viernes, 17 de agosto de 2018

Madeleine y Alexis honran a Julito


La profunda huella de un poeta

Tras publicar días atrás la noticia de la desaparición física del destacado repentista Julito Martínez, infortunio que nos comunicó Juan Carlos García Guridi, la querida colega periodista y poetisa Madeleine Sautié nos hizo por email el siguiente comentario: “Si este Julito Martínez es el mismo que nació un 28 de enero (o tiene un hijo que nació ese día) se trata de alguien que fue muy allegado a mi abuelo. Visitaba mi casa cuando era niña y adolescente y me cantó en una canturía que mi abuelo organizó para mis 15. Lo siento mucho. Muchísimo. Siempre quise saber de él pero le perdí el rastro. Que descanse en paz”.

Más adelante, Madeleine publicó en su página de Facebook la confirmación:

“El amigo joven de mi viejo abuelo, el poeta repentista que tanto admiró y al que le pidió que entre los festejos de mis 15 años liderara una canturía en un pequeño apartamento de ciudad, el inolvidable Julito Martínez, de quien puedo citar poemas de memoria, recordados hasta el fin de mis días, ha muerto en los primeros albores de agosto. Comparto esta reseña perfecta y sentida de Alexis Díaz-Pimienta, y pueden dar fe de que este otro grande de la décima sabe muy bien lo que está diciendo. A Péglez, de Cuba Ala Décima, le comenté algo. No estaba segura, nunca más volví a saber de él. Le pasaré después un soneto descomunal escrito por Julito. No sé si estará publicado. Descansa en paz, Julito. Grande para mí, para los míos y para Cuba”.

ADIÓS AL GIGANTE
DE PIPIÁN, JULITO MARTÍNEZ


Ha fallecido en Cuba Julito Martínez, para mí el más versátil y carismático repentista de su generación (la primera promoción post-naboriana), quizá solo superado en versatilidad y carisma por Manolito Soriano y Asael Díaz Candelita. Lo conocía y canté con él desde que yo era un niño, cuando Julito vivía en La Habana. Era un hombre altísimo y fuerte, de ahí que al final asumiera el seudónimo de El Gigante de Pipián, pueblo del que era oriundo. Recuerdo sobre todo una controversia que hice con él en la mítica trova de Guamacaro, en Lawton, cuando yo tenía 11 o 12 años (1978-79). El tema era "la luna", y estuvimos casi una hora entrelazando metáforas y otros recursos literarios sobre "la novia de los poetas", el único verso mío que recuerdo. De esta controversia me habló durante años mi amigo José Antonio Roche, porque allí me conoció, él entre el público, vestido de verde (Servicio Militar) asombrado de aquel duelo poético entre un gigante y un preadolescente negrito y flaquito (así lo cuenta). Él nunca la olvidó, y creo que yo tampoco en parte gracias a él. El caso es que en aquella época (1978, 79, 80...) Julito Martinez era considerado, junto a Monguito Alfonso, Ramoncito Martínez y el Indio Taíno, uno de los mejores repentistas aficionados de Cuba, a los que se les llamada "aficionados" solo porque no cobraban por cantar, no vivían del canto como los "profesionales". Julito Martínez era de los pocos que podían cantar de tú a tú con poetas profesionales de la talla de Chanchito Pereira o Efraín Riverón, sin que se notara la diferencia.

Pero hubo dos Julitos, esa es la verdad. Del mismo modo que hubo tres Picasso (el de la etapa azul, el de la etapa Rosa y el de la etapa Negra) y dos Góngoras (el de las letrillas y el de Las soledades), podemos decir que hubo dos Julitos: el de La Habana y el de Matanzas, y no solo por el cambio de provincias en las que vivió, sino porque este cambio significó (o determinó) un cambio significativo en su obra, en su estilo. El Julito de La Habana no era tan versátil. Era un poeta serio, centrado en el lenguaje, metaforista, naboriano, con una personalidad imponente dentro y fuera del escenario. Así lo recuerdo. Cantar con él o sentarse a escucharlo era una fiesta de la inteligencia. A su facilidad improvisadora había que sumarle una técnica impecable, y una puesta en escena sobria, comedida, que hacía que el público se centrara en sus versos y no en otras cosas. Sin embargo, el Julito de Matanzas fue otro. Recuerdo que su mudanza matancera prácticamente coincidió con la mía (1984-1985), de modo que coincidíamos mucho en la carretera, y en casa de amigos entrañables (la familia de Martos Lorenzo, por ejemplo) y que nuestras novias de entonces se volvieron las madres de nuestros hijos a la vez (mi hijo Axel y su hijo Lázaro se llevan solamente 1 día de diferencia). Pero el Julito de Matanzas, en tanto repentista, poco a poco fue mutando, se fue volviendo otro Julito. Sin renunciar a la buena décima, al buen canto, a la buena puesta en escena (era un actor en ciernes, como casi todos, aunque no lo saben), fue surgiendo el Julito versátil y carismático que ha sido hasta el final, fue asumiéndose actor, fue incorporando el humor a sus décimas improvisadas o recitadas (en el otro Julito el humor era prácticamente nulo, era un "poeta serio", como mandaba el "libro de estilo" pereiriano-naboriano). Comenzó entonces a ejercer de maestro de ceremonias en los espectáculos. Ya no solo era el gran repentista (ágil, rápido, seguro, ingenioso, metaforista) sino que ahora era también capaz de conducir un espectáculo (sustituyendo la labor que hacía en Matanzas Bonifacio Menéndez, por ejemplo), y era capaz de protagonizar controversias humorísticas, y eran casi dos metros de poeta carismático sobre el escenario, con sus manos enormes y sus grandes brazos reorganizando el espacio escénico, comunicando el doble o el triple que sus compañeros de reparto.

Así era Julito Martínez, el gran repentista cubano al que todos lloran hoy. A todos ha sorprendido su muerte, y todos dicen que era un maestro y una leyenda viva. ¿Ahora es una leyenda muerta? Digamos que no: la esencia de ser leyenda es el pacto con la eternidad, lo de leyenda viva es un epíteto laudatorio, redundante en su esencia. Julito Martínez es, junto a Chanchito Pereita, Asael Díaz Candelita, Jesús Tuto García, Manolito García, Ernesto Ramírez, Rafael García, Gerardo Inda, Ramoncito Martinez, el olvidado José Miguel Bello, el más olvidado José Luis Guerra (Guerrita), Evandelio Tejera, Manolito Soriano, Efraín Riverón Argüelles y algunos más, la vanguardia repentista de la primera promoción post-naboriana, uno de sus abanderados y adelantados, un maestro.

¿Sus huellas e influencias? No tengo claro que Julito Martínez haya dejado una huella estilística que cree epigonías entre las nuevas generaciones. Creo que deja grandes admiradores, pero no así seguidores de su estilo. En esto influye que no fue un repentista mediático, televisivo a nivel nacional, sino que su obra es conocida solo en el mundo de los repentistas, y mucho más en Matanzas y Mayabeque que en el resto del país.

¿Su mayor legado? Creo que Julito Martínez era un ejemplo insondable de profesionalidad, dentro y fuera del escenario, y que, aunque no lo sepan o lo crean, ha marcado el camino hacia lo que debe ser y hacer un repentista del siglo XXI: la versatilidad escénica. Ya no basta con ser "poeta-serio", hay que ser capaz de ser "poeta-actor" y desdoblarse como si Stanislavsky estuviera entre el público haciendo un casting para un próximo guateque: tener capacidad para "soñar" cuando haga falta, y capacidad para hacer reír, y capacidad para comunicar más allá de los versos, para usar bien el lenguaje gestual, para ser rápidos, para ser lentos, para ser diáfanos y claros, para ser profundos y hasta abstractos. Eso fue, eso es, Julito Martínez, el Gigante de Pipián, un hombretón con risa de adolescente pícaro, una mezcla sublime de Naborí y Germán Pinelli, un hombre culto en su empirismo y su autodidactismo (como casi todos los repentistas, su obra creció bajo el influjo de los poetas románticos y post-románticos, fundamentalmente), un decimista, un repentista, un sonetista, un buen romancerista, un humorista en verso... Es decir, un poeta tradicional de estirpe clásica y un actor en potencia, como todos.

¿Mis mejores momentos con él? La controversia sobre la luna que ya cité (1978 o 79) y nuestra controversia en el Casino Español de San Antonio de los Baños, en 1991, durante el primer evento titulado Recordando Campo Armada. Recuerdo que nos tocó como tema el amor (éramos 5 parejas de improvisadores y cada uno cantaba uno de los temas de la famosa Controversia del siglo, protagonizada por Naborí y Valiente, en el estadio de fútbol Campo Armada, en 1955); recuerdo que fue la controversia más aplaudida de la tarde, o una de las más aplaudidas. Luego, tuvimos incontables controversias: en La Habana muchas, durante mi adolescencia y primera juventud, pero sobre todo en Matanzas (en San Luis, en el Parnaso, en Limonar, en Ibarra, en Colón, en Perico).

Su muerte deja un gran vacío. Basta revisar las redes sociales y ver los comentarios que llegan desde Cuba o desde Miami, las condolencias solidarias de improvisadores de Panamá, Argentina, México, España, Colombia, Perú y otros países. Como siempre sucede, él no lo hubiera imaginado. Ninguno de los que cantábamos punto guajiro en la Casa de la Cultura del Cotorro, o en Guamacaro, o en la Peña de Cuatro Caminas y la Sala White de los años 80, hubiera imaginado que su muerte provocaría una ola de pésames entre los improvisadores de casi todos los países de la lengua. Son otros tiempos. Ya todos sabemos que existen los otros. Ya los guajiros repentistas cubanos son conocidos y escuchados por los payadores del cono sur americano, los troveros españoles, los cantadores de mejorana panameños, los galeronistas venezolanos y un largo etcétera. Por eso es perentorio darles la importancia que merecen dentro de Cuba. No basta con el aplauso oficial, tan sobreactuado a veces, tan caritativo pese a todo. No basta con que la UNESCO nos condecore con un título oficial. Es necesario y urgente que en Cuba, el Olimpo del repentismo para algunos, la Meca de la improvisación para otros, se considere a cada repentista como lo que es: un patrimonio real, un artista del que enorgullecerse, y se haga en vida, no cuando no se entere.

¿Unas décimas de muestra? Tomemos estas tres que improvisó con Omar Mirabal en uno de sus regresos a Lote Seco, la barriada de Pipián donde nació. Fue un día de su cumpleaños, y dijo el poeta:

Nací en esta tierra un día
un 27 de mayo
pero me fui en un caballo
de dolor y lejanía.
Hoy vuelvo a esta vaquería
porque el hijo del deber
si quiere buen hombre ser
o quiere ser infinito
nunca olvida el pedacito
que un día lo vio nacer.

Hoy me perfuman las flores
de Madruga y Nueva paz
aquí donde tengo más
amigos que admiradores.
Hoy he vuelto entre cantores
a saborear mi altruismo.
Y a golpe de repentismo
vuelvo a mi pueblo adorado
más viejo y más arrugado
pero sigo siendo el mismo.

La décima está conmigo
como una fruta pintona
desde que la comadrona
vino a cortarme el ombligo.
Por ella soy pan y trigo
de mi monte y de mi llano
y las palmeras temprano
me han mimado sin alarde
desde que empecé una tarde
a cantar punto cubano.

Descansa en paz, poeta. Saluda a los colegas que se han mudado al mundo del silencio y cuéntales los cambios. Diles que pronto, muy pronto, sus nombres serán recuperados, sus obras estudiadas, sus rostros conocidos. Ahora, al menos, tendrán un buen maestro de ceremonias para los guateques post mortem.


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