lunes, 26 de abril de 2010


Recibir el Dador


Palabras de Ronel
González Sánchez

(Cacocum, Holguín,
1971), tras alcanzar
el
Premio Dador 2010



Por obra del azar concurrente, como le gustaba decir a José Lezama Lima, en 1965, séptimo año de la Revolución triunfante, La Gaceta de Cuba publicó uno de los artículos más intensos que un poeta le dedicara a nuestro proceso emancipador.

En aquel texto, el autor de Paradiso, y de Dador, por supuesto, verdadivoso y recervantizante, afirmaba: ¨ […] el 26 de julio rompió los hechizos infernales, trajo una alegría, pues hizo ascender como un poliedro en la luz, el tiempo de la imagen […]¨.

Ante la sucesión de calamidades y frustraciones históricas vividas por nuestro pueblo, el ilustre sablista de la teleología insular, celebraba la materialización del ideal supremo del hombre: la libertad, y la escalada del monte donde el cubano finalmente podía guiar su yunta de bueyes solares. Por esa razón, desde su perspectiva de entrañado y entrañable pifanista, en el mismo párrafo concluía: ¨los citareros y los flautistas pudieron encender sus fogatas en la medianoche impenetrable¨.

Más de cuarenta años después de aquella epifanía escrituraria, un grupo de intelectuales, imantados por la transgresión que arrostró el ALMANECER de la nación cubana, asistimos a la concreción de uno de sus tantos gestos bondadosos: la entrega de un premio que apoya el aún misterioso y gnoseológico acto de la creación literaria, además de permanentizar la obra de quien escribió el laberintuoso e inquietante verso «Dánae teje el tiempo dorado por el Nilo».

Hoy, en una institución que lleva el nombre de la poetisa –porque ella jamás abjuró de este delicado calificativo– Dulce María Loynaz, Premio Miguel de Cervantes 1992, pergeñadores de ahondamientos y fabulaciones de todas partes del país recibimos, agradecidos, este reconocimiento que distingue a la vocación más solitaria; en días émulos del dios Jano, cuando la moral doble, la agresión mediática, las manipulaciones y chantajes insisten en desestabilizar la arquitectura del amor, fundada en un pedazo de tierra ubicada al mismo nivel del mar, aparentemente, pero un poco más alta, como las pirámides mesoamericanas que perpetúan una época y un esplendor inextinguibles.


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