Un hermoso poema de familia
Foto tomada de
Pocos lo
saben, pero la colega Madeleine Sautié Rodríguez,
periodista de la página cultural del
periódico Granma, es también una
poetisa decimista. Lo supimos a propósito de su atinado comentario Bienaventurada
sea la décima, sobre un reciente encuentro en la tertulia Aire de
luz, publicado en ese órgano de prensa y reproducido en este sitio. Cuando le
agradecimos por email el referido texto, nos envió este fraterno mensaje con el
poema que lo acompaña, el cual nos autorizó a publicar, siempre con su
preocupación de que explicáramos que se trata de un texto de ocasión, motivado
por una coyuntura familiar. A nosotros, sin obviar esa característica, nos
parece un hermoso poema:
“Querido Péglez: No puedes saber, porque no te lo he contado, el parentesco
que tengo con la décima, que tanto amas. No sabes que crecí con un abuelo que
nos dejaba recados a mi hermana y a mí en décimas y que las aprendí a hacer... vaya...
desde mi taller espiritual... ni sabes que tuve entre las cosas de mis 15 una
canturía en mi casa, a donde fueron los poetas Homero y Julito Martínez.... (…)
Te adjunto un rudimento de décimas que hice un día... conozco sus impurezas,
pero las escribí en un fuerte estado de emoción. Te las voy a pasar como
constancia de mis confesiones. Un abrazo... y estaré cerca de ustedes”.
TU RISA
Cuando mi
hija tenía 2 años reía, en una ocasión,
a carcajadas.
Mi madre, pensando en mi abuelo
materno, a
quien arrebataban de gusto los niños,
me dijo: —Si
tu abuelo la viera… Él ya no estaba.
Reías, abuelo
mío,
reías y hasta
soñabas
con amor,
orgullo y brío.
Hoy un vivo y
real frío
no te deja
recrear
los ojos para
soñar
de felicidad,
repletos
porque los
sueños completos
nunca se
pueden lograr.
Tu imagen
guardó la brasa,
quedó junto a
tu lugar,
quedó tu risa
al doblar
cada esquina
de la casa.
Si conocimos
tu raza,
tu noble y
sagrado ser
¿cómo
habremos de entender
que la vida
te llevó
cuando a
nosotros, llegó
el más tierno
amanecer?
Cuando ella
ríe, tu risa
avanza hacia
nuestros ojos
y sus dientes
son abrojos
que arañan
nuestra sonrisa.
Llegas tú con
esa brisa
que envuelve
tu blanca faz
y en tu
mirada hay detrás
un inocente
reclamo:
¡La caricia
de tu mano
que nunca
veremos más!
Si un milagro
sucediera
(milagro
absurdo, ideal)
regresaras al
umbral
de esta casa
que te espera…
Pero la vida
es quimera:
La vida
impide y rechaza
que algún día
en nuestra casa
se pueda ver
otra vez
la risa de tu
vejez
si tu
bisnieta te abraza.
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