Tejer y destejer los versos
Dos jóvenes creadoras, hermanadas por la poesía, Elizabeth
Reinosa Aliaga y Elaine
Vilar Madruga, dialogan sobre la creación literaria. (La segunda
pregunta y la primera le responde)
Foto: Caligari Escobar García.
Tomado del sitio web de la AHS
Me es difícil
recordar cuándo conocí a Elizabeth Reinosa Aliaga. Sin embargo, asocio de
inmediato su nombre al proyecto Luces atrave(r)sadas, el cual reunió a
numerosas jóvenes poetas cubanas y permitió que aquellos rostros nuevos —y la
poesía detrás de los rostros— encontrara al público en diversos ámbitos
culturales del país.
Si hago
memoria —y busco con tranquilidad en los vericuetos del recuerdo— Elizabeth
vuelve a aparecer como la decimista que Péglez, ese poeta y promotor
incansable, me presentó hace mucho tiempo. Desde entonces nos hemos encontrado
oportunamente gracias a proyectos, antologías e intereses comunes.
Elizabeth, en
unos pocos años, se ha convertido en una voz poética que ya no es desconocida
para el lector asiduo del género. Y como la poesía es su centro —uno de los
centros de Elizabeth— me animo a preguntarle sobre ella.
¿Qué es, y
qué no es, la poesía para ti?
Es una
pregunta difícil, que supone una frontera que debo colocar en algún sitio. En
lugar de definir, prefiero hablar de sensaciones. Concibo la poesía como un
estado de movimiento que no cesa. A veces incomprensible, todo el tiempo
desafiante. Persigo la poesía que me conecta con lo esencial, con lo primigenio
pero también esa que me reta constantemente, que me hace pensar, que me deja
sin aire y me hace volver sobre la idea.
“Soy amante
de los símbolos que transforman la realidad dentro del poema y de las múltiples
conexiones que se desprenden de ellos. Puede responder Huidobro por mí: Un poema es una cosa que será / Un poema es
una cosa que nunca es, pero que debiera ser/ Un poema es una cosa que nunca ha
sido, que nunca podrá ser”.
Tu escritura
se agita en los registros del verso libre y rimado, ¿cuáles son los desafíos de
moverte a lo largo y ancho del diapasón de la poesía?
No creo que
sea desafiante el solo hecho de elegir una estructura, creo que el desafío nace
de la propia poesía, pero de manera tan sutil que enamora. Me gusta pensar que
elegir la estructura es como seleccionar una copa de cristal o una de madera y
si a ambas copas se las puede llenar de buen vino, solo queda elegir con
comodidad. Para mí lo esencial es disfrutar el proceso de creación, no me
preocupa que el resultado final quede convertido en décima, soneto o verso
libre, me interesa la poesía que está dentro: la vitalidad de esta poesía y la
manera en que logra moldear la forma.
¿Qué buscas
en la poesía y qué satisface ella en tu afán creador?
No busco nada
en la poesía y a la vez lo encuentro todo. No persigo recompensas ni luces. Lo
cierto es que un día descubrí que puedo vivir sin escribir poesía, en mí no es
una cuestión de necesidad. Yo la elijo, la invoco, la construyo de manera
íntima y con mucha calma, porque respetar mi ritmo propio es esencial. En
cuanto a las satisfacciones, no siento lo mismo al ejecutar cien líneas de
código informático que al escribir un poema, cuando hago esto último
experimento un estado de libertad incomparable.
¿Existe un
sello personal, distintivo, que haga diferente la obra de hombres y mujeres?
¿Notas esta diferencia en tu poesía?
Tal vez sea
un absurdo pensarlo, quizás no existan evidencias sobre eso, pero creo en esa
marca distintiva del género. Por ejemplo, la poesía escrita por mujeres ha
estado signada por las circunstancias sociales a lo largo de los siglos. En
ella hay reflejos de angustias, frustraciones, anhelos… como respuestas a la
discriminación, a la violencia, a la anulación impuesta por la sociedad durante
tanto tiempo. Es difícil escapar de esos estigmas a pesar de la evolución
social que llega a nuestros días.
“Quizás ahora
nos resulta imposible pensar en una época en la que las mujeres no tenían el
derecho de saber escribir y mucho menos de pensar en la poesía. Así que creo
que las marcas pueden estar sobre todo en lo temático (y en el tratamiento de
dichos temas), con algunos ejemplos más sutiles que otros, dependiendo de
fenómenos circunstanciales, temporales, culturales y quizás hasta sensoriales.
En mi caso hay una conexión peculiar con la poesía escrita por mujeres, una
empatía entendible. No sé si se puedan rastrear rasgos femeninos en mi obra,
pero es algo que no descarto”.
Ya comienzas
a destacar como una autora ganadora de diversos reconocimientos, ¿qué no determinan
los premios?
No creo que
los premios sean un medidor absoluto de calidad: están condicionados por muchos
factores (la mayoría subjetivos), por lo que pueden ser contradictorios y
fácilmente manipulables. A pesar de proporcionar alegrías inmediatas,
reconocimiento y/o beneficios económicos, un premio no hace mejor a una obra,
ni peor. No da garantías. No perpetúa dicha obra en la memoria de la gente. Lo
cierto es que millones de personas se preguntan, por ejemplo, cómo Borges y
Cortázar no recibieron nunca el Premio Nobel.
Ser
escritora: ¿decisión o prueba de voluntad? ¿Crees en el llamado de la vocación
o el deseo llegó a ti a través de otro motor?
En mí
ocurrieron las dos cosas. Desde niña supe que iba a ser escritora, pero decidí
tomar otros caminos profesionales. Después de estudiar una Ingeniería en
Ciencias Informáticas y ejercerla durante cinco años, sentí que había llegado
el momento ideal para saltar. Y me encanta hablar de esa experiencia como un
salto, porque eso fue precisamente lo que hice. Salté al vacío y no solo
sobreviví.
¿Opinas que
el escritor tiene que ser, obligatoriamente, un buen lector?
Por supuesto,
esa dualidad crea una magia asombrosa. Si el hombre es él y su circunstancia, el
escritor es él y sus lecturas. Y ha de ser un lector atento y enamorado,
dispuesto a emprender la búsqueda, por muy larga que sea, de voces hermanadas a
la suya.
“En ese
proceso de lectura-aprendizaje, el escritor irá encontrando la humildad que es
la que hace posible admirar la obra ajena y absorber la esencia. Es curioso
cómo, en mi caso, el libro correcto llega en el momento adecuado y es como
abrir una puerta a un mundo desconocido. La vida cambia y para siempre”.
¿Existe en
realidad una crisis de la poesía? Si tuvieras que aventurar, ¿por qué sucede
esto, según tu punto de vista?
Hablar de
crisis me hace pensar en la dimisión y creo que los poetas estamos lejos de
renunciar a la creación. Es complejo hablar del punto actual en el que se
encuentra la poesía porque siempre va a ser necesario partir de concepciones
preestablecidas y esto puede limitarla.
“Quizás
estamos ante un deterioro de la palabra, de la raíz que nos sujeta a las
esencias poéticas, tal vez nos falta oxígeno a causa de la velocidad de estos
tiempos, o estamos descendiendo en la espiral para recuperar esa memoria que
nos impulse, o hicimos de la poesía una camisa de fuerza, o la contaminamos.
“Son
suposiciones, obviamente, pero en caso de que esa crisis exista, somos los
poetas los que la padecemos y lógicamente también los receptores de la poesía.
Dejemos fuera el marketing y otros accesorios semejantes”.
Si tuvieras
que escoger: un cuadro/ una canción/ un cuento/ una novela, ¿cuáles serían?
La columna rota, de Frida. Veinte años, de María Teresa Vera. Bola de cebo, de Maupassant, Cien
años de soledad, de García Márquez.
Eres graduada
del Centro Onelio, por lo que deduzco que existe en ti vocación de contar, ¿has
conseguido concretarla a través de la narrativa? ¿Esperas una etapa de
maduración o pretendes concentrarte solamente en la poesía?
Cuando decidí
cursar el Onelio era consciente de que yo tenía más voz de poeta que de
narradora. Nunca me había interesado demasiado expresarme a través de la
narrativa, quizás porque lograba un mayor divertimento a través de la poesía.
Pero curiosamente hace algunos años escribí una novela para niños, no pude
evitarlo, salió de un tirón y después de mucho tiempo vio la luz en el 2017 por
la editorial Sed de Belleza.
“De igual
manera me sucedió hace unos meses con una noveleta para adultos y ocurrió de
manera semejante, no pude parar de escribir hasta poner el punto final. Tal vez
sea así en lo adelante, quizás la narrativa llegue siempre sin anunciarse…y
cada vez que eso ocurra, no podré escapar”.
Uno de los
escalones en la vida de un escritor joven es, tal vez, alcanzar a publicar
fuera de tu país, ¿por qué crees que casi todos en nuestra promoción
compartimos ese afán? ¿Qué tal tu experiencia?
Quizás todo
sea parte de ese ímpetu de la edad, por no hablar de apresuramiento; tal vez,
el deseo de gritar hasta que la voz sobrepase la frontera geográfica y la
escuchen personas de culturas diversas, que puedan sentirse identificadas o no.
“He publicado
solo un libro en el extranjero y ante una experiencia no muy feliz me mantengo
cautelosa: llega una nueva propuesta de publicación y analizo todo con
detenimiento. Ahora no solo pienso en lo que es mejor para mí, sino también
para el libro en cuestión y eso me proporciona —al menos— tranquilidad”.
A tu
entender, ¿qué te identifica y te hace distinta de otros escritores?
La respuesta
no la tengo, quizás porque no me he detenido demasiado a pensar en eso. Cada
día para mí es de descubrimientos, de cambios, de percepciones que van
modificando mi voz poética y mi visión acerca de la poesía. Quizás algunas
personas crean identificativo el hecho de que escribo décimas. Una amiga me
dijo un día que en mis poemas reiteraba los símbolos del agua, la casa, la
familia…y temas como la emigración. Creo que esto tiene que ver más con una
cuestión circunstancial que con una intención.
“Soy de la
opinión de que los símbolos van complejizándose (mutando) en la medida en que
el poeta avanza hacia una etapa de madurez creativa. Además, me resulta raro
mirarme en el espejo en busca de elementos que me identifiquen. Prefiero que
las definiciones vengan desde afuera y mientras eso ocurre, yo puedo seguir
alimentando símbolos, desmontando estructuras, tejiendo y destejiendo versos”.
Versión
original:
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