para Ricardo
Presentación de Ricardo Riverón Rojas (Placetas, 1949; poeta, narrador, investigador y editor, uno de los iniciadores de la revalidación de la décima escrita desde finales de los 70), en la tertulia La décima es un árbol. Santa Clara, julio del 2008.
A Ricardo Riverón Rojas, el más bromista (aunque asume su obra muy en serio) de todos los escritores de esta provincia, que se enorgullece de presidir el Club del Poste (cultivadores de la décima humorística), no se le podía presentar protocolarmente, era necesario atender a esa faceta suya. Por eso, con toda la seriedad y el respeto del mundo, el 18 de julio del 2008, la tertulia tuvo un comienzo diferente:
(Nota de Redacción: Las palabras en cursivas, en estas décimas de Mariana, corresponden a títulos de la obra de Riverón).
PRESENTACIÓN DEL POETA
Hoy les quiero presentar
a un poeta zulueteño,
quien descubrió de pequeño
el Oficio de cantar.
Nadie lo podrá cambiar,
y aunque Dulce era la luz
como un venado en sus
libros, La luna –por él–
tiene escrito en un cartel:
“Éste es más diablo que cruz”.
Canta a sus padres, razona,
siempre recuerda al batey
de "Carmita", como un rey,
y a La próxima persona
que se encuentre de esa zona
le hablará de sus deudores:
Carlos Enrique, las flores
de Amanda, Pablo Javier,
y cuántos colman el ser
donde planta sus amores.
Es un poeta azaroso
medio naïf, vanguardista,
nostálgico y humorista,
y, como amigo, un destrozo.
Se merece el calabozo,
la horca con cinta de tul,
un potaje de gandul...
y por todo lo que inventa
va a llegar a los sesenta
Azarosamente azul.
Tímidamente, un cuaderno
cierto día le mostré
y ahora yo les juro que
fuera mejor el averno.
Más helado que el invierno,
me dijo: –“Ni con estrellas
vas a hacer estrofas bellas
porque no eres decimista”.
Y se fue por la autopista
Pasando sobre mis huellas.
¿Comprenden cuán insensible
es el poeta que digo?
¿Será que tiene mi ombligo
Memoria de lo posible?
Pero a veces, lo inasible
oculta vidas curiosas;
sin mostrar que son hermosas,
presentan la faz del cardo.
Así disfraza Ricardo
a Lo común de las cosas.
Bajo una luz que no existe
Riverón lleva en el ceño
Otra galaxia, otro sueño,
porque lo humano le asiste.
Él es hombre que resiste
los avatares. Yo estoy
admirada, y ahora voy
a citarlo, no sin prisa,
porque en versos él desliza
a los Días como hoy.
Es hora, en esta Tertulia
y en esta bibliografía,
de cerrar con alegría
para no sentir abulia.
Cuando visitaba El Zulia
sufrió en el brazo la pena.
Con aceite de ballena
un brujo creó su invento:
y la cura fue El ungüento
que nombran de Magdalena.
Versión original en el sitio web La décima es un árbol.
Y dulce era la luz… para Ricardo
(Aproximación a cuatro decimarios de Ricardo Riverón Rojas)
En el año en que aparece su primer cuaderno, Oficio de cantar 1, contaba solamente con 29 años de edad, pero ya en ese momento su ejercicio escritural muestra diferencias respecto a los decimistas de la anterior generación. Su primer libro, un pequeñísimo cuaderno “tallerista”, fue publicado por el Sectorial Municipal de Cultura de Camajuaní en 1978 (Ediciones Hogaño). La primera sección, “Punto de niñez”, guarda la ternura de un niño que ha llegado a hombre sin perderla, con candor, tratando de vencer al joven a golpes de niñez, y, por supuesto, la madre con sus canas, dibujando la belleza del sol. El autor ha dicho que se arrepiente de aquellos primeros versos, de esas décimas sencillas, en su forma pura y tradicional; ahí en Oficio de cantar se agolpa la serenidad de quien aun no ha sufrido embates, esos “golpes tan fuertes” que decía Vallejo, al cual estuvo tan apegado por aquella época. La siguiente sección, “Canto para el mes de octubre”, ¿a qué dudarlo?, era obligada para publicar un libro o cuaderno,
Luego de diez años de esperar por un libro de mayores alcances, aparece Y dulce era la luz como un venado (1989) 2 con el aval de un Premio “26 de Julio” y el pie de imprenta de Letras Cubanas. En el mismo, el autor incluye algunas décimas de Oficio de cantar y otras lentamente manoseadas a través del tiempo para dejarlas en su más desnuda belleza, junto a las nuevas. En este libro se resumen los temas que le preocupan y que podemos hallar en todas y cada una de sus publicaciones, tales como: la infancia, la familia, la naturaleza, la mujer, el amor, los otros poetas, la muerte y los sentimientos más íntimos. Sin embargo, con él rinde homenaje a la décima, así como en general a la poesía, a través del empleo de diversos recursos como: la interrogación, figura patética que permite la exaltación emotiva, la anáfora y la amplificación, la etopeya, la repetición, las imágenes complejas, entre otras. Dentro de las diferentes secciones se pueden apreciar hermosos textos, como los dedicados a sus hijos, al amor, a la mujer. Todavía el poeta se asoma candoroso y suave, pero a veces, para no demostrarlo, se oculta tras imágenes que llevan en sí un apegado espíritu vanguardista y constituyen una real bofetada en medio del poema: ve ómnibus habitables / por golondrinas. Ve yaguas / verdeazules y piraguas. Dentro de una misma estrofa puede existir ese cambio, como un tajo que la divide en dos; de un lado, la poesía más fresca y delicada: Ella sueña y siempre está / Cerca del aire; del otro, una poesía que se impone como una imagen de algún filme de Buñuel o la sucesión de escenas surrealistas en un contemporáneo vídeo clip: ... un calambre / como un antifaz de hierro / la sacude al ver su perro / degollado en un alambre. Luego la serie vuelve a ser armoniosa en toda su trayectoria. ¿A qué se deben esas variaciones? ¿Gritos de rabia? ¿Deseos de mortificar al lector? De sus propias palabras puede tomarse la confesión encontrada en su respuesta a una pregunta de Félix Luis Viera acerca de la décima, incluida en el libro de testimonios Pasando sobre mis huellas (2002) 3, cuando dice: “A veces me interesa herir, golpear sobre la ceja del que muerde”. Todavía en este libro no se manifiesta en toda su magnitud esta peculiaridad de su poesía, como se verá en libros posteriores, aunque ya aparecen algunos atisbos en el uso de vocablos técnicos (a la manera de los futuristas) con los cuales se busca la originalidad, pero que resultan inusuales dentro de la poesía y se perciben ajenos a ella, tal es el caso de obús, sextante, escafandra, y varios más. Tal vez la justificación del uso de tales términos, como se manifiesta en el antes citado documento, radica en su apego a la poesía vanguardista:
“Si acudo a los patrones métricos tradicionales es sencillamente porque intuyo, en esta época que casi me atrevo a calificar de post-poética, que son estos los que acarrean, en su dúctil anatomía, el ángel de una nueva, inquieta y mucho más reposada vanguardia”.
Después de La luna en un cartel (1991) 4, en verso libre, el autor retorna a la décima, esta vez con La próxima persona, de Ediciones Capiro, en 1993. En la nota de contracubierta puede leerse:
El hombre ante la persona que es y que a la vez, se niega a ser, las contradicciones que se develan en el lógico paso de su existencia, en la consecuente pérdida de la juventud y la sensible lucidez, son algunas de las preocupaciones que el autor de La próxima persona nos deja entrever en este curioso decimario. 5
Trataremos de ver algo, más allá de lo que la aguda percepción del poeta Félix Luis Viera, el editor, pudo captar en su momento, para encontrar el sitio justo de este decimario dentro del conjunto de la obra de Riverón, consideraciones que tal vez difieran en algo del análisis, profundo y exhaustivo, realizado por la crítica especializada de Carmen Sotolongo Valiño en “El difícil camino hacia la perfección (III)” 6. En ese sentido, podemos partir de una “disección” de las características temáticas y formales que advertimos en este libro:
La métrica que requieren los temas. Junto al espineliano octosílabo, el poeta trabaja con otros metros (11, 13, 14 sílabas) y, principalmente con el endecasílabo, lo que eleva la décima al plano del arte mayor, como lo hicieran Rubén Darío y otros modernistas. Es, sin dudas la primera, “Aquí llego”, la que constituye el pórtico por donde puede penetrarse en “el hombre ante la persona que es”: Este soy yo; a veces no me ajusto / al rostro de la muerte y su certeza, lo cual resulta muy lógico en quien no puede desprenderse del viento, las palomas, el arcoiris, que habitaron su infancia, o del “duende que la tarde olvidó”, porque la sombra aparecerá sobre la mesa con el implacable decursar de los años hacia la certeza de la muerte. Otras muchas décimas serán presentadas en ese molde que es uno de los preferidos de la poesía española por la variedad de su ritmo, por la sonoridad y hermosura de su cadencia y su gran flexibilidad, que resulta adaptable a toda clase de asuntos, particularmente a los de entonación elevada y robusta. “Apología gris”, por ejemplo, se adentra en el tema universal y, en todos sus libros, recurrente, de la madre, quien, con las vicarias y las begonias, es el refugio y la nostalgia de ese otro hombre que aparece en el espejo; estamos de acuerdo con Carmen Sotolongo, quien ve esas imágenes como atributos de seguridad, estabilidad y tradición.
El tema de la nostalgia. Resulta ya permanente dentro de todos sus libros y, por tanto, hay que ver en esa nostalgia la necesidad de afianzarse en un pasado que le salva el presente. Ejemplos sobran, pero en el centro de la memoria, del hombre que “fue”, aparece el hombre que “es”, el que está transformándose en la medida en que avanza: Si respiro con la forma / Del que soy y del que fui, / ¿cuánta luz se queda en mí?, / ¿cuánto de mí se transforma? Ya esta obsesión se había anunciado en los libros anteriores, así, en Y dulce era la luz..., decía: Ando, que soy mi niñez, / ando apurando los pies / para llegar a mis pasos.
La transformación. Y ese hombre que va transformándose no crece sólo para sí mismo, sino que va “Creciendo a favor del Hombre”, lo cual es un signo de madurez en el que el Hombre se escribe con mayúscula. En el poema “Mis similares”, donde asoma por un momento el rostro de la antipoesía, hay una alta conciencia del individuo en su entorno, la cual, además, es expresada a través de la enumeración y de la metáfora: ... la escalerilla / de subir a mi estatura. Desde una apropiación ontológica, y a la vez histórica, de su realidad, el sujeto lírico se sabe similar del hombre en cualquier tiempo: Soy similar del primero / que al sacudirse una brizna / bajo el sol –que a veces tizna– / fue cómplice de la noche / y con disfraz de fantoche / se hizo luz en llovizna. Esta concepción personal del ser en su tránsito por el tiempo la encontramos también, quizás con mayor nitidez, en la “Carta de reafirmación a un viejo amigo” que, por el exergo, colegimos que está dedicada a Félix L. Viera; en el poema ya el sujeto está convencido de que nada se puede hacer con el pasado y que, por tanto, ambos deberán ser: si se puede, los que lavan / Para el árbol la sombra del futuro. Pero deberán hacerlo “sin apuro”, con cautela, aunque tengan que morir el presente y darse cabezazos contra el muro, porque ese mañana reclama la poesía. Más tarde, en la última sección del libro, “El otro en el espejo”, aparecerá el hombre transformado que, sin embargo, tiene miedo de ser quien es: ¿Este soy yo? ¿Acaso tengo miedo / de la sombra en mi rostro, de la prisa / que comienza a blanquear como ceniza / al final de esta voz donde me quedo? En “Mi madre no comprende: acabo de cumplir 40 años”, reaparece el tema de la nostalgia con un fuerte acento vallejiano, pero, desde la perspectiva de quien se siente diferente. En los poemas subsiguientes va trazando diversas posturas frente a ese espejo donde está mirándose, hasta llegar al último, donde sabe, aunque muere, que se ha perpetuado: Su nombre no es aquel: el lado izquierdo / le sangra en el peciolo de las rosas / y muere perpetuado en tantas cosas / tocadas por su mano en el recuerdo.
Las pesadillas. Pueden aparecer explícitas e implícitas a través del tema familiar. “Dicen, aquí en familia” (verso que toma prestado de Eliseo Diego) da título a una sección donde la niñez ocupa más un espacio habitable, a diferencia de la primera –“Ese soy yo”– que la presentaba a través del hombre, como suponemos haber demostrado antes, aunque no se limita sólo al espacio físico: -I- ¿Quién habita esas paredes / más que tristes siempre solas?; -II- Mi casa –sus amarillas / ventanas de cara al sol– / tumefacto caracol / que cargo en mis pesadillas. Observamos que un lugar en esas pesadillas es ocupado por lo “tumefacto” (lo hinchado), palabra que también se encuentra en La luna en un cartel (he aquí una “pista” de su decursar poético). También los espejos pueden ser una huella que debe seguirse a través de sus libros. Nuevamente –como en títulos anteriores– están aquí los hijos, los hermanos, la madre, el padre, la abuela y la esposa; a esta última le canta en una forma inusual. La sección concluye con la décima endecasílaba “Mi padre en una foto de
El amor de pareja: éste se extiende en “El libro de María” , a través de tres subsecciones: I. “Aquí y ahora”.- II. “A lo lejos alguien canta”. – III. “Donde nunca jamás se lo imaginan”. En principio, se advierte aquí la experimentación formal, que toma al personaje de “María” como un pretexto para expresar la inconformidad del hombre que siente sobre sí el paso del tiempo; pero parece como si esta María no despertara ya en el sujeto lírico aquella ternura que se advertía en
La búsqueda de lo Naïf: En la sección titulada “Cuaderno naïf”, el intento de apresar la imagen primitiva, la naturaleza, mediante la sencillez plástica, ajena a la vanguardia, logrado con “Tojosa”, “Aguas” o en “Flamboyán”, se pierde en otras por el uso de metáforas como Terca flor desorejada, o esquizofrénica musa, en la décima “Girasol”, que nada tienen de naïf y sí mucho de vanguardistas. Asimismo, encontramos nuevamente una tendencia –que ya habíamos advertido en libros anteriores– al uso de vocablos tecnicistas como: locomotora, platino, torpedo o palanca, que no pueden ser hallados en los poetas primitivos.
La poesía dentro de la poesía: La sección “Para decir qué palabras” se afilia a la necesidad de auscultar la época mediante la poesía, desde el epígrafe con versos del poeta español León Felipe. En sus textos podemos encontrar versos que expresan o sugieren esa necesidad: ... ¿con qué palabra / podemos intentar que el verso abra / su tiempo a la verdad, o ser la vida? ("Signo I").
Al libro Azarosamente azul, (Letras Cubanas, 2000) 7, concurren los temas de siempre, pero en un punto superior de la espiral creativa respecto a los libros anteriores. En éste se aprecia una poesía más reflexiva, donde no se levantan ya los gritos de rabia, violencia y pesadilla que aparecían de repente, a la vuelta de cualquier página, en aquellos, aunque el dolor, los fantasmas y el ser sufrido siguen estando presentes. Desde la madurez alcanzada por el poeta en el oficio, el sujeto lírico se revela más sosegado, tanto en el contenido como en la forma de su expresión; aparece una mayor pureza estilística en el lenguaje tropológico y una mayor hondura en lo conceptual.
En este libro se descubre nuevamente la búsqueda del ser, la duda existencial: me pregunto si soy quien / devuelve en sus ojos cien / caravanas de tristeza y, por momentos, la certeza del hombre múltiple: Alguien que ya vive en tantas / personas de “mi persona”. Pero en esa búsqueda, el hombre descubre que la pena no podrá destruirlo, como lo demuestra el poema “Mi pena y mi batalla”, el cual, además, muestra un lenguaje metafórico elaborado y un tono delicado: ¿Con qué bordado la tarde / teje su opaco pespunte? [...] Viajamos mi pena y yo / hacia la nuez de la noche. Sin embargo, la rabia persiste, sólo que es asumida con mayor entereza: Pesado el fardo de mi rabia –inerte – / le enciendo falsos tonos a esta edad / cumplida en la tangible irrealidad / de un magro inexistir hacia la muerte. Aunque el sujeto sabe hacia dónde se dirige: Mi meta: llegar a un punto / de espaldas a la tristeza, aún se pregunta cómo arribar a ella: me digo: para llegar / ¿debo acaso detenerme? Atraviesa una doble paradoja, sabe que es bueno porque la noche crece en él, entonces llora y mira al sol. Pero junto a la madurez destrozadora del individuo, está la creencia en la suavidad del aire, que alumbra los sueños, y la conservación de la infancia.
Azarosamente azul presenta un nivel poético muy superior al de los otros libros, tal vez sea porque irradia una auténtica ternura en algunos poemas, donde canta a la madre –tema que en todos sus libros alcanza los momentos mejores–, así como al resto de su familia, y hasta en secciones completas, como es el caso de “Yo voy con mi niña hermosa”, dedicada a su hija. Interesante resulta el poema titulado “Derrumbe”, donde se utiliza el verso partido, sin perder el octosílabo y la estructura de la décima, para presentar la caída de la casa vieja, lo cual está perfectamente logrado, ya que a través de la lectura “vemos” cómo van derrumbándose las partes de la vivienda y cómo se destruyen sus objetos, pero tal vez lo más interesante es el final, donde se produce ya la caída total del pasado. A este poema se opone, a la vez que lo complementa, “En la nueva casa”, sitio que se proyecta hermoso y en el cual el futuro habitante entrará despojado de aquel pasado y con la certeza de que va a encontrarse a sí mismo: No pienso ubicar la vida / Dentro del escaparate; / Le ganaré ese combate / A mi tristeza suicida. [...] tal vez arribe a mí mismo / si entro en la nueva casa.
La naturaleza y el color se despliegan por todo el decimario y, a pesar de que su aparición no resulta novedosa, por cuanto en los cuatro libros anteriores ya se mostraban, hay en ellos una visión diferente, más esperanzadora, sobre todo en el azul.
La sección “Boleros y canciones”, da continuidad a una tendencia que vamos observando en los libros de varios autores de la región, la glosa –a la manera tradicional o con innovaciones– de canciones populares, con lo cual se rinde homenaje a la música cubana y latinoamericana. Así, encontramos a autores como Agustín Lara, Pablo Milanés, Roberto Cantoral, Amaury Pérez Vidal, Simón Díaz o Benny Moré.
La última sección el autor la dedica a su hermana y está compuesta por seis décimas en las que glosa la poesía de Antonio Machado, ello resulta verdaderamente significativo si se tiene en cuenta que todo el libro está signado por el epígrafe inicial, de Rafael Alberti, lo que nos indica la voluntad del poeta –pensamos que lo logra– de asumir la décima en la cuerda de los poetas clásicos de nuestra lengua, como Miguel Hernández, Vicente Aleixandre y Federico García Lorca, entre otros, voluntad que ya sienta pautas y se ha iniciado también como tendencia en la praxis más reciente de los poetas villaclareños.
Después de Azarosamente azul apareció otro decimario, Bajo una luz que no existe (Letras Cubanas, 2005) 8, así como una sección en décima-romance en el libro Otra galaxia, otro sueño (Ediciones UNIÓN, 2005) 9.
1. RIVERÓN ROJAS, RICARDO. Oficio de cantar: décimas. – Camajuaní : Sectorial Municipal de Cultura : Taller Literario “José García del Barco” , [1978]. – [11] p.
2. ________. Y dulce era la luz como un venado. –
3. ________. "Aquel lejano y melancólico laúd". –p. 58-61. – En su: Pasando sobre mis huellas: crónicas para imaginarse medio siglo. –
4. ________. La luna en un cartel. – Santa Clara: Ediciones Capiro, 1991. – 68 p. – (Colección Aldaba)
5. ________.
6. SOTOLONGO VALIÑO, CARMEN. “El difícil camino hacia la perfección (III) : La próxima persona” . Huella (Santa Clara) 3:10-12, mayo-ago., 1996.
7. RIVERÓN ROJAS, RICARDO. Azarosamente azul. –
8. ________. Bajo una luz que no existe. –
9. ________. Otra galaxia, otro sueño. –
Versión original en el sitio web La décima es un árbol.
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