista, recopilado por el poeta y ensayista Regino E. Botti. Recuerdo la alegría que hubo en mi hogar cuando un vendedor ambulante de los que llamábamos cacharreros nos vendió un ejemplar de Rumores del Hórmigo, obra del más destacado decimista campesino del siglo XIX, Juan Cristóbal Nápoles Fajardo (El Cucalambé), del cual sabíamos algunas décimas ya folclorizadas. Curioso es el hecho de que aprendí a leer en aquel libro de abundantes espinelas. Mientras mi hermana leía las décimas de Hatuey y Guarina, repetidas a petición de mi padre, yo seguía con atención encantada la lectura, fijando la vista en cada palabra escrita. A fuerza de repetir la operación no sólo aprendí las décimas, sino que recordaba cada letra y cuál era el sonido de ellas al combinarse en sílabas.
Mi gama de tonadas aumentó cuando mi tía Reglita obsequió a la familia un viejo fonógrafo RCA Víctor. Milagroso me parecía aquel aparato que "hacía" música y cantaba, mientras un perrito de metal oía como embelesado. A través de ese equipo sonoro pude escuchar las exquisitas tonadas y décimas de los cantadores guajiros más famosos de principio de siglo: Juan Pagés, Miguel Puerta Salgado, Martín Silveira, Horacio Martínez, Armando Rodríguez, Pedro Valencia, Agustín P. Calderón y otros.
Niño aún, me era dable y hasta fácil encontrar la consonancia o rima perfecta, probablemente por la secular saturación cónsona que nos ha dado a los criollos el oído músico que el ilustre español Marcelino Menéndez y Pelayo reconoce a la mayoría de los poetas cubanos en su Antología de la poesía hispanoamericana, coincidiendo con nuestro sabio investigador literario Bachiller y Morales. Tal es la influencia de la rima perfecta en nuestro pueblo que cuando un improvisador rima un asonante con un consonante no falta quien le diga: eso no pega. No ocurre lo mismo en otros pueblos hispanoamericanos, donde los repentistas mezclan consonantes con asonantes, porque han cultivado simultáneamente la décima, la cuarteta y el romance.
Nacido y crecido en medio de tan constante ecología sonora, no es de extrañar que a mis once años y vencida la enseñanza elemental ya improvisara décimas con cierta facilidad y fuera capaz de sostener algunos contrapuntos con improvisadores adultos de mi localidad.
Por aquellos días de los años treinta, eran famosas en los campos cubanos las controversias de preguntas y respuestas. Estas consistían en que un repentista interrogaba a su rival sobre cualquier asunto de asignatura elemental o extraído de cualquier lectura o información oral. Si éste no respondía con exactitud, perdía la disputa, y si la respondía bien, era declarado triunfador con derecho a formular la siguiente pregunta. Aquel cuestionario cantado interesaba a los campesinos, que calificaban de sabios a los triunfadores. La demandada modalidad había sido popularizada en Cuba por Santana y Limendú, los llamados Cantadores del saber, en la década anterior. Esta modalidad de competencia no habría de ser mi estilo de improvisación en mi adolescencia, pero influyó en desarrollar mi hábito de lectura permanente. Leía cuanto periódico, libro, revista o folleto caía en mis manos. Pensaba que en mis días futuros de improvisador se me podía presentar uno de aquellos preguntones orales y que yo no pudiera responderle con exactitud. Viéndome en este afán diario, Rodolfo Díaz Moya, maestro voluntario y mecenas de barrio pobre, no sólo me impartió la instrucción básica, sino que me facilitó libros importantes como El tesoro de la juventud, el Diccionario de la rima, la Mitología griega, la Enciclopedia Sopena, las Poesías completas de Gaspar Núñez de Arce, de Ramón de Campoamor y otros. Esto para mí era una suerte, porque en mi entorno no había biblioteca ni librería y acaso encontraba una decena de revistas y libros en la barbería del canario Nicolás. De no haber sido por aquel providencial maestro yo habría sido uno más de esos niños de América Latina que, como dijo Miguel Otero Silva: "nacen para poetas, pintores o músicos y se quedan mirando la barranca para toda la vida".
Yo era uno de esos niños: pan inseguro, zapato eventual y libro lejano. A los diez años comencé a trabajar como pastor de ovejas. Adolescente, fui aprendiz y operario de zapatería, peón de albañil dependiente de comercio y maestro de una pequeña escuela privada, sin dejar de estudiar por las noches y participar los fines de semana en las canturías que se efectuaban en el vecindario y fincas colindantes.
Contaba catorce años cuando me presenté por primera vez ante un micrófono en una radioemisora municipal de La Habana. Fue cuando un patrocinador generoso organizó el trío Querubines del Arte, que integramos Fermincito Garmendia, Pedrito de Armas y yo, los tres de la misma edad. Fermincito tocaba e] laúd y cantaba. Pedrito de Armas era intérprete de bellas tonadas campesinas seguidas de graciosos estribillos. Yo, que me había destacado como improvisador decimista, atendía una sección titulada Crónica social guajira. Esta consistía en complacer las peticiones que nos llegaban por cartas, llamadas telefónicas o directamente.
En relación con aquella sección tengo una curiosa y simpática anécdota que contarles. Recientemente recibí una llamada telefónica en mi casa. Era la voz de una mujer. Me dijo: "¿Es usted el querubín Jesús Orta?". La pregunta me sorprendió y le respondí: "Sí, soy Jesús Orta, pero ni en el cielo ni en la tierra hay un querubín de 76 años". Ella se echó a reír y arguyó: "Tampoco hay una quinceañera de 77 años, pero oiga la décima que usted me cantó cuando yo cumplí 15 años y usted era miembro del trío Querubines del Arte:
Celebras, Ana María,
tus quince años de edad,
y por tu felicidad
implora mi poesía.
Y en medio de la alegría
que en tu casa debe haber,
son tus años, a mi ver,
quince auroras, quince estrellas,
quince rosas, quince bellas
sonrisas de amanecer.
Es posible que alguien extrañe la expresión metafórica de un improvisador púber manifiesta en la décima antes citada. Sin embargo, no es nada de extrañar que un niño piense en imágenes. Cuando esto ocurre, no es otra cosa que el asomo adelantado de un poeta que puede lograrse o frustrarse en el futuro, pero que como simiente potencial ya existe. En mi caso hay que tener en cuenta, además, que a mis catorce años no eran pocas mis lecturas de buena poesía. Mi padre era, pudiéramos añadir, un campesino inculto, pero de gran imaginación, que de vez en cuando manifestaba en su rústico hablar. De ahí pudo, asimismo, haberme venido por transmisión genética, esa tendencia a sustituir e individualizar los significados. Aquel programa que se trasmitía dominicalmente de cuatro a cinco de la tarde, contribuyó a nuestra popularidad. Fiestas campesinas, escuelas y canturías, solicitaban nuestra actuación. Un día, especialmente invitados, acudimos a un poblado de Guanabacoa (Barreras), donde un repentista de gran fama se enfrentaría con otro de semejantes méritos. Se hacía tarde en la noche y el rival esperado no llegaba. El público presente demandó, con aplausos y repitiendo mi nombre, que yo sustituyera al trovador ausente. No sin disgusto, el adulto cantor rechazó la petición; pero la insistencia popular lo obligó a permitir mi acceso al escenario, donde no demoró en burlarse de mi pobre indumentaria.
Algunos de los sobrevivientes de aquellos espectadores recuerdan todavía mi décima de respuesta a su burla:
Viste tú seda y encaje,
y dril cien, y casimir,
que a mí me basta vestir
la etiqueta del lenguaje.
De mi calzado y mi traje
te burlas, porque no has visto
que más pobre vistió Cristo
con un clavo en cada palma.
¿Acaso me vista el alma
para saber cómo visto?
En 1939 contaba yo con ocho años de práctica constante de la improvisación. Sin este ejercicio mental y verbal no es dable el logro de la gracia repentista. El verso se hace más fácil y de mayor calidad. Fue en este año que inicié mis labores en la radio nacional, en el programa La Corte Guajira del Arte, no ya como aficionado, sino como trovador profesional, después de mi participación triunfante en la competencia de improvisadores con el seudónimo de Indio Naborí, en oposición a la tendencia de no pocos repentistas cubanos que se autollamaban Caciques. La dirección de la radioemisora me contrató como artista exclusivo, siendo mi trabajo rivalizar con un improvisador distinto cada noche y escribir Estampas Campesinas para la voz de Salazar Ramírez, uno de los mejores intérpretes de la guajira de salón. Tanto las controversias como las estampas alcanzaron una extraordinaria radioaudiencia. Los críticos de programas radiales destacaron la importancia poética de las Estampas Campesinas que "habían dado a las guajiras de salón, décimas de salón, sin perder sus realidades de bohío".
Es así como salté de la versificación oral a la poesía escrita sin dejar el arte de la improvisación, al cual también traté de renovar seguido por un pequeño grupo de brillantes repentistas. Y de aquí en adelante, a lo largo de las décadas 40 y 50, no hubo programas campesinos que no contasen con mi actuación como improvisador, libretista o director.
Sostuve importantes controversias con los más destacados decimistas, entre los que figuran Fortín del Sol (1940), Eloy Romero (1946), Ángel Valiente (1955) y Justo Vega (1956). Es lamentable que no se hayan tomado en taquigrafía o en grabaciones todos estos contrapuntos que tanta emoción despertaron en nuestro pueblo. Solo se ha podido rescatar el sostenido con Ángel Valiente, gracias a la taquígrafa María de los Refugios Según y por el esfuerzo reciente del Dr. Maximiano Trapero, catedrático de la Universidad de Las Palmas.
De aquellas controversias yo he podido rescatar unas que otras décimas conservadas en la memoria popular. He aquí algunas de las que recuerdo.
En una de mis disputas con Eloy Romero, éste concluyó una de sus décimas diciéndome:
Tú no eres más que mi sombra
y mi sombra va detrás.
A esta ofensiva alusión respondí:
¿Y mi sombra va detrás?
¿A qué sombra te refieres?
Tú no tienes sombra, tú eres
una sombra nada más.
Siempre una sombra serás
que nadie siente ni nombra;
y si acaso no te asombra
comprenderlo, que te asombre:
tú eres la sombra de un hombre,
yo soy un hombre sin sombra.
A lo largo de mi vida de improvisador nunca rehuí ningún tema, incluyendo los más habituales, y que no rebasaran algún momento de ingenio. Pero en realidad mis improvisaciones más espontáneas y fluidas fueron aquellas provocadas por asuntos que me conmovían, como las controversias sostenidas con Angelito Valiente en 1955.
En mis encuentros con Justo Vega hubo momentos interesantes; pero el que más recuerda el pueblo fue aquel en que Justo, rápido improvisador y con el ardid del veterano decimista, me contestó mi estrofa, y cuando se la iba a responder me arrebató el micrófono cantándome dos décimas seguidas. Aquel gracioso alarde de rapidez de mi rival y el hecho de darme dos por una, hizo estallar al público en un tremendo aplauso. Yo no vacilé, tomé serenamente el micrófono y contesté:
Me robas tiempo y espacio
para poner hojalata
donde yo iba a poner plata,
oro, zafiro y topacio.
Demora más un palacio
en hacer que un barracón,
y en pos de la perfección
finos muebles fabricar:
no es lo mismo que cortar
leña para hacer carbón.
Cantada esta décima se diría que me vino el alma al cuerpo, porque el público me la aprobó con prolongadas ovaciones. En mi respuesta, no alteré mi estilo de siempre, que era no robar a la música acompañante los tiempos de introducción, entradas e interludios, porque esos espacios instrumentales daban al oyente la oportunidad de analizar y paladear mejor mis versos ya cantados. A mí me daba la ocasión de pensar mejor los versos que diría a continuación. Así la décima improvisada se exponía menos al ripio y el canto estaba más acorde con la música.
A veces no falta quien exprese su duda o negación de lo verdaderamente improvisado si esto sale perfecto, ignorando que se produce, singularmente, cuando un improvisador poeta, o poeta improvisador, forman una dualidad en la misma persona.
Recuerdo que una vez Angelito Valiente y yo, para convencer a ciertos incrédulos presentes, tomamos como tema las cosas ocurridas en el amplio salón donde ambos improvisábamos ante un público numeroso. Fueron muchos los momentos que inspiraron nuestra descripción de lo ocurrido a lo largo y ancho del salón, en los jardines de la cervecería La Tropical. Como testimonio de lo que fue aquella improvisación demostrativa, valga la última décima compartida y cantada por nosotros aquel día:
Valiente: Por allá viene una anciana
con un niño con un coche
Naborí: Por primera vez la noche
pasea con la mañana.
Valiente: Yo no sé por qué jarana
ríe una muchacha hermosa,
y aquí vemos una rosa
que come rosas también.
Naborí: Y, oh milagro, se le ven
dientes a una mariposa.
Todo iba bien hasta que dos años después una afección en la garganta me fue enronqueciendo y me hizo perder la voz. Requirió una operación urgente de algunos pólipos y nódulos. El médico que, por cierto, era músico, me recomendó que de ser posible dejara el canto, porque un tono inesperado de los instrumentos podía renovarme aquella afección. Siguiendo la orientación del galeno me dediqué al periodismo, cuya carrera había concluido y a la poesía escrita, que venía desarrollando simultáneamente al canto, desde mi juventud. Diez libros de prosa y once de poemas constituyen mi obra literaria. El Premio Nacional de Literatura, entre otros reconocimientos, me lleva a creer, o a soñar, que soy el poeta que quiso ser mi padre y nunca fue. Pobre montero que sintió la poesía en su corazón y murió oyendo su lejano rumor que nunca pudo traducir. Por eso quiero terminar este sencillo relato de la vida de un improvisador, dedicando estas décimas A mi padre:
Poeta con la agonía
de no atrapar la expresión,
de ti, de tu corazón
me vino la poesía.
Sentiste una melodía
honda, que no tradujiste,
y yo, el heredero triste
de tu inefable sentir,
sigo empeñado en decir
el canto que no dijiste.
Tu emoción analfabeta
era un poema frustrado:
estaba crucificado
en la palabra el poeta.
Y yo supe tu secreta
pena de ave sin volar,
siempre que para cantar
te era esquiva la palabra,
como una jíbara cabra,
como un anillo en el mar.
Eras sonoro hasta el hueso
y en tu pecho de paloma,
en pugna con el idioma
andaba un canto travieso.
Y como cantabas preso
en tan estrecha prisión,
un ansia de aparición
de tus cantares arcanos,
te hacía inquietas las manos
y musical el bastón.
Viejo, a orillas del abismo
gris de una muerte aguardada,
a través de tu mirada
sonreía el optimismo.
Cantante alegre, lo mismo
que el niño más inocente,
hasta que sobre tu frente
se posó una paz traidora,
y vi llama tan sonora
en un hielo tan silente.
Y luego vi el ataúd,
velas, flores, lagrimear,
y tu ansiedad de cantar
en una blanca quietud.
Y no sembrar un laúd
en tu silencio enterrado,
para que, en el perfumado
tiempo de la primavera,
subas por la enredadera
a decir lo que has callado.
(Las Palmas de Gran Canaria, España, 10 de octubre de 1998).
A NABORÍ, POR
SU CUMPLEAÑOS 98:
—Tertulia
La letra en rosa en versión virtual, desde La Habana del Este.
—La
Casa Iberoamericana de la Décima, desde Las Tunas. (Vea amplia
información de la realización de este encuentro en Facebook).
EN NUESTROS ARCHIVOS:
—Amplia
información sobre trayectoria y obra literaria de Jesús Orta Ruiz, el Indio Naborí.
—Escogido
su día de nacimiento, 30 de septiembre, como Día de la Décima Iberoamericana.
—Sobre el libro El
telescopio de la hormiga, periodización de la obra de Naborí por Fidel
Antonio Orta Pérez.
—Sobre el libro El
retorno del quinto mago, de relatos sobre el universo familiar de
Nabori, por Alba María
Orta Pérez.
—Naborí
en su cumpleaños 96. Homenajes del CIDVI y Ala Décima.
—Estrenan
documental Desde un mirador profundo,
sobre Naborí.
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