lunes, 10 de mayo de 2010

Adolfo Alfonso: “La décima
vive en la patria eternamente”

A la música campesina estará dedicado
el Festival Internacional Cubadisco 2010,
que homenajeará al poeta Adolfo Alfonso


Por Yunet López Ricardo
Foto: Calixto N. Llanes
Tomado de Juventud Rebelde


Cae la tarde. Lo veo sentado en su casa y, aun sin percibir mi presencia, noto que el paso de los años no ha logrado mellar su hermosa sonrisa. Los ojos de Adolfo Alfonso son puros, conservan todavía el mismo brillo azul con que quizá resplandecieron aquel diciembre de 1939, cuando su voz irrumpió en el éter y cautivó a los oyentes de la antigua CMBF Radio, de Prado y Colón.

Casi un siglo no es suficiente para envejecer a quien lleva dentro un poeta joven. A sus 86 años este cubano imprime fuerzas nuevas a un corazón veterano. Tal parece que su alma siempre vistió de guayabera. Adolfo «está como de vuelta de todo, por tantas experiencias vividas. Es un maestro de muchos repentistas de este “arte mágico del viento”», ha asegurado el escritor y poeta Waldo Leyva.

Nacido en Melena del Sur, y nieto de canarios, trabajó en 1948 en el programa Cantadores Nacionales de Radio Mambí, y en 1953 comenzó en Competencia Nacional de Trovadores, de la antigua CMQ. Luego pasó a los programas Los Cantores Ariguanabo de Radio Progreso y Unión Radio. Fue fundador de la Televisión y, en 1962, del popular espacio Palmas y Cañas, donde compartió controversias por más de 25 años con el legendario Justo Vega.

Se confiesa amante de la poesía. En particular, lo atrapa la décima. La prosa también le gusta, pero prefiere los versos de Góngora, Núñez de Arce, Rubén Darío, García Lorca, Guillén, Neruda... El son montuno, las guajiras, y los grandes intérpretes de la música rioplatense lo iniciaron en el mundo del arte, pero antes que todo, la décima.


Un gran improvisador

Muchos aseguran que la improvisación es un don que nace con la persona. Indudablemente Adolfo es uno de los elegidos, pero, ¿cómo descubrió que es un gran improvisador? Con la modestia que caracteriza a los verdaderos artistas me contesta: «No me considero un gran improvisador, la verdad, pero a mí la décima me atrajo siempre. Era un muchacho de 14 años cuando Justo dirigía la Hora Partagás en la COCO, donde sostenían una competencia los bandos Azul y Tricolor. Escuchaba esas controversias entre Angelito Valiente y El Indio Naborí por la radio, y fui enamorándome poco a poco de la décima, al punto de sentir la necesidad de compartir mi vida con ella».

Traigo conmigo una foto que Adolfo no ha visto nunca. En ella aparece junto a otros compañeros del verso. Se la muestro y la nostalgia se apodera de él. Lo llena de recuerdos cuando menciono a Marichal, Pedro Guerra, Rizo, Antonio Camino, Valiente, Naborí, Justo Vega y otros tantos que en muchas ocasiones compartieron con él el escenario. ¿Qué recuerda en este momento? Adolfo remerora las controversias que hacían El Indio Naborí y Ángel Valiente en La Tropical, donde se reunía una multitud como si se fuera a jugar un juego de pelota. «Me viene a la memoria Rigoberto Rizo, integrante del bando Tricolor que dirigía Fortún del Sol (Colorín), y una décima que me hizo, a propósito de que a mí me decían El Segundo Valiente, por la voz mía tan parecida a la de Angelito. Dice así: Como que en la poesía/ eres segundo Valiente,/ tienes necesariamente/ segunda categoría,/ hoy a la presencia mía/ te vas a poner fatal,/ tú sabes que no es igual/ el segundo que el primero,/ y yo le di mucho cuero/ al Valiente principal. Suelta una carcajada como si hubiese vivido ese instante nuevamente, y me confiesa: «Esas son cosas que no se olvidan, demuestran que lo que sucede en el escenario, es parte de la actuación. La amistad y la profesionalidad también suben a las tablas».

¿De qué forma lograba Adolfo controversias tan jocosas con Justo Vega, cuando este era de un carácter tan serio?, lo interrogo. Adolfo sonríe y su mente repasa algún que otro encuentro con su entrañable amigo.

«Justo era un hombre excelentísimo, un compañero magnífico, y hacíamos la controversia con un tono jocoso, pero él prefería la décima seria, y cuando yo decía algo que daba risa, se ponía bravo de verdad, pero éramos amigos inseparables», dice.

Rigoberto Rizo y Chanito Isidrón, además de ser dos amigos inolvidables para él, fueron dos poetas que supieron manejar con gran maestría la décima humorística y la décima seria. El Segundo Valiente es un príncipe del chiste, pero, ¿qué experimenta Alfonso cuando canta en serio? «Yo me siento bien cantando serio, lo que sucede es que a la mayoría del público lo que más le interesa es la controversia picante. La décima seria se ajusta más cuando se le canta a un tema específico».

Los poetas han logrado que las musas de la inspiración vivan en la tierra, le han cantado a casi todo, a la vida, la muerte, los campos, las derrotas, los triunfos... En su caso la respuesta no llega aprisa cuando tantas cosas han logrado inspirarlo. Sin embargo, se decide a contestar: «Depende del momento, porque hay temas que parecen no ser muy interesantes y, sin embargo, cuando uno los profundiza se percata de que tienen vertientes ocultas y hermosísimas, y la décima es eso: encontrar la metáfora de cada cosa».

Este poeta no solo ha encontrado versos hermosos en sus improvisaciones, ha descubierto el alma del repentismo, se ha tropezado cara a cara con la décima, porque ha dedicado su vida a cantarla. Hoy, cuando llega al privilegio de 86 primaveras, sabemos que para él ella «ha sido como una hija mía, una gran parte de mi vida la ha llenado; mi fiel compañera desde que comencé a los 14 años y hasta que me jubilé. Bueno..., y aún de jubilado seguí cantando. Tiene un valor extraordinario, por una característica inapreciable con la que no cuentan las demás artes, y es que puede decir lo que quiere y en el momento que quiere».


Como una hija mía

Conversar sobre «esa hija» le hace bien, me asombro de que tenga tantos recuerdos vivos, de la lucidez que lo acompaña todavía, a pesar de que se disculpa conmigo a cada rato, porque «ya no soy el mismo de antes, quiero decirte tantas cosas, mas las ideas se me escapan de la mente». ¿El arroyo de su memoria habrá convertido sus pensamientos en ágiles peces que se le fugan? Esta entrevista es el claro ejemplo de que el sabio pescador no pierde la habilidad, y el tiempo no consigue envejecer al poeta.

Desde que la viajera peninsular vino de España y se aplatanó en la tierra de El Cucalambé, el repentista cubano la hizo suya, y a partir de entonces se ha encargado de cultivar esa flor que, en su opinión, jamás se marchitará. «Existen una gran cantidad de repentistas jóvenes que poseen un gran talento y oportunidades, que no tuvimos los poetas de hace años, cuando yo comencé a cantar eran tiempos muy diferentes. Es decir, que el futuro está asegurado».

Mas hubo un momento en que la décima estuvo en peligro. Cuando en tiempos de la dictadura batistiana sirvió como arma de combate para luchar por la Revolución. Lo sabe perfectamente Adolfo, quien fue testigo de lo que sucedió en el programa televisivo El Guateque de Apolonio en los días anteriores a la Nochebuena del año 1958. «El coronel asesino Esteban Ventura Novo irrumpió brutalmente con sus sicarios en el antiguo canal 2 (en O y 23, La Rampa), en busca mía y del Indio Naborí, pero todo fue inútil, pues, informados a tiempo, escapamos de milagro escaleras abajo. Si me llegan a coger, ya tú sabes...».

Después del triunfo, Adolfo siguió defendiendo la obra de su Patria, empuñando con firmeza su lira como enérgico machete. «Uno de los mejores pies forzados que he sacado en mi vida me lo pusieron en Las Palmas de Gran Canaria, en una actividad pública. Un señor se paró en medio de aquel salón, y con una sorna tremenda me dice: “Oye, te voy a poner un pie forzado: Entre Machado y Fidel”; de más está decirte lo que sentí en ese momento, pero, firme, le respondí: Machado fue un asesino/ vendido al imperialista,/ y Fidel un comunista/ del tamaño del Turquino,/ el asno con garras vino/ a derramar sangre, hiel/ y Fidel, del antro aquel,/ hizo una patria modelo,/ jamás habrá paralelo/ entre Machado y Fidel».

Adolfo es un gran revolucionario, un poeta hasta la médula, un soñador de las rimas, un hombre que ha nacido para alegrar las fiestas guajiras, y se ha dedicado a ello en cuerpo y alma. Quizá por ello no tiene ningún reproche que hacerle a la vida, y si alguno se asomara, «pues ahora no lo recuerdo. Sueños por realizar quedan siempre miles, porque el que se conforma con lo que tiene, no conquista sus más grandes metas, y sí, tengo un sueño que me hubiera gustado mucho cumplir, y es ir a Argentina. Tuve la oportunidad de visitar muchos países, pero Argentina nunca estuvo en mi itinerario».

—Pero usted es un hombre todavía joven —le digo en broma—. Y nunca sabemos las sorpresas que nos reserva el destino, quizá su pasaporte a Argentina ya está reservado.

Entonces ríe de nuevo, pero esta vez a carcajadas, porque existe un nieto pequeño que le sigue los pasos en el camino de la décima, su familia que lo adora, y otras satisfacciones que continúan llenándolo de vida.

—Si tuviera la oportunidad de subir a un escenario justo ahora, con un laúd desgranando fuertemente las notas del punto cubano, ¿qué versos improvisaría?

Me mira con los ojos pícaros que pone un niño justo antes de hacer una travesura, y rápidamente improvisa: Si yo pudiera subir,/ a un escenario a esta hora/ me sentiría en la aurora/ que me faltó descubrir,/ qué más le voy a decir/ que me sentiría muy bien,/ montado ya en ese tren/ porque subir nuevamente/ es despertar totalmente/ y coger senda del bien.

Me ha dejado sin palabras, perpleja, no deja de sorprenderme. Adolfo conserva el mismo verso impetuoso, veloz y dinámico con que mil veces lo escuchamos en la canturía. ¿Quién hubiese imaginado que aquel guajirito vendedor de periódicos, que el ciclón del 26 arrastró hasta Güines, escondía a este repentista maravilloso?

Ya me despido de él, le doy un beso en la mejilla en nombre de todos los admiradores de su obra, pero he despertado sus ganas de improvisar, y ya no quiere dormirlas de nuevo. Se percata entonces de que el pulóver del fotógrafo que me acompaña tiene un letrero que dice «Todo por la Revolución», y dejándome convencida de su excelencia, con una sonrisa campesina bailándole en la cara, expresa: En la presente ocasión/ está vestido de un modo/ que el pulóver dice Todo,/ por nuestra Revolución,/ y quiero con decisión/ exprimir muy bien la mente,/ en el momento presente,/ aunque no la estemos viendo,/ la décima está viviendo/ en la patria eternamente.



Versión original, mediante este enlace, en Juventud Rebelde.

Vea en nuestros archivos, décimas de Adolfo Alfonso a Celia Sánchez Manduley.


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