sábado, 24 de abril de 2010

El día más feliz de mi vida

Calificó Ricardo Riverón el homenaje
del espacio El autor y su obra


Por Félix Bolaños

El reconocido poeta, periodista y editor, Ricardo Riverón Rojas (Zulueta, Villa Clara, 1949) fue el protagonista del espacio El Autor y su Obra que, concebido y organizado por el Instituto Cubano del Libro (ICL) para homenajear a aquellos escritores con una sostenida y virtuosa producción literaria, se celebró el miércoles 21 de abril de 2010, en el teatro de la Biblioteca Provincial Rubén Martínez Villena, de esta capital.

El panel estuvo integrado por los poetas, ensayistas e investigadores Jorge Ángel Hernández, Jesús David Curbelo y Juan Nicolás Padrón. Se encontraban presentes, además, Zuleica Romay, presidenta del ICL, Fernando León Jacomino, vicepresidente del ICL y Luís Marré, Premio Nacional de Literatura 2008, junto a otros escritores y amigos.

Riverón, que “ha practicado con plenitud de causa el versolibrismo, la prosa literaria, la crítica y el periodismo de opinión”, fue fundador de la Editorial Capiro, de Villa Clara, y en la actualidad se desempeña como director de la revista de cultura popular Signos, con sede en la ciudad de Santa Clara.

Las palabras de elogio se iniciaron con los buenos oficios de Jorge Ángel Hernández, y su exhaustivo análisis de la décima escrita y publicada por Riverón Rojas, a quien distingue como uno de los poetas que, con mayor seriedad, se ha tomado la reivindicación de esta forma métrica. Se apoyó para ello en los poemarios Oficio de cantar (1978), Y dulce era la luz como un venado (1989), Bajo una luz que no existe (2005) y en la selección Memoria de lo posible (2004).

El primero de esos volúmenes, considera el investigador, se encuentra en el mismo centro de una encrucijada que apunta, por una parte, hacia su ya definitiva vocación literaria, y por la otra, hacia la oralidad de la décima en su entorno, bien asentada y más estimulada a estas alturas.

Para bien de su propia poesía, tal disyuntiva no se resuelve mediante la negación o la ruptura definitiva de los extremos, sino a partir de soluciones como la manipulación no convencional de la estrofa, la autodefinición de su poiesis en un discurso que expresa, gracias a lo marcadamente literario, las inadvertidas estructuras de lo cotidiano y la figuración básica del lenguaje que busca asimilar los giros propios del habla popular y la capacidad de deslumbramiento de su imaginario.

En el segundo de los textos, asegura Jorge Ángel, se aprecian los rasgos característicos de la poesía cubana de entonces, en la cual el ámbito familiar, las declaraciones y sentencias amatorias y el compromiso ante la sociedad, jerarquizaban la línea temática:

No obstante, ya Riverón reclama dos cosas que la esterilidad crítico-sensorial de entonces pretendía negar al verso: el derecho a la especulación poético-filosófica y el discurrir de la nostalgia. Sin decir hasta luego a su propio tono poético, ni a la claridad tropológica, ni a su filosofar desenfadado, superpuesto más en la frase sentenciosa, que en el concepto que alumbra el pensamiento, Riverón se adentra en esa perspectiva de dignificación literaria de la décima, al tiempo que responde a la polémica relacionada con la categorización de la estrofa, aportando una libre manipulación del metro, un encabalgamiento de la frase mediante la búsqueda de predicados aptos para reedificar la enunciación y en ocasiones una irregular disposición de la línea misma del verso, inaceptable para los puristas, que cada vez más pasaban al lado opuesto de la oralidad.

En Memoria…, Hernández observa que sobresalen: la humildad del autor y la fidelidad a su propia poética, que apuestan por la comunicación con el lector en virtud de la esencia de lo que se enuncia; la recuperación de atmósferas evocativas, la incidencia entrañable en las escenas de familias y las inevitables bifurcaciones de las circunstancias amorosas. Todo ello hace que el poemario pida convertirse en un objeto útil, lo cual es válido para toda su poesía. «Llama la atención cuanta unidad puede haber en toda su obra, aún cuando no haya abandonado el camino de la evolución», concluye Jorge Ángel.

Para Jesús David Curbelo, según sus propias palabras, fue difícil mezclar en su intervención la frialdad del crítico con el entusiasmo del amigo. A ambos les une una entrañable y vieja amistad, «matizada con una serie de aventuras conjuntas de casi todo tipo, entre las que destacan aquellas de índole editorial». Gracias a Riverón publicó sus primeros poemas, así como entre ambos se han editado varios de sus libros. No obstante, se apoyó en el arte final de la antología personal de Riverón, que verá la luz por Ediciones Unión, para hilvanar un discurso acerca de la producción lírica de nuestro protagonista que no está escrita en décimas.

Apreció en Riverón a un poeta bastante peculiar que ha ido creciendo de manera sutil, que no ha tenido dramáticos cambios de voz, de poética, como ha sucedido con otros. Considera, sin embargo, que hay un crecimiento en los textos que, desde 1987 hasta el 2009, Riverón ha ido escribiendo y publicando y que integran la antología en proceso:

En ellos están las obsesiones principales que han caracterizado su obra, que las ha ido manteniendo, pero cambiando el punto de vista sobre las mismas. Ese cambio de mirada, conceptual, sobre fenómenos como el amor, la familia, la patria, el destino, como una posible relación con la historia y también con cualquier tipo de poder o divinidad, ha ido cambiando el acento a medida que el poeta madura y, por supuesto, los procedimientos estilísticos.

Hay dos libros de Riverón que a Curbelo le llaman poderosamente la atención: Otra galaxia, otro sueño —publicado en el 2005, pero escrito entre 1991 y 1994— a pesar de gestarse en los años difíciles del período especial, es uno de los pocos que no habla de una manera dramática, o agresiva, sobre la crisis económica y espiritual a la que se habían sometido muchas personas del país, muy por el contrario, propone una especie de asidero espiritual, de crecimiento en ese regreso a la familia, en esa búsqueda de la palabra como salvación. El otro es Lo común de las cosas, publicado en España en el año 2005, que habla de uno de los temas más controvertidos de la poesía cubana: el tema del exilio. Cuestión que siempre se maneja sobre la peligrosa cuerda floja de la ideología, de la política. Recoge el peculiar testimonio de un largo viaje del autor a la península ibérica, y tiene todas las características de esos textos del exilio, que permiten repensar el país, su historia, su propio papel. Al final, Riverón incluye dos o tres poemas que son sumamente curiosos, porque ya empieza a jugar con lo dialógico y con la presencia de más de un sujeto lírico.

Días como hoy, publicado por la Editorial Letras Cubanas, en el año 2008, es otro texto con un contenido espinoso, a juicio de Jesús David, como es el tema del tiempo, del eterno retorno, de la noria, de la interpretación de la vida. Contiene una sección que se llama “Unos y otros”, en que abiertamente, a través de un viejo recurso, pero siempre renovado de la intertextualidad, el autor utiliza distintas máscaras en la búsqueda de otras identidades, de otras miradas sobre el mundo:

Estos procedimientos y su acercamiento a la neovanguardia, llegan a su punto culminante en el libro siguiente, aún inédito, “Presunción de inocencia”, donde ya más que máscaras, Riverón empieza a jugar con recursos más audaces, como son los apócrifos y los heterónimos. Bajo la investidura de Gastón Baquero, Zenea, Borges, uno de los Karamazov, Florentino Ariza y otros personajes literarios, fundamentalmente, empieza a adentrarse mucho más en esta mirada amplia, focalizada sobre la historia, sobre la realidad, sobre el mundo, y también incorpora, de una manera más fehaciente, el mundo de la música popular tradicional. Todo esto lo ha seguido haciendo incorporando el poema en prosa, sin abandonar el verso libre y los métodos estróficos tradicionales.

En todos ellos, concluye Curbelo, persiste el soneto: unas veces clásico, otras, asonante, en que ha cambiado la entonación, en que hay un mayor énfasis en la tropología, cierta barroquización del lenguaje hacia los finales de esta producción, pero mantiene de algún modo el cultivo de estos métodos.

Juan Nicolás Padrón, por su parte, realizó una aproximación a la obra en prosa de Riverón, que consta de tres libros: Pasando sobre mis huellas (Ediciones Unión, 2002), Premio UNEAC en testimonio; El ungüento de la Magdalena (Ediciones La Memoria, 2008), Premio La Memoria, del Centro Pablo de la Torriente Brau y un libro que está a punto de publicarse por la Editorial Capiro, y del cual Padrón escribió su presentación: “Irrelevancia crónica”.

Estos libros, cuenta Padrón, han transitado por una investigación previa relacionada con el fluir histórico en que se mueve el argumento de sus textos, cuyos puntos de vista se han centrado en el interés antropológico o sociológico, y no solo testimonial, sino también relacionado con la crónica periodística, es decir, la ficción en ellos emerge de la propia realidad. Más adelante, revela que tienen estas crónicas testimoniales un denominador común: el humor, que mantiene a cualquier lector en constante sonrisa o en explosión de carcajadas, a partir de una singular gracia criolla, la cual hace posible que descripciones o escenas puedan recrearse desde el punto de vista de un “jodedor cubano”, que ha recogido con mirada burlona, datos e informaciones, propensas al choteo o la burla.

Esta literatura grata y entretenida, jocosa y liviana, que no está exenta de profundidad y trascendencia, aunque tenga un carácter personal o privado, sigue siendo muy deficitaria en un país donde las personas ríen mucho, gozan de la anécdota, demandan el punto de vista satírico…

Juan Nicolás reconoce en la prosa de Riverón Rojas otros valores significativos: sus aportes al conocimiento de la vida diaria de la sociedad cubana en las últimas décadas; el rescate de la memoria social, de los saberes populares como los remedios caseros y las curas; su extraordinaria sensibilidad lingüística, especialmente la que se maneja desde el habla popular y sus evocaciones de la cultura literaria y musical; y las informaciones que se filtran mediante ellos, que dan a conocer una “intrahistoria” afín a ese “ser” cotidiano que apenas se maneja en la prensa periódica cubana desde hace muchos años y que prefiere el “debe ser”, solo tímidamente reanimado en los últimos tiempos. «Riverón es un pionero de este rescate hacia una historia interior de baja intensidad que hace posible y creíble la otra, la que se escribe con mayúscula».

Sirvan estas palabras —finalizó Padrón— para destacar el papel de pulcro y agudo escritor del centro de la isla, que con su humanismo y ternura ha hecho reír y a veces llorar a sus lectores, lo mismo desde el verso, que desde la prosa: un sensible sarapico del cual esperamos futuras hazañas.

Luego de dar lectura a algunos de sus textos, Riverón despidió la excelente y atractiva velada agradeciendo el homenaje por parte del ICL, de la Editorial Letras Cubanas y de sus amigos que le acompañaron. Por eso declaró este día como «el más feliz de mi vida».


Vea, mediante este enlace, la versión original en Cubaliteraria.


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