viernes, 4 de julio de 2014

La décima es un árbol de junio


Tributo a Pablo Murga Sánchez

Nos reporta desde Santa Clara la poetisa e investigadora Mariana Pérez Pérez, fundadora y conductora de la tertulia La décima es un árbol y representante del Grupo Ala Décima en su provincia


Ilusión de navegante
(Pablo Murga Sánchez
in memoriam)

Por fin La décima es un árbol ha salido de la crisis por la que atravesó en 2013 —¡ese numerito 13!, y, por favor, no me consideren supersticiosa—. Este mes de junio, el día 20, se volvió a realizar el homenaje a un repentista fallecido, como ha sido tradición en la tertulia, y que no se pudo hacer en el susodicho 2013.

Escogimos, para esta ocasión, a Pablo Murga Sánchez por tres razones: primera, Pablo fue un excelente poeta “aficionado” de Matanzas, que perteneció a una familia prestigiosa en la improvisación y la música campesina; segunda, su hija Rebeca reside en Santa Clara y es nuestra compañera en las letras, además de amiga; tercera, La décima es un árbol no se nutre de provincianismos estrechos, para nosotros cualquier poeta que se exprese en español con la estrofa de diez versos es susceptible de recibir homenajes.

Estas tertulias de junio, en memoria de repentistas, constituyen una fiesta de música e improvisación. Esta vez nos dimos el ¡gran lujo! de contar con el Trío Sedacero y Ernestina Trimiño —todos integrantes del Quinteto Criollo, que en 2013 fuera nominado al Grammy Latino—, además de los improvisadores Rafael Águila y Felipe Albernas, y la tonadista Sheila, con una voz tan bella como la de su abuela Ernestina. La presencia de Adriel Pérez Espinosa, un pequeño de ocho años, llegado desde la tierra natal de Chanito Isidrón, que interpreta décimas (aún no improvisa) con la disposición de un gran artista, fue un acontecimiento que emocionó a los presentes.

En la apertura, el escritor Lorenzo Lunar Cardedo expresó algunas palabras acerca de su desaparecido suegro y, al instante, se sumó Jorge Luis Mederos Betancor, Veleta, quien leyó su poema «Glosando una décima de Pablo Murga Sánchez».

Después de mi saludo y presentación de los invitados, la primera actuación del niño Adriel, con acompañamiento de Sedacero, para cantar a Cuba y sus bellezas naturales, arrancó un gran aplauso. Rafael Águila, antes de improvisar, comenzó cantando la décima «Réquiem por Pablo», escrita por Lorenzo Lunar y Rebeca Murga:

Te vas adonde la lira
copia el canto del sinsonte,
partes a un claro del monte
con tu tonada guajira.
Te vas, un ángel te inspira
a que le prestes tu voz.
Marchas. Repentino adiós
que entraña ese compromiso.
Te han concedido permiso
para ir a cantarle a Dios.

A continuación el trío interpretó, con el altísimo arte que lo caracteriza, nuestro «Zapateo cubano», y el Especialista Jesús Llorens León presentó una pieza italiana nombrada «Grupo de música»; increíblemente, fue Lorenzo el improvisador de la décima (escrita y leída) a la «Pieza del mes». Y después de escuchar la voz melodiosa de Ernestina Trimiño, brindamos con té y vino.

Rebeca Murga Vicens comentó anécdotas de su relación con su padre y leyó su crónica «Matanzas: mapa poético de peñas y canturías». Justo con su última palabra, se alzó Águila, inspirado, y comenzó a improvisar; le siguió Felipe Albernas Sáez, quien también fue amigo de Pablo y cantó algunas veces con él. Con ese pie, el laudista Arteaga me hizo señas, antes de que yo leyera décimas de la familia Murga, e improvisó una que consiguió la risa del público:

Creo que al suegro de Lorenzo,
a quien también conocí,
fue una gran persona, y
como repentista, inmenso.
Águila, con gesto intenso,
lo dijo al conglomerado
y, además, cantó inspirado
con su voz de primavera
porque Rebeca le diera
un beso bien apretado.

Yo leí de Pablo Murga (Matanzas, 1930) sus décimas «Mi vejez sin ataduras» (1) y de Fernando, Murguita (Matanzas, 1966) las tituladas «A mi hijo Mario, nacido en Islas Canarias» (2), para concluir con las del Pablo Murga Sánchez, como tributo a esa familia de poetas. Luego se presentó muy brevemente el Catálogo rimado Nº 80, y así nos acercábamos al final.

Ya Rebeca le había pedido a Ernestina y a los músicos que interpretaran «Madrigal», canción que le recuerda a su padre, y fue complacida, con lo cual nos deleitamos todos. Luego sucedió que yo estaba llamando a los repentistas y, como estos se «hacían de rogar», se paró Adriel y comenzó a cantar, desenfadadamente, como el gran artista que es ya. Hacia el final, con su frescura juvenil, Sheila hizo una demostración de bellas tonadas cubanas que, lamentablemente, muchos poetas no se han aprendido todavía. Y como Rafael Águila estaba alegre y es un poeta intrépido, saltó de su asiento para improvisar y demostrar que él sí conoce las tonadas.

Debemos suponer que así terminó (la grabación en el MP3), porque algunas personas no querían irse y se quedaron «remoloneando», bebiendo más vino o té, conversando… y tuve que decirles que ya la tertulia había finalizado y que era necesario desalojar la salita para que la artista de por la noche pudiera ensayar. Definitivamente, la mala suerte del año 13 fue conjurada… y olvidada.


Mariana Enriqueta Pérez Pérez
Santa Clara, 30 de junio, 2014 



NOTAS:

1.- Pablo Murga: «Mi vejez sin ataduras», p. 39, en Fernando García García, comp., La brevedad de lo eterno: la décima en Matanzas 1797-2008, Ediciones Matanzas, 2008.

2.- Fernando Murga: «A mi hijo Mario, nacido en Islas Canarias», pp 70-71, en Fernando García García, comp., Op. Cit.




Matanzas: mapa poético
de peñas y canturías

Por Rebeca Murga Vicens
(Décimas y versos de Pablo Murga Sánchez)

(Publicado en el 2003, en el programa de la XXXVI Jornada Cucalambeana)


Mi padre y yo hemos aprendido a disfrutar cada momento que pasamos juntos. Aún cuando no son muchos, no todos los que pudieran haber sido si un día una mujer hermosa hubiera dejado sin hacer sus maletas, procuramos vivirlos a plenitud. Entonces empieza el juego: él finge creer que son suyos mis amigos  y yo le compro un cigarro; él esconde mi cana cuando me peina y yo le enseño a caminar sin bastón. Sus problemas no tienen importancia y los míos siempre serán poca cosa. Más tarde, hipando nuestras penas en un vasito plástico de un bar de séptima categoría, le recuerdo que nos queremos mientras le hago ver que es adorable su última conquista.

Ante esas coincidencias que hacen exclamar al prójimo las cosas que no debiera, mi padre y yo, tomados de la mano como dos viejos amigos, nos limitamos a reírnos en el más cómplice de los silencios.

Y es que los dos vivimos una segunda oportunidad.

Mi padre es poeta. Él improvisa y yo lo reto con la alegría aún fresca de mi infancia, de algún pie forzado con el que invento un diapasón quimérico para su mente. Y ahí está, con el verso preparado para la controversia que obliga al tira – tira; glosat de picat tropical que acaba por convencer a mi padre de acudir al verso robado en buena lid.

Pero la huella que el acto de fabricar décimas le ha dejado no todos la pueden entender. Por ejemplo, la razón que ahora nos une fue también la que un día partió en dos la senda:

La herida que fabriqué
con un bisturí de amor
fue el único colador
que me ha colado el café.
Mira si tanto la amé
y mira cuánto la amo
que tú sabes si derramo
aquello que ya no viene
ahora que este amor no tiene
de la vida ni un reclamo.

Sólo en eso pienso cuando pide, sin la mínima muestra de cansancio en sus ojos, partir a la canturía. Yo, que a cambio de unas cuartillas he dejado que el día descanse sobre mí sus frustraciones, descubro que no tengo alternativas.

¿Dónde será esta vez? Repaso el almanaque con la ayuda de los dedos y descubro, prodigiosa capacidad de distracción heredada de mi padre, que es el primer domingo de otro mes. Tomasita Quiala está de fiesta.

Guateque sin bailadores. A la entrada están los carros, orientados en masculino desorden. Nunca somos los primeros; mi padre asegura que es mejor recibir el saludo de quien ya ha calentado el brazo de su guitarra en busca de escalas con que cubrir al poeta que traduce su arte en el modo fácil de conseguirlo, ante el descuido del antirrepentismo más ingenuo. O la sorpresa del poeta, amigo, abridor que ya lanza su redondilla, cansado de esperar. Es por eso que nos ha tocado parquear donde el sol aún calienta, pero no nos preocupamos porque, cuando todo haya acabado, la noche habrá sido benévola con nuestros asientos.

El lugar no es amplio y tal vez por eso la alegría se propaga rápido. Los poetas se reúnen en torno a los bancos y allá vamos. Roberto Castell nos ha descubierto y avisa con una seña a Quiko, quien de pronto nos convierte en sujeto lírico de los últimos versos de su décima para darnos la bienvenida en una auténtica baliza del dístico - resumen.

Los Basconselos, tres y guitarra en mano, anuncian que ya es la hora de distribuir las parejas. Advertencias, chistes, cambios de última hora en los que unos respiran aliviados y otros afinan su garganta. Mi padre, gallo fino detrás de Juan Delgado desde hace unas semanas, vuelve a quedarse sin cresta. “No importa, otra vez será” -me dice con los mismos ojos que persiguen la otra vuelta de ron.

“Hoy la fiesta la abren los profesionales -explica Caraballo mientras acomoda el laúd a su barriga y el tabaco a sus palabras- esos son de los buenos”. El asunto me inquieta una vez más. Me dispongo a ripostar, sólo necesito inventarme cuatro versos a modo de contraataque, pero empiezan los acordes y aún me pierdo en el campo de la estructura.

Desde mi segundo plano insisto en cuestionarme: Los he escuchado a todos, a veces presos de una rima mal aprehendida. He visto a los profesionales, con la mirada consagrada a una idea fija: la prosperidad de su canto. Pero, ¿la condición de ser profesionales los exime de violar el octosílabo alguna que otra vez, o dejar en el camino alguna nota disonante que les haga marcharse más pronto de lo habitual? He visto también a los aficionados: lectores impacientes, cantores del día y de la noche, la pluma en la mano y el verbo en el corazón. ¿Serán estas razones suficientes para huir de la ocasión que proclama la madurez?

Terminan los poetas. Caraballo sonríe satisfecho. Mi padre, mago de mis pensamientos, me increpa: ¿es que también te afiliarás al juego tonto de los bandos donde nadie es el enemigo? Tiene razón, como siempre, mi padre. Demasiado tiempo han pasado los poetas reduciendo su espacio a las clasificaciones.

Y se cumple el tiempo de diez versos durante unas rondas. Manolito García, Pedro Ramos, Tuto… Luis Paz, Noel Jiménez… Gobiel Cruz… son muchos los nombres y dominantes las voces que se cantan las deudas al ritmo campesino. Voces que se aferran al arraigo popular de un molde estrófico adoptado por la tonada matancera.

La gente aplaude. Conversa. Es feliz. Mi padre se asombra cuando Yoslay García le recuerda la última ocasión en que cantaron juntos: “Sí, en la peña Zamora, era tarde y comenzó a llover justo en el momento en que cantábamos. Yo me preocupé, pues pensé que la gente se iba a ir. ¿Cómo decía aquella décima, te acuerdas?”  Entonces mi padre, que no pierde ocasión para la rima, comienza a cantar para nosotros:

Llueve en la zona campera
cambia de aspecto el paisaje
un trueno envía el mensaje
que inicia la primavera.
El pozo a la lluvia espera
en su redonda ventana
ansioso porque mañana
si el agua sube en lo hondo
se divorcia con el fondo
el cubo de la roldana.

Aplausos en el grupo. Fingimos creer que esa fue la décima que en aquella ocasión cantara. Pero todos sabemos que él olvida sus poemas tan pronto deja de hacerlos suyos; es la esencia del repentismo y eso lo salva de mis reproches. Esta vez, amparado en las leyes de la improvisación, ha creado otros. Caraballo, como un hermano mayor, le abraza. Mi padre cuenta que aquel sábado fue uno de sus días de suerte, con el olor del mar tan cerca, la noche, la casa de Zamora con las rosas en el jardín y el tres de Pita allá en el fondo, donde el portal pierde sus límites entre dos sillones de teca. El tres de Pita, fusión de las seis cuerdas para acompañar a Lázaro Godoy y Ramón Alonso, mortales en busca del hallazgo del verso compartido.

Quedo pensando en la suerte mientras ellos se preparan para cazar una botella de ron que les permita un rato de sosiego. La suerte de ver cómo se muere la voz de una tía que canta el madrigal como los ángeles, sola entre el agua caliente del esposo y los parches al pantalón de los nietos.

Regresan, hablando de otra peña que sugiere compañía. Monguín Santana ha invitado a mi padre a la Reconstructora, un lugar matizado por el claxon de los carros rotos, la venta de pescado al tiempo y las colas para coger un coche que lleve a un sitio menos polémico. Ahí estarán Rafael García y Ernesto Ramírez, que tal vez sean pareja para la controversia. Y el laúd de Caraballo, en defensa de un espacio que, como hoy, le roban los Basconselos.

Caraballo no escapa a las comparaciones. En franca lucha con un tabaco que amenaza con apagarse nos habla de Triunvirato: “es el escenario en el que más poetas le han cantado al amor de una mujer”.  Luego apela a su tonada preferida, tonada de Carvajal, para otros “la española”; aunque, si de elegir un sobrenombre se trata, él se hubiera conformado con el cambio de cinco letras que confirmen su autoría. Y canta:

He visto al anochecer
por un mágico temblor
sellar un beso de amor
los labios de una mujer.

Nos asombra a todos, pues Caraballo no es hombre de admitir nostalgias. Con él llega la fiesta a la canturía, lejos de epopeyas que recuerden la historia de riñas por una mujer que ya limita la marcha rítmica de sus caderas. Entonces empina su trago y lanza el reto a Pablo Murga Rodríguez, para que su tonada se mezcle también en esa tierra con las ansias del que vuelve porque Murguita, viajero a Tenerife, aún domina el panorama con el beso del laúd.

Pero Pablo prefiere cantar en Los Molinos, en la peña Chanchito Pereira, junto a Emiliano Sardiñas. “Es el tipo de poeta que hace subir la parada hasta donde ni uno mismo se imagina, porque si te equivocas no te lo perdona”. Y hablan casi a coro de la trilogía que junto a ellos completa Arturo Cruz, contrarios sin espacio para rellenos semánticos y muletillas, balacera que sólo acierta tregua en la zona de desenlace. Yo aprovecho para terminar el ron del vaso de mi padre, que se humedece una y otra vez sin esperanza para el club de abstemios, que siempre alguno queda en estos lares.

Lázaro Zamora y Orestes Díaz pactan su tema para la ocasión. Ya los había escuchado antes, en la peña que Pedrito Morán dirige en Mocha. Recuerdo que llegamos cuando Israel “afilaba” el laúd y así lo hizo saber en su saludo:

Está que corta el laúd

Caraballo tragó en seco, mi padre detuvo su conversación de bienvenida para esperar el remate y yo me aseguré de estar a buen resguardo. ¿Con qué lo iría a rimar ahora? Por primera vez comprendí que apreciar al tiempo como un reloj de arena no era un simple lugar común. Pero quiso la suerte que una cuerda fallara y todo quedó entonces en el plano del dejar para después. Mi padre se retiró camino a la arboleda, tal vez allí la cosa se pusiera buena en breve y podría, junto al laúd de Israel, cantarle al poeta rondeño algunas rimas diversas.

En Mocha también está Carmona, con su peña dominical habituada al lenguaje metafórico, que encuentra sus cauces entre interludios musicales y el plante del poeta. Cuentan que Ángel Rodríguez,  juglar en su día de suerte, hizo gala del repentismo puro al cantarle a lo divino.

Me atrae comparar la travesía de los temas de la décima inicial a la que ya termina. Ningún tema es bueno o viejo para ellos: la familia, la vida, la muerte, la historia o el amor adquieren el tono desafiante para cantar a porfía sus inspiraciones. Eso es lo que ocurre en la peña de Germán, cuando el barrio de Versalles se detiene ante la puerta de su casa y disfruta la controversia entre los poetas Sergio Cabrera y René González. O en Limonar, cuando la casa Naborí recuerda abrir su espacio al punto guajiro.

Termina otra ronda y presiento que ya va siendo todo. La sempiterna controversia entre poetas aficionados y profesionales se mantiene, pero Caraballo estira sus piernas y sale a caminar. Arturo Cruz y Sergio Mederos hablan de la peña de ayer, conversación de la que sólo pueden ser testigos los poetas profesionales. En el Hotel Canimao, construido en las afueras de una ciudad reclamante de atención. A la par del canto se escuchó hablar de puentes o bisagras y de codos sintáctico–anafóricos. No lamenté mi ausencia, aunque quizás sea el cansancio o la saturación del tema.

Comienza la despedida. Las botellas de ron, que he ido colocando en fila india, amenazan con romper los recuerdos de una noche junto a mi padre. Una noche repleta de historias. Historias de campos y poesía, y de hombres que hacen de sus casas una fiesta popular. Tan distinto a desahogar nuestras penas en un vasito plástico de un bar de séptima categoría.

Caraballo intenta arrancar el motor, pero se resiste ante mis ojos que le piden la clemencia de dos minutos. Se aleja, jugando con un perro que semeja un pie de amigo junto a un horcón. Matanzas es esta noche una ciudad piadosa, tanto como lo permiten los versos de mi padre:

Mi ilusión de navegante
quiso pescar una estrella
pasó la noche tras ella
y se le acercó bastante.
Soltó la pita gigante
de la mirada a pescar
y cuando pudo atrapar
la estrella que yo quería
llegó el anzuelo del día
y se la llevó del mar.




Canturía:
Algunas décimas
de Pablo Murga Sanchez


Soy

Comprendo que no soy nada,
yo soy un hombre sencillo
al que golpea el martillo
de la rima improvisada.
Soy una décima atada
por diez cordeles sin luz,
un anticuado arcabuz
falto de pólvora nueva,
cual peregrino que lleva
a rastro su propia cruz.


Guajiro

Guajiro yo, que atrapé
con lazos de principiante
bostezos de luz brillante
en la boca del quinqué.
Guajiro yo que velé
la gallina ponedora.
Guajiro yo que a la hora
que el pantano hace burbujas
partí todas las agujas
de una araña tejedora.

Guajiro yo que el destino
me hizo dejar sin retrasos
el tatuaje de mis pasos
sobre la piel del camino.
Guajiro yo que me inclino
ante el surco paridor.
Que he visto sobre el temblor
de cualquier rama del monte
como destapa el sinsonte
el cofre del cundiamor.


Glosando a Martí

Yo voy con mi niña hermosa
Le dijo la madre buena.
No te manches en la arena
Los zapaticos de rosa.

José Martí


Cuando espuma y caracol
son huéspedes en la orilla;
madre, muchacha y sombrilla
toman un baño de sol.
El canto de un verderol
vibra en la playa arenosa,
corre la pequeña diosa
a columpiarse en el mar,
La madre exclama, Pilar,
yo voy con mi niña hermosa.

Como motas de algodón
posadas en el oleaje,
las dos emprenden un viaje
en líquida embarcación.
Las velas de la ilusión
se izan en la mar serena,
y luego en la azul escena
donde el sol desgrana el oro,
¡Pilar, tú eres mi tesoro!
le dijo la madre buena.

El baño llega al final
y antes de buscar la enagua
corre por su cuerpo el agua
como arroyos de cristal.
La madre en el litoral
le dice a la niña buena:
para que vayas sin penas
y regresen tus destellos,
las trenzas de tus cabellos
no te manches en la arena.

Abandonan el lugar,
corren sobre la floresta,
van de prisa y van de fiesta
de regreso hacia el hogar.
En su carrera, Pilar
semeja una mariposa.
Y para la niña hermosa
no existen tramas ni escalas,
como si tuvieran alas
sus zapaticos de rosa.


Luna

Cuando emerges, llena y fría
al fondo de la arboleda,
pareces una moneda
saliendo de la alcancía.
¡Qué blancor en tierra umbría
desgrana tu recorrido!
¡Cómo congelas el nido
de falsa y triste bufanda
si un enamorado anda
con el corazón partido!


Niñez

Tuve un canuto por tete
que endulzó mi dentadura.
Mi sueño fue una montura.
Mi delirio ser jinete.
Hallé mi mejor juguete
en un recodo del trillo,
coloqué sobre un tobillo
la espuela larga de un gallo
y monté el verde caballo
de un gajo de mamoncillo.

De niño tuve un abrigo
que tanto me lo ponía
que realmente parecía
había nacido conmigo.
Me acompañó cual amigo
protector del frío fiero,
y halló la muerte primero
que yo, mi abrigo de estambre
en los colmillos de alambre
de la cerca del lindero.





Réquiem por Pablo

Por Lorenzo Lunar y Rebeca Murga


Te vas adonde la lira
copia el canto del sinsonte,
partes a un claro del monte
con tu tonada guajira.
Te vas, un ángel te inspira
a que le prestes tu voz.
Marchas. Repentino adiós
que entraña ese compromiso.
Te han concedido permiso
para ir a cantarle a Dios.




Glosando una décima
de Pablo Murga Sánchez

Jorge Luis Mederos, Veleta


Mi ilusión de navegante
(transgresor, faro, inconstancia)
puso, no sé qué distancia
en la piel de Rocinante.
Tuvo la mejor amante
en cada puerto. Y con ella
en cada puerto la huella
promisoria de lo eterno.
Y cuando llegó el invierno
quiso pescar una estrella.
Pasó la noche tras ella,
pasó el invierno… y la vida
pasó. La amante suicida
en cada puerto se estrella.
Era una ilusión: botella
al mar. Pero lo distante
fue la más hermosa amante
que nunca tuve. Mi fe
la defendió, no se fue,
y se le acercó bastante.
Soltó la pita gigante
de un sueño, soltó la muerte,
soltó el anzuelo a la suerte
propicia del debutante.
Pero la vida, distante
cual puta de lupanar
puso el sueño en su lugar,
en su lugar la agonía
y puso la lejanía
de la mirada a pescar.
Y cuando pudo atrapar
apenas un espejismo
ya casi daba lo mismo:
no tuve ilusión que dar.
Sin puerto donde atracar.
Sin otoño ni estadía.
Sin luz, sin avemaría.
Sin amor, patria ni suelo:
¿para qué arrancar del cielo
la estrella que más quería?
Llegó el anzuelo del día
de cuyo nombre no quiero
acordarme. Y llegó el fiero
contraluz de mi osadía.
Supe que no la quería.
Supe que para pescar
hace falta naufragar
para salvarse los dos.
Entonces la entregué a Dios
y se la llevó del mar.





DE LA AUTORA DEL REPORTAJE:
Muestras de la obra poética de Mariana Enriqueta Pérez Pérez, pueden verse mediante los siguientes enlaces con el blog Odiseo en el Erebo y la antología on line Arte poética. Rostros y versos, ambos del poeta salvadoreño André Cruchaga. Varios estudios realizados por ella aparecen en nuestra sección Decimacontexto: Polizón en la aljaba de Eros, sobre la décima de amor escrita en Villa Clara. Las albas rumorosas, acerca del libro Jiras guajiras, de Samuel Feijóo. La décima cubana durante las guerras de independencia: los poetas de la guerra, interesante aporte sobre ese período. La décima escrita en Villa Clara, sobre la poesía concebida en estrofas de diez versos en esa provincia. Entre los reconocimientos merecidos por su obra en versos, está en el 2013 la mención que recibió en el concurso Oscar Hurtado


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