martes, 20 de octubre de 2009

Poesía y determinaciones humanas

Por Roberto Manzano

Osmán Avilés, poeta e investigador, inquiere sobre algunos aspectos de las relaciones entre género y poesía. Cualquier área de la naturaleza humana que haya sido en algún momento —generalmente lo siguen siendo aún, aunque se adviertan pasos positivos alrededor de ellas— objeto de preterición, manipulación y subordinación, se presenta siempre como controvertida y enconada en apasionados pareceres. Tomar una distancia fría de examen es como intervenir en un litigio donde no se simpatiza mucho con supuestos árbitros. Y en realidad no falta razón a los que así piensan, pues, ¿de dónde puede salir el arbitraje si todos participamos inevitablemente, primero por exhibir una individual naturaleza, y segundo por estar inmersos en un área social que nos constituye en persona? Con lo anterior queremos significar que no esta relación, sino todas las sujetas a marginalización, que es un estado que atenta violentamente contra la dignidad, pueden ser escenarios donde los excesos recíprocos nublen un tanto la necesidad de pensamiento que implica todo esfuerzo supremo de emancipación. Ya se conoce el apotegma martiano de que se necesita cultura para generar una auténtica libertad. Así que las inquietudes de Osmán Avilés, aunque sólo hablan de poesía, forman parte de un fenómeno mayor, cuya complejidad e importancia son tan hondas y vastas que no hay otra manera de acercarse al carácter particular de las mismas que realizando incursiones, aunque sean somerísimas, a lo más general que nos acontece como seres de inalienable condición biopsicosocial. Por ello, las respuestas se apartan a veces aparentemente del cultivo de los versos y atienden a sustancias de la identidad y sus imbricaciones sociales. Sin embargo, debemos aclarar que nuestro acercamiento es, realmente, desde la poesía misma, atendiéndola como un método especial de conocimiento.

Dulce María Loynaz aseguró que hay poemas que solo podrían ser escritos por una mujer, pero hay poemas cuyo sujeto lírico podría ser un hombre o una mujer, donde los géneros no existen. ¿Las palabras de la Loynaz son una aseveración para usted? ¿Qué opina de los géneros sexuales en la poesía?

La poesía es una expresión humana. Pertenece a todas las razas, edades, géneros, orientaciones sexuales, orígenes geográficos y sociales, niveles de escolarización, religiones, filiaciones políticas, culturas y civilizaciones. Tiene dos sentidos: uno estrecho, que se refiere a la manifestación artística, y otro amplio, que indica el más alto desarrollo antropológico que puede alcanzar un individuo o una colectividad. La primera busca la escritura o la oralidad, y es un ejercicio sustancial de la imaginación; la segunda es una expresión de ascenso humanizador, que puede advertirse en actos, sentimientos, pensamientos, convivencias, gestos menudos o trascendentes, que no necesita pasar por las palabras, ni por el poema, y que es el grado exponencial de una cultura.

Los poetas luchan porque la poesía en el sentido amplio, ilumine al poema, que es el cuerpo de la poesía en el sentido estrecho. Los poetas —las personas que así llamamos a los artistas verbales del mundo interior— sólo tienen al poema como criatura expresiva, y en él se plasman. Con frecuencia a ese proceso se le llama plasmación artística. Es una actividad expresiva que tiene muchas analogías con el plasma, el cuarto estado de la materia, porque genera una temperatura especial, una iluminación caliente, que las palabras reflejan, tornándose transparentes y móviles, y organizándose en secuencias de una enorme irradiación. ¿Dónde se encuentra el punto de emanación de tan rara energía creativa? Está en el artista, que intuye que la actividad de plasmación lograda consiste en realizar una eficaz transferencia de calor, que moldee la llama como si fuese un cristal. Esto no puede producirse desde los costados únicos de la razón —aunque ella interviene poderosamente pues el producto ha de ser socializado— y moviliza entonces todos los depósitos, hasta los límbicos y ancestrales, en la combustión expresiva. El artista —el poeta, en este caso— tiene una organización biológica, psicológica y social determinada que se moviliza íntegra y vigorosamente hacia la plasmación. Es una criatura real, que plasma su individualidad, por lo que está configurada por determinaciones.

Un científico, al socializar sus productos, aparta la persona. Impersonaliza su comunicación. No he oído decir nunca que en el metalenguaje de la ciencia haya determinaciones sexuales: una ecuación de Marie Sklodowska-Curie no tiene por qué diferenciarse en cuanto género de una de Pierre Curie, para quedarnos en los marcos de un matrimonio. Pero en el arte, la persona lo es todo, y la persona reúne lo colectivo y lo individual. El arte es la mayor personalización del mundo conocida hasta hoy. El arte suprime muchas dicotomías, y una de las principales es la de la habitual frontera entre lo social y lo individual. Para socializar un producto artístico tiene que estar altamente individualizado, y para individualizarlo adecuadamente ha de estar profundamente socializado. La dialéctica viva del individuo y la sociedad ha de estar presente, y tejida activamente: esto se resuelve a través de la persona. La persona constituye una de las categorías básicas de la producción de sensibilidad.

Todos los elementos que modelan la persona proceden de zonas de la realidad henchidas de determinaciones. Y todas ellas entran en su interior, y le ofrecen sustrato, posibilidad y destino. Enumerar las determinaciones de una persona es casi imposible, aunque puedan visualizarse las de mayor jerarquía, o las que en cada circunstancia concurren con mayor vigor. Determinaciones de mucha fuerza son las físicas, las biológicas, las psicológicas, las sociales, nombradas desde la mayor generalidad posible, porque un ser humano es un producto de naturaleza inscripto en un sistema de cultura. Las determinaciones son adjetivas, pero ellas configuran lo sustantivo humano. Si es deber del artista, para permanecer en los predios del arte, personalizar su producto, ¿no se encontrarán en éste —por vía de la plasmación— todas sus determinaciones, o las de concurrencia jerárquica en el instante de la expresión? Sus determinaciones, por lo menos las más movidas en la ejecución, estarán inevitablemente incluidas, de modo directo o indirecto, consciente o inconscientemente. Mucho más en la poesía, que al ser representación plástica de un mundo interior, adquiere inevitable carácter confesional. La autenticidad —que es el primero de los logros estéticos— debe habitar al poema, que está elaborado materialmente como un monólogo, pero que implica siempre un diálogo profundo del poeta consigo mismo, con los otros, con toda su cultura.

Aislemos una determinación, de las abundantísimas que existen, aunque exhiban diferentes jerarquías, y que contornean a una persona concreta, hija de la naturaleza y las circunstancias, como bien lo expresó Martí. Como nos encontramos en el terreno del arte, la determinación escogida —en este caso, la específica del género— debe ser analizada no directamente en la entidad real, sino en el soporte donde la subjetividad se ha objetivado: el poema.

Durante mucho tiempo a esa objetivación del sujeto en el poema, desde el punto de vista comunicativo, se le llamó autor; pero el desarrollo de la teoría literaria advirtió que la voz presente en el texto y la supuesta voz del autor no coincidían necesariamente, y existía una compleja fricción discursiva entre ambas, que debía ser atendida, de la que nació el concepto de sujeto lírico, ya hoy trivial en los análisis, que resulta altamente productivo tener en cuenta para el disfrute y la intelección del poema. Las relaciones textuales entre el autor y el sujeto lírico son muchas, pero fijémonos tan sólo en las elementales. Un aspecto a tener en cuenta es que el autor imprime y modela el sujeto lírico, pues él es el objetivador de esta específica creación subjetiva, que aparentemente enuncia el poema, y es quien porta la intencionalidad. Hay que analizar el sujeto lírico para llegar al autor de alguna manera, no sólo en sus aspectos reales, sino también en sus planos configurativos de deseo. El poema no sólo plasma una biografía objetiva, externa, real, material, sino también una biografía subjetiva, interna, psíquica, espiritual.

Un poema, repitámoslo, es una representación artístico-verbal de un mundo interior. Dentro de ese mundo interior se encuentran, como ejes imponderables, las determinaciones que ofrecen forma a la persona, que le suministran un tono dentro de su paisaje social. Un mundo interior, aunque se encuentre sujeto a una transición acelerada, es el oikós de una identidad: es su morada más entrañada y abierta. Un oikós interior, sea masculino o femenino, o tenga cualquiera de las orientaciones sexuales conocidas, representará su identidad profunda como una refracción natural, incluso, en el caso de que desee escamotearla o enmascararla. En el sujeto lírico se encuentran las marcas de la identidad. Así que Dulce María Loynaz, que conocía profundamente la actividad poética como expresión de la identidad, afirma algo que suscribo totalmente: hay poemas que sólo puede escribir un hombre, otros que sólo puede escribir una mujer, y otros en lo que ser hombre o mujer, o tener una orientación sexual determinada, no tiene la menor importancia. Aunque pueda parecer que esto se encuentra en relación absoluta con las temáticas, con el plano de los asuntos, o de las áreas de sensibilidad que en la realidad social tienden a ser clasificadas como de un género o de otro, o de una orientación u otra, considero personalmente que se relaciona más directamente con el juego de las determinaciones de la personalidad dentro del marco de su mundo interior, que es el refractado artísticamente en el poema, y la voluntad de representación que el autor inscribe en el sujeto lírico.

Las determinaciones de carácter genérico permean la red semántica de la enunciación lírica. Pierre Louis es el autor de Canciones de Bilitis, pero el sujeto lírico es Bilitis. Alma Rubens es el sujeto lírico de Poemetos de Alma Rubens, pero el autor es José Manuel Poveda. Bilitis y Alma Rubens arrojan mucha luz sobre sus creadores, aunque resulten consecuencias oblicuas, que han de ser interpretadas adecuadamente por el consumo y la valoración. Pero la diferencia entre la autora y el sujeto lírico de Bien pudiera ser, de Alfonsina Storni, es mínimo; y entre ambos aspectos en Canto de la mujer estéril, de Dulce María Loynaz, hay importantes afinidades, pero no se solapan exactamente; en el sujeto de Veinte poemas de amor y una canción desesperada, de Pablo Neruda, hay una relación estrecha con el autor, que tiene como voluntad íntima propagar hacia lo vasto su condición genérica; pero en el de Whitman de Canto a mí mismo hay un juego de disparidades y conjunciones entre los dos aspectos, pues si bien se advierte mucha proximidad genérica y de orientación sexual, ya no la hay tanto entre sus límites biográficos y las posibilidades que se observan en la construcción de su hablante poemático, como observó sagazmente Jorge Luis Borges.

Obsérvese lo complejo de las específicas presencias de las determinaciones genéricas entre la persona que elabora el poema y la construcción de la persona lírica, la que tiene a su cargo la enunciación virtual, puesto que el arte es una representación bajo intencionalidad, y el artista rige de algún modo la escala de correspondencias y el modo de incorporar su condición en el nuevo polígono comunicativo que el poema genera. Esa escala es sumamente amplia, y tiene que ver con las improntas de la identidad y los vectores de la voluntad, más allá de la inevitabilidad propia del reflejo de los géneros y sus orientaciones. Ocurre en ocasiones que una de las determinaciones de la persona ha sufrido la exclusión colectiva, en cualquiera de sus planos, tanto físicos como biológicos, psicológicos como sociales. Esa determinación está asistida de todo derecho moral a luchar contra la exclusión a que se le quiere someter por el paradigma represor. La presencia de esa lucha en el arte puede implicar que se insista en la determinación que ha sido excluida. Hay que desplazarla entonces de la periferia hacia el centro mismo de la enunciación, y realizar, como parte de la saga emancipadora, una resemantización de sus estimativas. Es un movimiento psicológico que acentúa la plasmación del sujeto lírico, como un acto supremo de retorno a la dignidad humana. Al resultar la determinación violentamente agredida, su restitución social ha de priorizarse momentáneamente como un absoluto de la identidad. Pero este movimiento de sensibilidad debe cuidar sus límites, para conservarse como una determinación espontánea, de real ejercicio de libertad, y no quedar cautiva dentro de su especificidad, pues una identidad que posee una determinación absolutizada acaba como rehén de la misma. Advertir esto, y vigilar porque se cumpla en la trayectoria creativa, significa el triunfo en el espacio artístico, a través de la determinación redimida, de un humanismo más acendrado, de más alto relieve emancipatorio y espiritual.

¿Es incorrecto referirnos a la poesía escrita por mujeres como poesía femenina?

No creo que sea incorrecto. Tal como uno adjetiva la poesía de diferentes modos, según a lo que se refiera, es natural que a la poesía escrita por mujeres, y mucho más aquella en que el sujeto lírico refleja específicamente esa determinación, sea nombrada de esta manera. La adjetivación del mundo existe, pues está lleno de propiedades, y no todo cuanto manejamos en su intelección es siempre sustantivo. La poesía será extraordinariamente importante, que lo es, como entidad de cultura; pero ella es expresión, lenguaje de plasmación de algo de alguien. Así que no veo por qué no pueda decirse, en un contexto determinado, poesía femenina. La poesía femenina es la elaborada para la realización de lo humano desde la condición de la mujer. Y ya sabemos, porque como creadores verbales manejamos la lengua de continuo, que lo adjetivo existe porque existe lo sustantivo, y que todos los elementos del enunciado anterior son objetivos y centrales en nuestra realidad más honda: la poesía, lo humano, la mujer. Pero recordemos lo que hemos explicado sobre las determinaciones humanas en relación dialéctica con nuestra identidad: la mujer no tiene por qué circunscribirse a su condición especial de mujer, ni en la poesía ni en nada, aunque emane inalienablemente esta condición, o tome una actitud especial frente a ella, en sus representaciones artísticas. Mucho menos sujetar las improntas expresivas de su individualidad a un paisaje apriorístico de lo femenino, sino ejercer su naturaleza y dignidad con la autenticidad que las caracteriza.

¿Hay autores que persisten en llamar a las mujeres que escriben poesía con el apelativo de poetas. Si es incorrecto llamar actor a una actriz, ¿por qué llamar poetas a las poetisas?

He leído en alguna parte que a Anna Ajmátova no le gustaba que le dijeran poetisa, sino que la nombraran como poeta. Fina García Marruz establece una distinción sutil entre los dos términos, en una entrevista concedida a Rosa Miriam Elizalde, con motivo de obtener el Premio de Poesía Pablo Neruda. Conjetura que se le podría llamar poetisas a las que pueden llegar hasta asombrar a la crítica, pero dejan el lenguaje tal como está: Gabriela Mistral pasó por la poesía revolucionando a la lengua: su paso es absolutamente transformador: cree que lo de poetisa le resultaría un tanto débil, de acuerdo con el calado y la vastedad de su aporte. Es una explicación que arma en el diálogo, conminada por la entrevistadora. Pero se le aprecia en la misma exposición que no llega a esta distinción por una militancia anterior en estos dos conceptos. Concluye diciendo, ante la insistencia, como ejemplo de su modestia, que si se tiene en cuenta lo que ha explicado ella se considera entonces una poetisa. Como me parece observar que ninguna creadora se ha detenido reflexivamente en este aspecto, al menos que yo sepa, y que el mismo gana cada vez mayor presencia en nuestra realidad literaria, me aventuré a realizar una breve pesquisa por mi cuenta: como en cierta oportunidad tuve delante cuatro poetas o poetisas (Basilia Papastamatíu, Zurelyz López, Teresa Fornaris y Katia Gutiérrez, que representan diversas generaciones) las sometí a rápido interrogatorio, aprovechando las circunstancias. Y el resultado que obtuve, con bastante unanimidad, es el siguiente: no se enfadan si les dicen poetisas, pero prefieren que las llamen poetas. Las explicaciones no fueron muy detenidas, aunque algunas de ellas remitieron su preferencia a la historia de la condición de la mujer en la sociedad machista, y otras a que la palabra puede ser utilizada indistintamente, por su forma de terminación, sin insistencia masculinizante. Resulta de todo esto, amigo Osmán Avilés, que el problema de esta fluctuación nominativa, del que venía tomando conciencia ya hacía buen rato, se me ha convertido en una duda continua cuando escribo sobre una creadora lírica: siempre me pregunto antes: ¿cómo le diré que le guste: poeta o poetisa? Habría que escucharlas más al respecto, para saber qué prefieren, y por qué.



Nota a los lectores:

El poeta y escritor Roberto Manzano, columnista de CubaLiteraria, invita a sus lectores a participar más activamente en la sección Vertebraciones enviando sus preguntas sobre aspectos específicos de la poesía como manifestación artística. Escriba a: manzano@cubarte.cult.cu para plantear sus interrogantes sobre la práctica y la teoría de dicha expresión.

Versión original, mediante este enlace, en Cubaliteraria


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