Como una cálida melodía
Una poetisa
escribe sobre otra y hace una selección de sus poemas. Ambas, hermanas por la
poesía y por su membresía en el Grupo
Ala Décima, se dan la mano aquí en esta entrada, publicada originalmente en
CubaLiteraria
Ada
Isabel al centro, con
blusa azul, junto a otros asistentes al encuentro de noviembre de la Tertulia
de Literatura y Artes Plásticas, donde estuvo como escritora invitada. Esta
cita la fundó y conduce en Arroyo Naranjo la poetisa Reyna
Esperanza Cruz. Foto: Roberto
Manzano
Ada Isabel
Machín: como una cálida melodía
Tomado de CubaLiteraria
La poesía,
dicen algunos, es dama caprichosa. Al azar escoge quiénes serán sus
depositarios en la zona tangible de su intangible reino, mortales mensajeros de
su inmortalidad. Es mujer, hombre, niño, todos a la vez, porque es un elíxir
para todos los seres humanos, su más pura fragancia, única nave que permite
elevarnos por encima de abismos y oscuridades, de egoísmos y angustias, de
nuestra terrible finitud. Así, nos regala un trocito de eternidad, un adarme de
altruismo, una gota de luz, una nota ligera de su música. Cuando estamos
tocados por su aire, somos nosotros y los demás, partícula y universo, gota en
el océano e inconmensurable torrente de aguas.
De este modo
llegó algún día, de pronto y para siempre, a las manos de una muchacha, y las
llenó de palabras que ella transforma en multitud de estrofas que adornan el
paisaje y lo llenan de un raro resplandor, de una cálida melodía. Porque Ada
Isabel Machín es una mujer-música, un arpa al viento del atardecer. De sus
manos brotan —cual transparentes cristales— notas o versos en torrente grávido
para saturar el mundo de una belleza que nos ayuda a respirar, sin tanto
esfuerzo, en la atmósfera enrarecida de banalidad que cada vez amenaza más con
asfixiarnos el espíritu. Sus versos limpios, frescos, profundos, transitan
airosos por la página, sin importar si visten el ajustado traje de la espinela
y el soneto, o el desenfadado del verso blanco o libre. Nacidos de vivencias o
lecturas, de saberes instintivos o adquiridos, hay en la poética de esta mujer
un rico mundo interior, una fuerte y sutil feminidad, no como actitud, sino
como cualidad intrínseca. Muchas y buenas lecturas, una preocupación por el
mundo y las gentes que lo habitan, un hondo sentir familiar, pueblan sus
escrituras, que estremecen con su lucidez y naturalidad, tintinear de campana
que se acomoda en el oído para luego quedar en el sitio impreciso, pero cierto,
donde se asienta el alma. Asomarse al espejo que la autora propone es un buen
ejercicio de reconocimiento, una manera de encontrarnos en nuestras desnudeces
y atavíos, en nuestro más auténtico sentir.
APOLOGÍA
ÚLTIMA ANTE RETRATO ANTIGUO
¿Por qué
planos rodaba dispareja
la compasión
que le cerró la reja
a aquel
instante tuyo en cartulina?
¿Cómo es que
un corazón, cuando se empina,
puede
quedarse sordo ante la queja
cuyo latir
aun mudo, no declina?
Esa deuda
moral —si bien compleja
en su razón
más honda—, hoy me deja
este
barrunto, Fina:
por andar
divagando en la neblina
donde nada se
siente ni se espeja,
por
resistirme al nudo y su madeja,
yo no te vi
rodar por la colina.
¿Por qué
calló ante ti mi mandolina?
¿Por qué
debió de padecer mi ceja
tanto filo
voraz de la escofina
para
compadecer, al fin, tu ceja,
para nunca
ignorar otra escofina?
¿Me
disculpas, Fina?
DESENCUENTROS
Tú que vas
repartida por el mundo
congregando
lugares que no encuentro,
tú que no
tienes borde ni epicentro
donde fijar
la nada en que te fundo,
que no
habitas siquiera ni un segundo
en lo eterno
que dura un desencuentro,
ni en la
materia que por ti concentro
y deshago
después, meditabundo,
no digas
dónde estás. La ausencia labra
a golpe de
dolor copiosos males,
y buscarte es
un acto innecesario.
Prefiero
modelarte, imaginario,
con esa luz
que irisa los vitrales,
con el barro
que soy, y mi palabra.
PARADOJA
Un vestido
sin cuerpo
—con la
espina dorsal doblada en cuatro—,
todos los
días sufre de lumbalgia,
todos los
días lame sus arrugas,
todos los
días pide inútilmente
una
jabonadura en ciclo suave,
cierta dosis
de sol y plancha tibia.
Un vestido
sin cuerpo
—fuera de
moda, tristemente sobrio—,
tiene libido,
aunque se acueste virgen,
sueña con
maniquíes voluptuosos
copulando
frenéticos ahí,
delante de
él, como si no existiese,
como si fuera
un trapo, condenado
a que alguna
tijera lo desflore.
Y es algo tan
común, tan poca cosa
un vestido
sin cuerpo,
que cuando
muera a manos de los bichos
nadie pondrá
una nota en el periódico,
ni un crespón
al espejo, ni una flor.
Quizá lo de
los cuerpos sea un cliché,
otra manera
de voltear el rostro.
Quizá haya
ajuares cohabitando en paz
—aquellos
bien amados por la carne—,
mas son
tantos los huérfanos que pugnan
con el futuro
miope, con la senda
amputada una
cuarta sobre el muslo.
Quién habla
de victorias: se sacuden
la inercia
simplemente por cuestión
de amor
propio, por suponer que existen.
Un vestido
sin cuerpo,
y tanta gente
por ahí, desnuda.
SALMO DEL
ÁNGEL
Los
viejos…son ángeles caídos
que sólo
responden al rito de la muerte.
Adolfo Martí Fuentes
A mi madre
Arma sin
hilo, madre, un abalorio.
Que sean tres
vueltas de locura aleve.
Júntalo todo
con aguja breve,
pero sella
después el envoltorio.
Cóseme un
parche ungido de jolgorio
con esa luz
que hilabas en mi infancia,
záfame aprisa
esta costura rancia
que me agobia
una cruz insoportable:
cuélgale un
lazo de dolor pasable
a esta nuca
que sufre tu distancia.
Tiemblas, te
ovillo bajo un chal de espuma
porque eres
aire toda y te deshilas,
limpio con
mis dos puños tus pupilas
cuando la
desmemoria les rezuma.
Mas el Cielo,
dador de cuanto suma
el erario
total de nuestro andrajo,
ya te convoca
con feroz badajo
al rito de
feriar absoluciones.
Caes cual
ángel, rota, sin botones.
Con Dios te
marchas luego, calle abajo.
STATU QUO
¿Oveja?
¿Lobo? ¿Pastor?
¿Repugnancia?
¿Mosca? ¿Errata?
¿La bala
que no me mata?
¿El dolor
que da el dolor?
Carlos Esquivel Guerra
¿Quién soy de cara al espejo?
¿Quién, más allá del azogue?
¿Me reconozco al desfogue
de este ser o su reflejo?
¿Soy apenas lo que enrejo:
polvo, carne, piel, sudor?
¿Imagen del Creador?
¿Revés de su semejanza?
¿Qué me asiste a toda ultranza?
¿Oveja? ¿Lobo? ¿Pastor?
Mi fuero interno per se
cavila, ¿en qué locus quepo?:
¿dónde el lirio, donde el cepo?,
¿en lo pagano, en la fe?;
(la lengua oscura del té
no cruje, no se delata).
Entonces, ¿de qué se trata?
¿Todo es puro agnosticismo?
¿Fatum? ¿Duda? ¿Nihilismo?
¿Repugnancia? ¿Mosca? ¿Errata?
¿O respondo a un maridaje
entre Hombre y Providencia?
¿La máscara, -a conveniencia-,
para el filme y su rodaje?
¿A quién doblo en el trucaje?
¿Al zinc caliente? ¿A la gata?
¿A un tambor sin hojalata
en su voz? ¿Acaso debo
actuar el bien, el placebo?
¿La bala que no me mata?
¿La espuma que me hace fuerte?
¿La manzana aunque mordida?
¿O fingir que en la caída
habrá luz aunque despierte?
¿Cuánta vida, cuánta muerte
soy por tu mano, Señor?
¿El cuchillo del traidor?
¿El ángel a tu costado?
¿Otro césar mutilado?
¿El dolor que da el dolor?
DA CAPO
Mejor
sería la noche, las estrellas
contempladas
desde un vientre…
Raúl Hernández Novás
Gime el útero
ancestral
con el enigma
en el borde.
Afuera, pulsa
un acorde
mi cordón
umbilical.
Sedienta voy
al brocal,
busco sin
ojos el fondo:
un odre
ciego, redondo,
ilumina mi
esqueleto:
sea el
vientre el parapeto,
la patria
donde me escondo.
Madre, este
tiempo concita
a la trampa
del refugio:
la esfera es
un artilugio
indefenso,
que se agita.
Dios la
dispuso contrita
—fruta de
néctar plomizo—,
dispuso
fuego, granizo,
áspid,
mordida, dolor:
fruta de
Dios, ¿el error,
o el acierto
más preciso?
Madre, santíguame
un par
de dados aquí
en la frente:
¿no ves que
el Dealer nos miente
a todos, como
al azar?
Solo me resta
enfilar
hacia otro
rumbo la quilla;
yo soy pez,
tú eres orilla,
plancton
vital, filogenia:
que el amnios
tienda su venia:
vuelve el
clon a la semilla.
IMPOSTURA DEL
ÁRBOL
A mi madre
Hay un árbol
que ya no pertenece
al cómplice
dolor que le dio abrigo.
El árbol que
llegó junto contigo
de la semilla
de otros muertos crece.
Regaste tú,
como quien no perece,
esa arteria
parásita y altiva,
que a tu
hojarasca de verdores priva
como al
pétalo gris que en mí se injerta:
jardinera sin
flor, tu savia yerta
dentro del
árbol se quedó cautiva.
Dentro del
árbol se quedó cautiva
también la
fruta de mi noche espesa,
la arrancaré
con ansia de hambre gruesa
y morderé su
aliento mientras viva.
Que el hacha
en desmesura no se inhiba
al horadar la
médula impostora:
el árbol que
nació en aciaga hora
ya no es el
mismo que a tu mies asiste:
como el árbol
primero tú te fuiste,
y yo no puedo
resembrarte ahora.
Versión
original en CubaLiteraria:
Ada
Isabel Machín Álvarez (La Habana, 1961), Licenciada
en Información Científico-técnica y Bibliotecología en la Universidad de La Habana y graduada del
conservatorio Ignacio Cervantes en la especialidad de piano. Por
su obra musical ha merecido diversos reconocimientos, entre ellos el Premio
Todo décima 2006 en canción guajira con su obra Porque me besas, guajiro. Como escritora, cultiva
todos los registros de la poesía pero tiene sitio de privilegio para la
concebida en estrofas de diez versos, con la cual ha alcanzado lauros como el premio
Décima fiebre en el III concurso Décima al filo, con su cuaderno Variaciones
en mí menor, en el 2007. En el 2008 obtuvo el segundo
lugar en el VIII
concurso nacional Ala Décima con su obra Del
otro lado del tiempo, y en el 2009 su poema Impostura
del árbol conquistó el Premio
Ala Décima en el XIII
concurso Regino Pedroso. En el 2013, mereció un significativo
reconocimiento: Mención
Especial en la XXVIII edición del Premio Mundial de Poesía Nósside. En ese
mismo año, ingresó
al Grupo Ala Décima y fue jurado
del concurso nacional Ala Décima.
En 2017
obtuvo el Premio
del concurso nacional de glosas Canto alrededor del punto, en la 50
Jornada Cucalambeana, con su
poema Statu
quo.
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