En el concurso Ciudad de Holguín
Recientemente
dimos con alegría la noticia del Premio
Ciudad de Holguín que recibió Alexander Besú Guevara en el apartado de
décima con un poemario titulado Muertos |
Parábolas | Silencios, el cual establece una relación metatextual con El Libro de los Muertos, y cifra su
núcleo temático en la eterna relación del hombre con la muerte. Varios de los poemas
de ese volumen los ofrecemos ahora a los lectores, gracias a la gentileza de
nuestro hermano poeta, merecedor de otros muchos lauros, entre ellos el Premio
Iberoamericano Cucalambé 2007 con el poemario Bitácora de la tristeza, y
además presidente de la Filial
provincial del Grupo Ala Décima en Granma.
AUDI ALTERAM
PARTEM *
Debemos
escuchar a los difuntos.
Oigamos su
verdad viral y sucia,
aunque nos
intimiden con la argucia
de aparecer
brumosos, cejijuntos…
Venzamos
nuestra fobia a sus presuntos
propósitos
mortales de zaherirnos.
¿Y si tan
solo quieren consentirnos?
¿Y si
exoneran nuestros desaciertos?
Debemos
escucharlos. A los muertos
quizá les
quedan cosas por decirnos.
*Lat: Escucha a la otra parte. (N del A).
MITOLOGÍA DEL
PÁNICO
He vuelto a hablar, pero estoy muerto.
//
Toda conciencia es póstuma, todo lo
que sucede es miedo,
o umbral del miedo. //
Carlos
Esquivel
A veces
absorbo (¿estrés?,
¿odio?,
¿oscurantismo?, ¿credo?)
las réplicas
del Gran Miedo (1)
del XVIII
francés,
-el viejo
espanto payés
que el tiempo
esparce y propala-.
Y allí, donde
tuve un ala,
ahora hay
grietas y cisuras
por donde
nuevas pavuras
mi viejo
pulmón inhala.
(1) El Gran Miedo (La Grande Peur) fue un movimiento popular campesino de miedo
colectivo que se desarrolló en Francia entre el 20 de julio y el 6 de agosto de
1789, en los albores de la Revolución francesa. (N del A).
El miedo,
(esa vil espora
que fecunda
sin preámbulos
igual diurnos
que noctámbulos),
contamina y
edulcora
el ángulo de
la escora
de mis vidas
anteriores.
Hoy libero
los vectores
almizclados
del incienso
mientras
recito mi extenso
inventario de
temores:
Tengo miedo
del histrión
que camufla
su neurosis
espoleando la
apoteosis
del vaho de
la negación.
Temo a la
putrefacción
del espíritu
o del alba.
Tengo miedo
del que salva
sus enconos
del incendio
y sucumbe al
vilipendio
de su
amargura bivalva.
Tengo miedo
al sibilino
azoro plural,
sinérgico…
Tengo miedo,
(soy alérgico),
al estólido,
al ladino,
al voluble
vellocino
que bruñe su
antigüedad;
miedo a la
fragilidad
gemidora del
relapso
que favorece
al colapso
de la
personalidad.
Temo al
devoto católico
de plegaria
polirrítmica,
y a la
gráfica algorítmica
del genio
lego y diabólico.
Le temo al
culto simbólico
del
sentimiento mecánico,
al simulador
botánico
con un alma
de polímero,
y al
omnisciente y efímero
exorcista de
mi pánico.
Les temo a
los varamientos
del invierno
en Budapest,
y al
inmaculado test
de los hoscos
estamentos.
Temo a los
avistamientos
de criaturas
deplorables
y al despeje
de variables
que acentúan
el conflicto.
(Soy un
muerto muy estricto
con temores
incurables).
Les temo a
las habichuelas
mágicas y
verticales,
a los versos
diagonales
y a las putas
paralelas.
Les temo a
las sanguijuelas
literarias,
al disfraz
tenebroso, o
al mordaz,
que disimula
la inopia.
También le
temo a mi propia
transparencia
contumaz.
Tengo miedo
del adarme
y del
sutilizador
que agudizan
el horror
disfuncional
de callarme.
Tengo miedo
del gendarme
que espía mis
escaseces,
miedo a los
tétricos jueces,
miedo a los
miedos cubanos,
al rencor de
los romanos
y al de los
cartagineses.
Tengo miedo a
mi ergotismo
compulsivo,
al que barrunte
mi aversión
al transeúnte.
Tengo miedo
de mí mismo,
y del
servomecanismo
que ajusta el
falso denuedo,
miedo a ser
un mal remedo
al decir
-hecho una fiera
como Virgilio
Piñera-:
¡Yo lo que tengo es un miedo!
REGENERACIÓN
MÉTRICA CON ESTRAMBOTE
La métrica que se deriva de la
tradición lírica de la lengua española, consiste en un asunto de identidad
idiomática, un elemento que diferencia al castellano de otras lenguas (…)
Virgilio
López Lemus (Métrica, verso libre y poesía experimental)
No hay pies
quebrados, ni poliritmos, clamando cetros.
(Los muertos
causan ciertos murmullos que son reliquias).
Conjugaremos:
yo me hemistiquio, tú te hemistiquias…;
y así,
adheridos, desajustamos todos los metros.
Desarreglamos
penas futuras, nostalgias retros,
crudos
fantasmas, cuevas virtuales de calicanto…
Y erigiremos
un escondrijo bien sacrosanto
de infusas
trochas, bifurcaciones, caletas, abras…,
donde
ensayemos la artesanía de las palabras
y no la
elipsis y el silabeo del camposanto.
Somos inmunes
a las fracturas de la escansión.
Somos
engarce, somos acople, diptongación…
CONFESIONES
(BAJO PRESIÓN) DEL ANTIHÉROE
Enemigo de la guerra y su reverso: la
medalla
Silvio
Yo soy un no, un nada, un ninguno
(...)
Eliécer
Almaguer
Nunca pude
ser un tipo
rudo, un
ídolo, un fetiche…
Nunca estuve
en un afiche
con postura
de arquetipo.
Yo siempre
fui el anticipo
de esto que
soy: una veta
venial, un
anacoreta,
un
menospreciado, un hongo…,
con mi
perfume bitongo
y mi collar
de higuereta.
Nunca fui de
lobería.
Nunca posé
para un cromo.
Soy el modelo
del Homo
Pusilánimus. Creía
que el yelmo
de la poesía
era inmune a
las espadas.
Mis audacias
simuladas
pendían de
las mareas,
y mis únicas
peleas
fueron
combates de almohadas.
Ni osadías
eventuales,
ni
experiencias indelebles.
Fui líder de
los endebles
sin bíceps ni
pectorales.
Dentro de mis
parietales
ocurría mi
aventura.
Mi frágil
arboladura,
hasta después
de los 15,
creció de
esguince en esguince
y de fractura
en fractura.
Nunca
enfrenté al malevaje,
ni a
proscriptos ni a soberbios.
Traicionado
por mis nervios,
no recibí el
repostaje
líquido de mi
coraje,
(solo el
caldo del temor).
Fundé el
imperio impostor
del sigilo y
la impotencia,
que supo la
decadencia
sin saber del
esplendor.
No tuve las
cicatrices
casi grises
de la Ilíada.
(Ulises y yo:
¡qué díada!
¡Qué
diferencia de grises!)
Nunca jugué a
ser Ulises,
ni el sumerio
Gilgamesh.
No fui lo que
Bertold Brech
llamó
imprescindible, epónimo.
Señores: yo
fui el antónimo
del
superhombre de Nietzsche.
Soy un
pliegue, un trazo gótico,
un impedido
sacárido.
Soy un
espíritu árido
con un pasado
necrótico.
No escribí un
poemario exótico
de tapa dura
(hard cover).
Tuve a Bruce
Lee en un pulóver
-una imagen
de satélite-;
y mis asaltos
de élite
terminaban en
game over.
Nunca fui un
hombre de acción.
Yo fui un
gordito diabético
subordinado
al patético
ángel de la
sedición.
Jamás nadó mi
ilusión
de Gibraltar
hasta Ceuta.
Yo fui coro,
-no coreuta-,
gracias a
Dios y a su aureola.
Y me libré de
ir a Angola
gracias a mi
terapeuta.
Sí, morí,
pero de rédito,
quizá del
virus de Ébola…,
no por la
estrella malévola
de un ninja
sutil e inédito.
Ya verán que
es el descrédito,
junto a mi
adiposidad,
la maldita
cualidad
que me
trueca, -suena horrible-,
en un héroe
incompatible
con toda
heroicidad.
No agonicé
por los goces
lapidarios de
una bala.
Yo nunca
entré en El Valhalla (2)
al banquete
con los dioses
nórdicos.
Penas precoces
irrigan mi
miedo arbóreo,
y en amasijo
estentóreo
mezclan mi
sangre-mucílago,
mi carácter
de cartílago
y mi denuedo
incorpóreo.
(2) Paraíso vikingo. Lugar idealizado,
situado en el palacio de Odín, donde los guerreros muertos heroicamente en
combate se ganan, como premio a su valor, el derecho a beber, cenar y solazarse
con los dioses de la mitología politeísta de la Escandinavia. (N del A).
Según el
secularismo,
-o sea, el
laicismo extremo-,
fui dos
cosas: un blasfemo
sicario del
idealismo
y un idiota
(¿o es lo mismo?)
pero nunca un
catecúmeno.
Preferí ser
el noúmeno (3)
kantiano,
-suena ominoso-,
en lugar de
un musculoso
y primitivo
energúmeno.
(3) El noúmeno (del griego
"νοούμενoν" "noúmenon": "lo pensado" o "lo
que se pretende decir"), en la filosofía de Immanuel Kant, es un término
problemático que se introduce para referir a un objeto no fenoménico, es decir,
que no pertenece a una intuición sensible, sino a una intuición intelectual o
suprasensible. (Wikipedia)
Yo nunca fui
un elegido.
No pude. Soy
un desastre
que acarrea,
-flébil lastre-,
su linaje
diluido.
No fui bello
ni garrido,
ni segregué
adrenalina.
Un galán de
plastilina
es lo que he
sido, un querube.
No fui un
héroe. Nunca tuve
suficiente
hemoglobina.
Soñé, en mi
corona idílica,
con ser un
demonio lírico,
pero mi
arcángel empírico
prefirió una
senda etílica.
Allí erigí mi
basílica:
en el
alucinamiento,
pues nunca
tuve el talento
de Lecuona o
de Caturla. (4)
Soy un
sarcasmo, una burla,
un falsario,
un truculento,
(4) Ernesto Lecuona y Alejandro García
Caturla, íconos de la historia musical cubana. (N del A).
una invertida
espiral,
-como el
fruto de la alfalfa-…
Yo nunca fui
el macho Alfa,
solo un
Omega, un surreal,
un gato
municipal
de ronroneo
inseguro,
un rehén del
claroscuro
con la pena y
el desdoro
de asistir al
deterioro
progresivo
del futuro.
En el futuro
inmediato
planeo curar
mi tos,
y apegarme al
plan de dios,
-altísimo
patronato-.
No morí por
desacato,
sí como un
vulgar pelele;
porque la
muerte no suele
reivindicar a
los frágiles.
Mis fiascos
fueron más ágiles
que mis
triunfos, y eso duele.
Soy un
difunto ordinario
con dolores
en la fíbula
y temblor en
la mandíbula,
que al
escribir su breviario
pondrá: Querido diario:
no tuve testosterona…,
y al que solo
lo apasiona
mirar un
filme de gánster
acariciando
su hámster
en su mullida
poltrona.
Cualquier
similitud con mi figura
es pura
coincidencia.
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