viernes, 10 de marzo de 2017

Besú: de su poemario recién premiado


En el concurso Ciudad de Holguín

Recientemente dimos con alegría la noticia del Premio Ciudad de Holguín que recibió Alexander Besú Guevara en el apartado de décima con un poemario titulado Muertos | Parábolas | Silencios, el cual establece una relación metatextual con El Libro de los Muertos, y cifra su núcleo temático en la eterna relación del hombre con la muerte. Varios de los poemas de ese volumen los ofrecemos ahora a los lectores, gracias a la gentileza de nuestro hermano poeta, merecedor de otros muchos lauros, entre ellos el Premio Iberoamericano Cucalambé 2007 con el poemario Bitácora de la tristeza, y además presidente de la Filial provincial del Grupo Ala Décima en Granma.




AUDI ALTERAM PARTEM *

Debemos escuchar a los difuntos.
Oigamos su verdad viral y sucia,
aunque nos intimiden con la argucia
de aparecer brumosos, cejijuntos…
Venzamos nuestra fobia a sus presuntos
propósitos mortales de zaherirnos.
¿Y si tan solo quieren consentirnos?
¿Y si exoneran nuestros desaciertos?
Debemos escucharlos. A los muertos
quizá les quedan cosas por decirnos.

*Lat: Escucha a la otra parte. (N del A).



MITOLOGÍA DEL PÁNICO

He vuelto a hablar, pero estoy muerto. //
Toda conciencia es póstuma, todo lo que sucede es miedo,
o umbral del miedo. //

Carlos Esquivel


A veces absorbo (¿estrés?,
¿odio?, ¿oscurantismo?, ¿credo?)
las réplicas del Gran Miedo (1)
del XVIII francés,
-el viejo espanto payés
que el tiempo esparce y propala-.
Y allí, donde tuve un ala,
ahora hay grietas y cisuras
por donde nuevas pavuras
mi viejo pulmón inhala.

(1)  El Gran Miedo (La Grande Peur) fue un movimiento popular campesino de miedo colectivo que se desarrolló en Francia entre el 20 de julio y el 6 de agosto de 1789, en los albores de la Revolución francesa. (N del A).

El miedo, (esa vil espora
que fecunda sin preámbulos
igual diurnos que noctámbulos),
contamina y edulcora
el ángulo de la escora
de mis vidas anteriores.
Hoy libero los vectores
almizclados del incienso
mientras recito mi extenso
inventario de temores:

Tengo miedo del histrión
que camufla su neurosis
espoleando la apoteosis
del vaho de la negación.
Temo a la putrefacción
del espíritu o del alba.
Tengo miedo del que salva
sus enconos del incendio
y sucumbe al vilipendio
de su amargura bivalva.

Tengo miedo al sibilino
azoro plural, sinérgico…
Tengo miedo, (soy alérgico),
al estólido, al ladino,
al voluble vellocino
que bruñe su antigüedad;
miedo a la fragilidad
gemidora del relapso
que favorece al colapso
de la personalidad.

Temo al devoto católico
de plegaria polirrítmica,
y a la gráfica algorítmica
del genio lego y diabólico.
Le temo al culto simbólico
del sentimiento mecánico,
al simulador botánico
con un alma de polímero,
y al omnisciente y efímero
exorcista de mi pánico.

Les temo a los varamientos
del invierno en Budapest,
y al inmaculado test
de los hoscos estamentos.
Temo a los avistamientos
de criaturas deplorables
y al despeje de variables
que acentúan el conflicto.
(Soy un muerto muy estricto
con temores incurables).

Les temo a las habichuelas
mágicas y verticales,
a los versos diagonales
y a las putas paralelas.
Les temo a las sanguijuelas
literarias, al disfraz
tenebroso, o al mordaz,
que disimula la inopia.
También le temo a mi propia
transparencia contumaz.

Tengo miedo del adarme
y del sutilizador
que agudizan el horror
disfuncional de callarme.
Tengo miedo del gendarme
que espía mis escaseces,
miedo a los tétricos jueces,
miedo a los miedos cubanos,
al rencor de los romanos
y al de los cartagineses.

Tengo miedo a mi ergotismo
compulsivo, al que barrunte
mi aversión al transeúnte.
Tengo miedo de mí mismo,
y del servomecanismo
que ajusta el falso denuedo,
miedo a ser un mal remedo
al decir -hecho una fiera
como Virgilio Piñera-:
¡Yo lo que tengo es un miedo!



REGENERACIÓN MÉTRICA CON ESTRAMBOTE

La métrica que se deriva de la tradición lírica de la lengua española, consiste en un asunto de identidad idiomática, un elemento que diferencia al castellano de otras lenguas (…)

Virgilio López Lemus (Métrica, verso libre y poesía experimental)


No hay pies quebrados, ni poliritmos, clamando cetros.
(Los muertos causan ciertos murmullos que son reliquias).
Conjugaremos: yo me hemistiquio, tú te hemistiquias…;
y así, adheridos, desajustamos todos los metros.
Desarreglamos penas futuras, nostalgias retros,
crudos fantasmas, cuevas virtuales de calicanto…
Y erigiremos un escondrijo bien sacrosanto
de infusas trochas, bifurcaciones, caletas, abras…,
donde ensayemos la artesanía de las palabras
y no la elipsis y el silabeo del camposanto.

Somos inmunes a las fracturas de la escansión.
Somos engarce, somos acople, diptongación…



CONFESIONES (BAJO PRESIÓN) DEL ANTIHÉROE


Enemigo de la guerra y su reverso: la medalla
Silvio

Yo soy un no, un nada, un ninguno (...)
Eliécer Almaguer


Nunca pude ser un tipo
rudo, un ídolo, un fetiche…
Nunca estuve en un afiche
con postura de arquetipo.
Yo siempre fui el anticipo
de esto que soy: una veta
venial, un anacoreta,
un menospreciado, un hongo…,
con mi perfume bitongo
y mi collar de higuereta.

Nunca fui de lobería.
Nunca posé para un cromo.
Soy el modelo del Homo
Pusilánimus. Creía
que el yelmo de la poesía
era inmune a las espadas.
Mis audacias simuladas
pendían de las mareas,
y mis únicas peleas
fueron combates de almohadas.

Ni osadías eventuales,
ni experiencias indelebles.
Fui líder de los endebles
sin bíceps ni pectorales.
Dentro de mis parietales
ocurría mi aventura.
Mi frágil arboladura,
hasta después de los 15,
creció de esguince en esguince
y de fractura en fractura.

Nunca enfrenté al malevaje,
ni a proscriptos ni a soberbios.
Traicionado por mis nervios,
no recibí el repostaje
líquido de mi coraje,
(solo el caldo del temor).
Fundé el imperio impostor
del sigilo y la impotencia,
que supo la decadencia
sin saber del esplendor.

No tuve las cicatrices
casi grises de la Ilíada.
(Ulises y yo: ¡qué díada!
¡Qué diferencia de grises!)
Nunca jugué a ser Ulises,
ni el sumerio Gilgamesh.
No fui lo que Bertold Brech
llamó imprescindible, epónimo.
Señores: yo fui el antónimo
del superhombre de Nietzsche.

Soy un pliegue, un trazo gótico,
un impedido sacárido.
Soy un espíritu árido
con un pasado necrótico.
No escribí un poemario exótico
de tapa dura (hard cover).
Tuve a Bruce Lee en un pulóver
-una imagen de satélite-;
y mis asaltos de élite
terminaban en game over.

Nunca fui un hombre de acción.
Yo fui un gordito diabético
subordinado al patético
ángel de la sedición.
Jamás nadó mi ilusión
de Gibraltar hasta Ceuta.
Yo fui coro, -no coreuta-,
gracias a Dios y a su aureola.
Y me libré de ir a Angola
gracias a mi terapeuta.

Sí, morí, pero de rédito,
quizá del virus de Ébola…,
no por la estrella malévola
de un ninja sutil e inédito.
Ya verán que es el descrédito,
junto a mi adiposidad,
la maldita cualidad
que me trueca, -suena horrible-,
en un héroe incompatible
con toda heroicidad.

No agonicé por los goces
lapidarios de una bala.
Yo nunca entré en El Valhalla (2)
al banquete con los dioses
nórdicos. Penas precoces
irrigan mi miedo arbóreo,
y en amasijo estentóreo
mezclan mi sangre-mucílago,
mi carácter de cartílago
y mi denuedo incorpóreo.

(2)  Paraíso vikingo. Lugar idealizado, situado en el palacio de Odín, donde los guerreros muertos heroicamente en combate se ganan, como premio a su valor, el derecho a beber, cenar y solazarse con los dioses de la mitología politeísta de la Escandinavia. (N del A).

Según el secularismo,
-o sea, el laicismo extremo-,
fui dos cosas: un blasfemo
sicario del idealismo
y un idiota (¿o es lo mismo?)
pero nunca un catecúmeno.
Preferí ser el noúmeno (3)
kantiano, -suena ominoso-,
en lugar de un musculoso
y primitivo energúmeno.

(3)  El noúmeno (del griego "νοούμενoν" "noúmenon": "lo pensado" o "lo que se pretende decir"), en la filosofía de Immanuel Kant, es un término problemático que se introduce para referir a un objeto no fenoménico, es decir, que no pertenece a una intuición sensible, sino a una intuición intelectual o suprasensible. (Wikipedia)

Yo nunca fui un elegido.
No pude. Soy un desastre
que acarrea, -flébil lastre-,
su linaje diluido.
No fui bello ni garrido,
ni segregué adrenalina.
Un galán de plastilina
es lo que he sido, un querube.
No fui un héroe. Nunca tuve
suficiente hemoglobina.

Soñé, en mi corona idílica,
con ser un demonio lírico,
pero mi arcángel empírico
prefirió una senda etílica.
Allí erigí mi basílica:
en el alucinamiento,
pues nunca tuve el talento
de Lecuona o de Caturla. (4)
Soy un sarcasmo, una burla,
un falsario, un truculento,

(4)  Ernesto Lecuona y Alejandro García Caturla, íconos de la historia musical cubana. (N del A).

una invertida espiral,
-como el fruto de la alfalfa-…
Yo nunca fui el macho Alfa,
solo un Omega, un surreal,
un gato municipal
de ronroneo inseguro,
un rehén del claroscuro
con la pena y el desdoro
de asistir al deterioro
progresivo del futuro.

En el futuro inmediato
planeo curar mi tos,
y apegarme al plan de dios,
-altísimo patronato-.
No morí por desacato,
sí como un vulgar pelele;
porque la muerte no suele
reivindicar a los frágiles.
Mis fiascos fueron más ágiles
que mis triunfos, y eso duele.

Soy un difunto ordinario
con dolores en la fíbula
y temblor en la mandíbula,
que al escribir su breviario
pondrá: Querido diario:
no tuve testosterona…,
y al que solo lo apasiona
mirar un filme de gánster
acariciando su hámster
en su mullida poltrona.


                                      Cualquier similitud con mi figura
                                      es pura coincidencia.









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