domingo, 16 de febrero de 2020

Brújulas en la Feria Internacional del Libro


Un decimario de Elizabeth Reinosa

Brújulas, libro que mereció mención en el Concurso Cucalambé 2017, fue presentado, entre un grupo de títulos de la holguinera Ediciones La luz, en la XXIX Feria Internacional del Libro de La Habana

 Momento de la presentación de Brújulas, de Elizabeth Reinosa Aliaga (en el extremo izquierdo de la imagen) por Roly Ávalos. Fotos tomadas del muro de Facebook de Elizabeth.


Dos presentaciones ha tenido el volumen, hasta el momento, en la actual fiesta de la lectura, una a cargo de Rolando Ávalos Díaz, y otra bajo la responsabilidad de Annalis Castillo Seguí, jóvenes y talentosos creadores al igual que la autora de Brújulas. Ofrecemos aquí los textos de una y otra presentaciones, así como el prólogo del poemario, bajo la firma del poeta e investigador Roberto Manzano Díaz.

Elizabeth firmando ejemplares de Brújulas, al final de esta presentación.

APUNTES DE UN LECTOR DE BRÚJULAS

(Subsede del Pabellón Cuba)

Todo libro es un viaje sin retorno. Todo poeta un posible viajero. Hay ciertas páginas donde, inevitablemente, debemos hacer una escala, respirar profundo, releer el viento, el fuego, incluso el humo, para luego partir de nuevo hacia otros puntos cardinales, hacia otra línea de tiempo, o a la deriva, sin dirección, sin dilación, sin comentarios, con el polvo del camino a cuestas, el polvo como heterónimo, como alter ego. Todos tenemos vocación para errar hasta que se pruebe lo contrario. Todos somos el gitano del espejo. En Brújulas, de Elizabeth Reinosa Aliaga, hay mapas para perderse o reencontrarse, y parpadean demasiados haces de luz a lo lejos, desde cerca o desde siempre.

La conocí, si mal no recuerdo, en octubre del 2013, en la Peña de Luis y Péglez, el nunca suficientemente ponderado Padre Nuestro de Ala Décima, en la ahora fragmentada biblioteca Tina Modotti, en Alamar. Elizabeth y yo coincidimos porque íbamos a recoger sendos premios colaterales del concurso Toda Luz y toda mía. Nos lo habían enviado desde Sancti Spíritus. Desde las primeras palabras o miradas de Elizabeth, supe que hay muchos modos de ser letal, que en mi generación hay poesía de elevadísimo vuelo. Desde entonces la leo y estudio su orfebrería, su entramado, su abanico multicolor de imágenes.

 De izquierda a derecha, Péglez, Roly y Elizabeth, en la ocasión referida en el párrafo anterior. Foto: Carlos Castro

Cinco libros e innumerables premios después hay otras interrogantes en su obra, así como novedosas cadencias. He redescubierto matices y confirmado que todo buen volumen de poesía es un peligro. Nadie calcula la dimensión del peligro que entraña la voz de la poeta de Brújulas.

Hay muchas barcas para orillarse en la arena de este libro-isla; o muchas puertas, algunas desvencijadas, para divisar, a través de las ventanas, imposibles horizontes y gaviotas. Abierto al azar, cualquier página revela un silencio consonante, un desaliento octosílabo, una rabia absolutamente decimal. Duele leer, por ejemplo: Te obsequian la anatomía/ y te incorporan cianuro. / Te ofrecen un prematuro/ espacio bajo la tierra. /Sonríes, pero te aterra: /la bala /tu cuerpo/ el muro.

Demasiados versos que escrutan y escupen a la cara verdades de sal, dolor en estado salvaje. Demasiadas negaciones tejidas con destreza, soltura, como un rompimiento o un alud. Demasiadas líneas que circundan el epicentro del polvo.

Este libro, editado por La Luz en el 2018, poema a poema, golpe a golpe, verso a verso, es una lección de contundencia, un aleph borgeano que multiplica suspiros, guiños de luz dentro de un cuarto oscuro, como semáforos en sepia.

Desde Fugas, esa primera sección plagada de anáforas que enseguida promulgan el fin de un viaje y el inicio de un desvarío, la poeta se pliega y despliega en escalonados cuestionamientos y amonestaciones líricas. Fluimos, heraclitianamente, durante un poema-río. El lector es, en definitiva, esa segunda persona que padece el enjuiciamiento que la poeta impone.

En Brújulas, la segunda sección, Elizabeth (también a través de un poema-décima, segmentado a su vez por cinco partes), complejiza sus reflexiones, pone en jaque los anhelos, marca pautas más heladas, más filosóficas, destruye mitos, reconoce negaciones, es consciente de su finitud, nos recuerda la mortalidad y la fragilidad. Por momentos tiene un tono de sentencia martiana, se pregunta por la utilidad de la virtud, quiere albergar una esperanza de salvación, pero también, como una noria, gira sobre sus preguntas y respuestas, que acaban identificando y redondeando, casi siempre, su estilo, lleno de encabalgamientos y rizomas incontinentes.

De pronto, por primera vez en Inxilio, tercer apartado, se muestran los poemas a la manera convencional, y revela otro de sus secretos: su arte para nombrar las cosas, como diría Eliseo Diego. Aunque páginas después diga que buscamos definiciones y la vida es movimiento. En este caso no hay axiomas, sino retratos, cuadros o incluso viñetas cinematográficas, tajantes trazos, planos secuencias de un abismo interior con naturaleza muerta:

La tierra: emana orfandad
que se reparte en puñados.
La casa: los resignados
ladrillos, la soledad.
El miedo: no es una edad,
es la vida, algún recodo.
La palabra: único modo
de vengarse del destino.
El mar: no es otro camino,
el mar lo resume todo.

Altamente recomendables son los poemas Años, Antifaz, exquisita décima endecasílaba que dialoga con Anne Sexton, o Frontera.

Derrumbe, cuarta parcela del poemario, sorprende por la elegancia de sus rimas, por ser una invitación social, una temeraria declaración de principios, una acción poética contra los totalitarismos o las falsas igualdades, una reivindicación de la belleza desde la intimidad, que es también una de las verdades insobornables que nos resume cada uno de estos textos.

La puerta de salida de este decimario se llama Raíz. Mis palabras solo crecen hacia adentro, confiesa y describe un árbol genealógico, generacional, donde reniega un tanto de la nostalgia y asume, con resignada conciencia, el acto que supone entrar en la sobrevida de la adultez, aunque el tiempo todo lo adultere con una serie de desgarros sucesivos, irreversibles. La niña como la historia da la espalda. / No regresa.

Bienvenidos a este libro-sistema (no libro-almacén, según advierte Roberto Manzano en el prólogo), a estos nortes que indican destinos mediante versos adversos, a esta cápsula de sueños agridulces, a esta cátedra de mapas mojados por el tiempo a la intemperie, a este templo de crudeza sensorial, a este disciplinado dolor que, gota a gota, dibuja un país dentro de otro país que teme al trópico.

Todo libro es un viaje sin retorno. Un parto de luz. Aunque duela.

¿Qué es Brújulas? ¿Gira, gira?
¿Qué es el norte? ¿Una pregunta
casi verdad, pero adjunta
a otra verdad de mentira?
¿Un instrumento que aspira
a una sola dirección?
¿Un horizonte? ¿Perdón?
No. Ya. Abajo los esquemas.
Este libro de poemas
es una resurrección.

Lawton, 9 de febrero de 2020



UNA BRÚJULA SUMERGIDA EN EL ALMA

(Sede central de la Fortaleza
de San Carlos de la Cabaña)

Una muchacha queda sola frente al mar. Y como los antiguos marineros procura encontrar el rumbo en las estrellas. Pero las luminiscencias lejanas pueden ser caprichosas: conducir a Belén o a ninguna parte. Así que la joven se auxilia de un instrumento más certero: uno que utiliza una aguja imantada para señalar el norte.

Quizás pueda guiarla, mas una brújula es inútil en las zonas polares (1) y también puede serlo en medio de una casa vacía o de un lugar que ya no existe.

 De izquierda a derecha, Annalis y Elizabeth, durante la presentación del libro en la Sala Lezama Lima de la Fortaleza de San Carlos de la Cabaña.

Las décimas de este cuaderno son cruzadas por el vuelo de aves migratorias. Aunque la muchacha desconoce ¿A dónde se irán los patos de Central Park en invierno? Y es que ella añora alas, un tibio vuelo que la deposite en la orilla donde el nido será posible.

Brújulas fue mención del Concurso Cucalambé, por su calidad poética y estructural. Más allá de su indudable calidad, para mí, la poesía más hermosa es siempre la más honesta. Y no existe modo de no serlo cuando se escribe de la relación del ser humano con su entorno, la cotidianidad, las angustias que, acumuladas, comienzan a convertirse en pájaros octosílabos que van hacia su raíz. En este libro hay una urgencia imperiosa de Fuga, como lo señala una de sus partes. Esta necesidad se ve dada: uno, por el afán de reunirse con el ser amado; dos, por la lucha constante contra el tiempo, el sujeto lírico afirma que los años Irrumpen como animales desbocados; y tres, que esta lucha y aspiración se ven frustradas por las circunstancias sociopolíticas que le ha tocado vivir y que día a día sufre la familia cubana, al verse apartada de los suyos.

En el prologuillo escrito para Brújulas, el poeta Roberto Manzano hace una reflexión muy interesante: “En este libro de décimas hay un argumento cardinal: la urgente edición del mundo, que necesita ser salvaguardado y rectificado de inmediato…”.

En sus páginas se traza un recorrido, la vida en sí: la infancia, el hogar, la familia de la que se proviene y la que se pretende crear algún día.

La muchacha continúa frente a las aguas, como Penélope, pero moderna, brújula en mano, esperando no el regreso sino la fuga, desde el íntimo mar de los símbolos hacia la poesía que la rodeada por todas partes:

Para ella No existe alianza
entre pasado y futuro.
La muchacha está en lo oscuro:
es un ave y es la danza
de la espuma. Hay una lanza
que se fusiona en su pecho,
un girasol, un helecho
que se escuda de la ausencia.
Es el mar una sentencia
germinando bajo el techo
del que falta. Y en la nieve
la brújula sumergida,
aun soporta la caída,
los adioses, lo que mueve
la fe. Doloroso, breve,
el paso por la ciudad
reinventa también la edad,
direcciones. Esta lista:
Hay una pequeña arista
de luz en la oscuridad.

NOTA:
1.- Debido a la convergencia de las líneas de fuerza del campo magnético terrestre.


BRÚJULAS EN LA RAÍZ


Entre las múltiples destrezas que se necesitan para la poesía artística se encuentra la necesidad de desarrollar la imaginación compositiva, que se encarga de disponer con eficacia y amenidad los cuadernos líricos. Esta imaginación no trabaja con la realidad del poema, sea referencial o fantástica, sino con una semántica distribucional de esas realidades y sus recipientes expresivos en un conjunto específico de textos para garantizar la fluidez y contundencia comunicativa. El arte de titular, de parcelar o mostrar íntegro el conjunto, de colocar adecuadamente los paratextos, de fraccionar interiormente los poemas y escoger el modo preciso de marcar las fracciones, y otros muchos aspectos de carácter proporcional, exigen una energía añadida, también de signo creador, que define la entrega especial de un libro de poesía. Salta a la vista en esta colección de décimas de Elizabeth Reinosa que la poetisa posee las suficientes destrezas para sumar nuevas energías, de índole estructural, y que ya se ha desplazado, a pesar de su extrema juventud, del libro-almacén, tan típico del creador desprovisto de imaginación compositiva, al libro-sistema, como un orden superior de ecología artística. Las cinco partes que lo integran siguen un ritmo invisible, y se conectan a superobjetivos que espesan de color, sentido y misterio a la totalidad de los versos. Con ello se cumple un principio básico del trabajo artístico: una obra es siempre mucho más que una suma aritmética de sus partes.

Hay tanta sabiduría en la rotulación de las secciones, en las entradas a cada una de ellas con décimas en cursivas, que funcionan como prologuillos o artes poéticas, en el despliegue visual e ideológico de cada una de las décimas en sus monológicas tiradas, que la observación de su distribución semántica arroja mucha información sobre la imagen profunda. Esto revela que la poetisa ha trabajado la forma según el fondo, que es la mejor manera de alcanzar una legítima y eficiente función. Si se sabe aplicar una función sobre un conjunto de textos, que se presentan como un fondo creador, se obtienen las formas idóneas para la relación de esa función sobre ese fondo. En eso consiste la maestría artística, y es lo que materializa el fuego genésico que se ha logrado estampar como un cristal flameante en el cuerpo de cada poema en particular. Para un buen lector de poesía es de suma importancia que las partes de este libro se llamen Fugas, Brújulas, Inxilio, Derrumbe y Raíz. Hay en este devenir de títulos un fondo comunicativo especial, que implica un saber manejar biyectivamente la cosmovisión que ha originado tan vivamente, al unir el sujeto y el entorno, primero la vivencia fáustica y de inmediato el alucinante acto de lo poético. Lo que se maneja arriba son palabras rotulantes, pero abajo, donde arde la existencia del individuo en medio de su compleja realidad, son las imágenes que un joven destino establece, en diálogo honrado y sensible, con esas controvertidas circunstancias. Lo que se rotula es lo vivido y lo por vivir: la infancia, la familia, la delineación de los nuevos escenarios, el actual entorno dramático, las verdaderas actitudes frente a él, las imbricaciones de lo público en lo íntimo, todo dicho sin ánimo declarativo, fuera del juego sociopolítico directo, en que tantas fuerzas se encuentran interesadas, sino como quien toma nota de sus vivencias o reflexiona ante las encrucijadas agresivas que el mundo de hoy pone a los pasos de todos los destinos. Recuérdense los términos: Fugas, Brújulas, Inxilio, Derrumbe, Raíz, y se advertirá el poder de la poesía para encriptar mundos en las nueces flamígeras de las palabras.

Un poema se construye en una aleación dinámica de diversos tipos de imaginación, y las imaginaciones conceptiva y dispositiva tienen una gran responsabilidad inicial en la posibilidad de que pueda ejecutarse con eficacia el texto lírico. Pero toda esta sabiduría tiene un solo fin: informar con maestría lo que satura agónicamente a la psiquis en su dramática fricción con lo real. Lo que queremos ver en el poema es un ser humano plasmado de un modo vivo y singular, y ha de medirse el trabajo poético no por la artificiosidad de la forma, sino por la desgarradura y grandeza que es capaz de trasmitir un destino dotado de gracia comunicativa. En este libro de décimas hay un argumento cardinal: la urgente edición del mundo, que necesita ser salvaguardado y rectificado de inmediato, ha de ocurrir dentro de cada uno de nosotros, no importa edad o condición, y sólo se atesorará o cambiará algo afuera cuando nos dispongamos, desde nuestra vivencia más íntima, a construir una mejor vivencia pública. La poesía exhibe esa facultad: reorganiza lo público desde lo íntimo. Todo poema excesivamente declarativo, hacia cualquier dirección, renuncia a la naturaleza de la poesía. Bien sabe esto Elizabeth Reinosa, pues su libro contiene un argumento sólidamente edificado entre las relaciones de lo íntimo y lo público. Un argumento en que se visualizan fugas hacia lo exterior o hacia lo interior, pero en el que no faltan brújulas brillando en la raíz, y que levanta en lo secreto de su imaginación una mano imantada procurando la dirección más alta de la luz.

Párraga, abril del 2018


SOBRE LA AUTORA:

Elizabeth Reinosa Aliaga (Bayamo, Granma, 1988; formada como escritora en Holguín), graduada de la Universidad de Ciencias Informáticas, en La Habana. Miembro de la Asociación Hermanos Saíz. Es también narradora, egresada del XIII Curso de Técnicas Narrativas  del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso.







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