Sobre la actual poesía escrita
en estrofas de diez versos
Prólogo a un libro en
proceso de edición, compendio de Alexander
Besú Guevara que examina la trayectoria de las obras laureadas en el Premio
Iberoamericano Cucalambé (2000-2011)
Por Roberto
Manzano Díaz (Ciego de Ávila, Cuba, 1949). Poeta, investigador, ensayista y profesor de Literatura. Premio Nicolás
Guillén, de México, 2004. Premio de Poesía
Nicolás Guillén, de Cuba, 2005. Premio
Samuel Feijóo de Poesía y Medio Ambiente 2007.
La décima, si es válida, ¿no
es poesía?
Por supuesto: si es válida,
es poesía.
Entonces, ¿por qué
separarla?
Cada vez que se le integra
—por ejemplo, en los concursos— presenta problemas en el campo. Y tiene derecho
a resolverlos, como cualquier otra identidad.
¿Cuáles son, básicamente,
esos problemas?
Dejémoslos en uno, que es el
originario: cada vez que se le integra se le discrimina: se le separa desde
adentro. No importa que sea consciente o inconscientemente.
Entonces, ¿considera válido
que se promueva aparte? ¿Cree que ésa es la solución?
No lo creo. Pero mientras
esa actitud persista —no se le ve interés en desaparecer— ella tiene derecho a
colocar sobre la mesa lo que en y con ella sucede. No lo puede visualizar
disuelta en un medio que tiende a excluirla: queda sin posibilidad de diálogo. Ni
con los otros, ni consigo misma. Y el sistema institucional debe colaborar en
ello.
La décima, ¿no es una
estrofa como otra cualquiera?
En Cuba no es una estrofa
cualquiera. Es onda y partícula a la vez. Forma parte de un complejo cultural
que incluye la música, la danza, la representación escénica, la literatura.
Hablo de la décima escrita:
¿no es ella una práctica artística diferente?
Sí, y no, como todo en este
mundo. Hasta hace relativamente poco la práctica escrita de la décima, en mayor
o en menor grado, incluso entre sus artífices más cultos, simulaba algunos que
otros rasgos de su práctica oral.
¿Y eso ha cambiado?
Si excluimos los giros de
algunos antecesores para no complicar la rapidez de nuestro intercambio, desde
finales de los ochenta y principios de los noventa comenzó un proceso ya más
visible de separación de lo oral estricto que dura hasta ahora mismo.
¿Pudiera ofrecerme los
principales hitos anteriores de ese proceso?
Sólo los más cercanos en el
tiempo, pues no podemos imprimirle un carácter monográfico a un diálogo.
Emplearé los verbos en presente, pues para la poesía sólo existe un presente
vigente: basta con leer de nuevo lo ya escrito. La
décima cucalambeana insiste expresamente en la tonalidad oral. La
naboriana conserva esta tonalidad e incorpora nuevos movimientos trópicos.
El mundo representado se hincha de mundo evocado. La
origenista, sobre todo la lezamiana, corre el espectro hacia la escritura
saltando del simbolismo hacia un surrealismo depurado. No enuncia en clave de
canto. Adolfo
Martí la empuja fuertemente hacia la escritura, desintegrándola tonalmente,
incluyendo los silencios de página como valores expresivos. En algunos poetas
de la tierra se advierte el impulso para que se desenvuelva gráficamente como
prosa, además de generalizar la inserción de líneas intraestróficas de
silencio.
¿Y los ochentistas?
Ya generan cambios visibles
en la escritura, sobre todo en la fricción entre lo oracional y lo métrico,
intensificando progresivamente los encabalgamientos. A través de este antiguo
recurso, pero ahora convertido en marca relevante, la alejan mucho más de lo
oral cantado. En sentido mayoritario tienden a conservar el ritmo de cantidad y
el de timbre. La décima se desplaza ligeramente hacia la tonalidad del poema en
verso libre, pero sin permitir que penetre en zonas entrópicas.
¿Y los noventistas?
Como es frecuente en
determinados flujos de búsquedas artísticas, se sitúan en el borde mismo del
sistema expresivo que reciben, acentuando las ganancias anteriores e
incorporando, sobre todo, la transformación de sensibilidad ocurrida con los
cambios geopolíticos del mundo. Una
actitud enunciativa nietzscheana ingresa en la seriación elocutiva.
Hacia el final de la década un nuevo flujo léxico, más noticiado y conceptual,
de muchas esferas del saber, impregna el discurso. Y cada vez son más osadas
las fracturas de diseño interior, pero sin abandonar la regularidad métrica
escogida, que queda mayoritariamente reducida a lo octosilábico y
endecasilábico. Comienza a prefigurarse vivamente el poema-décima, que en la
década siguiente dominará el campo de la poesía escrita en décimas.
¿Y en la primera década de
los dosmil?
Como le adelantaba, en la
primera década de los dosmil ya se configura estructuralmente y generaliza el
poema-décima.
¿Por qué lo llama
poema-décima?
Ya en él se encuentran
sintetizados todos los rompimientos anteriores. Entre los paradigmas quebrados,
que databan de largo tiempo, pueden mencionarse los siguientes: la décima
escrita imitaba a la décima oral cantada, la actitud enunciativa del sujeto
lírico era la de un estilizado repentista, cada estrofa constituía una sola unidad
discursiva desde el punto de vista elocutivo y gráfico, su despliegue oracional
se inclinaba a ser octosilábico o endecasilábico en algunos casos, la seriación
se sujetaba a determinados límites, el lenguaje revelaba generalmente textura
asociativa natural o específicamente rural, el poeta componía sin advertir que
lo materializaba sobre una página... A fines del siglo xix y principios del xx
ya la poesía mundial escrita había pulverizado o resemantizado muchos de esos
supuestos.
Correcto: son algunos aspectos
rechazados, pero dígame marcas específicas.
En poesía, Parménides
y Heráclito
luchan permanentemente. Si Heráclito es el único héroe, como quisieran algunos,
la entropía puede poner en riesgo al sistema. Si Parménides es el único héroe,
como quisieran otros, el sistema esclerosa sus bordes: metaboliza poco con el
flujo exterior. El espectro evolutivo corre sucesivamente de Parménides a
Heráclito a través de la lucha de tendencias: destruye paradigmas, pero tiende
a conservar el sistema. Las grandes personas artísticas son heracliteanas y
parmenídeas a la vez.
Interesante, pero no ha
respondido lo que pedía.
Olvide lo dicho, que ocurre
en el sustrato: volvamos a la superficie. El poema-décima es ya un organismo
estilístico. Si ha atendido a lo rechazado en este largo proceso, discriminará
nuevas marcas. El poema-décima, como su nombre lo indica, se comporta como cualquier
otra pieza llamada poema del campo general de la poesía escrita, sólo que
adentro contiene una matriz constitutiva: la décima. La décima se moviliza como
protoforma blanda, generadora de campos mórficos. A veces visible, como un
esqueleto que es palanqueado por nuevos músculos comunicativos; a veces
escamoteada, como una pulsión topológica. A veces, visible o no, en unidades
sueltas o arracimadas; a veces elongándose hacia la prosa o sincopándose entre
abundantes silencios. Se propaga como un gas, bajo la paradoja de que no
abandona su simétrico cristal interior. Como sus bordes se han dispersado
—tanto en lo compositivo como en lo lingüístico y temático—, toma recursos de
muchos predios culturales. Aumenta el grado y la extensión de la ficcionalización:
somete a elaboración imaginativa no sólo el asunto, sino los despliegues
compositivos, los niveles de discurso, las actitudes enunciativas, los
registros emocionales, las identidades expresivas, los elementos paratextuales,
la vinculación a otros tipos de signos, el sincretismo de espacios y tiempos...
Entra a ejercer una nueva semántica distribucional. Sabe que está alojada en
una página, que funciona como un documento de alta temperatura subjetiva que
será consumido preferentemente con la vista. Incluso se vuelve con vigor sobre
sí, en un esfuerzo —frágil, en verdad—
por testimoniar su nuevo metabolismo. Le trasmito algunas de las
principales compulsiones, sobre todo de carácter mórfico. Observe que no digo formal,
sino mórfico: con ello quiero describirle no una estructura ya congelada, sino
un movimiento libre hacia la elaboración de estructuras. Tal vez sea éste
precisamente su rasgo básico: su enorme diapasón constructivo, que sólo posee
una célula axial: la décima.
¿Y todo eso ha ocurrido en
la décima de los últimos años?
Así es. Pero recuerde que en
Cuba —no se guíe por el número de comentarios sobre cuadernos líricos que salen
en las publicaciones culturales— escasea la genuina crítica de poesía de lo que
pasa ahora mismo: atenta, desprejuiciada, auxiliadora, penetrante... Algunos
reducen la salud crítica a la presencia de la polémica: no les resulta
atractivo el ejercicio del criterio como intercambio analítico del flujo de
vectores poéticos presentes en nuestra realidad creativa. Añada que hablamos de
la décima que, aunque sea escrita, entre nosotros se ve como producción
periférica según los criterios tácitos imperantes.
Habría que verificar todo lo
que dice.
Por supuesto. No es más que
una visión personal. Pero eso no quita que hasta ahora me encuentre convencido
de lo que afirmo.
Aceptemos que la creación
escrita de la décima se ha transformado. En alguna parte he leído una
afirmación suya de que la décima escrita es una de las áreas más dinámicas del
campo poético cubano en general. ¿No le parece exagerado?
Discúlpeme la abstracción,
pero no veo otra manera de ser breve, rasgo que deseamos para nuestro
intercambio. Consideremos un estado X que pasa a un estado Y, tanto en la
décima escrita como en el campo del verso libre, como dos procesos paralelos.
Según mis lecturas, que trato de actualizar constantemente, me parece más
dinámico el tránsito de X a Y en la décima que en el verso libre, pues en la
primera Y se diferencia más de X que en el segundo. Esto llevaría una
argumentación del tamaño de un pequeño tomo, para el cual ni usted ni yo
tenemos tiempo disponible. Así que, si lo desea, mírelo como exagerado.
No se preocupe: para
continuar nuestra conversación en la dirección que le imprime aceptemos como
real esa evolución dinámica. Pero, ¿para qué esos cambios?
Esos cambios han traído
variadas emancipaciones. No se las desgloso, pues se infieren claramente cuando
se compara el estado X con el Y. Una estilística diacrónica en detalle es
imposible aquí. Pero pongamos un ejemplo sencillo: ¿con cuántas opciones
compositivas cuenta ahora un escritor en décimas para colocar una sola de ellas
en una página en blanco? No me negará que resulta positivo tener algunas
libertades expresivas.
En poesía toda libertad
expresiva implica una elevadísima autoexigencia.
Exacto. El poema-décima
acaba de estructurar las ganancias de ese dilatado proceso en los dosmil, y
entra ya en la segunda década del nuevo siglo dentro de una zona de alarmante
riesgo. Muchas vetas exploratorias se comienzan a cultivar como simples
retóricas. No se les advierte funcionalidad, sino artificiosidad. Los epígonos
han penetrado en el reino. Los desdeñosos de la décima acusan ahora con más
fuerza, pues siempre encuentran un epígono que mostrar. Y las piezas más brillantes
elaboradas durante todo ese proceso están disueltas en la hojarasca. Es
evidente que ya es hora de escoger las joyas producidas, exponerlas juntas,
acompañarlas de reflexiones que eduquen la recepción. Pero nada de eso ocurre,
pues faltan los antólogos perspicaces y generosos, los críticos que olfateen lo
que ahora mismo resulte patrimonial, los editores que tengan sensibilidad y
autonomía profesional. En un campo poético bien estructurado no toda la
responsabilidad es de los poetas. Pero no porque falte todo esto, que impide
socializar adecuadamente y dinamizar al propio campo creador, puede colegirse
que todo aquello es realmente un espejismo.
¿Entonces identifica en
estos momentos, simultáneamente, conquistas y peligros?
En efecto. Hay grandes conquistas
que han de ser reconocidas, para ser justos. Y hay grandes peligros que han de
ser detectados, para ser útiles. Retornemos a aquel comentario que habíamos
separado del curso del diálogo: el de la dialéctica entre Parménides
y Heráclito. De
seguir circulando sólo en lo conseguido, la unidad será absoluta frente al
flujo. Se detendrá la vanguardia. Proliferarán los perímetros, pero
endurecidos.
Hay algo que me inquieta:
¿propugna absolutizar el flujo?
Recuerde lo que dije
entonces: las grandes personas artísticas son heracliteanas y parmenídeas a la
vez.
En algunos instantes parece
suscitar la idea de hay que avanzar a toda costa.
El curso de mi pensamiento
es otro: insisto en la dialéctica entre la unidad y el flujo. Sólo digo que hay
peligro en la tendencia al convertirse en escuela. El instinto de los creadores
legítimos capta velozmente el predominio de lo escolástico frente a lo
heurístico. Y se rebelan, consciente o inconscientemente.
¿Cuál es su balance de la
situación?
En estos momentos tenemos
excelentes poetas en décimas, y esa vanguardia ha creado un conjunto notable de
alternativas y mensajes, válidos en sentido instrumental y expresivo. Lo
producido no desmerece en nada frente a lo mejor de otras áreas de la poesía
cubana.
¿Alguna inconformidad?
Con la política cultural
encargada de proteger y promover la décima: ha retirado parte importante del
auspicio económico, no jerarquiza debidamente a sus cultores fundamentales, no
promueve con suficiente eficacia y extensión sus creaciones.
Hemos dialogado en el mismo
pórtico de un libro que reúne una selección de décimas de los cuadernos que
obtuvieron el Premio
Iberoamericano Cucalambé de Décima Escrita durante la década de los 2000.
¿Qué puede decirme del mismo?
Es una magnífica oportunidad
para apreciar muchos de los aspectos señalados. Ejecutada por uno de los
premiados, Alexander
Besú, exhibe composiciones de los cuadernos conquistadores del premio más
relevante de la estrofa en el curso de una década esencial. El lector
interesado agradecerá el esfuerzo, pues tendrá en la mano un segmento vivo de
lo más valioso acumulado en los últimos años. Aquí disfrutará piezas de Pedro
Péglez, artífice sustancial del proceso descrito, eficaz organizador y
propulsor de la décima en el país y más allá de sus fronteras, múltiple
vencedor del certamen; de José
Luis Serrano, uno de los más reveladores poetas cubanos surgidos en los
noventa, cuya calidad es extensamente reconocida; de María
de las Nieves Morales, de expresión singular y auténtica, cantautora,
distinguida fuera de nuestros límites; de Alexis
Díaz-Pimienta, triunfador en más de una ocasión, repentista, teórico,
escritor, movilizador de las áreas improvisadas y escritas en el país y en el
exterior; de Carlos
Esquivel, igualmente ganador más de una vez, de escritura contemporánea,
atento al curso histórico y la problemática de la vida social; de Ronel
González, poeta sinérgico y conceptual, que ha realizado osadas
exploraciones formales y de contenido; de Alexander
Besú, responsable de la selección, de estilo ingenioso y vivaz, con muchos
logros representativos; de Odalys
Leyva, de gran capacidad asociativa, aglutinadora de las mujeres
decimistas, promotora de la estrofa dentro y fuera del país; de Irelia
Pérez, de fluida fantasía intertextual, con dominio absoluto de las formas;
de Diusmel
Machado, benjamín de los incluidos, uno de los poetas jóvenes
imprescindibles de hoy, con galardones foráneos. Cierra el conjunto un epílogo
en décimas del compilador. El presente libro funda una apertura de conjunto
hacia la visualización de una zona viva de la poesía cubana en general.
Roberto Manzano
EL Canal, septiembre del 2012
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