Teoría del fulgor accesorio
Por Moisés
Mayán
Tomado de La Jiribilla
Nos han
propuesto olvidar nuestra Historia. De golpe y porrazo. Sustituir una tradición
de más de un siglo por un futuro importado. Como si fuera una simple maniobra
informática. Enviar la Historia de Cuba a la papelera de reciclaje, y acto
seguido, vaciar esa papelera. ¿Está seguro que desea eliminar 150 años de forma
permanente? La propuesta encandila o enardece, depende del combustible que
transportes en tu depósito. Uno necesita armas reales. Herramientas que no se
afinquen en la arenga vacía, ni el ademán sobreactuado. El apacible tono del
diálogo, el arte perdido de la conversación, la lectura en medio del necesario
silencio, son capaces de demoler los discursos más eufóricos.
Creo que la
poesía puede desmantelar un acorazado, porque el hombre que vive bajo palabra
es en sí mismo un ejército. Apuntar que Ronel
González ha publicado un libro más, sería incurrir en un lugar común dentro
del panorama literario cubano, pero corroborar que este autor ha construido un
arma estratégica, me convierte en cómplice de las estructuras que manifiesta Teoría
del fulgor accesorio (Ediciones Ácana, 2016). El resurgir de la novela
histórica en un puñado de narradores cubanos, y la asimilación de esas
propuestas por el público lector, demuestra quizás la necesidad de escalar
nuevas alturas.
La poesía que
amplifica la Historia y la revisita desde la devoción, constituye un nivel
ascendente en el conocimiento de los cauces que desaguan en nuestra inmediatez,
pues posibilita la apropiación de figuras y hechos afincándolos en el plano de
la sensibilidad, en la raíz misma de la sangre. Estos poemas que conmueven a vuelta
de página, no han sido generados por un compromiso artificial, no son despojos
de las intensas contiendas de lectura, ni mucho menos producto del oficio de
quien conoce el serpenteo de la décima en la manigua del lenguaje. El hombre
que escribe los textos de Teoría
del fulgor accesorio fue haciendo a pie su historia, rumiándola al
margen de todos los discursos, de los argumentos encartonados que la pedagogía
nos insufla desde las mesas de las aulas.
Desprendido
de cualquier dogma, Ronel
González tuvo también su 10 de octubre; el grito del poeta y el Grito de
Yara se superponen en las páginas de aire, las que anteceden a la tinta
impresa. En las arenas de Playitas de Cajobabo, el 11 de abril de 2015, dos
hombres escudriñan la negrura con los ojos fijos en el brillo de la marea, uno
de ellos es Ronel
González. Dicen que se escucha el chapotear de unos remos. Él sabe que no
son pescadores. El 19 de mayo de ese propio año, al pie del monumento en Dos
Ríos, un poeta lee bajo el sol del mediodía El
peso de la cruz. Las aguas turbias y crecidas del Contramaestre le
aventajan. Antes de escribir vive, no quiere que nada apeste a plantilla, a
molde, a expresión falsificada. Su casa en La Aduana, cerca del río Miradero,
se transforma en campamento. Allí anuda la hamaca de los héroes, a la sombra de
parapeto donde sus libros le proporcionan una vibración acompañante, casi
vegetal.
La décima que
cuajó como plomo en sus primeras estrofas, vuelve a borbotear. Balas, balas es
lo que necesita el lector, y si no, machete. Siente un relincho, pero es solo
el carretonero que recoge la basura. No sabría explicar por qué se le parece
tanto al general Quintín Banderas. En ocasiones, cuando chapea el patio en las
mañanas de domingo surge frente a sus ojos un barranco, la destentada boca de
un barranco. Inequívoco recordatorio de su peregrinación a San Lorenzo. Solo 98
páginas, como combates, como cargas al machete, y un estremecimiento me
despabila, no soy yo quien lee, es el libro quien me escudriña. Estoy mirándome
al espejo de la patria en un poema de Ronel González.
Nunca había
aflorado en mí semejante tironeo ¿tiroteo? El rompecabezas de la Historia no
puede completarse de un modo preestablecido, el tiempo no es lineal. Hablan
Céspedes, Bernabé Boza, Antonio Maceo, Agramonte, Vicente García, Perucho
Figueredo, y también Lezama, Zenea y Martí. Las armas de la guerra y las armas
de la palabra nos vuelven invencibles. Me reconozco en la lectura, asomo detrás
de alguna guardarraya, me ubico entre un dagame y un fustete para que me abrase
la frente el sol de Cuba libre. Una mano invisible arranca las páginas del 6 de
mayo. El Diario de campaña del Apóstol
se transforma en otro mutilado. Pero Ronel no condesciende a ese desarraigo.
Hay que conocerlo para saber que no va a tolerar la omisión de un día cardinal
en la marcha de Martí hacia la muerte.
"Amanezco enfermo: dolencia del espíritu que
detiene el pulso y vuelve hosca la escritura". Se nos pone la piel de
gallina, como si alguien hubiera removido la losa de un sepulcro. Nos quedamos
interrogándonos ¿acaso no son esas las auténticas páginas del diario? ¿Quiso
Martí quebrar el mármol de los tiempos para que el santo grial de los
historiadores cubanos terminara en manos de Ronel? No sería la primera vez que
sucede algo semejante. Él dice que no, que es solo una recreación, la forma de
sacarse las púas de esa dolorosa ausencia. ¿Y si hubo alguien que interceptó al
poeta en sus expediciones por la Historia, un pescador que atrapaba sus
carnadas bajo la noche bella de abril, o una anciana que escuchó la lectura de El
peso de la cruz, y luego agradecida, le trajo aquellas hojas como
mariposas sucias, o fue el mismo Martí sentado frente a él en la sala de La
Aduana? No lo sé, Ronel repite que no, que es solo una mimetización del estilo
martiano, un apócrifo, algo que pudo suceder pero que nadie sabe… Sin embargo
los poetas mienten, y aunque este es un libro sincero, entre sus páginas 64 y
67 un insondable mecanismo se activa, un fulgor de empuñadura de sable, un
misterio que acompaña.
Arrasado,
como el texto de Valeriano Weyler, desemboco en la última página. No vamos a
olvidar la Historia. No vamos a suprimir tantos ríos de sangre desaguando en el
presente. ¿Está seguro que desea eliminar 150 años de forma permanente? Jamás.
La teoría de Ronel es irrebatible. Llegue a los lectores su fulgor.
Moisés Mayán
Prefectura de
La Quinta,
entre dos
arroyos sin nombre
Versión
original en La Jiribilla:
EN NUESTROS
ARCHIVOS:
Ronel
González Sánchez conquistó el Premio Iberoamericano Cucalambé 2006 con su
libro Atormentado de sentido. Para una
hermenéutica de la metadécima.
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