domingo, 25 de noviembre de 2018

Elizabeth por Elaine


Tejer y destejer los versos

Dos jóvenes creadoras, hermanadas por la poesía, Elizabeth Reinosa Aliaga y Elaine Vilar Madruga, dialogan sobre la creación literaria. (La segunda pregunta y la primera le responde)

 Foto: Caligari Escobar García.


Me es difícil recordar cuándo conocí a Elizabeth Reinosa Aliaga. Sin embargo, asocio de inmediato su nombre al proyecto Luces atrave(r)sadas, el cual reunió a numerosas jóvenes poetas cubanas y permitió que aquellos rostros nuevos —y la poesía detrás de los rostros— encontrara al público en diversos ámbitos culturales del país.

Si hago memoria —y busco con tranquilidad en los vericuetos del recuerdo— Elizabeth vuelve a aparecer como la decimista que Péglez, ese poeta y promotor incansable, me presentó hace mucho tiempo. Desde entonces nos hemos encontrado oportunamente gracias a proyectos, antologías e intereses comunes.

Elizabeth, en unos pocos años, se ha convertido en una voz poética que ya no es desconocida para el lector asiduo del género. Y como la poesía es su centro —uno de los centros de Elizabeth— me animo a preguntarle sobre ella.

¿Qué es, y qué no es, la poesía para ti?

Es una pregunta difícil, que supone una frontera que debo colocar en algún sitio. En lugar de definir, prefiero hablar de sensaciones. Concibo la poesía como un estado de movimiento que no cesa. A veces incomprensible, todo el tiempo desafiante. Persigo la poesía que me conecta con lo esencial, con lo primigenio pero también esa que me reta constantemente, que me hace pensar, que me deja sin aire y me hace volver sobre la idea.

“Soy amante de los símbolos que transforman la realidad dentro del poema y de las múltiples conexiones que se desprenden de ellos. Puede responder Huidobro por mí: Un poema es una cosa que será / Un poema es una cosa que nunca es, pero que debiera ser/ Un poema es una cosa que nunca ha sido, que nunca podrá ser”.

Tu escritura se agita en los registros del verso libre y rimado, ¿cuáles son los desafíos de moverte a lo largo y ancho del diapasón de la poesía?

No creo que sea desafiante el solo hecho de elegir una estructura, creo que el desafío nace de la propia poesía, pero de manera tan sutil que enamora. Me gusta pensar que elegir la estructura es como seleccionar una copa de cristal o una de madera y si a ambas copas se las puede llenar de buen vino, solo queda elegir con comodidad. Para mí lo esencial es disfrutar el proceso de creación, no me preocupa que el resultado final quede convertido en décima, soneto o verso libre, me interesa la poesía que está dentro: la vitalidad de esta poesía y la manera en que logra moldear la forma.

¿Qué buscas en la poesía y qué satisface ella en tu afán creador?

No busco nada en la poesía y a la vez lo encuentro todo. No persigo recompensas ni luces. Lo cierto es que un día descubrí que puedo vivir sin escribir poesía, en mí no es una cuestión de necesidad. Yo la elijo, la invoco, la construyo de manera íntima y con mucha calma, porque respetar mi ritmo propio es esencial. En cuanto a las satisfacciones, no siento lo mismo al ejecutar cien líneas de código informático que al escribir un poema, cuando hago esto último experimento un estado de libertad incomparable.

¿Existe un sello personal, distintivo, que haga diferente la obra de hombres y mujeres? ¿Notas esta diferencia en tu poesía?

Tal vez sea un absurdo pensarlo, quizás no existan evidencias sobre eso, pero creo en esa marca distintiva del género. Por ejemplo, la poesía escrita por mujeres ha estado signada por las circunstancias sociales a lo largo de los siglos. En ella hay reflejos de angustias, frustraciones, anhelos… como respuestas a la discriminación, a la violencia, a la anulación impuesta por la sociedad durante tanto tiempo. Es difícil escapar de esos estigmas a pesar de la evolución social que llega a nuestros días.

“Quizás ahora nos resulta imposible pensar en una época en la que las mujeres no tenían el derecho de saber escribir y mucho menos de pensar en la poesía. Así que creo que las marcas pueden estar sobre todo en lo temático (y en el tratamiento de dichos temas), con algunos ejemplos más sutiles que otros, dependiendo de fenómenos circunstanciales, temporales, culturales y quizás hasta sensoriales. En mi caso hay una conexión peculiar con la poesía escrita por mujeres, una empatía entendible. No sé si se puedan rastrear rasgos femeninos en mi obra, pero es algo que no descarto”.

Ya comienzas a destacar como una autora ganadora de diversos reconocimientos, ¿qué no determinan los premios?

No creo que los premios sean un medidor absoluto de calidad: están condicionados por muchos factores (la mayoría subjetivos), por lo que pueden ser contradictorios y fácilmente manipulables. A pesar de proporcionar alegrías inmediatas, reconocimiento y/o beneficios económicos, un premio no hace mejor a una obra, ni peor. No da garantías. No perpetúa dicha obra en la memoria de la gente. Lo cierto es que millones de personas se preguntan, por ejemplo, cómo Borges y Cortázar no recibieron nunca el Premio Nobel.

Ser escritora: ¿decisión o prueba de voluntad? ¿Crees en el llamado de la vocación o el deseo llegó a ti a través de otro motor?

En mí ocurrieron las dos cosas. Desde niña supe que iba a ser escritora, pero decidí tomar otros caminos profesionales. Después de estudiar una Ingeniería en Ciencias Informáticas y ejercerla durante cinco años, sentí que había llegado el momento ideal para saltar. Y me encanta hablar de esa experiencia como un salto, porque eso fue precisamente lo que hice. Salté al vacío y no solo sobreviví.

¿Opinas que el escritor tiene que ser, obligatoriamente, un buen lector?

Por supuesto, esa dualidad crea una magia asombrosa. Si el hombre es él y su circunstancia, el escritor es él y sus lecturas. Y ha de ser un lector atento y enamorado, dispuesto a emprender la búsqueda, por muy larga que sea, de voces hermanadas a la suya.

“En ese proceso de lectura-aprendizaje, el escritor irá encontrando la humildad que es la que hace posible admirar la obra ajena y absorber la esencia. Es curioso cómo, en mi caso, el libro correcto llega en el momento adecuado y es como abrir una puerta a un mundo desconocido. La vida cambia y para siempre”.

¿Existe en realidad una crisis de la poesía? Si tuvieras que aventurar, ¿por qué sucede esto, según tu punto de vista?

Hablar de crisis me hace pensar en la dimisión y creo que los poetas estamos lejos de renunciar a la creación. Es complejo hablar del punto actual en el que se encuentra la poesía porque siempre va a ser necesario partir de concepciones preestablecidas y esto puede limitarla.

“Quizás estamos ante un deterioro de la palabra, de la raíz que nos sujeta a las esencias poéticas, tal vez nos falta oxígeno a causa de la velocidad de estos tiempos, o estamos descendiendo en la espiral para recuperar esa memoria que nos impulse, o hicimos de la poesía una camisa de fuerza, o la contaminamos.

“Son suposiciones, obviamente, pero en caso de que esa crisis exista, somos los poetas los que la padecemos y lógicamente también los receptores de la poesía. Dejemos fuera el marketing y otros accesorios semejantes”.

Si tuvieras que escoger: un cuadro/ una canción/ un cuento/ una novela, ¿cuáles serían?

La columna rota, de Frida. Veinte años, de María Teresa Vera. Bola de cebo, de Maupassant, Cien años de soledad, de García Márquez.

Eres graduada del Centro Onelio, por lo que deduzco que existe en ti vocación de contar, ¿has conseguido concretarla a través de la narrativa? ¿Esperas una etapa de maduración o pretendes concentrarte solamente en la poesía?

Cuando decidí cursar el Onelio era consciente de que yo tenía más voz de poeta que de narradora. Nunca me había interesado demasiado expresarme a través de la narrativa, quizás porque lograba un mayor divertimento a través de la poesía. Pero curiosamente hace algunos años escribí una novela para niños, no pude evitarlo, salió de un tirón y después de mucho tiempo vio la luz en el 2017 por la editorial Sed de Belleza.



“De igual manera me sucedió hace unos meses con una noveleta para adultos y ocurrió de manera semejante, no pude parar de escribir hasta poner el punto final. Tal vez sea así en lo adelante, quizás la narrativa llegue siempre sin anunciarse…y cada vez que eso ocurra, no podré escapar”.

Uno de los escalones en la vida de un escritor joven es, tal vez, alcanzar a publicar fuera de tu país, ¿por qué crees que casi todos en nuestra promoción compartimos ese afán? ¿Qué tal tu experiencia?

Quizás todo sea parte de ese ímpetu de la edad, por no hablar de apresuramiento; tal vez, el deseo de gritar hasta que la voz sobrepase la frontera geográfica y la escuchen personas de culturas diversas, que puedan sentirse identificadas o no.

“He publicado solo un libro en el extranjero y ante una experiencia no muy feliz me mantengo cautelosa: llega una nueva propuesta de publicación y analizo todo con detenimiento. Ahora no solo pienso en lo que es mejor para mí, sino también para el libro en cuestión y eso me proporciona —al menos— tranquilidad”.

A tu entender, ¿qué te identifica y te hace distinta de otros escritores?

La respuesta no la tengo, quizás porque no me he detenido demasiado a pensar en eso. Cada día para mí es de descubrimientos, de cambios, de percepciones que van modificando mi voz poética y mi visión acerca de la poesía. Quizás algunas personas crean identificativo el hecho de que escribo décimas. Una amiga me dijo un día que en mis poemas reiteraba los símbolos del agua, la casa, la familia…y temas como la emigración. Creo que esto tiene que ver más con una cuestión circunstancial que con una intención.

“Soy de la opinión de que los símbolos van complejizándose (mutando) en la medida en que el poeta avanza hacia una etapa de madurez creativa. Además, me resulta raro mirarme en el espejo en busca de elementos que me identifiquen. Prefiero que las definiciones vengan desde afuera y mientras eso ocurre, yo puedo seguir alimentando símbolos, desmontando estructuras, tejiendo y destejiendo versos”.


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