En su sección Los raros, del Caimán
Por J.R. Fragela
Tomado de El caiman
barbudo
Foto: Racso
Morejón
HANSEL SOLO EN EL BOSQUE
Gretel Gretel
¿en qué nudo de luz te me has
extraviado? En balde busca mi mano tu miga
Si Dios nos puso juntos al bosque del mundo ¿por
qué nos tiende el azar esta cortina? Ya el pan se me pierde sin tu boca sin
tu “bueno” sin tu rosa sin
tus ojos de cristal tengo frío
Estoy llorando de no llorar más
contigo Tengo gris Estoy perdido si no
me pierdo en tu abrazo Te espero Espero que el pájaro no se haya
comido el sol Te espero
Iremos los dos a la casita de
azúcar donde una incestuosa bruja nos condene a hervir de amor
El poema
anterior es una décima, hecha en Cuba. El Indio Naborí, ícono indiscutible de
este género, la hubiera leído con un sabor dulce en las sílabas. Tradición,
creatividad, imaginación, ruptura, intertextualidad asentada más en la
inteligencia que en el juego, belleza formal y un regusto inmoderado por
conectar con las vibraciones más razonables de la emoción… De eso están
formados los sutiles poemas de Pedro
Péglez, uno de los principales renovadores de la décima escrita cubana, y
uno de esos poetas que, desde la altura de su misterio y la labor de su
talento, se trasforma en un “raro”; o sea, en un escritor valioso que nos
aporta a través de sus obsesiones y sus ideas (siempre diferentes) de lo que
es, fue, o pudiera ser el mundo. Como todos los raros, no es un poeta de
multitudes, por lo que, si tenemos suerte, aún podremos encontrar alguno de sus
títulos: La ciudad como testigo (Ed.Valle, 1986), Viril mariposa dura
(Ed Unicornio, 2001), (In)vocación por el paria (Ed. Sanlope, 2001), Tribulaciones
del arca (Ed Luminaria, 2002), Panflagonia de noche según el condenado
(Ed. El mar y la Montaña, 2003), Cántaro inverso (Ed. Sanlope, 2004), Donde
dice primavera y es otoño (Ed. Matanzas, 2008).
Si alguien
quiere ver el horizonte de la décima actual, tiene en Pedro Péglez una muestra
exquisita, no solo porque deshace los límites sino porque crea una poesía que,
en realidad, no es otra cosa que Poesía, algo difícil de encontrar, sobre todo
en los poetas. Porque, de hecho, no es un decimista, ni siquiera un decimista
raro, este es un tipo de poeta del que se aprende más sintiendo que leyendo.
Sus poemas son como globos rellenos del aire azul de las ilusiones, globos que
ascienden lentamente y estallan después que han cruzado la atmósfera. Uno puede
inferir (no solo porque él nos invita a inferir) que recibe emails de tipos
escrupulosos y geniales como Rimbaud, François Villon, José Martí, Vallejo, y
que en su buzón se amontonan mensajes para Nicolás Guillén, Alonso Quijano,
Dios, Juan Cristóbal Nápoles Fajardo y un largo etcétera. Puedo hasta imaginar
que ahora mismo le envía este mensaje al Indio Naborí:
Papá:
Ya sé. No
hay vencejo que exorcice la tormenta. De esta lluvia truculenta ya el cuento se
ha puesto viejo y no queda animalejo que se aventure al conjuro. Falta hace el
ave (lo juro) siquiera para el rescate.
Papá,
adiós.
(El barco
late como un corazón impuro)
Versión original
en El caimán barbudo:
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